Dios

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Definición

Rebecca Denova
por , traducido por Waldo Reboredo Arroyo
Publicado el 15 noviembre 2022
Disponible en otros idiomas: inglés, árabe, francés, turco
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The Creation of Adam by Michelangelo (by Alonso de Mendoza, Public Domain)
La Creación de Adán, de Miguel Ángel
Alonso de Mendoza (Public Domain)

«Dios» es la palabra que se suele emplear para identificar a un ser superior presente en el universo, que trasciende a nuestro mundo, creador de toda la existencia, y que rige junto a divinidades de menor jerarquía (los ángeles). En griego, theikos («divino») significaba asemjearse a un dios en cuanto a atributos y poder. Así, se define la teología como el estudio de la naturaleza de Dios y de Su relación con los humanos.

La palabra inglesa «god» tiene su origen en un término alemán empleado en el Christian Codex Argenteus, «gudan» («llamar», o «invocar» a un poder). En español «dios» proviene del latín «deus», derivado del indoeuropeo deiw- «brillar», deiwos «dios». En las tradiciones occidentales «Dios» es el Dios del judaísmo, del cristianismo y del islam. Las tres religiones forman parte de las creencias abrahámicas, debido a que todas afirman que Dios se reveló al antiguo patriarca Abraham. Las biblias escritas en español diferencian a Dios de todos los demás dioses con el empleo de la mayúscula inicial D.

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Las culturas de la antigüedad

Los antiguos conceptos acerca del universo definían la existencia del cielo (la morada de los dioses), la tierra (el lugar de los humanos), y el inframundo (la mansión de los muertos). Los dioses tenían la posibilidad de trascender los tres niveles. Muchas tribus de la antigüedad promovían a un dios o diosa de la localidad al estatus de fundador de sus clanes. A algunas divinidades se las elevaba a diosa o dios supremo, o rey o reina de los dioses, los cuales regían sobre diversas jerarquías de poder del universo.

el dios de israel actuó solo, sin consorte femenina, a Través de la palabra.

Las religiones de la antigüedad también incorporaban mitos sobre la creación, que describían la manera en que, por lo general a partir del caos, se había engendrado todo lo que existía en el universo, incluida la formación de los primeros humanos y de sus sociedades. Los mitos autenticaban las leyes de la época, los rituales, las formas de comportamiento, y los roles de género, los cuales en su totalidad se consideraban códigos sagrados, al haber sido generados por los dioses.

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Los pueblos de la antigüedad se comunicaban con sus dioses por medio de la iluminación divina (rituales y prácticas de adivinación). Los oráculos lo mismo podían ser personas en estado de trance o lugares a través de los cuales se expresaba una deidad. El equivalente judío del oráculo eran los profetas, a quienes Dios poseía para hablar a su pueblo y transmitirle mensajes. Las biblias diferenciaban las palabras de Dios con la introducción de la frase «Así dice el Señor», y a continuación se les aplicaba una sangría y una estructura poética a las oraciones.

El Dios de Israel

El libro de Génesis de las escrituras judías elevó a Dios a la posición de deidad suprema de la futura nación de Israel. Dios creó y puso bajo su dominio a todos los elementos conocidos del universo y de la tierra. El Dios de Israel actuó solo, sin consorte femenina, mediante el uso de la palabra: «Y dijo Dios: “Sea la luz…”» (Génesis 1:3). No era única esta manera de obrar: la religión del antiguo Egipto afirmaba que Ptah, dios hacedor, creaba a través de la palabra. Dios creó a la primera pareja humana, Adán y Eva, a quienes ordenó que fructificaran y se multiplicaran.

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En el capítulo 12 de Génesis se describe un momento de suprema importancia en el que se convoca a Abraham en Ur, Mesopotamia, a ser padre de una gran nación y a recibir la favorecida tierra de Canaán para sus clanes y rebaños, hito que quedó marcado por el cambio de nombre de Abram a Abraham. Sus descendientes gozarían de protección y prosperidad siempre que honraran y obedecieran a este Dios particular. Dios les ordenó a Abraham y a sus descendientes que se circuncidaran, lo que serviría como indicativo físico de carácter permanente para distinguir a este grupo de las demás naciones.

