Demócrito (c. 460-370 a.C.) fue un filósofo griego y contemporáneo de Sócrates que nació en Abdera (o Mileto según otras fuentes) y que fue, junto con su maestro Leucipo (s. V a.C.), el primero en proponer un universo atomista. Demócrito afirmaba que todo está compuesto de diminutos bloques indivisibles llamados átomos.
Se sabe muy poco de Leucipo y muy poco de su obra ha llegado hasta nuestros días, pero entre los antiguos se lo conocía como el maestro de Demócrito y parece ser que escribió sobre muchos otros temas, además del atomismo. A Demócrito se lo conoce como “el filósofo que ríe” por la importancia que le daba a la alegría. Como en el caso de Leucipo, casi toda su obra se ha perdido, pero autores posteriores sostienen que escribió alrededor de 70 libros sobre temas tan variados como la agricultura, la geometría, el origen del hombre, la ética y la astronomía, así como también sobre literatura y poesía; filósofos posteriores lo tenían en alta estima y citaron fragmentos de su obra, en especial Aristóteles (384-322 a.C.).
Demócrito fue el primer filósofo en proponer que lo que los griegos llamaban la “Vía Láctea” era en realidad la luz de las estrellas brillando de forma natural y no el resultado de la acción de los dioses; sin embargo, parece que nunca llegó a negar la existencia de los espíritus o del alma. Pese a que su teoría atómica deja claro que todo sucede por necesidad —un acontecimiento lleva al siguiente de forma natural—, sostenía que los hombres son responsables de sus acciones, que uno debe tener en cuenta la bondad del alma por encima de toda otra consideración y que era el libre albedrío, y no el determinismo, lo que dictaba el rumbo de nuestras vidas.
Demócrito está considerado uno de los más importantes filósofos presocráticos, llamados así porque precedieron e influenciaron a Sócrates (470/469-399 a.C.), que a su vez inspiró a Platón (428/427-348/347 a.C.) y al desarrollo de la filosofía occidental. La influencia de Demócrito sobre Sócrates es evidente en los fragmentos que tratan de ética y se cree que la idea del atomismo pudo contribuir al desarrollo de la idea de Platón de un reino eterno e inmutable del que el mundo visible es solamente un reflejo, incluso aunque al mismo tiempo el propio materialismo de Demócrito desafiaba esta idea.
Demócrito, a su vez, estuvo influenciado por los que le precedieron, sobre todo por Parménides (c. 485 a.C.), Zenón de Elea (c. 465 a.C.) y Empédocles (c. 484-424 a.C.) . Sin embargo, el filósofo que se cree que tuvo más influencia sobre él, además de su maestro Leucipo, fue Anaxágoras (c. 500-428 a.C.), el primero en proponer que todo estaba formado por “semillas” que hacen que las cosas sean lo que son. Demócrito desarrolló esta teoría de las “semillas” para obtener el concepto del universo atómico.
Viajes y reputación
Muy poco se sabe de la vida de Demócrito. Se dice que nació y creció en Abdera y que provenía de una familia acomodada que pudo proporcionarle una buena educación. Es posible que su padre perteneciera a la nobleza tracia o, como mínimo, formara parte de la clase alta. También es posible que estudiara con el filósofo Anaxágoras, aunque esto es incierto, pero gracias a sus viajes y al estudio con múltiples maestros, tuvo una amplia educación que abarcó muchos campos.
Al morir su padre, Demócrito tomó su herencia y abandonó Abdera para viajar por todo el mundo mediterráneo y pasó al menos cinco años en Egipto estudiando matemáticas antes de viajar más al sur hasta Meroe. También se cree que pasó un tiempo en Babilonia y, según el historiador Diógenes Laercio (c. 180-240 a.C.), allí estudió con los monjes. Su conexión con Babilonia, donde también estudió el filósofo Tales de Mileto (c. 585 a.C.), puede ser el motivo por el que autores posteriores hayan afirmado que Demócrito también era de Mileto.
