El juicio y ejecución de María Antonieta (1755-1793), antigua reina de Francia, fue uno de los primeros acontecimientos del Reinado del Terror durante la Revolución francesa (1789-1799). Acusada de una serie de crímenes que incluían la conspiración con potencias extranjeras contra la seguridad de Francia, María Antonieta fue declarada culpable de alta traición y ejecutada el 16 de octubre de 1793.
Al menos desde el asunto del collar de diamantes en 1785, María Antonieta no caía para nada bien en Francia, era objeto de rumores salvajes y libelos escandalosos. Acusada de ser una espía austríaca, una derrochadora descuidada y una desviada en términos morales, su asociación con la monarquía francesa contribuyó a disminuir su popularidad al comienzo de la Revolución. Al estallar la Guerra de la Primera Coalición (1792-1797), esperaba provocar la destrucción de la Revolución enviando secretos militares a sus contactos en Austria, pero fue encarcelada por los revolucionarios junto a su familia tras el asalto al Palacio de las Tullerías en agosto de 1792.
Tras el juicio y la ejecución de Luis XVI en enero de 1793, permaneció encarcelada junto a su cuñada, Madame Isabel, y sus hijos: la princesa María Teresa, de catorce años, y Luis Carlos, de ocho, que fue reconocido por los monárquicos como Luis XVII, legítimo rey de Francia.
La viuda Capet
La ejecución de Luis XVI de Francia (quien reinó de 1774 a 1792) dejó a la viuda del rey, María Antonieta, abrumada por el dolor. Como un fantasma, rondaba sus aposentos en la Torre del Temple, la prisión-fortaleza de París donde ella y sus hijos estaban detenidos por el gobierno revolucionario. En los días siguientes a la muerte de su marido, la antigua reina apenas hablaba y rara vez comía. Se negaba incluso a salir a los jardines a tomar el aire, ya que para eso tenía que pasar por los aposentos vacíos del rey, ahora dolorosamente silenciosos. María Antonieta se había vuelto pálida y enfermiza durante su encarcelamiento, y su cabello se había vuelto prematuramente blanco a causa del estrés. Ya no se la llamaba reverentemente "Su Majestad", ahora se la conocía como "la viuda Capet" o, más sencillamente, como Antoinette Capet.
A pesar de su dolor, la reina habría tenido razones para creer que lo peor había pasado en febrero de 1793. La muerte de Luis puso fin al flujo constante de abogados y funcionarios públicos que habían acudido a entrevistarse con el antiguo rey, devolviendo a los prisioneros reales algo de la privacidad que tanto necesitaban. Los guardias de la prisión ya no se molestaron en vigilar sus conversaciones privadas, y a María Antonieta se le permitió incluso encargar un nuevo vestido negro para poder llorar a su marido como correspondía. Por un momento, incluso fue concebible que María Antonieta y sus hijos tuvieran una oportunidad de libertad. La sangre del rey había sido necesaria para la supervivencia de la República, pero a pesar de su denostada reputación, María Antonieta no había sido acusada de ningún crimen y su ejecución no figuraba en el orden del día de la Convención Nacional. De hecho, a Luis XVI se le había asegurado, antes de su propia muerte, que su familia no sufriría ningún daño, promesa que se reiteró a la propia María Antonieta, a quien se le dijo que la idea de su ejecución era un "horror gratuito" contrario a la política de la Revolución (Fraser, 408).
Sin embargo, estas promesas se hicieron en un momento de ascendencia francesa, cuando los ejércitos revolucionarios hacían retroceder a la Coalición tanto en Alemania como en Bélgica. Sin embargo, en el plazo de un mes, la fortuna se volvió contra los franceses. En febrero, la lista de enemigos de Francia aumentó hasta incluir a Gran Bretaña, España y la República Holandesa, mientras que el 18 de marzo, los austríacos obtuvieron una importante victoria en la batalla de Neerwinden, donde recuperaron Bélgica para su emperador y obligaron a los franceses a volver a la defensiva. Ese mismo mes estalló la brutal Guerra de la Vendée, una rebelión católica y monárquica que reconoció al hijo de María Antonieta, Luis Carlos, de ocho años, como rey Luis XVII de Francia.
Al sentirse acorralados, los líderes revolucionarios arremetieron contra su propia "loba austríaca" y sus cachorros reales; Maximilien Robespierre exigió que la antigua reina fuera llevada ante el nuevo Tribunal Revolucionario para ser juzgada, recordando a sus colegas que ella había revelado secretos militares a los enemigos de Francia y que no debía quedar impune para disfrutar de los frutos de sus traiciones. Tras el establecimiento del Comité de Seguridad Pública el 6 de abril, la República tomó medidas enérgicas contra la antigua nobleza y detuvo a figuras tan destacadas como el duque de Orleans y el príncipe de Conti. La reina fue sometida a registros nocturnos esporádicos en sus aposentos y los jacobinos ordenaron enrejar sus ventanas.