Circumcision
Circuncisión
Lawrence OP (CC BY-NC-ND)

Los pueblos de la antigüedad realizaban contratos con sus dioses, en los cuales se detallaban las obligaciones de cada parte. De la palabra hebrea «cortar» proviene el término «convenio», un acuerdo que refleja el ritual de cortar a la mitad al animal sacrificial, mientras se pronuncia un voto a una deidad. Existen varias historias acerca de los convenios que el Dios de Israel estableció con su pueblo: los pactos con Noé, Abraham, Moisés, y con el Rey David.

El

El (en plural: elohim) era una forma común de designar el poder divino en algunos de los textos más antiguos de la región, escritos en las lenguas hitita, ugarítica, paleo-hebrea, canaanita y aramea. En ocasiones se interpretaba El como «el dios», para distinguirlo de otros, y a menudo se asociaba a la creación. Con frecuencia El se combinaba con un atributo. Dios se describe como El-Shaddai, («Dios todopoderoso») en la segunda ocasión en que llama a Abraham, en Génesis 17:1. En Génesis 14:18-20, Abraham acepta una bendición de El Elyon («el supremo») proveniente de Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de este dios. Los seguidores de este Dios pasaron a ser los israelitas: «No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido». (Génesis 32:28)

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Mientras duró la ocupación persa del siglo VI a.C. se hizo común el término «judío», derivado de Yehudi, «los del reino de Judá». Durante la época del monarca Acab, quien reinó junto a su esposa Jezabel (871-852 a.C.) en el norte de Israel, ocupaban un lugar prominente los ba´al, deidades de la familia de la reina y dioses del Levante y de Canaán. A causa de los trabajos de los profetas Elías y Eliseo descritos en el libro de Reyes, el Dios de Israel fue elevado lo que puede considerarse como dios nacional. En Isaías se encuentra el concepto de Dios en calidad de deidad universal. «¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra?». (40:28)

Isaiah
Isaías
Michelangelo (CC BY)

Politeísmo y monoteísmo

A partir de la época de la Ilustración, las religiones del mundo se clasifican entre los polos extremos del politeísmo, definido como el reconocimiento y veneración a más de un dios, y el monoteísmo, determinado por la creencia en un dios único. Por su parte el panteísmo conviene en la existencia de varios dioses de distintos niveles de autoridad, y henoteísmo significa la elevación de un dios por encima de muchas deidades de menor categoría.

La aplicación de estos términos al mundo de la antigüedad resulta cuestionable, porque ninguno se ajustaba a la situación que entonces imperaba. Sería mejor decir que en la época antigua se practicaba el pluralismo religioso. No resultaba contradictorio practicar diversos cultos dedicados a distintos dioses. Las personas no estructuraban los conceptos de creencia (del griego: pistis, «lealtad») o de fe en la forma en que hoy se conciben. Creían en sus dioses, pero la importancia crucial radicaba en la correcta realización de los rituales y sacrificios, en cumplimiento de lo que los dioses habían legado a los ancestros. El concepto de monoteísmo no existía en la antigüedad; todos los pueblos de la época, incluso los judíos, eran politeístas.

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Los judíos de antaño concebían que en el cielo existía una jerarquía de poderes, que incluía una corte celestial: «hijos de Dios» (Génesis 6:4), ángeles, arcángeles, querubines y serafines. Los judíos también reconocían la existencia de divinidades inferiores o demonios, e introdujeron el concepto del ángel caído, que dio origen a Satanás, el Diablo.

En las escrituras judías el Dios de Israel, como creador primigenio, fue el responsable de engendrar a «los otros dioses». En ellas se hacen reiteradas referencias a la existencia de los dioses de las naciones: «No andaréis en pos de dioses ajenos…» (Deuteronomio 6:14); «Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga». (Salmos 82:1). La historia del éxodo judío de Egipto presenta a Dios en combate contra los dioses de esa nación para demostrar quién controlaba a la naturaleza, episodio que carecería de sentido de no reconocerse la existencia de otras deidades.

