Zenobia (nacida en torno a 240 d.C., fecha de muerte desconocida) fue la reina del Imperio de Palmira que desafió la autoridad de Roma durante la última parte del período de la historia romana conocido como la crisis del siglo III (entre el 235 y el 284 d.C., también conocido como la crisis imperial), definida por una guerra civil constante que permitió a las regiones separatistas formar gobiernos.
La crisis ha sido resaltada por los historiadores debido al malestar social a gran escala, la inestabilidad económica y, más aún, a la disolución del imperio, que se dividió en tres regiones: el Imperio galo, el Imperio romano y el Imperio de Palmira. El caos del gobierno central era tal que cualquier intento de controlar las regiones exteriores se consideraba un asunto secundario y, por lo tanto, durante un tiempo, el imperio se dividió en tres entidades políticas distintas, incluida la de Zenobia.
Contrariamente a las afirmaciones populares, Zenobia nunca encabezó una revuelta contra Roma, posiblemente nunca fue obligada a desfilar encadenada por las calles de Roma y es casi seguro que no fue ejecutada por el emperador Aureliano (que reinó entre 270-275 d.C.). Las fuentes antiguas sobre su vida y su reinado son el historiador Zósimo (c. 490 d.C.), la Historia Augusta (c. siglo IV d.C.), el historiador Zonaras (siglo XII d.C.) y el historiador Al-Tabari (839-923) cuyo relato sigue al de Adi ibn Zayd (siglo VI d.C.), aunque Zenobia también es mencionada en el Talmud y por otros escritores.
Si bien todas estas fuentes sostienen que la reina Zenobia de Palmira desafió la autoridad de Roma, ninguna categoriza sus acciones como una rebelión abierta. Esta visión de su reinado, por supuesto, depende de la definición que cada uno dé a la palabra "rebelión". Si bien tuvo cuidado de no involucrar a Roma directamente en un conflicto militar, está claro que mostró un creciente desprecio por la autoridad romana al establecerse como la única monarca legítima del territorio oriental.
Vida temprana y matrimonio
Zenobia nació en Palmira, Siria, alrededor del año 240 y recibió el nombre de Julia Aurelia Zenobia. Siria era en ese momento una provincia romana y lo había sido desde que fue anexada entre el 115 y el 116 d.C. Zenobia era ciudadana romana, ya que a la familia de su padre se le concedió este estatus en el pasado, probablemente durante el reinado de Marco Aurelio (que reinó entre 161-180 d.C.). La Historia Augusta afirma que su padre podía rastrear su linaje hasta la famosa Julia Domna (170-217 d.C.) de la dinastía Severa de Roma.
Zenobia fue educada en griego y latín, aunque parece haber tenido dificultades con ellos, pero hablaba con fluidez egipcio y arameo, y afirmaba que entre sus antepasados estaban la legendaria Dido de Cartago y de Cleopatra VII de Egipto. Según la versión árabe de su historia contada por Al-Tabari, cuando aún era una niña se le asignó la responsabilidad de manejar el ganado y los pastores de la casa, por lo que creció con el hábito de comandar a los hombres.
Al-Tabari también afirma que fue entonces cuando se volvió experta en montar a caballo y aprendió la tenacidad y la resistencia por las que sería conocida más adelante. Está documentado que marchaba largas distancias a pie con sus tropas, que podía cazar tan bien como cualquier hombre y manejar el alcohol mejor que nadie. El historiador Edward Gibbon describe a la reina en un pasaje de su famosa obra:
Zenobia es quizás la única mujer cuyo genio superior rompió la indolencia servil impuesta a su sexo por el clima y las costumbres de Asia. Afirmaba ser descendiente del rey macedonio de Egipto, igualaba en belleza a su antepasada Cleopatra y superaba con creces a esa princesa en castidad y valor. Zenobia era considerada la más hermosa y heroica de su sexo. Ella era de tez oscura. Sus dientes eran de una blancura nacarada y sus grandes ojos negros brillaban con un fuego poco común, atemperado por la dulzura más atractiva. Su voz era fuerte y armoniosa. El estudio había fortalecido y enriquecido su intelecto varonil. No ignoraba la lengua latina, pero dominaba con igual perfección las lenguas griega, siríaca y egipcia. Había escrito, para su uso personal, un compendio de la historia oriental y comparó con familiaridad las bellezas de Homero y Platón bajo la enseñanza del sublime Longino. (128-129)
El pasaje se cita aquí en su totalidad, primero porque proviene en gran medida de la descripción de Zenobia en la Historia Augusta y, en segundo lugar, porque el trabajo de Gibbon tendría un impacto significativo en cómo entenderían las generaciones posteriores a la reina de Palmira. En ambos, se presenta como una mujer de habilidades impresionantes, y así es como la consideraron los lectores antiguos y las generaciones posteriores.