De inmediato, la posición de la reina estaba en vilo. Su sobrino, Francisco II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (de 1792 a 1806), no tenía ningún interés en asegurar la libertad de una tía que nunca había conocido. Rechazó cualquier idea de rescatarla o intercambiarla por valiosos prisioneros de guerra franceses, y el reciente éxito militar de Austria significaba que era poco probable que aceptara los ruegos de paz de Francia. El principal general del emperador en Bélgica, el Príncipe de Sajonia-Coburgo, no veía ninguna razón estratégica para desviar hombres y recursos para un intento de rescate cuando ya tenía a los ejércitos de Francia en fuga. Además, los oficiales austríacos eran reacios a negociar con los imprevisibles "bandoleros" revolucionarios, temiendo que cualquier intento de discutir la liberación de María Antonieta provocara que la llevaran a juicio.
Un hijo robado
La pasividad del emperador molestó a muchos de los amigos que le quedaban a María Antonieta. El conde Axel von Fersen, el elegante soldado sueco que había sido amante de la reina, declaró su intención de reunir un grupo de hombres valientes, cabalgar hasta París y asaltar el Templo en una verdadera misión suicida. El conde de La Marck instó a la corte austríaca en Viena a ofrecer un rescate por la liberación de la reina, haciendo hincapié en lo embarazoso que sería "para el gobierno imperial si la historia pudiera decir un día que a 40 leguas de distancia de formidables y victoriosos ejércitos austríacos, la augusta hija de María Teresa ha perecido en el cadalso sin que se haya hecho ningún intento por salvarla" (Fraser, 420).
Al final, Fersen fue disuadido de su plan de espadachines y La Marck se dio cuenta de que el gobierno no sería de ayuda. Solo los planes clandestinos y privados podrían salvar a la reina. Uno de estos intentos se llevó a cabo en marzo de 1793, justo cuando la posición de la reina empezaba a agriarse. El plan consistía en sacar a María Antonieta y a su familia del Templo disfrazados con grandes abrigos militares, para llevarlos primero a Normandía y luego a Inglaterra. El complot se frustró cuando uno de los conspiradores perdió los nervios y no consiguió los pasaportes falsos necesarios. Otro complot se frustró en junio, cuando Antoine Simon, un antiguo zapatero y miembro influyente de la Comuna de París, se encontró con un conspirador que merodeaba sospechosamente fuera de los aposentos de la reina.
La situación de María Antonieta se agrava en medio de estas conspiraciones fallidas. En junio, los rebeldes vandeanos habían derrotado a todos los ejércitos republicanos franceses enviados contra ellos, mientras que ciudades francesas clave se alzaban contra el dominio jacobino en las revueltas federalistas. Una vez más, los jacobinos frustrados dirigieron sus pensamientos hacia María Antonieta, que había empezado a sentar a su hijo en un cojín en la cabecera de la mesa durante las comidas; los jacobinos tomaron esto como una indicación de que María Antonieta estaba reconociendo la reclamación de Luis Carlos al trono.
En la noche del 3 de julio, unos comisarios llegaron al Templo e informaron a María Antonieta que habían venido a recoger a su hijo. Le explicaron que habían descubierto un complot para secuestrar al príncipe y que solo querían llevarlo a una habitación más segura de la prisión. María Antonieta se dio cuenta de sus mentiras y se negó a entregar a su hijo, que saltó llorando a sus brazos. Durante una hora, la reina se negó a dejarse convencer, incluso después de que los comisarios abandonaran la pretensión y la amenazaran con matarla. Solo cuando la amenazaron con matar a su hija cedió finalmente. Se llevaron a Luis Carlos para que no volviera a ver a su madre. Durante los días siguientes, la familia fue perseguida por los sonidos de los sollozos incesantes del niño, que se oían desde la habitación a la que fue trasladado. María Antonieta, angustiada, se pasaba los días vigilando el pasillo de la prisión desde su habitación, con la desesperada esperanza de ver a su hijo mientras lo llevaban a los jardines para dar un paseo.
