Louis-Antoine de Saint-Just (1767-1794) fue una figura destacada de la Revolución francesa (1789-1799). Tras ser elegido miembro de la Convención Nacional en septiembre de 1792, lideró la campaña para la ejecución del rey Luis XVI de Francia (quien reinó de 1774 a 1792) y contribuyó decisivamente a la redacción de leyes jacobinas radicales como los decretos de ventoso y la Constitución de 1793.
Saint-Just fue un líder radical jacobino y el aliado más cercano de Maximilien Robespierre (1758-1794). Se lo asocia sobre todo con el Reinado del Terror y recibió el apodo de "Arcángel del Terror" por su participación en él. También fue un eficaz comisario militar y contribuyó a la decisiva victoria francesa en la batalla de Fleurus. Tras la caída de Maximilien Robespierre, Saint-Just fue guillotinado el 28 de julio de 1794, a la edad de 26 años.
Juventud rebelde
Louis-Antoine-Léon de Saint-Just nació el 25 de agosto de 1767 en Decize, municipio del centro de Francia. Era el hijo mayor de Louis-Jean de Saint-Just de Richebourg, oficial de caballería retirado, y de Marie-Anne Robinot, hija de un rico notario, y tenía dos hermanas menores. En 1776, la familia se trasladó a la localidad rural de Blérancourt, en la provincia natal de su padre, Picardía. La familia se estableció rápidamente en la élite burguesa local.
En 1777 muere el mayor de los Saint-Just, y Marie-Anne envía a su hijo al colegio oratoriano de Soissons en 1779. Allí, Saint-Just se hizo famoso como alborotador. Tras graduarse en 1786, regresó a Blérancourt y comenzó a cortejar a Thérèse Gellé, hija del notario más poderoso de la ciudad. El 25 de julio, mientras Saint-Just estaba fuera, el padre de Thérèse la casó con el heredero de otra familia adinerada. Cuando Saint-Just regresó, estaba furioso. Despreciado y con el corazón destrozado, huyó a París en septiembre, y se llevó consigo buena parte de la plata de su madre.
Inmediatamente, Marie-Anne se puso en contacto con la policía de París para localizar a su hijo. No tardaron en encontrarlo, alojado cerca del Palais-royal, un lugar famoso por su proximidad a burdeles y casas de juego. Cuando la policía lo encontró, Saint-Just ya se había quedado sin dinero, tras lo que debió de ser una impresionante juerga de gastos. En octubre de 1786 fue detenido e ingresado en un reformatorio, donde permaneció seis meses. Fue liberado en abril de 1787, tras declararse dispuesto a dar un giro a su vida. A instancias de su madre, se matriculó en la Facultad de Derecho de Reims y trabajó como secretario del fiscal de Soissons. En 1788, abandonó los estudios y volvió a vivir con su madre, sin dinero y sin trabajo.
Pasó los días trabajando en un largo poema narrativo titulado Organt, poema en veinte cantos. El poema, que sigue las desventuras del joven Antoine Organt, es una combinación de sátira política y pornografía. Las críticas de Saint-Just a la monarquía, la aristocracia y la Iglesia católica se ven ensombrecidas por frecuentes y violentas escenas de sexo que incluyen la violación de monjas. Con bastante picardía, dedicó el libro al Vaticano. Saint-Just reconoció la inmadurez de su obra y expresó su decepción consigo mismo en el prefacio de Organt, que rezaba así: "Tengo veinte años; he actuado mal; pero lo haré mejor" (Scurr, 132). Y así, con la esperanza de un futuro literario, Saint-Just se dirigió a París en la primavera de 1789 para encontrar publicación y éxito. Lo que encontró en su lugar fue la revolución.
Joven revolucionario
Saint-Just llegó a París en mayo de 1789, el mismo mes en que las tensiones sociales y los problemas financieros de Francia acabaron por estallar. Consiguió publicar Organt, aunque fue un fracaso inmediato; cuando el libro fue prohibido y se envió a la policía para confiscarlo en las librerías, se encontraron con que la mayoría de las tiendas ya habían rehusado venderlo. Saint-Just permaneció en París hasta finales de julio y fue testigo de los levantamientos que culminaron con la toma de la Bastilla. Cuando regresó a Blérancourt, sus ambiciones literarias habían sido sustituidas por otras nuevas: ahora soñaba con ser revolucionario.