Se desconocen el itinerario y el orden exactos de sus viajes, pero se dice que estudió en India y posiblemente también en Persia antes de regresar a Abdera. Una vez de vuelta, se dedicó a escribir y a profundizar en sus estudios e investigaciones sobre el mundo natural. Fue un escritor prolífico (se han identificado más de 300 fragmentos suyos) al que se le atribuyen unos 70 libros, los cuales fueron muy bien acogidos en su tiempo. El académico Robin Waterfield comenta:
Demócrito se ocupó no solo de los clásicos temas presocráticos como la embriología o el por qué los imanes atraían al hierro, sino que escribió también libros sobre matemáticas y geometría, geografía, medicina, astronomía y el calendario, sobre pitagorismo, acústica, los orígenes del hombre y de los animales e incluso sobre literatura y prosodia. Es destacable no solo que abarcara una amplia variedad de temas, sino que es evidente que lo hizo con cierta profundidad, por ejemplo planteando y respondiendo posibles objeciones. Así pues, fue un nexo entre el dogmatismo de muchos de los filósofos presocráticos y la filosofía plenamente desarrollada y madura de Platón. (164)
Como el propio Demócrito decía: “Nada procede de la nada”, ya que él mismo recibió la influencia de los filósofos presocráticos que le precedieron. No está claro en qué grado Leucipo lo influyó, puesto que nada se sabe de este filósofo más allá de su conexión con Demócrito. Solo dos fragmentos de Leucipo han sobrevivido y la única frase completa es la famosa “Nada procede del azar, sino de la razón y la necesidad” (Baird, 39). Como más adelante Demócrito se haría eco de este concepto, es probable que Leucipo tuviera una influencia relevante sobre su pensamiento, pero lo que es indudable es que Demócrito, y muy probablemente también Leucipo, recibieron el influjo de Parménides, Zenón de Elea, Empédocles y Anaxágoras.
Influencias filosóficas
Parménides aseguraba que la realidad estaba formada por una sola sustancia y que las personas percibían dualidad en el mundo porque confiaban en la experiencia sensorial, que era defectuosa y podía inducir a error. Al fiarse de los sentidos, uno acepta los cambios y diferencias en la vida como la verdadera naturaleza de la realidad, pero, según Parménides, esto sería un gran error, ya que el cambio es una ilusión. Nuestra apariencia exterior y nuestras circunstancias pueden cambiar, pero no nuestra esencia.
Para Parménides, lo que es, siempre ha sido, y es inmutable en su forma subyacente. Lo que se percibe como mutabilidad y cambio es un engaño de los sentidos, que nos separan del conocimiento del yo y de la verdadera realidad. El que fuera discípulo de Parménides, Zenón de Elea, defendió la tesis de su maestro mediante 40 paradojas matemáticas que demostraban que el cambio, e incluso el movimiento, eran solo una ilusión. Zenón demostró matemáticamente que si uno quería ir del punto A al punto B, primero debía caminar la mitad de ese recorrido y, antes de llegar a ese punto medio, recorrer la mitad del mismo y así sucesivamente. De esta forma, uno no podía nunca ir del punto A al punto B y afirmar lo contrario era solo producto de un engaño de los sentidos.
Zenón usó esta paradoja para mostrar cómo fiarse de la percepción de los sentidos nos aleja de la verdadera realidad, de la esencia de lo que hace que el mundo sea como es y funcione como lo hace. Para estos dos filósofos no había necesidad de una primera causa de la existencia o de que esta tuviera algún sentido: lo que era había sido siempre y siempre sería.
Empédocles se valió de este concepto al manifestar que el principio que subyacía en el universo era el amor: una fuerza transformadora y regeneradora que se expresaba en la atracción y desunión de las fuerzas naturales que producían los cuatro elementos que daban luego forma a todo lo demás. La insistencia de Empédocles en una única fuerza unificadora inspiró a Anaxágoras para afirmar que todo está compuesto de partículas, a las que llamó “semillas” y que, aunque hechas todas de la misma sustancia, dispuestas de forma diferente producían también resultados diferentes: a veces un hombre, a veces un animal, otras un árbol o hierba o una montaña o un pájaro.
Al igual que Parménides, Anaxágoras creía que la esencia de la realidad era “una”, pero que esta “una” se expresaba en “muchas”. Para que esto fuera así, debía haber un elemento subyacente a todos los fenómenos visibles del mundo y este elemento eran la “semillas” que, dispuestas de modos diversos, producían un fenómeno visible u otro.