Moses Receives the 10 Commandments
Moisés recibe los Diez Mandamientos
Gebhard Fugel (Public Domain)

La historia que da origen a la idea que los judíos practicaban el monoteísmo es la de la recepción por Moisés de los diez mandamientos que Dios le entrega en el Monte Sinaí: «Yo soy Jehová tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí». (Éxodo 20:2-3). El pasaje no significa que no existieran otros dioses, sino que constituye un mandato que obliga a los judíos a que no veneren a otros dioses. En el mundo actual se combinan adoración, creencia y veneración, pero en el de la antigüedad adorar significaba sacrificar. Los judíos tenían el derecho de elevar plegarias a los ángeles y a otros poderes celestiales, pero solo podían ofrendar sacrificios al Dios de Israel. Este mandamiento marcaba una de las diferencias más importantes entre los judíos y los demás cultos étnicos tradicionales. La prohibición de emplear imágenes reforzaba esa diferenciación: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra». (Éxodo 20:4)

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Yahvé (Jehová)

Cuando Moisés se halla frente a una presencia en el Monte Sinaí y le pregunta su nombre, «…respondió Dios a Moisés: “Yo Soy el que Soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me envió a vosotros”». (Éxodo 3:14). El hebreo antiguo se escribía solo con consonantes, los sonidos de las vocales se articulaban, pero sus letras se añadieron con posterioridad. Yahweh (Jehová) proviene de las cuatro consonantes incluidas en «Yo Soy el que Soy» (YHWH), que además se conoce como el tetragrámaton, o nombre sagrado de Dios.

En hebreo ehyeh asher ehyeh es la primera persona del verbo «ser». Una forma de comprender la esencia del nombre es la de relacionarlo con un verbo de acción. Se trata de un Dios que actúa, en específico al intervenir en distintas ocasiones en el reino terrenal de su pueblo. El «Yo Soy» también indica que se basta a sí mismo, que actúa solo, y que es el creador primordial que no depende de otros poderes.

jehová pudo haberse venerado mucho antes de la historia de moisés

Sin embargo, Jehová aparece en una inscripción egipcia anterior, conmemorativa de las victorias del faraón Amenofis III (c. 1400 a.C.), que cita a los «enemigos de la tierra de Shasu perteneciente a Jehová». Shasu era un grupo específico de nómadas que pudieron ser los israelitas, los cuales habrían adoptado a Jehová como deidad mucho antes de la historia de Moisés. El rey moabita Mesha, del siglo IX a.C., se jactaba en una estela que había erigido, de haber derrotado al rey de Israel y de haberse apoderado de las urnas de Jehová.

Jerusalén y el culto del templo

Los libros de Josué y de Jueces describen el período de la Edad de Hierro (1200-600 a.C.) en que los israelitas pertenecían a una confederación formada por los descendientes de los doce hijos de Jacobo. Moisés había colocado las tablas de la ley en un cofre de madera, el Arca del Convenio, que albergaban en una tienda desmontable durante los años de marcha a través del desierto. Para evitar celos e intentos de predominio, los sitios del culto se distribuían entre las distintas ramas de las tribus, las cuales se turnaban para custodiarlos.

El rey Salomón (970-931 a.C.) construyó el primer templo en Jerusalén, ciudad que su padre, el rey David, había conquistado. Se acredita al rey Josías (640-609 a.C.) la reforma del culto, de la que resultaron la eliminación de las prácticas locales y la concentración en este único templo de la adoración exclusiva a Jehová. Algunos investigadores consideran que es este el momento en que se introduce Deuteronomio 6, plegaria que bajo el nombre de Shema Yisrael, llegaría a ser la más importante del judaísmo: « Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es».

Solomon's Temple, Jerusalem
Templo de Salomón, Jerusalén
Unknown Artist (Public Domain)

El Arca del Convenio se trasladó al Santo de los Santos, el santuario interior del templo. A Moisés se le manifestó: «…de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel». (Éxodo 25:22). El Arca, bien en función de trono o de escabel, representaba la presencia de Dios en el templo, lo cual lo hacía sagrado, y por lo tanto requería que al aproximarse a él, se cumplieran las reglas de pureza expresadas en el libro Levítico.