La revolución llegó a Blérancourt de la mano de Saint-Just. A principios de 1790, un grupo de radicales locales, entre los que se encontraban algunos amigos de Saint-Just, fueron elegidos miembros del consejo municipal. Como Saint-Just era demasiado joven para presentarse a las elecciones, se alistó en la unidad local de la Guardia Nacional y aprovechó sus nuevos contactos en el ayuntamiento para ser nombrado teniente coronel. Como tal, representó a Blérancourt en el Festival de la Federación en París, que celebraba el primer aniversario de la caída de la Bastilla. Pero las ambiciones de Saint-Just no se vieron satisfechas y aspiró a un escaño en la Asamblea Nacional, órgano representativo en el corazón de la revolución. Como no podía ser elegido hasta los 25 años, decidió labrarse una reputación que le permitiera ser elegido en cuanto alcanzara la mayoría de edad.
Empezó con un despliegue de teatralidad. Afirmando que le habían enviado 30 panfletos contrarrevolucionarios, convocó una reunión del consejo municipal para discutir qué hacer al respecto. Cuando el consejo votó a favor de quemar los panfletos, Saint-Just metió la mano en el fuego y juró dar su vida por la Revolución si era necesario. Se supone que la actuación hizo llorar a los asistentes, y la historia llegó a la Asamblea Nacional de París, que envió a Saint-Just una carta formal de felicitación por su patriotismo. Aprovechando su nueva notoriedad, Saint-Just escribió cartas a revolucionarios consagrados como Camille Desmoulins (1760-1794) y Maximilien Robespierre (1758-1794). Robespierre se sintió tan halagado por la carta de Saint-Just que la conservó. Decía, en parte:
Usted que sostiene nuestro tambaleante país contra el torrente del despotismo y la intriga, usted a quien conozco, como conozco a Dios, solo a través de sus milagros: es a usted, monsieur, a quien me dirijo, para suplicarle que se una a mí para salvar a mi pobre tierra... No lo conozco, pero es usted un gran hombre. Usted no es simplemente el diputado de una provincia, es el diputado de la República y de la humanidad. (Scurr, 132).
Está claro que Saint-Just no era reacio a utilizar la adulación para salir adelante. En junio de 1791 publicó su primer panfleto revolucionario, El espíritu de la Revolución, que denunciaba la violencia que había provocado la caída de la Bastilla y abogaba por la paz y la estabilidad. En contraste con su reputación posterior, el panfleto de Saint-Just abogaba por un enfoque moderado de la revolución, se oponía a la pena de muerte y pedía clemencia hacia el rey. Tres días después de la publicación del panfleto, el rey Luis XVI emprendió su infructuosa huida a Varennes, un acontecimiento que destruyó la confianza que Francia aún tenía en la monarquía y dio lugar a un nuevo movimiento republicano. Los puntos de vista de Saint-Just ya estaban desfasados; la Revolución avanzaba a un ritmo vertiginoso.
Convención Nacional
Tras el intento de huida del rey, las tensiones entre el pueblo y la monarquía siguen latentes. Finalmente, el 10 de agosto de 1792, el pueblo de París derrocó a la monarquía en el asalto al Palacio de las Tullerías. Un nuevo órgano representativo, llamado Convención Nacional, fue convocado para redactar una nueva constitución para la Francia ya sin rey. Saint-Just, que acababa de cumplir 25 años, se presentó a las elecciones y ganó. Llegó a París en septiembre, siendo el más joven de los 749 diputados. Pocos días después, la Convención anunció la creación de la República Francesa.
Durante sus primeras semanas en la Convención, Saint-Just asistió a las reuniones del Club Jacobino, pero se abstuvo de participar en los debates. Por aquel entonces, la Convención estaba dividida entre dos grupos rivales: los girondinos moderados y los montañeses extremistas. Ambos eran ramas del Club Jacobino, pero habían dejado que sus diferencias abrieran una profunda brecha en la unidad de la Revolución. Saint-Just, quizá esperando a ver en qué dirección soplaba el viento, no se pronunció abiertamente por una u otra facción hasta el 13 de noviembre de 1792, cuando pronunció el discurso inaugural más electrizante de toda la Revolución.