Incluso las fuentes árabes, en las que es menos heroica y más intrigante, la representan como una reina notable. Además de las demás virtudes que se repiten en las fuentes antiguas, siempre se hace especial mención a su castidad. Opinaba que las relaciones sexuales solo debían practicarse con fines de procreación y, después de casarse, se negó a acostarse con su marido excepto con ese propósito.
Para el año 258 d.C., Zenobia estaba casada con Lucio Septimio Odenato, gobernador romano de Siria, con quien tuvo al menos un hijo, Vabalato. Ella fue la segunda esposa de Odenato, quien tuvo un hijo y heredero, Herodes, de su primer matrimonio. Odenato gobernó una región muy próspera, especialmente la ciudad de Palmira, que era un importante centro comercial en la Ruta de la Seda entre el este y el oeste. Los comerciantes que llegaban o regresaban de Roma tenían que detenerse en Palmira para pagar impuestos y descansar.
Sin embargo, desde el año 227 d.C., aproximadamente, los persas sasánidas detuvieron el comercio en intervalos y periódicamente bloqueaban la ruta para exigir tributos. La seda había sido uno de los productos más populares en Roma desde antes de la época de Augusto (que reinó entre 27 a. C.-14 d.C.), y los romanos no estaban contentos con estas interrupciones en el comercio. El rey sasánida Sapor I (que reinó entre 240-270/272 d.C.) tomó la ciudad de Antioquía, uno de los centros comerciales más importantes de Roma, y esto no podía tolerarse.
En el 260 d.C., el emperador romano Valeriano (que reinó entre 253-260 d.C.) marchó contra los sasánidas, fue derrotado por ellos y tomado como prisionero. Se dice que Sapor I lo utilizaba como banquillo para poder montar su caballo hasta que murió en cautiverio, y finalmente su cuerpo fue desollado y su piel colocada en exhibición. Su hijo, Galieno, no pudo hacer nada para remediar la situación, por lo que Odenato marchó contra los sasánidas, los derrotó y los hizo retroceder más allá del río Éufrates y lejos de Siria. Aunque Odenato se presentó como si actuara en interés de Roma para intentar salvar a Valeriano, en realidad tenía otros motivos: había intentado formar una alianza con Sapor I, pero fue rechazado por este y sólo entonces se convirtió en su enemigo.
Por sus servicios a Roma, Odenato fue nombrado gobernador de toda la parte oriental del Imperio romano. En el 261, cuando el usurpador Quieto desafió el gobierno de Galieno, Odenato lo derrotó y lo mató y, después, tuvo suficiente poder y prestigio para gobernar su reino de una manera casi independiente de Roma. Entre el 266/267 d.C. fue asesinado, junto con su hijo Herodes, por su sobrino después de una disputa tras un viaje de caza. Si bien algunas fuentes han afirmado, o al menos sugerido, que Zenobia hizo que lo asesinaran para que su hijo pudiera convertirse en rey, la mayoría de los escritores e historiadores posteriores han rechazado esta teoría.
Ascenso al poder y conquista de Egipto
Zenobia se convirtió entonces en la regente, ya que Vabalato todavía era menor de edad. Se rodeó de una corte de intelectuales y filósofos, entre ellos el platónico Casio Longino (213-273 d.C.), a quien más tarde se culpó de alentar su ruptura con Roma. Hasta el momento, la relación entre Palmira y Roma había sido amistosa porque las acciones militares de Odenato le habían favorecido tanto a Roma como a él mismo.
