Juno era la diosa romana protectora de la nación en conjunto, pero también velaba especialmente sobre todos los aspectos de las vidas de las mujeres. A menudo se la consideraba como la versión romana de la diosa griega del amor y el matrimonio, Hera. Juno era la esposa y hermana de Júpiter, el principal dios romano, y a ambos se los adoraba, junto a la diosa Minerva, en el Quirinal en Roma.
Introducción histórica
Tras una larga serie de guerras con Macedonia, el ejército romano conquistó la península griega, y, en consecuencia, la cultura helénica (arte, literatura y filosofía) fue permeando gran parte de la vida romana. Esta infiltración también se dio en la religión romana. Aunque sus nombres no cambiaron, los dioses romanos empezaron a relacionarse más estrechamente con sus equivalentes griegos: Venus se volvió más parecida a Afrodita, Plutón a Hades, Neptuno se convirtió en Poseidón y, por último, Júpiter en Zeus. Los mitos y las leyendas de la mitología romana se fueron distorsionando poco a poco, y muchos de los dioses romanos empezaron a perder su identidad y su individualidad. Sin embargo, se suele olvidar que los dioses romanos ya existían mucho antes de la llegada de los griegos, antes de que perdieran su individualidad. Y esta pérdida se puede ver claramente en Juno, la esposa y hermana de Júpiter, a quien no hay que confundir con su contrapartida griega, Hera. A todas luces, Juno era una diosa por derecho propio.
El origen y los roles de Juno
Aunque su origen exacto no está claro, Juno era una de las deidades romanas más antiguas; es decir, una de los tres dioses originales, Juno, Júpiter y Minerva, que se adoraban en el Quirinal y después en la colina capitolina. El etrusco Lucio Tarquino Prisco construyó un gran templo para homenajear a estos tres dioses que estaban estrechamente relacionados con la trinidad etrusca: Tini, Uni y Menura. Algunos escritores de la antigüedad afirman que Juno llegó a Roma en el siglo V a.C. desde la ciudad etrusca de Veyes, al norte de Roma, como Juno Regina, la reina. Recibió un templo en la colina Aventina y servía como una deidad cívica, protectora del Estado.
Muchos la conocían, entre otras, como Juno Sospita, la deidad principal de Lanuvium, una ciudad del Lacio al sudeste de Roma. Era la protectora del que estaba encerrado, y a menudo se la representaba con una piel de cabra, una lanza y un escudo. Era Juno Lucina, la luz, la diosa del parto. No se podía hacer ninguna ofrenda en su templo antes de soltar todos los nudos, porque la presencia de un cinturón podía dificultar el parto. Por último, era Juno Moneta, la diosa de la Luna, un personaje único de Roma.
Fuera cual fuera el nombre por el que se la conocía, Juno presidía sobre todos los aspectos de la vida de las mujeres. Era la protectora de las mujeres casadas legalmente. Para otras era la diosa que hacía recordar a la gente, la diosa que alertaba a la gente. Sus gansos sagrados vivían en la colina capitolina y se cuenta la leyenda de que avisaron al ejército romano bajo el mando de Manlio Capitolino cuando los galos intentaron invadir Roma en 390 a.C. Con el tiempo se construirían varios santuarios en su nombre. Sin embargo, su templo o ciudadela principal estaba en el arx, la parte norte de la colina Capitolina. Este santuario se encontraba junto a la fábrica de moneda de Roma, y la palabra "moneda" deriva de su nombre, Moneta.
La Matronalia
Al igual que muchos otros dioses y diosas, Juno tenía su propio festival, el 1 de marzo, llamado Matronalia, que era un momento de renovación y despertar de la naturaleza. Era un día en el que se esperaba que los maridos hicieran regalos a sus esposas. Se suponía que en ese día se celebraba el nacimiento de su hijo Marte, el dios de la guerra. Por extraño que parezca, el padre de Marte no era Júpiter, sino una flor mágica. Algunos escritores afirman que en realidad el festival celebraba el aniversario del final de la guerra entre los romanos y los sabinos y honraba el papel que habían jugado las mujeres. Cuando las sabinas fueron secuestradas por Rómulo estalló la guerra, pero las mujeres volvieron a establecer la armonía al arrojarse entre las dos facciones.