El tema del día era el destino del rey depuesto. Los girondinos querían perdonarle la vida para mantenerlo como peón político. Saint-Just no estaba de acuerdo, pues consideraba que Luis XVI era culpable de crímenes horribles por el mero hecho de ser rey, ya que "nadie puede reinar inocentemente". Por esta razón, Saint-Just declaró que Luis debía morir sin el beneficio de un juicio:
Yo digo que el Rey debe ser juzgado como un enemigo; que no debemos tanto juzgarlo como combatirlo... algún día, los hombres se asombrarán de que en el siglo XVIII la humanidad estuviera menos avanzada que en la época de César. Entonces, un tirano fue asesinado en medio del Senado sin más formalidad que treinta golpes de puñal, sin más ley que la libertad de Roma. Y hoy, respetuosamente, llevamos a cabo un juicio para un hombre que fue el asesino de un pueblo... por mi parte, no veo ninguna mezquindad: este hombre debe reinar o morir. (Scurr, 243)
Fue un discurso que hizo carrera. A menudo tuvo que hacer una pausa para dar paso a los aplausos que acompañaban sus palabras. Robespierre, muy impresionado, pronunció un discurso al día siguiente en el que se hizo eco de los puntos principales de Saint-Just; a partir de ese día, los dos hombres siguieron siendo amigos íntimos y aliados, y la Montaña comenzó a unirse tras su liderazgo. Saint-Just, joven y apuesto, con una larga melena negra y un estilo de vestir dandi, se convirtió en el favorito de los jacobinos; cada vez que hablaba, los espectadores se agolpaban en primera fila para ver a la estrella revolucionaria.
Su oratoria contribuyó al juicio y ejecución de Luis XVI el 21 de enero de 1793. La muerte del rey no hizo sino acentuar el odio entre los girondinos y la Montaña, que se prolongó hasta el 2 de junio, cuando una insurrección popular condujo a la purga de los girondinos de la Convención y a la detención de sus líderes. La caída de los girondinos dejó a la Montaña el control de la República Francesa.
Comité de Seguridad Pública
Con el rey muerto y los girondinos en prisión, los jacobinos pudieron por fin trabajar para dotar a Francia de una nueva constitución. El 24 de abril de 1793, Saint-Just presentó una larga propuesta que incluía el derecho de petición, el sufragio universal y pedía que las elecciones se decidieran por mayoría simple. Sus ideas impresionaron a sus colegas, que le asignaron a él y a otras cuatro personas la tarea de redactar la constitución. En reconocimiento a su importante tarea, Saint-Just y sus compañeros redactores fueron incorporados al Comité de Seguridad Pública, una nueva y poderosa asamblea responsable de la defensa de Francia. La Constitución se redactó en ocho días y se presentó a la Convención Nacional el 10 de junio. El pueblo la aceptó en referéndum público.
Sin embargo, el trabajo de Saint-Just en el Comité de Seguridad Pública no había terminado. La República Francesa se tambaleaba al borde del abismo, amenazada por los ejércitos de varias potencias europeas, que se habían coaligado contra la Revolución francesa, y por las revueltas federalistas, que habían estallado en apoyo de los girondinos caídos en desgracia. La respuesta de los jacobinos a estos peligros existenciales fue promulgar un Reino del Terror, con la esperanza de que los traidores contrarrevolucionarios fueran desenmascarados y llevados ante la justicia.
Saint-Just trabajó con Robespierre, que se incorporó al Comité el 27 de julio, y otros líderes jacobinos para promulgar la Ley de Sospechosos, que permitía arrestar a cualquiera que pareciera contrarrevolucionario por sus palabras, escritos o acciones. En virtud de esta ley, entre 300.000 y 500.000 franceses fueron arrestados en todo el país; decenas de miles fueron ejecutados en la guillotina o murieron en prisión. El 10 de octubre, Saint-Just propuso oficialmente que el gobierno siguiera siendo revolucionario hasta la paz. En consecuencia, la nueva Constitución fue aplazada indefinidamente y se otorgaron más poderes ejecutivos al Comité de Seguridad Pública, que ahora ejercía una autoridad casi dictatorial.
En octubre, Saint-Just fue enviado a Alsacia junto a otro jacobino, Philippe-François-Joseph Le Bas, con cuya hermana, Henriette, Saint-Just salía en secreto. A los dos jóvenes se les encomendó la tarea de revitalizar el Ejército Francés del Rin, que se había aletargado ante un ejército austriaco más profesional. Saint-Just y Le Bas impusieron una dura disciplina al ejército, que incluso llegó a fusilar a un general delante de sus hombres. Arrestaron a oficiales y políticos sospechosos de cobardía o traición, pero se abstuvieron de imponer ejecuciones masivas.
Saint-Just, al darse cuenta de que la mayoría del ejército iba descalzo, ordenó confiscar 10.000 pares de zapatos a los aristócratas de la cercana ciudad de Estrasburgo y redistribuirlos entre los soldados. La ciudad terminó enviando 17.000 pares de zapatos y 21.000 camisas. Saint-Just también limitó la autoridad de los representantes en misión, reforzando así la idea de que el Comité, y no la Convención, ostentaba el poder supremo. En diciembre, cuando Saint-Just y Le Bas abandonaron Alsacia, el ejército se había puesto en forma y empezaba a hacer retroceder a los austriacos.