Los revolucionarios pretendían reeducar al joven príncipe en el espíritu del republicanismo y borrar de su mente toda pretensión de monarquía. Desgraciadamente, confiaron su bienestar a la peor persona posible. Antoine Simon apenas sabía leer y escribir y era totalmente cruel, golpeaba con saña a Luis Carlos cada vez que lo encontraba llorando. Simon se divertía a sí mismo y a los guardias dándole vino hasta la embriaguez y enseñando a Luis Carlos a decir obscenidades. Luis Carlos, que antes era un niño robusto y sano, se había vuelto débil durante su encarcelamiento, y en una oportunidad había sufrido una desagradable, aunque accidental, lesión en la entrepierna. En colaboración con el periodista "ultrarradical" Jacques-René Hébert, Simon utilizó el estado físico del niño como "prueba" de que su madre y Madame Isabel habían abusado física y sexualmente de él. Hébert y Simon coaccionaron al niño para que firmara una declaración escrita en la que afirmaba que su madre le había infligido esos abusos incestuosos. Esto horrorizó a la familia real, ya que María Teresa y Madame Isabel escribieron sus propias declaraciones denunciando las afirmaciones como mentiras.
La trama de los claveles
A las 2 de la madrugada del 1 de agosto, un mes después de la desaparición de Luis Carlos, los oficiales jacobinos despertaron a María Antonieta de su sueño y le ordenaron que se vistiera. Tras despedirse apresuradamente de María Teresa, la reina fue llevada con escolta armada a la prisión de la Conciergerie, un lugar húmedo y oscuro que a menudo era la última parada de los prisioneros en su camino hacia la guillotina. Los guardias la llamaban "la prisionera 280" y la mantenían bajo constante vigilancia, con la única intimidad de una cortina de metro y medio tras la que se vestía y se aseaba. Lejos del aislamiento del Templo, la Conciergerie estaba llena de abogados, guardias y visitantes, así como de personas que deseaban ver a la reina cautiva.
Uno de los visitantes de María Antonieta, Alexandre de Rougeville, dejó caer un clavel a los pies de la reina. Cuando lo recogió, descubrió una nota escondida entre los pétalos. Contenía los detalles de una misión de rescate, en la que se la llevaría en un carruaje a Alemania. Uno de los guardias de la reina, que o bien había participado en el plan y había perdido el valor, o bien lo había deducido a partir de las visitas posteriores de Rougeville, reveló el complot. Tras el descubrimiento del complot, María Antonieta fue llevada a una celda más segura donde fue interrogada durante dos días. La reina mantuvo la compostura a pesar de los incesantes interrogatorios, afirmando que sus intereses se centraban únicamente en lo que era mejor para su hijo, y que sus únicos enemigos eran los que deseaban perjudicar a sus hijos.
Por aquel entonces, el Comité de Seguridad Pública se reunió para decidir el destino de la reina. La voz más fuerte a favor de su ejecución fue la de Hébert, que decía hablar en nombre del pueblo. Afirmó que la muerte de la reina debía ser una colaboración entre la ciudad de París y el Tribunal Revolucionario, vinculando efectivamente al pueblo con el gobierno con su sangre. "He prometido la cabeza de Antonieta", declaró Hébert. "Iré a cortársela yo mismo si hay algún retraso en dármela" (Fraser, 425). Al final, el Comité controlado por los jacobinos llegó a un acuerdo con Hébert; la reina moriría para apaciguar al pueblo, y el liderazgo de los girondinos moderados sería ejecutado en beneficio de los jacobinos. De este modo, el destino de la reina quedó sellado antes de que fuera juzgada.
El juicio
La noche del 12 de octubre, María Antonieta fue despertada de nuevo de su sueño y llevada ante el Tribunal Revolucionario para ser acusada. Tras negar los cargos que se le imputaban, se le concedió el derecho a un abogado defensor y se le envió a su celda. A diferencia de Luis XVI, que disponía de semanas para preparar su defensa, María Antonieta solo disponía de unas horas; su abogado de cabecera, Claude-François Chauveau-Lagarde, la instó a escribir al Tribunal y pedir tres días más para prepararse. Así lo hizo, pero su petición quedó sin respuesta.
El juicio de la reina comenzó el 14 de octubre de 1793. Todavía pálida y enfermiza, vestida de negro de viuda, la aparición de la reina sorprendió a muchos espectadores que esperaban ver a la feroz loba austríaca de los rumores. María Antonieta fue presentada al tribunal y luego se le pidió que se sentara mientras comenzaba el juicio, iniciando horas de un agotador interrogatorio de 40 testigos. Mientras que el juicio del rey había contado con pruebas sólidas, incluidos documentos firmados, las acusaciones contra María Antonieta eran más abstractas, basadas en su mayoría en rumores y habladurías. El primer testigo, un capitán de la Guardia Nacional de Versalles, habló de supuestas orgías de borrachos que admitió no haber visto con sus propios ojos, mientras que otro testigo relató un rumor infundado de que la reina había emborrachado a los guardias suizos antes del asalto al Palacio de las Tullerías.
