El centurión (centurio en latín) era un oficial del ejército romano cuya experiencia y valor eran factores decisivos en la manutención del orden en el campo de batalla y la consecución de los éxitos militares de Roma a lo largo de los siglos. Un centurión comandaba una unidad de alrededor de 100 legionarios, asignaba tareas, administraba castigos, y realizaba trabajos administrativos varios.
Un centurión era responsable de numerosas tareas adicionales que iban desde asignar el santo y seña del campamento a escoltar prisioneros. Los centuriones también podían ascender a altos puestos administrativos dentro del imperio, pero el nombre de centurión quedaría asociado para siempre al canoso veterano condecorado que valientemente conduce a sus hombres en el campo de batalla.
Orígenes y evolución
Según la tradición romana, el rango de centurión se remonta al primer ejército de Roma de mediados del siglo VIII a.C., el que, liderado por el legendario Rómulo, tenía 3000 hombres y 30 centuriones, cada uno de los cuales comandaba un grupo de 100 soldados de infantería, que era conocido como manipulus y tenía su propio estandarte o signa. Según Dionisio de Halicarnaso, el rango de centurión era de origen etrusco y fue incorporado al ejército romano por el rey etrusco de Roma Servio Tulio (quien gobernó c. 579-534 a.C.). El rango era otorgado al soldado más valiente en el combate.
A lo largo del tiempo la organización del ejército evolucionó, y a fines del siglo VI a.C., el ejército tenía dos legiones, cada una compuesta por 3000 hoplitas de infantería pesada, 1200 de infantería ligera, y 300 jinetes. En el siglo IV a.C. las reformas reestructuraron los manipuli y los convirtieron en unidades militares más flexibles, desplegadas en una línea triple de soldados (acies triplex), de manera que el número de infantes mandados por un centurión se redujo a 30. Así, una legión (legio) del siglo IV a.C. tenía 150 centuriones.
Polibio describe las unidades del ejército de mediados del siglo II a.C. que entonces tenía 4000 hombres por legión, la que ahora incluía hostigadores ligeros. La legión de este período estaba dividida en 30 manipuli con un total de 60 centuriae, cada una comandada por un centurión que nombraba a su propio oficial subalterno (optio). Dos centuriae formaban un manípulo y el centurión más experimentado estaba a cargo del ala derecha. De todos esos centuriones, el de mayor rango era el primus pilus, quien también participaba en el consejo militar. Después de las reformas de Mario en 107-104 a.C., el centurión que tenía el mando de la centuria a la derecha del manípulo era conocido como el prior centurio, mientras que el del ala izquierda era llamado posterior. Normalmente los centuriones formaban en la primera fila de las tropas durante la batalla, lo que ocasionaba una tasa de mortalidad desproporcionada durante la batalla.
En el siglo I a.C. el ejército fue reorganizado en cohortes (cohors), cada una con seis centuriae de 100 hombres. Cada legión tenía diez cohortes de manera que el número de centuriones en una legión siguió siendo de 60. Los títulos de prior y posterior se mantuvieron, al igual que la jerarquía basada en el tipo de soldados que mandaban – (de menor a mayor) hastati, príncipes, y pili (soldados jóvenes, experimentados, veteranos, respectivamente) como también la jerarquía de su centuriae dentro de una cohorte en particular.
Requisitos para el cargo
Tradicionalmente los centuriones provenían de la inferior clase plebeya, pero en el siglo I a.C. el rango comenzó a asociarse con los miembros de la superior clase ecuestre. El puesto se abrió a los no latinos y los centuriones podían ser nombrados a través de una elección, a través de un nombramiento por el Senado Romano o por promoción desde las filas, en este caso aquellos que demostraban gran valor o cualidades de liderazgo en la batalla. Pero en el período imperial, también se nombraron por asignación directa, sin experiencia militar previa. Hubo casos de nombramientos realizados por el mismo emperador.
A medida que el ejército romano se hizo más profesional, los requisitos para convertirse en centurión fueron más estrictos y, al menos para los grados superiores de centurión, se hicieron necesarias ciertas habilidades en asuntos administrativos, además del apoyo de un patrocinador influyente. Por otra parte, aunque la mayoría de los centuriones mantuvieron su rango a través de toda su carrera, ahora era posible que centuriones veteranos escalaran en la jerarquía y se convirtieran en tribunos, prefectos, e incluso miembros del senado. El emperador Maximino el Tracio (quien gobernó de 235 a 238 d.C.), que fue centurión bajo Caracalla (quien gobernó de 198 a 217 d.C.), demostró que era posible llegar a la más alta posición, y el padre y el abuelo de Vespasiano (quien gobernó de 60 a 79 d.C.), también sirvieron como centuriones.
Uniforme y armadura
Era común que los centuriones usaran un casco (galea) con un distintivo penacho transversal (crista traversa), normalmente de plata y adornado con pelo teñido o con plumas normalmente de avestruz o pavo real. En el período imperial el penacho podía ir también desde el frente hacia atrás del casco. Los cascos primitivos de centurión podían tener también una máscara, que protegía el rostro, esculpida con la forma de un Sileno con cuernos. En el Imperio romano tardío, los cascos de centurión tenían insignias de plata. La armadura incluía grebas (ocreae), normalmente con grabados decorativos, y una coraza de bronce (thorax stadios) para el pecho, que podía seguir la forma del vientre o estar conformada replicando la musculatura, o incorporar una armadura de escamas (loriga squamata). Como alternativa, podía usarse una versión de cuero de la coraza o una más liviana de lino endurecido (linothorax). La armadura para el pecho (y la espalda) podía tener también hombreras (humeralia) y tener tiras de cuero colgantes (pteryges) para la parte superior de los brazos y para el bajo vientre. También podía tener un protector de nuca en la parte posterior.