Apariencia y atributos

El Dios de Israel no admitía íconos, no se representaba mediante estatuas ni otros tipos de imágenes, pero las analogías simbólicas o literarias no quedaban excluidas. De hecho muchas efigies de Jehová anteriores a la reforma, procedentes en particular del norte de Israel, emplearon la imagen de un toro común (becerros de oro de Jeroboam en 1 Reyes), que era símbolo de fertilidad.

En Génesis 1:26-27, se lee:

Entonces dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Una interpretación más moderna de este pasaje relaciona imagen con función. Como Dios señoreaba sobre toda la creación, el hombre y la mujer gobernarían en calidad de sirvientes sustitutorios de Dios, encargados del cuidado de la tierra. Dada la forma en que en la antigüedad se estructuraban en el plano social los géneros y los roles de género, el Dios de Israel se describía siempre como varón. Se asignan a Dios muchas figuras antropomórficas, tales como la faz de Dios o Su mano.

God Creating the Sun, Moon & Planets, Sistine Chapel
Dios crea el Sol, la Luna y los planetas, Capilla Sixtina
Michelangelo (Public Domain)

En lugar de representar a Dios de manera literaria, por lo común se lo describe como omnipotente (todopoderoso), omnisciente (que todo lo sabe), y omnipresente. El concepto de omnipresencia es coherente con la idea de trascendencia, la habilidad de extenderse o comunicarse a otras áreas espaciales del universo conocido. La característica de inmanencia justifica que en ocasiones el Dios de Israel se manifestara de distintas maneras en la tierra, lo mismo para salvar que para castigar a su pueblo. Dios utilizaba a los profetas para instar a su pueblo al arrepentimiento en caso que pecara o desatendiera los mandamientos.

El judaísmo helenístico

Tras las conquistas de Alejandro Magno (que reinó de 336 a 323 a.C.), la cultura, la religión, y el gobierno griegos se introdujeron en el Mediterráneo oriental. Los judíos mejor educados podían formar parte de las diversas escuelas griegas de filosofía. Mediante el empleo de las herramientas literarias de la metáfora y la alegoría, los filósofos promovían la idea de un dios supremo primigenio que trascendía los parámetros físicos del universo. Como esencia pura y de bondad, este ser no creaba, sino que emanaba poderes de menor categoría que eran los responsables de la creación. La unicidad del dios supremo formaba parte integral con todo el universo: estaba presente en la naturaleza, en todo lo material, y en los humanos, en la noción de alma. La interconectividad se lograba a través de la emanación del aspecto divino del logos, término que se traduce como «racionalidad», o en ocasiones «palabra».

El filósofo judío Filón de Alejandría, que escribía en las primeras décadas del siglo I d.C., presentaba al judaísmo bajo la luz de los principios filosóficos griegos, y afirmaba que el dios supremo era el Dios de Israel. De emplearse una alegoría, Moisés podría interpretarse como el logos, proveedor de un sistema o fundamento, y de una racionalidad, por medio de la ley mosaica.

El cristianismo: un segundo Dios

En las décadas de los años 20 y 30 del siglo I d.C., Jesús de Nazaret, bajo la forma de profeta tradicional, comenzó a predicar la inminencia del Reino de Dios sobre la tierra. Debido a que Jesús daba por real un reinado que no era el de Roma, el procurador romano Poncio Pilato lo ejecutó por crucifixión, castigo que se aplicaba a los traidores. Tras el juicio y crucifixión de Jesús de Nazaret, sus seguidores declararon que había resucitado de entre los muertos, así como que para gloria Suya, se sentaba en los cielos, al lado de Dios. (Hechos 7)

Crucifixion by Giovanni Bellini
«Crucifixión» de Giovanni Bellini
Web Gallery of Art (Public Domain)

Los primeros registros literarios que se tienen acerca de lo que luego sería el cristianismo, se encuentran en las cartas de Pablo el Apóstol (c. 50-60 d.C.). Pablo, un fariseo que había experimentado una visión de Cristo en los cielos (Christos, término griego de mesías), aseveró que se le había encargado ser apóstol (heraldo) de los gentiles, nombre por el que se conocía a los pueblos que no eran judíos. Conforme a los profetas, los gentiles podrían unirse a Israel en el momento en que Dios instituyera su reinado sobre la tierra. No tenían que llevar las mismas señales de identidad que los judíos (la circuncisión, las reglas de alimentación, la observación del Sabbat), pero las comunidades de Pablo estaban obligadas a cesar de ofrendar sacrificios a los dioses tradicionales, lo cual en esa etapa no equivalía a monoteísmo. Pablo respaldaba la existencia de otros dioses, si bien en ocasiones interferían con su misión y los reprendía, pero la ofrenda de sacrificios a otras deidades no era coherente con su concepto de salvación.