Juno y Cartago
Según la leyenda, había una conexión entre Juno y la ciudad de Cartago, donde se la identificaba con la diosa Tanit. Y, según el poeta romano Virgilio, el autor de La Eneida, Juno tenía otra conexión con la ciudad, al haber jugado un papel principal en la fundación de Roma, o más bien, en el retraso de la fundación de Roma. La historia de Eneas, que estaba destinado a fundar la ciudad es otro ejemplo de la estrecha relación entre los mitos griegos y romanos. Aunque Virgilio utilizó a Juno como la antagonista de la historia (al fin y al cabo, era romano), el nombre bien se podría haber sustituido por el de Hera. Según Virgilio, Eneas, el héroe troyano de la historia, y la diosa romana no se apreciaban demasiado. Juno adoraba la ciudad de Cartago y, según la profecía, su ciudad un día sería destruida por Roma, una ciudad que fundaría Eneas. Virgilio escribió: "Esta ciudad, dicen, era el hogar favorito de Juno, su preferido... aquí estaban sus armas, su carruaje... Deseaba que esta fuera, si el destino lo permitía, la metrópolis de todas las naciones". Juno pensaba que si detenía a Eneas entonces Roma nunca se fundaría y Cartago conseguiría su destino y podría controlar el Mediterráneo. Virgilio cuestionó la "ira meditabunda de Juno". Preguntó, "¿Dónde estaba la causa? ¿Cómo se hirió su divinidad? ¿Qué agravio hizo que la reina del cielo acosara tanto a un hombre conocido por su piedad... tal ciclo de calamidades? ¿Puede un ser divino ser tan perseverante en la ira? Así que Juno amaba Cartago y no quería que la futura Roma la destruyera. Sin embargo, su ira tenía un segundo motivo: el hecho de que el príncipe troyano Paris creyera que Helena era más hermosa, "despreciando" así la belleza de Juno.
Así que Juno hizo que Eneas y sus hombres desembarcaran en Cartago, donde la reina Dido se enamoró de él y le imploró que se quedara. Sin embargo, Venus, la madre del guerrero troyano, tenía otros planes. Juno dijo, "Deja que Dido se esclavice por un marido troyano, y que los tirios pasen a tu mano a modo de dote". La diosa Venus sabía que "era un lenguaje engañoso con el que Juno pretendía basar el futuro imperio italiano..." La disputa entre las dos diosas se intensificó. Por suerte para Roma, y por desgracia para la reina Dido, el dios Mercurio le recordó a Eneas su destino. Así que partió de Cartago y navegó hasta la isla de Sicilia, dejando a Dido sumida en una tristeza que acabaría llevándola al suicidio. Juno intentó varias veces más detener a Eneas: en Sicilia convenció a las mujeres troyanas de quemar los barcos. Después, una tormenta en el mar, creada por Juno, falló cuando intervino Neptuno. No porque quisiera a Eneas, sino porque le molestó que Juno interfiriera en sus dominios. Según Virgilio, "el hechizo de Junó se rompió" y los hombres consiguieron llegar a tierras italianas. El resto, por supuesto, entra dentro de la mitología de la fundación de Roma y el nacimiento de Rómulo y Remo.
Tras la llegada de la cultura griega, la mitología de la religión romana y las identidades de los dioses se confundieron unas con otras. Las historias de dioses romanos y griegos empezaron a mezclarse. Juno, a pesar de su asociación estrecha con la Hera griega, era una diosa importante por derecho propio. Era la protectora de las mujeres, y la esposa y hermana del todopoderoso Júpiter. Era la madre de Marte, el dios de la guerra. Sin embargo, con el tiempo toda la mitología en torno a los dioses (Juno, Júpiter, Neptuno y demás) desapareció con el surgimiento del cristianismo. Pero la importancia y relevancia de Juno seguirá vigente mientras la gente siga leyendo La Eneida o se sigan contando las historias de los grandes dioses de la antigüedad.