Poco después de regresar a París, Saint-Just fue elegido presidente de la Convención Nacional para un mandato de dos semanas que duró del 19 de febrero al 6 de marzo de 1794. Aprovechó ese tiempo para redactar los decretos de ventoso, una serie de propuestas de decretos que confiscarían los bienes de los aristócratas y los emigrados contrarrevolucionarios, que serían redistribuidos entre los plebeyos necesitados. Saint-Just argumentaba que los enemigos de la Revolución habían renunciado a sus derechos civiles y no podían ser terratenientes. Si estos decretos hubieran entrado en vigor, habrían sido uno de los logros más revolucionarios de la Revolución francesa, ya que encumbraron a una clase a expensas de otra. Sin embargo, la oposición de los jacobinos y la posterior caída del poder de Saint-Just hicieron que los decretos nunca entraran en vigor.
Arcángel del terror
Saint-Just estaba de acuerdo con Robespierre en que el Terror era necesario para crear una República virtuosa y creía que la sangre de los contrarrevolucionarios debía derramarse necesariamente. En octubre de 1793, preparó las sentencias de muerte para los líderes girondinos, que fueron guillotinados tras un juicio simulado. Cuando su control del Terror y el de Robespierre se vio amenazado por los "ultrarrevolucionarios" hébertistas, Saint-Just trabajó para que también fueran arrestados y ejecutados, lo que ocurrió en marzo de 1794. Por la misma época, Saint-Just denunció a Georges Danton (1759-1794), otro dirigente jacobino que se había convertido en el líder de los Indulgentes, opositores al Terror. Saint-Just compareció ante la Convención para denunciar a Danton y acusarlo de fomentar la insurrección, refiriéndose a los Indulgentes como los "últimos partidarios del regalismo" (Doyle, 272). Danton, Desmoulins y otras 13 personas fueron guillotinados el 5 de abril de 1794.
A estas alturas, Saint-Just había desempeñado un papel importante en las detenciones y ejecuciones de tres facciones rivales y se le llamaba el "Arcángel del Terror". Se había vuelto más autocrático y sanguinario que cualquiera de sus colegas, creyendo que la muerte era el único castigo adecuado para los que se oponían a la República. Esto se reflejó en la Ley de Pradial del año II, aprobada por el triunvirato de Robespierre, Saint-Just y Georges Couthon (1755-1794), que aceleraba las funciones del Tribunal Revolucionario y le permitía no emitir veredictos más allá de la absolución o la muerte. Sin embargo, es posible que Saint-Just estuviera cada vez más inquieto por la incesante matanza del Terror, ya que escribió en privado: "La Revolución está congelada; todos los principios están debilitados" (historytoday.com). Era una admisión privada de duda, la conciencia desesperada de un hombre que había ido demasiado lejos para dar marcha atrás.
Caída
En la primavera de 1794, Saint-Just fue enviado en varias misiones a Bélgica, donde recibió instrucciones para revigorizar el Ejército del Norte. Sus esfuerzos contribuyeron a la victoria francesa en la batalla de Fleurus el 26 de junio de 1794, que fue posiblemente el punto de inflexión en la Guerra de la Primera Coalición (1792-1797); después, los franceses se mantuvieron victoriosos durante el resto de la guerra.
De regreso a París, Saint-Just se encontró con que los enemigos de Robespierre habían empezado a denunciarlo en la Convención como un asesino y un tirano. El 26 de julio, Robespierre habló en su propia defensa, afirmando poseer una lista de traidores en la Convención y el Comité de Seguridad Pública. Se negó a dar nombres, lo que provocó un alboroto entre los diputados reunidos. En la mañana del 27 de julio, Saint-Just comenzó un discurso en defensa de Robespierre, pero lo ahogó un mar de voces que pedían su detención y la de Robespierre. La Convención denunció a Robespierre y Saint-Just y los declaró proscritos. Al anochecer, los principales robespierristas se escondieron en el Hôtel de Ville y planearon una insurrección para derrocar a la Convención. A las 2 de la madrugada del 28 de julio, soldados leales a la Convención asaltaron el Hôtel; Le Bas se suicidó, Robespierre lo intentó y Couthon cayó de su silla de ruedas en un intento desesperado de escapar. Solo Saint-Just aceptó su destino y fue arrestado con estoica dignidad.
Ese mismo día, Saint-Just fue guillotinado junto a Robespierre, Couthon y 18 de sus aliados. Poco antes de su muerte, le pidieron que se identificara; en respuesta, señaló una copia de la Constitución de 1793 y dijo con orgullo: "Yo soy quien la hizo". Le faltaba menos de un mes para cumplir 27 años. Su ejecución y la de Robespierre marcaron el final del Reinado del Terror, el fin del dominio jacobino y el comienzo de la Reacción termidoriana.