Julia Domna (160-217 d.C.) nació en la actual Siria y fue emperatriz de Roma durante el principado de su esposo, el emperador romano Septimio Severo (de abril del 193 a febrero del 211 d.C.). También fue la madre de los emperadores Geta (quien gobernó del 209 al 211 d.C.) y Caracalla (del 198 al 217 d.C., y en solitario del 211 al 217 d.C.), a quienes convenció para que aceptasen gobernar juntos tras la muerte de Severo, cumpliendo así los deseos del emperador. Julia adquirió notoriedad en la política imperial, especialmente tras la muerte de su esposo; de hecho, según Dión Casio, Caracalla le concedió amplias libertades para administrar el imperio en su ausencia, durante sus prolongadas campañas militares. Desde el 212 hasta el 217 d.C., con Caracalla como único emperador tras el asesinato de Geta, Julia atendió peticiones, presidió recepciones públicas y gestionó la correspondencia oficial; es más, Caracalla hacía constar el nombre de su madre junto al suyo en sus cartas al Senado. La historiadora Julia Langford cuestiona la magnitud real del poder de Julia en su libro sobre del papel que desempeñó esta emperatriz en la ideología y la propaganda de la dinastía Severa.
Julia era una mujer de gran cultura e ingenio político. Es posible que Severo hiciese buen uso de la sagacidad de su esposa durante su ascenso al poder en el año de los cinco emperadores (193 d.C.) y también a lo largo de todo su gobierno. La emperatriz amparó a artistas, pensadores y sabios de diversas ramas del conocimiento, de quienes se hacía aconsejar, hasta crear un influyente círculo en la corte dedicado al cultivo de la filosofía. Acompañaba con frecuencia a Severo en sus campañas, por lo que a partir del 195 d.C. recibió el título de Mater Castrorum, esto es, «madre de los campamentos militares», si bien Langford sostiene que solo recibió tal nombramiento para granjearse el favor del ejército romano. Más adelante, a este título se sumaron el de Mater Augustorum, Mater Castrorum, Mater Senatus y Mater Patriae (madre de los Augustos, de los campamentos militares, del señado y de la patria). Una crónica afirma que Julia ostentó más títulos que ninguna otra emperatriz de Roma.
Los primeros años de su vida
Julia nació en la ciudad de Emesa (la actual Homs), Siria, en el 160 d.C. y su cognomen, Domna, significa "negra". Provenía de la familia real de Emesa, que era entonces un importante centro religioso y comercial, de hecho, los antepasados de Julia reinaron en Emesa hasta finales del siglo I d.C. Se trataba de una familia rica y con buenos contactos políticos; su padre era sumo sacerdote en el templo del dios solar El-Gabal (latinizado como Heliogábalo), y su hermana mayor, Julia Mesa, acabaría siendo abuela de dos emperadores. El tío de su padre, Julio Agripa, fue un hombre acaudalado que había llegado a ser centurión de alto rango en una legión y que a su muerte le dejó todo su patrimonio a Julia Domna.
Matrimonio y ascenso como emperatriz
En torno al 180 d.C. Septimio Severo, un general libio del ejército romano que había enviudado, llegó a Siria siguiendo las indicaciones de un augurio que había profetizado que Severo encontraría allí a su segunda esposa. En Siria, Severo conoció a Cayo Julio Basiano, padre de Julia y sacerdote supremo del Templo del Sol, que le presentó a su hija menor, todavía soltera. El horóscopo de Julia Domna había vaticinado que se casaría con un rey, y esto fue irresistible para el supersticioso Severo. Se casaron en el 187 d.C.
En el 193 d.C. surgió la oportunidad para que Severo cumpliese esta profecía. La guardia pretoriana, irritada ante la disciplina impuesta por el nuevo emperador Pertinax (quien gobernó en el 193 d.C.), lo asesinó y subastó el trono imperial al mejor postor, un senador llamado Juliano (quien gobernó en el mismo año). El pueblo de Roma desaprobaba este nuevo régimen y la noticia se extendió por las provincias, donde tres generales, entre ellos, Severo, se declararon contendientes al trono. Severo, que superaba a los demás en capacidad diplomática y propagandística y que como gobernador de una provincia germana se encontraba más cerca de Roma, marchó sobre la capital del imperio y fue reconocido emperador por el Senado. Con ello se puso punto final al periodo conocido como el Año de los Cinco Emperadores.
Papel durante el gobierno de Severo
Tras el ascenso de Severo al trono en el 193 d.C., Julia dirigió resolutivamente la cimentación del poder imperial de su familia, pero competía en influencia con el prefecto del pretorio de Severo, Plauciano, hasta el punto de llegar a ser enjuiciada por acusaciones de adulterio. No obstante, parece que salió victoriosa de esta lucha de poder, puesto que Plauciano fue ejecutado en el 205. d.C. por conspirar para derrocar a la familia de Severo.