Anaxágoras y su teoría de las “semillas” inspiraron directamente la teoría atomista de Leucipo y Demócrito. En palabras de Waterfield:
Anaxágoras había propuesto que los elementos naturales que eran el principio físico de las cosas eran infinitamente divisibles; por mucho que dividieras un trozo de madera, continuaría siendo madera. Pero fue Leucipo, el primero de los atomistas, el que supuestamente tuvo la genial inspiración de proponer que el mundo estaba formado en su esencia por elementos que no tenían cualidades, como sí la tiene, en cambio, la madera. Afirmó que si dividieras cualquier cosa hasta su esencia, en algún momento te toparías con algo que ya no es divisible: eso son los atoma, indivisibles.(165-166)
Al atribuirle a Leucipo esta conclusión, Waterfield es fiel a la tradición que sostiene que Leucipo fue el maestro de Demócrito, y bien podría ser que Leucipo fuera el primero en llegar a ella, pero aunque así fuera, fue Demócrito quien la desarrolló en su totalidad.
El universo atómico
Como respuesta a la teoría de las “semillas” de Anaxágoras y a la afirmación de Parménides de que el cambio es imposible y de que todo es uno, Demócrito intentó demostrar cómo el cambio y el movimiento eran posibles sin que se perdiera la unidad de la esencia que subyace en el mundo físico. Demócrito sostenía que todo, incluidos los seres humanos, está compuesto de partículas diminutas a las que llamó átomos (en griego, “que no se puede cortar”) y estos átomos forman todo lo que es y lo que podemos ver. Para Demócrito, todos los átomos tenían la misma esencia, pero al unirse de diversas formas, formaban entidades y fenómenos visibles diferentes.
Demócrito aseguraba que, al nacer, nuestros átomos se mantienen unidos en forma de un cuerpo que tiene un alma en el interior, también compuesta de átomos, y durante nuestra vida el alma percibe e interpreta los átomos que hay fuera de nuestro cuerpo. Así pues, cuando los átomos se han dispuesto de una cierta manera, una persona ve una forma y dice: “Eso es un libro”, y cuando se han dispuesto de otra manera, esa persona dice: “Eso es un árbol”, pero independientemente de cómo se dispongan esos átomos, todos son uno, indivisibles e indestructibles. Al morir, nuestro cuerpo pierde energía y los átomos se dispersan, ya que no hay un alma en el interior del cadáver que genere el calor necesario para mantener los átomos del cuerpo unidos.
Según Aristóteles, Demócrito sostenía que el alma estaba formada por átomos de fuego, mientras que el cuerpo lo estaba por átomos de tierra, y los átomos de tierra necesitaban la energía del fuego para cohesionarse. Aun así, asegura también Aristóteles, eso no quiere decir que los átomos sean diferentes, sino más bien que son como letras del alfabeto que, aun siendo todas letras, representan sonidos diferentes y, combinadas de diversa forma, forman palabras diferentes. Usando un ejemplo muy sencillo, las letras “o”, “s” y “l” se pueden combinar para formar la palabra “sol” o, combinándolas de diferente forma, la palabra “los” que, aunque tiene un significado distinto de “sol”, está formado por las mismas letras.
Aunque algunos materialistas han afirmado que la visión atomista de Demócrito de la vida humana imposibilita la existencia una vida después de la muerte, esto no tiene por qué ser necesariamente así. Como parece que Demócrito veía el alma como motor del movimiento e incluso de la vida, y eso eran simplemente los átomos indestructibles e indivisibles en movimiento, el alma, incluso definida en términos materialistas, podría sobrevivir a la muerte del cuerpo.
En cualquier caso, Demócrito no hace mención alguna a un sentido de la vida, más allá de mantener una actitud alegre. Para él, no era necesario darle un sentido a la vida, ya fuera en esta vida o en una posterior en otro reino, ya que la vida siempre había sido y siempre sería; el sentido de la existencia era la propia existencia.
Ética
En la filosofía de Demócrito, uno nacía, vivía y moría de acuerdo a la unión y dispersión de los átomos. Uno podía preguntarse: “¿Qué ha causado este hecho?”, y luego definir las causas de, por ejemplo, un accidente; pero uno debía contener el impulso, con la esperanza de encontrar un sentido más elevado, de preguntarse: “¿Por qué ha sucedido esto?” La famosa máxima de Leucipo “Nada procede del azar, sino de la razón y la necesidad” es una idea que conforma gran parte de los escritos de Demócrito, en especial su afirmación de que “Todo sucede por necesidad”, puesto que los átomos operan de una determinada manera y, lógicamente, lo que acontece en la vida lo hace por la necesidad derivada de ese funcionamiento, tanto si a uno le gusta como si no.