En el interrogatorio, María Antonieta respondió a las acusaciones con respuestas cortas y sin compromiso: "No lo recuerdo" y "nunca he oído hablar de algo así". Negó ser la que convenció a su marido para que huyera de Francia durante la malograda huida a Varennes en 1791, alegando que nunca había ejercido tal control sobre las decisiones del rey. En otra ocasión, la acusación presentó documentos supuestamente firmados por la reina; cuando María Antonieta preguntó por la fecha de los documentos, se reveló que fueron "firmados" después de que María Antonieta ya estuviera encarcelada. La única vez que cedió fue en el interrogatorio sobre el mal uso de los fondos destinados a su residencia privada, el Petit Trianon; "quizás se gastó más de lo que hubiera deseado" (Fraser, 433).
Con el caso de la fiscalía en vacilaciones, Hébert decidió que era el momento de revelar su acusación de incesto. Ante esta acusación, la compostura de la reina decayó. "¿Usted fue testigo?", le espetó a Hébert, y se negó a hacer más comentarios sobre la acusación. Cuando el presidente del Tribunal preguntó a María Antonieta por qué se había negado a responder a la pregunta, la reina contestó: "si no he respondido, es porque la propia Naturaleza se niega a responder a una acusación de este tipo formulada contra una madre" (Fraser, 431). A continuación, hizo un emotivo llamamiento a todas las madres presentes en la sala, algunas de las cuales respondieron positivamente y pidieron que se detuviera el proceso judicial.
El juicio se prolongó hasta las 11 de la noche, cuando se levantó la sesión. Se reanudó a las 8 de la mañana del día siguiente y continuó durante 16 horas. Aunque algunas de las acusaciones tenían más mérito que otras, como la afirmación de que había estado enviando secretos militares a los enemigos de Francia, la mayor parte de las pruebas eran, en el mejor de los casos, poco sólidas. María Antonieta confiaba en su actuación y creía que, en el peor de los casos, sería condenada a cadena perpetua. No sabía que su destino estaba decidido desde mucho antes.
A las 4 de la mañana del 16 de octubre, fue declarada culpable de los tres principales cargos que se le imputaban: conspiración con potencias extranjeras, agotamiento del tesoro del Estado y alta traición al actuar contra la seguridad del Estado francés. La acusación pidió, y se le concedió, la pena de muerte. La reina fue condenada a ser ejecutada ese mismo día. Cuando se le preguntó si tenía algo que decir, María Antonieta se limitó a negar con la cabeza.
Ejecución
En sus últimas horas, a María Antonieta se le permitió escribir. En una carta a Madame Isabel, escribió su más profundo pesar por tener que dejar a sus hijos: "sabes que solo he vivido para ellos y para ti, mi querida y tierna hermana" (Fraser, 436). Escribió que pronto se reuniría con el hermano de la señora Isabel, es decir, con Luis XVI; la propia Isabel se uniría a ellos cuando fuera guillotinada el siguiente mes de mayo. En otra carta a sus hijos, María Antonieta les pidió que se cuiden mutuamente, implorando a María Teresa que perdonara las mentiras de Luis Carlos. "Piensa en su edad y en lo fácil que es hacer que un niño diga lo que uno quiere, incluso cosas que no entiende" (ibid). De sus hijos, solo María Teresa viviría hasta la edad adulta, ya que Luis Carlos moriría dos veranos después, todavía encarcelado.
Después de escribir sus cartas, María Antonieta se negó a desayunar, creyendo que tal alimento era inútil ya que "todo ha terminado para mí". Estaba vestida con un sencillo vestido blanco, con el pelo cortado y las manos atadas. Humillantemente, María Antonieta tuvo que pedir permiso al verdugo para desatar brevemente sus manos y poder hacer sus necesidades en un rincón. A las 11 de la mañana, fue llevada a la guillotina en un carro abierto, ya que se le había negado la dignidad de un carruaje cerrado que sí se le había concedido a su marido.
Cuando llegó al cadalso de la plaza de la Revolución, hizo acopio del orgullo que le quedaba y subió los escalones. Tras disculparse ante el verdugo por haberla pisado accidentalmente, fue guillotinada a las 12:15 del mediodía, entre los vítores de una multitud jubilosa. Con su muerte, Francia se libró de su loba austríaca, de la llamada "Madame Deficit" que había llevado a la nación a la quiebra moral y financiera. Lo que obtuvo a cambio fueron diez meses de sangre, ya que María Antonieta fue una de las primeras víctimas de alto nivel del Reino del Terror.