Cuando Zenobia llegó al poder, mantuvo las políticas de su difunto marido. En el caos de Roma que caracterizó la crisis del siglo III, 26 hombres se desempeñaron como emperadores. Odenato pudo haber pensado que él podría ser el siguiente si demostraba ser valioso para Galieno, además de amasar una fortuna personal fruto del saqueo de las ciudades sasánidas. Después de su muerte, Zenobia pudo haber considerado que su hijo, o incluso ella misma, podía gobernar Roma y, por tanto, continuó el reinado de su marido tal como él lo había dirigido. El historiador Richard Stoneman escribe:
Durante los cinco años posteriores a la muerte de Odenato en el 267 d.C., logró establecerse en la mente de sus compatriotas como la soberana de Oriente. Residía en un palacio que era solo uno de los muchos esplendores que tenía una de las ciudades más magníficas de Oriente, rodeada por una corte de filósofos y escritores, atendida por ancianos eunucos y vestida con los mejores brocados de seda que Antioquía o Damasco podían suministrar, heredó también tanto la fama de los éxitos militares de Odenato como la reputación de los efectivos soldados beduinos. Con poder e influencia de su lado, se embarcó en uno de los desafíos más notables jamás lanzados contra la soberanía de Roma, incluso en aquel siglo turbulento. Roma, golpeada ahora por la invasión de los bárbaros del norte, no podía contar con ningún hombre fuerte del Este para proteger sus intereses... por lo que, por el momento, Siria ya no formaba parte de sus preocupaciones. (155)
Galieno fue asesinado en el 268 d.C. y reemplazado por Claudio II, quien luego murió de fiebre y fue sucedido por Quintilo en el 270 d.C. A lo largo de este tiempo, las políticas de Zenobia fueron cambiando constantemente y, en el 269 d.C., al ver que Roma estaba demasiado ocupada con sus propios problemas para fijar su atención en ella, envió a su general Zabdas al frente de su ejército hacia el Egipto romano y lo reclamó como suyo.
Sin embargo, incluso en esto tuvo cuidado de no parecer que estaba en conflicto con Roma. Un sirio-egipcio llamado Timágenes había iniciado una revuelta contra el dominio romano mientras el gobernador estaba de campaña, y la marcha de Zenobia sobre Egipto tal vez se interpretó como una operación realizada en interés de Roma. Sin embargo, parece que Timágenes pudo haber sido un instigador enviado por Zenobia para así proporcionar una excusa para la invasión. Los sirios tuvieron éxito al principio, pero luego fueron expulsados de Egipto por las fuerzas romanas que estaban de regreso. No contentos con simplemente expulsar a los invasores de Egipto, los romanos persiguieron a los sirios más allá de las fronteras y hacia el norte, hacia Siria, donde los sirios montaron un contraataque y diezmaron al ejército romano.
Una vez en posesión de Egipto, Zenobia entabló negociaciones diplomáticas con las regiones del Levante y Asia Menor y las añadió a su creciente imperio. Con Roma en crisis, el creciente y rico Imperio de Palmira se convirtió en una opción atractiva para los gobernantes provinciales de estas regiones, mientras que Roma seguía demasiado ocupada con las luchas internas para hacer algo respecto a la expansión del imperio de Zenobia. Aunque está claro que ella estaba creando su propio imperio en oposición a Roma, no había hecho nada que justificara un conflicto abierto con el imperio.
Por aquel entonces, Aureliano era emperador y Zenobia hizo acuñar monedas que mostraban las imágenes de Vabalato en un lado y de Aureliano en el otro, representándolos como gobernantes conjuntos de Egipto. Hizo colocar inscripciones en honor de Aureliano en Palmira e incluyó su nombre en la correspondencia oficial. Sin embargo, al mismo tiempo también adoptó los títulos imperiales de Augusto para Vabalato y el de Augusta para sí misma, que eran privilegio exclusivo de la familia real de Roma. También llevó a cabo acuerdos comerciales, negoció con los persas sasánidas y anexó territorios a su imperio sin consultar con Roma o ni siquiera tener en cuenta los intereses de esta última. Para el año 271 d.C., gobernaba un imperio que se extendía desde el actual Irak, pasando por Turquía, hasta Egipto.