Aunque esta afirmación parece imposibilitar la existencia del libre albedrío, Demócrito escribió profusamente sobre ética y sin duda creía que uno podía tomar decisiones libremente dentro de los parámetros del determinismo atomista. A pesar de que uno está formado por esas partículas indivisibles, tanto exteriormente en forma de cuerpo como interiormente en forma de alma, y esos átomos se unen y se separan de acuerdo a sus propias leyes naturales, uno sigue teniendo el control sobre sus elecciones en la vida y es responsable de ellas. El profesor Forest E. Baird comenta:
Tanto el alma como el cuerpo están compuestos por átomos. La percepción ocurre cuando los átomos de los objetos del exterior de la persona golpean los órganos sensoriales en el interior de ella que, a su vez, golpean los átomos del alma aún más adentro. La muerte, por su parte, es simplemente la dispersión de los átomos del alma cuando los átomos del cuerpo ya no los pueden contener. Tal visión de las personas parece impedir la existencia del libre albedrío y, de hecho, la única máxima conocida de Leucipo es “Nada procede del azar, sino de la razón y la necesidad”. Tal postura pareciera eliminar toda ética: si “tienes que” actuar de determinada manera, parece fútil hablar de lo que “debes” hacer. (39)
Sin embargo, Demócrito aborda esta objeción al estipular que seguimos siendo responsables de lo que hacemos con nuestro cuerpo y con nuestra alma, ya que un ser humano es capaz de distinguir entre lo “correcto” —que Demócrito asocia con los placeres de la mente— y lo “incorrecto” —que define como los placeres sensuales perseguidos sin tener en cuenta las consecuencias—. Demócrito recomendaba la moderación como guía personal para mantener una vida equilibrada. No creía que hubiera nada intrínsecamente malo en el hecho de buscar los placeres sensuales, el dinero o el poder, pero uno debía reconocer que estos placeres son fugaces y que si se buscan sin tener eso en cuenta o sin moderación, conllevarán sufrimiento.
Para Demócrito, la ética parece haber sido principalmente un medio mediante el cual vivir de forma plena y sosegada al reconocer la inutilidad de intentar hacer de la vida más de lo que es. Al aceptar que todo está hecho de átomos sobre los que uno no tiene control y comportarse con los demás que están en la misma situación con compasión y alegría, uno podía liberarse de la preocupación sobre el “sentido de la vida” y centrarse simplemente en vivir.
Conclusión
La fecha y las circunstancias de la muerte de Demócrito son tan inciertas como el resto de acontecimientos de su vida, pero está bien acreditado que se lo tenía en muy buena consideración en vida como pensador original y como escritor, y que tras su muerte fue claramente respetado y citado a menudo. Contribuyó significativamente a la base de la filosofía, que Platón desarrollaría después, y lo hizo al sintetizar y definir ideas que otros filósofos habían planteado anteriormente. Tal fue la forma en que lo hizo que, hoy en día, está considerado por muchos como “el primer científico”, ya que su pensamiento y su claro método contribuyeron al desarrollo de esta disciplina.
Su influencia sobre los autores griegos y romanos posteriores es evidente no solo en su filosofía, sino también en las referencias que a él hacen, y está claro que su influencia fue relevante y tuvo un gran alcance. Baird apunta:
La filosofía de Demócrito es importante por al menos dos motivos. Primero, aunque el atomismo representa una respuesta plural más a Parménides, y si bien Leucipo fue un presocrático, Demócrito fue, sin embargo, contemporáneo de Sócrates y también de Platón, más joven que el primero y mayor que el segundo. De ahí que el materialismo atómico de Demócrito pueda ser visto como una importante alternativa al idealismo de Platón. En segundo lugar, el pensamiento de Demócrito continuó teniendo trascendencia: primer recogido por Epicuro y luego, en época romana, por Lucrecio. (40)
El famoso filósofo hedonista Epicuro (341-270 a.C.), de hecho, se valió de las ideas de Demócrito sobre el placer para afirmar que este era el bien y el fin principal que uno debía buscar en la vida. La importancia que Demócrito le da a la alegría como la mejor respuesta ante la vida se refleja en la filosofía de Epicuro y ambos abogaban por la moderación como el mejor método mediante el cual acercarse a los placeres y vivir la vida con plenitud.
De todos modos, Epicuro es solo uno de los muchos que recibieron la influencia del pensamiento de Demócrito desde la Antigüedad hasta nuestros días. Pensadores y autores de la actualidad han expresado su admiración por Demócrito y reconocido la deuda que tienen con él, y se lo tiene en tan alta estima hoy como en su época.