Julia también es conocida por acompañar a Severo en sus viajes por el imperio, especialmente a Oriente. Es probable que estuviese con él cuando Severo sofocó las reivindicaciones al trono de su rival Pescenio Níger en el 194 d.C., y también durante sus posteriores campañas contra los partos, a partir del 197 d.C., para reprimir a los insumisos que habían respaldado a Níger. Según Hiesinger, muchas de las inscripciones que se pueden encontrar en Siria relativas a Julia pueden datar de este año.
Julia utilizó su posición para entrar en contacto con los principales filósofos y artistas y para impulsar sus obras e ideas. Una muestra es el famoso relato de Filóstrato, uno de los miembros de su círculo, que en su Vida de Apolonio de Tiana (un sabio pitagórico errante del siglo I d.C.) cuenta cómo la emperatriz le encargó que introdujese ciertas mejoras en la obra que se conservaba de Apolonio.
La muerte de Severo
Julia estaba en Eboracum (York) con Severo cuando este murió de una enfermedad en el año 211 d.C., momento en que, cumpliendo con el testamento, los hijos que había tenido con Julia, Caracalla y Geta, asumieron el trono de manera conjunta. Este sistema no duró mucho dada la animosidad entre los hermanos, que vivían en extremos opuestos de la ciudad. Existen pruebas de que Caracalla y Geta conspiraron el uno contra el otro y de que ambos temían por su vida, pero Julia intentó mediar entre sus hijos, así que cuando Caracalla le expresó su deseo de reconciliarse con Geta, dio su consentimiento para que concertase una reunión con su hermano en los aposentos privados de ella.
Pero era un engaño: en la reunión, los centuriones de Caracalla se abalanzaron contra Geta y lo apuñalaron hasta darle muerte. Según el relato de Dión Casio, Geta murió en los brazos de Julia, y ella misma estaba tan cubierta con la sangre de Geta que no se percató de que, en el ataque, había resultado herida en una mano. Después de la muerte de Geta, Caracalla se convirtió en el único emperador de Roma e instituyó inmediatamente una damnatio memoriae contra su hermano. Este término culto latino es posterior, significa literalmente ‘condena de la memoria’, y consistía en prohibir que una persona apareciese en las crónicas oficiales romanas. Con frecuencia también implicaba la destrucción de imágenes (como en el tondo Severiano que se muestra arriba) y la prohibición de mencionar siquiera su nombre. Ante esta medida política, probablemente era muy arriesgado para Julia expresar su pena por la muerte de su hijo menor, incluso en privado, a riesgo de que Caracalla también la mandase asesinar a ella.
Papel durante el reinado de Caracalla
A pesar de todo, Caracalla confió a Julia gran parte de la administración del imperio mientras él perseguía sus objetivos en política exterior y supervisaba la brutal campaña contra los seguidores de Geta y cualquiera que pudiese considerar una amenaza. Julia desempeñó estas tareas mayormente desde Antioquía, una de las principales ciudades sirias, cercana a su nativa Emesa.
Caracalla marcharía pronto en campaña, abandonando la ciudad, a la que ya nunca volvería durante el resto de sus seis años como emperador. Se encontraba en Siria, en el 217 d.C., no muy lejos del lugar de nacimiento de su madre, cuando sus soldados se amotinaron y lo asesinaron. Al recibir las noticias en Antioquía, Julia intentó suicidarse por inanición. Su reacción no se debió tanto a la pérdida de su hijo mayor, sobre cuyo carácter no se engañaba, como a lo inconcebible de volver a ser una ciudadana cualquiera después de tantos años en el poder.
Macrino (quien gobernó del 217 al 218 d.C.), el cerebro detrás el asesinato de Caracalla y, ahora, nuevo emperador, al principio elogió a Julia, enviándole sus buenos deseos y manteniendo su corte y su cohorte de guardias. Según Dion Casio, Julia empezó a imaginarse gobernando Roma en solitario, y urdió una conjura para usurpar el poder imperial y deshacerse de Macrino. Su plan no funcionó; Macrino supo de la conspiración y ordenó a Julia que abandonase Antioquía.
Muerte
Ante la perspectiva de regresar a una vida privada y temerosa de su propia seguridad, Julia decidió quitarse la vida y, esta vez sí, se suicidó por inanición. Las verdaderas circunstancias de su muerte siguen siendo inciertas, pues según Dión Casio, Julia también se encontraba en aquellos momentos en las últimas fases de un cáncer de mama. En cualquier caso, a la edad de 57 años, poco después del asesinato de Caracalla, Julia también había muerto. Sus restos se enterraron inicialmente en el mausoleo de Augusto, pero su hermana Julia Mesa los trasladó después, junto con los de Caracalla y Geta, al mausoleo de Adriano, que ya albergaba las cenizas de Severo.
Julia Domna fue deificada por Heliogábalo, su sobrino nieto y sucesor de Macrino, y, según Benario, se le rindió culto por todo el imperio con distintos títulos locales. Su influencia todavía se debate, pero, tal y como observa Hiesinger, no cabe duda de que fue «una de las emperatrices más poderosas y activas de la historia de Roma». (40)