Pablo introdujo una innovación en las tradiciones judías. Cristo había preexistido y estado presente junto a Dios desde la creación. Dios se había humillado para manifestarse como hombre en la tierra y se había inmolado para expiar el pecado de Adán, quien había traído la muerte a la tierra (Romanos 5). Se «…le dio un nombre que es sobre todo nombre…» (el tetragrámaton, Yahweh [Jehová]), para que al escuchar el nombre de Cristo «…se doble toda rodilla…», en cumplimiento de la ancestral costumbre de inclinarse ante las imágenes de los dioses (Filipenses 2). Pablo empleó el concepto judío de la desinteresada generosidad de Dios: el propio Dios era quien se había manifestado en el Jesús terrenal. Esta era la razón por la que Jesús merecía ser venerado. El prefacio del Evangelio de Juan empleó la idea del logos divino en lo que devino doctrina de la encarnación (la adopción de la carne por Cristo).

En el siglo II d.C. se separa el cristianismo del judaísmo como resultado de la labor de los líderes cristianos, quienes para entonces ya no tenían conexiones étnicas con la religión judía. Mantuvieron la tradición del Dios que se encontraba en las Escrituras, pero la combinaron con aspectos del dios supremo de la filosofía. En aquella época Roma perseguía a los cristianos por su rechazo a participar en los cultos imperiales del estado. Con anterioridad, Julio César (100-44 a.C.) había eximido a los judíos de participar en esas celebraciones y los cristianos, que se consideraban a sí mismos verus Israel, «los verdaderos judíos» del convenio con Dios, solicitaron a los magistrados y al emperador romano que se les otorgara la misma exención. Los Padres de la Iglesia, mediante el empleo de alegorías, podían «probar» que toda la historia y las narrativas de Israel, las Escrituras, indicaban la preexistencia de Cristo. Lo que distinguía a los cristianos de los judíos era que los cristianos ya no se consideraban sujetos a la letra de la Ley de Moisés, porque Dios había establecido un nuevo convenio con su pueblo mediante el cual había terminado con las prácticas tradicionales. Además, al propio tiempo, a causa de la prohibición de la idolatría, el cristianismo se separó de la cultura dominante.

La Trinidad

El cristianismo primitivo experimentó una serie de interminables debates y conflictos que enfrentaban el reconocimiento de que Dios era único con la simultánea ratificación de la divinidad de Cristo y su adoración. Un presbítero de Alejandría, Arrio, predicaba que si se creía que todo lo que existía en el universo se había creado por el Dios de Israel, en algún momento este tenía que haber creado a Cristo, lo cual lo convertía en criatura subordinada a Dios. Como resultado de estas enseñanzas se produjeron disturbios en algunas ciudades, y Constantino I (que reinó de 306 a 337 d.C.) convocó el Primer Concilio de Nicea en el 325 d.C. Para mantener la tradición judía de venerar a un Dios único, los cristianos fabricaron el concepto conocido como Trinidad, el cual describía la relación entre Dios y Cristo, el origen de Cristo, y una esencia denominada Espíritu Santo.

Holy Trinity
La Santísima Trinidad
Fr Lawrence Lew, O.P. (CC BY-NC-ND)

El debate se redujo a dos alternativas: ¿era Cristo homo-iousios, de esencia similar a la del padre, o era homo-ousios, de idéntica sustancia que la del padre? (Cabe resaltar que la diferencia entre estas dos palabras está restringida a una «i», una iota). El Concilio se decidió por la segunda opción, según la cual Dios y Cristo eran de idéntica esencia (sustancia) y Cristo era una manifestación del propio Dios en la tierra. Con los obispos aún presentes, Constantino los conminó a formular lo que después se conoció como el Credo de Nicena (de la palabra credo, que significa «yo creo»). La decisión introducía una innovación, ya que en el mundo antiguo no había existido una autoridad central que dictara lo que todos debían creer. Ahora, en su capacidad de jefe de estado y de la iglesia, Constantino poseía la autoridad para imponer una creencia a todos los cristianos. Para un sistema en que los sacrificios tradicionales y los rituales habían quedado eliminados, la creencia se había convertido en un concepto de extraordinaria importancia.