Zenobia y Aureliano
Mientras que los otros emperadores no se habían dado cuenta de lo que hacía Zenobia, o simplemente no tenían los recursos para hacer algo al respecto, Aureliano era un tipo de gobernante muy diferente. Había ascendido de rango pasando de soldado de infantería a general y, finalmente, a emperador, así que era soldado por encima de político. Cuando asumió el gobierno, tuvo que luchar para derrotar a los vándalos, los alemanes y los godos, pero en el año 272 d.C., estaba listo para recuperar las provincias orientales de las manos de Zenobia. No envió mensajeros con cartas pidiendo explicaciones ni esperó a que Zenobia se las ofreciera por su cuenta; marchó hacia el Imperio de Palmira con todo su ejército.
Al entrar en Asia Menor, destruyó todos los pueblos y ciudades que eran leales a Zenobia y repelió numerosos ataques de asaltantes a lo largo del camino, hasta llegar a Tiana, hogar del famoso filósofo Apolonio de Tiana, a quien Aureliano admiraba. En un sueño, Apolonio se apareció ante Aureliano y le aconsejó que fuera misericordioso si deseaba obtener la victoria, de modo que el emperador perdonó a la ciudad y siguió adelante. La misericordia resultó ser una política muy acertada, ya que las otras ciudades reconocieron que lo mejor que podían hacer era rendirse a un emperador misericordioso en lugar de resistir y caer bajo su ira. Después de Tiana, ninguna de las ciudades se le opuso; todas proclamaron su lealtad incluso antes de que él llegara a sus puertas, de modo que no pasó mucho tiempo antes de que llegara a Siria.
Se desconoce si Zenobia había intentado ponerse en contacto con Aureliano antes de esto. Se dice que hubo una correspondencia entre ellos una vez que él llegó a Palmira, pero se cree que son invenciones posteriores. La misiva que Aureliano le dirigió al inicio de su campaña, en la que exigía su rendición, y la arrogante respuesta de Zenobia, recogida en la Historia Augusta, también se consideran invenciones destinadas a resaltar el enfoque misericordioso y razonable de Aureliano hacia el conflicto, en contraste con la respuesta altiva de Zenobia.
Mientras Aureliano estaba en camino, Zenobia reunió a sus tropas y los dos ejércitos se encontraron a las afueras de la ciudad de Dafne, en la batalla de Immae, en el 272 d.C. Aureliano salió victorioso del enfrentamiento al fingir una retirada y adoptar después una formación de pinza una vez que las fuerzas palmireñas se cansaron de la persecución. Estos últimos fueron derrotados y luego masacrados. La propia Zenobia, junto con su general Zabdas, huyó a la ciudad de Emesa donde tenía más hombres y donde también almacenaba su tesoro.
Aureliano la persiguió mientras ella reagrupaba y reorganizaba sus fuerzas, y los ejércitos se encontraron nuevamente en batalla a las afueras de Emesa, donde los romanos volvieron a salir victoriosos usando precisamente la misma táctica que habían usado en Immae. Fingieron retirarse frente a la caballería palmireña, que los persiguió, y luego regresaron y los atacaron desde una posición ventajosa. Las fuerzas palmireñas fueron destruidas y Aureliano tomó la ciudad y se asume que saqueó el tesoro. Zenobia, sin embargo, logró escapar una segunda vez.
Llegó a Palmira donde preparó la ciudad para la defensa y Aureliano la siguió de cerca y sitió la ciudad. El historiador Edward Gibbon escribe: "Se retiró dentro de los muros de su capital, hizo todos los preparativos para una vigorosa resistencia y declaró, con la intrepidez de una heroína, que su reinado sólo terminaría con su muerte" (131). No se sabe si declaró algo así, pero lo cierto es que esperaba la llegada de refuerzos y la ayuda de los persas y, al ver que estos no llegaban, huyó de Palmira con su hijo a lomos de un camello y trató de llegar a un lugar seguro en Persia.