En el siglo II d.C., era común entre los centuriones el uso de una armadura de malla y con manga corta. Bajo la armadura se usaba una túnica, que para los centuriones podía ser blanca, blanquecina o de algún tono de rojo. Podía usarse una capa (sagulum), que solía ser verde o azul con un borde amarillo, y que se ataba por delante con un broche o fibula. Un centurión llevaba también un bastón de vara de sarmiento de 90 cm (vitis latina) como señal de su rango. El típico escudo de la República Romana podía ser el circular clipeus o el rectangular scutum. En el período imperial, podían llevar escudos ovalados, pero por lo general parece que los centuriones usaban el mismo tipo de escudo que las tropas bajo su mando. Además, los centuriones usaban también los premios que habían recibido por su valor, los que incluían pesados collares (torques), brazaletes (armillae), y medallones (phalerae), los que se usaban atados al arnés frontal de cuero.
Armas
En la República temprana, las armas de los centuriones eran variadas, a menudo dependían de su jerarquía y del gusto personal. Podían llevar una lanza (hasta) y un espada (ensis), esta última colgada sobre el costado izquierdo, a diferencia de los legionarios que la llevaba sobre la cadera derecha. Se usaban diferentes espadas, pero la preferida era la xiphos, de hoja recta y con doble filo o la curvada machaira. Desde el siglo II a.C., la espada por excelencia fue la gladius hispaniensis. Con una longitud de alrededor de 65 cm, tenía un pomo trilobulado o semiesférico y se llevaba en una vaina de plata que colgaba de una correa o tahalí (balteus) que pasaba por sobre el hombro cruzando el pecho, o de un cinturón (cingulum). Una daga (pugio) de cerca de 25 cm de largo podía usarse también, por lo general colgando horizontalmente del cinturón.
Deberes
Subordinados a los tribunos, los centuriones eran responsables del entrenamiento de los legionarios, asignar tareas, y mantener la disciplina entre las filas. También se esperaba de ellos que demostraran valor en la batalla y que se mantuvieran firmes cuando la situación se complicara, y si no lo hacían podían enfrentar su ejecución. Por lo tanto, la mayoría de los centuriones se ganaban el respeto de los soldados a su cargo a través del ejemplo. Los centuriones se caracterizaban también por su a veces brutal disciplina física. En el campamento supervisaban la construcción de las fortificaciones y la excavación de trincheras, el pase de lista y la asignación del santo y seña para ingresar al campamento. También podían encargarse de escoltar prisioneros, erigir monumentos dedicatorios, y también involucrarse en problemas logísticos como procurar el suministro de provisiones mientras estaban en campaña.
Otras tareas de los centuriones incluían ser el máximo responsable de la seguridad de los estandartes de la legión, y a menudo eran seleccionados para misiones especiales como realizar incursiones y reconocimientos en territorio enemigo. En el siglo I d.C. a los centuriones se les asignaban regularmente tareas como mandar unidades de policía y de inteligencia (frumentarii), comandar subunidades de fuerzas auxiliares (auxilia) que eran formadas por soldados no ciudadanos, y unidades de ejércitos aliados (numeri). Centuriones veteranos podían convertirse en ayudantes de gobernadores provinciales o en entrenadores de tropas como exercitores. Centuriones de grado alto participaban también en los consejos para decidir estrategias y eran considerados en las conversaciones de paz con el enemigo. En el período imperial, los centuriones servían también en la Guardia Pretoriana, encargada de la seguridad del emperador, y después de 16 años de servicio podían integrarse a los evocati, quienes ejercían varios cargos administrativos que incluían posiciones tan lucrativas como la de comandantes de una localidad.
En la República tardía, los centuriones recibían una paga de cinco veces la de un legionario común. Los centuriones recibían también bonos muy altos del botín de guerra, como por ejemplo en el 64 a.C. cuando Pompeyo le dio a cada centurión un bono de 1000 dracmas mientras los legionarios recibieron solo 50 dracmas cada uno. En el siglo I d.C. los centuriones estaban recibiendo una paga de 15 veces la de un legionario; y los centuriones de rango superior mucho más. Los centuriones eran notorios también por aumentar su paga mediante sobornos, debido a que ellos eran los que asignaban las tareas y recomendaban las promociones de los hombres a su cargo.
Centuriones famosos
Uno de los centuriones famosos fue el legendario Lucio Sicio Dentato, conocido como "el Aquiles romano", quien, en el siglo V a.C., participó en la asombrosa cantidad de 120 combates y al menos en ocho duelos individuales. También se las arregló para recuperar, sin ayuda, los estandartes de su legión. Ostentaba no menos de 45 cicatrices de guerra. Espurio Ligustino disfrutó de una carrera de 22 años en el siglo II a.C., cuando ganó 34 premios por valor y capacidad en el campo de batalla. En la historia de la Guerra de las Galias, de César, aparece Publio Sextio Baculo, también conocido como “el bastón”, quien una vez salvó la vida de César en el campo de batalla. Estos son los nombres de unos pocos en la larga lista de veteranos fogueados en combate quienes, a lo largo de siglos, hicieron que el rango de centurión fuera respetado y temido tanto por los soldados enemigos como por los mismos romanos.