En el judaísmo tradicional el «espíritu de Dios» se concebía como un poder que Dios otorgaba a individuos y acciones, similar al espíritu que había animado a Adán al ser creado y al que se posesionaba de los profetas. Desde los inicios del movimiento cristiano los creyentes habían experimentado este poder como un regalo proveniente de Dios que les permitía hacer profecías, enseñar, hablar en lenguas, sanar y levantar a los muertos. El credo mantenía que Dios era uno, pero con tres aspectos: Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo.

Dios en el islam

El islam emergió como un movimiento reformista tanto del judaísmo como del cristianismo, revelado al profeta Mahoma en la península de Arabia, durante el siglo VI d. C. Con toda probabilidad el Alá árabe se derivó de al-ʾilāh, «el Dios», relacionado con el. Ilah significaba «deidad», y la adición de al distinguía a esta deidad de las demás. Se presume que el Corán, que se considera sagrado, se creó al asentar las revelaciones en forma escrita.

El concepto dominante de Alá es tawhid, «unicidad», lo cual se declara en uno de los pilares del islam, la shahada, que establece que no existe otro dios sino Dios y que Mahoma es Su profeta. «Di: Él es Alá, el Único; Alá, el independiente e implorado por todos. No engendra ni es engendrado; y no hay nadie que sea igual a Él» (112:4). Cualquier concepto o actividad que parezca idolatría constituye shirk («fabricar un coadjutor»). En el islam no existen sacerdotes oficiales, puesto que no existen intermediarios entre Dios y los humanos. Los imames son guías espirituales de las comunidades. El islam sostiene que los ángeles existen como mensajeros de Dios y honra a los patriarcas de la tradición y a los profetas, de los cuales el último es Mahoma.

Si bien emplea los principios masculinos del árabe, Dios no posee partes corporales físicas ni género y lo trasciende todo: «…No hay nada que se parezca a Él; Él es Quien todo lo oye, Quien todo lo ve». (42:11). La noción de Qadim («antiguo») implica eternidad, que no tiene principio ni fin; no se pueden aplicar límites ni medidas normales a Dios. Por lo tanto, se mantuvo la prohibición de las descripciones antropomórficas, la idolatría y las imágenes, porque constituían intentos parciales de representar algo que es sublime, completo y único. Alá es fuente primordial de existencia, causa no causada que creó todo a partir de nada, es inmutable y perfecto. Las descripciones más populares de los atributos de Alá son «compasivo» y «misericordioso». De igual forma que el judaísmo y el cristianismo, el islam promueve la idea de un reino futuro de Alá sobre la tierra, y del juicio final.

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Bibliografía

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Sobre el traductor

Waldo Reboredo Arroyo
Interesado en el estudio de las migraciones, costumbres, las artes y religiones de distintas culturas; descubrimientos geográficos y científicos. Vive en La Habana. En la actualidad traduce y edita libros y artículos para la web.

Sobre el autor

Rebecca Denova
Rebecca I. Denova, Ph D. es catedrática emérita de Cristianismo Primitivo en el Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Pittsburgh. En julio de 2021 se publicó su libro de texto titulado «The Origins of Christianity and the New Testament» (Wiley-Blackwell).

Cita este trabajo

Estilo APA

Denova, R. (2022, noviembre 15). Dios [God]. (W. R. Arroyo, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/1-10299/dios/

Estilo Chicago

Denova, Rebecca. "Dios." Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. Última modificación noviembre 15, 2022. https://www.worldhistory.org/trans/es/1-10299/dios/.

Estilo MLA

Denova, Rebecca. "Dios." Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 15 nov 2022. Web. 20 dic 2024.

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