Cuando Aureliano entró en Palmira y descubrió que ella se había marchado, envió la caballería para detenerla y fue hecha prisionera mientras intentaba cruzar el río Éufrates. La llevaron de regreso ante Aureliano encadenada, donde proclamó su inocencia y culpó de sus acciones a los malos consejos que le habían dado sus asesores, principalmente Casio Longino, quien fue rápidamente ejecutado. Después se llevaron a Zenobia a Roma.
Los últimos días de Zenobia
Lo que le sucedió después difiere según las versiones de la historia. Según Zósimo, ella y su hijo se ahogaron en el Bósforo mientras eran transportados a Roma, pero también afirma que ella llegó a Roma sin su hijo, donde fue juzgada y absuelta, después de lo cual vivió en una villa y finalmente se casó con un romano.
La Historia Augusta relata que fue llevada por las calles de Roma, encadenada y cubierta de joyas, durante el desfile triunfal de Aureliano, después del cual fue liberada y le dieron un palacio cerca de Roma donde "pasó sus últimos días en paz y lujo". Zonaras afirma que la llevaron de regreso a Roma, que nunca la hicieron desfilar encadenada por las calles y que se casó con un marido romano rico, mientras que Aureliano se casó con una de sus hijas.
Al-Tabari, como los demás autores árabes, no menciona en absoluto a Aureliano ni a Roma en su narrativa. En el relato de Al-Tabari, Zenobia asesinó a un jefe tribal llamado Jadhima en su noche de bodas, y su sobrino buscó venganza. El sobrino la persiguió hasta Palmira, donde escapó en camello y huyó al Éufrates. Previamente había ordenado la construcción de un túnel bajo el río, por si sus planes fallaban y tenía que escapar, túnel por el cual, según la versión de este historiador, estaba a punto de escapar cuando fue capturada. Luego se suicidó bebiendo veneno o según una segunda versión de la historia, fue ejecutada.
El final de la vida de Zenobia, por tanto, depende de qué fuente se considere más creíble. La Historia Augusta se ha considerado durante mucho tiempo como una fuente poco confiable que a menudo inventa fechas, eventos e incluso personas con el fin de ofrecer una imagen determinada de los reinados de los emperadores romanos de los que trata. Stoneman escribe:
La Historia Augusta nos brinda abundante información sobre varios aspectos de sus intereses y carácter, aunque debemos recordar que pocos de los coloridos detalles que nos ofrece la obra deben ser creídos, ya que el autor, como muchos historiadores antiguos, escribió lo que sintió debería haber sido cierto. (112)
Los relatos de Zonaras, y especialmente el de Zósimo, se consideran más fiables, y parece probable que Aureliano la hubiera llevado a Roma, pero es posible que no la hubiera incluido en el desfile de su triunfo. Aureliano estaba muy preocupado por lo que podrían pensar los romanos de su victoria sobre una mujer y también de la vergüenza de Roma al permitir que una mujer se volviera tan poderosa como para tener en sus manos un tercio del imperio.
Parece poco probable que hubiera querido más atención sobre Zenobia de la que fuera necesaria, y la famosa historia de su desfile por Roma con cadenas de oro, que ha sido representada en la pintura y la escultura desde entonces, muy seguramente es una ficción. La historia de su juicio, absolución y vida posterior en Roma es, por tanto, la más verosímil. No hay registro sobre cuándo o cómo murió, pero ninguna fuente occidental indica que fue ejecutada, y se cree que esta versión de su muerte se introdujo en su leyenda a través de las versiones árabes de su historia.
Zenobia se convirtió en una de las figuras más populares del mundo antiguo en las leyendas de la Edad Media, y su legado como gran reina guerrera y gobernante inteligente, rodeada de los hombres más sabios de su tiempo, tuvo una influencia en pintores, artistas, escritores e incluso monarcas posteriores como Catalina la Grande de Rusia (que reinó entre 1729-1796), quien se comparó a sí misma con Zenobia y a su corte con la de Palmira. La historia de su vida se transmitió en gran medida a estas generaciones posteriores a través de la Historia Augusta y de la obra de Gibbon, las cuales presentaban a la reina de Palmira como una honorable y digna adversaria de Roma y una gran heroína del mundo antiguo, y así es como todavía se la recuerda hoy.