En la antigua Mesopotamia, el sentido de la vida consistía en vivir de acuerdo con los dioses. Los seres humanos fueron creados como colaboradores de sus dioses para contener las fuerzas del caos y mantener la comunidad en funcionamiento.
El mito mesopotámico de la creación
Según el mito mesopotámico de la creación, el Enuma Elish, (que significa "cuando en lo alto") la vida comenzó tras una lucha épica entre los dioses mayores y los menores. Al principio solo había agua que se arremolinaba en el caos y no se diferenciaba entre fresca y amarga. Estas aguas se separaron en dos principios distintos: el principio masculino, Apsu, que era agua dulce y el principio femenino, Tiamat, agua salada. De la unión de estos dos principios surgieron todos los demás dioses.
Estos dioses más jóvenes eran tan ruidosos en su convivencia diaria que llegaron a molestar a los mayores, especialmente a Apsu y, por consejo de su visir, decidió matarlos. Tiamat, sin embargo, se escandalizó ante el complot de Apsu y advirtió a uno de sus hijos, Ea, el dios de la sabiduría y la inteligencia. Con la ayuda de sus hermanos y hermanas, Ea durmió a Apsu y luego lo mató. Con el cadáver de Apsu, Ea creó la tierra y construyó su hogar (aunque, en mitos posteriores, "el Apsu" pasó a significar el hogar acuático de los dioses o el reino de los dioses).
Tiamat, ahora disgustada por la muerte de Apsu, levantó las fuerzas del caos para destruir ella misma a sus hijos. Ea y sus hermanos lucharon contra Tiamat y sus aliados, su campeón, Quingu, las fuerzas del caos y las criaturas de Tiamat, sin éxito hasta que, de entre ellos, surgió el gran dios de la tormenta Marduk. Marduk juró que derrotaría a Tiamat si los dioses lo proclamaban su rey. Aceptado esto, entró en batalla con Tiamat, la mató y, con su cuerpo, creó el cielo. A continuación, continuó con el acto de creación para hacer seres humanos a partir de los restos de Quingu como compañeros de ayuda de los dioses.
Según el historiador D. Brendan Nagle:
A pesar de la aparente victoria de los dioses, no había ninguna garantía de que las fuerzas del caos no pudieran recuperar su fuerza y derribar la ordenada creación de los dioses. Tanto los dioses como los humanos participaban en la lucha perpetua por contener los poderes del caos, y cada uno tenía su propio papel en esta dramática batalla. La responsabilidad de los habitantes de las ciudades mesopotámicas era proporcionar a los dioses todo lo que necesitaban para dirigir el mundo.
Ciudades, templos y dioses
Los dioses, a su vez, cuidaban de sus ayudantes humanos en todos los aspectos de su vida. Desde las preocupaciones más serias de rezar por la salud y la prosperidad continuas hasta las más simples, la vida de los mesopotámicos giraba en torno a sus dioses y, por tanto, naturalmente, a los hogares de los dioses en la tierra: los templos.
Cada ciudad tenía como centro el templo del dios patrón de esa ciudad. La ciudad santa más famosa era Nippur, donde el dios Enlil legitimaba el gobierno de los reyes y presidía los pactos. Tan importante era Nippur que sobrevivió intacta al período cristiano y luego al musulmán y hasta el año 800 d.C. siguió siendo un importante centro religioso para esas nuevas creencias.
El dios o la diosa patrona de una ciudad tenía el templo más grande de la ciudad, pero había templos más pequeños y santuarios para otros dioses en toda la ciudad. Se creía que el dios de un determinado templo habitaba literalmente en ese edificio y la mayoría de los templos estaban diseñados con tres habitaciones, todas ellas muy ornamentadas. La más interior era la habitación del dios o diosa donde esa deidad residía en forma de su estatua. Todos los días los sacerdotes del templo debían atender las necesidades del dios. Según Nagle:
Diariamente, al son de la música, los himnos y las oraciones, se lavaba, vestía, perfumaba y alimentaba al dios, y juglares y bailarines lo entretenían. En nubes de incienso, se ponía pan, pasteles, frutas y miel, junto con ofrendas de cerveza, vino y agua delante de la deidad... En los días de fiesta, las estatuas de las deidades se llevaban en solemne procesión por el patio [y] las calles de la ciudad, acompañadas de cantos y danzas.
Los dioses de cada ciudad gozaban de este respeto y, según se creía, debían hacer la ronda de la ciudad al menos una vez al año, del mismo modo que un buen gobernante salía de su palacio para inspeccionar su ciudad con regularidad.
Los dioses incluso podían visitarse mutuamente en ocasiones, como en el caso del dios Nabu, cuya estatua se llevaba una vez al año desde Borsippa a Babilonia para visitar a su padre Marduk. El propio Marduk era honrado de esta misma manera en el Festival de Año Nuevo en Babilonia, cuando su estatua se sacaba afuera del templo, atravesaba la ciudad y se llevaba a una casita especial fuera de las murallas de la ciudad donde se podía relajar y disfrutar de un paisaje diferente. A lo largo de esta procesión, la gente cantaba el Enuma Elish en honor a la gran victoria de Marduk sobre las fuerzas del caos.
El inframundo mesopotámico
Los mesopotámicos no solo veneraban a sus dioses, sino también a las almas de los que habían ido al inframundo. El paraíso mesopotámico (conocido como "Dilmun" por los sumerios) era la tierra de los dioses inmortales y no recibía la misma atención que el inframundo. El inframundo mesopotámico, al que iban las almas de los seres humanos fallecidos, era una tierra oscura y lúgubre de la que nadie regresaba jamás, pero aun así, un espíritu que no había sido honrado adecuadamente en el entierro podía encontrar la forma de infligir desgracias a los vivos.
Como los muertos se solían enterrar debajo o cerca de la casa, cada casa tenía un pequeño santuario para los muertos en su interior (a veces una "capilla" construida sobre las casas existentes de los más pudientes, como se ve en Ur) donde se hacían sacrificios diarios de comida y bebida a los espíritus de los difuntos. Si uno había cumplido con su deber para con los dioses y los demás miembros de la comunidad, pero seguía sufriendo un destino desafortunado, se consultaba a un nigromante para ver si tal vez se había ofendido a los espíritus de los muertos de alguna manera.
El famoso poema babilónico Ludlul bēl nēmeqi del año 1700 a.C. (conocido como "el Job sumerio" debido a su similitud con el Libro de Job bíblico) hace mención a esto cuando el orador, Tabu-Utul-Bel (conocido en sumerio como Laluralim) al cuestionar la causa de su sufrimiento, dice cómo consultó al Nigromante, "pero él no abrió mi entendimiento". Al igual que el Libro de Job, el Ludlul bēl nēmeqi se pregunta por qué le ocurren cosas malas a la gente buena y, en el caso de Laluralim, afirma que no hizo nada para ofender a sus compañeros, a los dioses o a los espíritus para merecer la desgracia que está sufriendo.
Adivinación
La adivinación era otro aspecto importante de la religión mesopotámica y estaba muy desarrollada. Un modelo de arcilla del hígado de una oveja, hallado en Mari, indica con gran detalle cómo debía proceder un adivino para interpretar los mensajes que había en ese órgano de la oveja. Para los mesopotámicos, la adivinación era un método científico para interpretar y comprender los mensajes de los dioses en contextos terrenales. Si un determinado tipo de ave actuaba de forma inusual podía significar una cosa, mientras que si actuaba de otra, los dioses estaban diciendo algo diferente.
Un hombre que sufriera ciertos síntomas sería diagnosticado por un adivino de una manera mientras que una mujer con esos mismos síntomas de otra, dependiendo de cómo el adivino leyera los signos presentados. Los grandes gobernantes de la tierra tenían sus propios adivinos especiales (como más tarde los reyes y los generales tendrían sus médicos personales) mientras que los menos pudientes tenían que confiar en la atención proporcionada por el adivino local.
Influencia de los mitos mesopotámicos
Los habitantes de Mesopotamia confiaban en sus dioses para todos los aspectos de su vida, desde invocar a Kulla, el dios de los ladrillos, para que les ayudara a poner los cimientos de una casa, hasta solicitar la protección de la diosa Lama, por lo que desarrollaron muchos relatos relacionados con estas deidades. Los mitos, leyendas, himnos, oraciones y poemas en torno a los dioses mesopotámicos y su interacción con el pueblo introdujeron muchas de las tramas, símbolos y personajes conocidos para los lectores actuales:
- la historia de la Caída del Hombre (El Mito de Adapa),
- el relato del Gran Diluvio (El Atrahasis),
- el Árbol de la Vida (Inanna y el Árbol Hulappu),
- la historia de un sabio/profeta llevado al cielo (El mito de Etana),
- la historia de la creación (El Enuma Elish),
- la búsqueda de la inmortalidad (La Epopeya de Gilgamesh),
- la figura del dios que muere y resucita (una deidad que muere o va al inframundo y vuelve a la vida o a la superficie del mundo para beneficiar de algún modo al pueblo), que se representa célebremente a través del Viaje de Inanna a los Infiernos.
Estos relatos, entre otros muchos, se convirtieron en la base de mitos posteriores en las regiones con las que los mesopotámicos comerciaban e interactuaban, sobre todo en la tierra de Canaán (Fenicia), cuyo pueblo, con el tiempo, produciría las narraciones que ahora componen las escrituras conocidas como el Antiguo y el Nuevo Testamento de la Biblia.