El centro del poder inca era Cuzco, su capital, considerada el ombligo del mundo. El imperio estaba gobernado por 40 000 incas y tenía más de diez millones de personas, que hablaban más de 30 idiomas. Por este motivo, el gobierno centralizado empleó una gran red de administradores locales, que dependían completamente de una combinación de relaciones personales, generosidad estatal, rituales de intercambio, aplicación de la ley y poder militar.
Sin duda, el sistema funcionó y la civilización inca floreció en el antiguo Perú, entre 1400 y 1534. Con el tiempo, el imperio se extendió por el oeste de Sudamérica, desde Quito en el norte hasta Santiago en el sur, y llegó a ser el imperio más extenso en América.
Perspectiva histórica: el Imperio
Cuzco se convirtió en un centro importante en algún momento, a comienzos del Período Intermedio Tardío (1000-1400). Desde fines del siglo XIV hasta principios del siglo XV hubo un proceso de unificación regional con la llegada del primer gran líder inca Pachacútec («el que cambia la tierra»). Los incas se expandieron con el fin de obtener botines y recursos de producción, comenzaron por el sur y luego en todas direcciones, y construyeron un imperio que se extendía por los Andes.
El ascenso del Imperio inca fue extraordinariamente rápido. En primer lugar, todos los hablantes de la lengua quechua (o runa simi) obtuvieron un estatus privilegiado, por lo que esta clase noble pasó a ocupar todas las funciones importantes dentro del imperio. Con el tiempo, se promovió un sistema nacional de impuestos y administración, que consolidó el poder de Cuzco. Los incas llamaban a su imperio Tawantinsuyu (o Tahuantinsuyu), que significa «las cuatro regiones».
Los incas impusieron su religión, administración e incluso el arte a los pueblos conquistados. Les hicieron pagar tributo y hasta trasladaron poblaciones leales (mitmaqs) para integrar mejor los nuevos territorios en el imperio. A pesar de estas imposiciones, los incas también llevaron beneficios, como la redistribución de alimentos en épocas de desastres ambientales, mejores servicios de almacenamiento de alimentos, trabajos por medio de proyectos financiados por el Estado, celebraciones religiosas financiadas por el Estado, caminos, asistencia militar y bienes de lujo, principalmente objetos de arte que disfrutaba la élite local.
El rey inca
Los incas llevaban listas de los herederos reales (Sapa Inca, que significaba el único inca), por lo que conocemos algunos nombres, como Pachacútec Inca Yupanqui (que gobernó de c. 1438 a 1463), Topa Inca Yupanqui (que gobernó de c. 1471 a 1493) y Huayna Cápac (el último gobernante prehispánico, que gobernó de c. 1493 a 1525). Es probable que dos reyes hayan gobernado al mismo tiempo y que las reinas tuvieran algunos poderes importantes, pero los registros españoles no son claros en ambos puntos. Se esperaba que el rey se casara para el momento de su ascensión, muchas veces con su propia hermana. Se conocía a la reina (Qoya) como Mamancik o «Nuestra Madre» y podía influenciar a su esposo y a su grupo familiar, sobre todo al elegir qué hijo podría ser el heredero oficial al trono. La Qoya también tenía una importante riqueza, de la que disponía a su antojo.
El Sapa Inca era un gobernante absoluto y su palabra era ley. Controlaba la política, la sociedad, el almacenamiento de los alimentos del imperio, y además, era comandante en jefe del ejército. Venerado como un dios, también se lo conocía como Intip Churin o «Hijo del Sol». Debido a este gran estatus, vivía una vida llena de opulencia. Bebía de copas de oro y plata, usaba zapatos de plata y vivía en un palacio amueblado con los mejores textiles; se lo consentía al extremo. Incluso se lo cuidó tras su muerte, ya que los incas momificaban a sus gobernantes, y luego les “pedían” su opinión sobre temas urgentes del Estado. Si bien el rey tenía un estatus envidiable, debía negociar el consentimiento y el apoyo de sus nobles, quienes podían (y en ocasiones lo hacían) deponer o incluso asesinar a su gobernante. El rey no solo debía conceder favores a los nobles, sino que también debía desempeñar su rol como un benefactor generoso con su pueblo, de ahí su otro nombre Huaccha Khoyaq o «amante y benefactor de los pobres».
Los nobles incas
El gobierno inca se parecía a su famosa arquitectura y se basaba en unidades conectadas y compartimentadas. En la cúspide se encontraba el rey, el sumo sacerdote (Willaq Umu), que también podía actuar como un mariscal de campo, y diez grupos de nobles afines llamados panaqa. Estos nobles podían crear y promover leyes en los consejos junto con el rey y, lo más importante, podían influir en el nombramiento del sucesor del rey, que rara vez era el primogénito. De hecho, muchas de las ascensiones reales fueron precedidas de intrigas, maniobras políticas, golpes de Estado y hasta asesinatos, con el fin de apoyar a un candidato de un grupo familiar particular. Esta puede ser la razón por la que los reyes incas posteriores se casaron con su propia hermana para evitar ampliar la base de poder de la élite en la cima de la estructura gubernamental..
En la línea de los panaqa le seguían diez grupos más de familiares distantes al rey y divididos en dos mitades: alto y bajo Cuzco. Por último, había un tercer grupo de nobles que no tenían sangre inca, pero que habían obtenido el estatus de incas. Este grupo pertenecía al sector de la población que había habitado la región cuando los incas habían llegado por primera vez. Debido a que todos estos grupos se componían de distintas líneas familiares, existía una gran rivalidad entre ellos, que en ocasiones llevaba a la guerra.
Los administradores incas
En la base del aparato estatal se encontraban los administradores, contratados localmente para supervisar los asentamientos, y el ayllu, la unidad poblacional andina más pequeña. El ayllu consistía en una colección de grupos familiares, por lo general familias emparentadas que trabajaban una zona de tierras, vivían juntas y se brindaban apoyo mutuo en tiempos de necesidad. Un pequeño número de nobles o kurakas gobernaba cada ayllu y las mujeres podían ejercer esa función de gobierno.
Los administradores locales colaboraban e informaban a más de 80 administradores regionales (el tokrikoq), responsables de algunos asuntos como la justicia, los censos, la redistribución de la tierra, la organización de las fuerzas laborales ambulantes y el mantenimiento de la gran red de caminos y puentes en su jurisdicción. Los administradores regionales, que casi siempre eran incas étnicos, informaban al gobernador responsable de cada cuarto del imperio. Los cuatro gobernadores le informaban al Inca supremo en Cuzco. Para asegurarse la lealtad, se mantenían prisioneros a los herederos de los gobernantes locales en la capital inca. Por lo tanto, las funciones militares, religiosas y políticas más importantes del imperio las ejercían la élite inca, conocidos como "orejones", porque usaban grandes orejeras para indicar su estatus. Para garantizar un mejor control de esta élite por sobre sus súbditos, se desplegaron guarniciones por el imperio y se construyeron nuevos centros administrativos, especialmente en Tambo Colorado, Huanuco Pampa y Hatun Xauxa.
Impuestos y tributos
A menudo se realizaban censos anuales con fines impositivos para llevar registros de los nacimientos, muertes, matrimonios y las aptitudes y el estatus de los trabajadores. Por motivos administrativos se dividió a la población en grupos, sobre la base de múltiplos de diez (las matemáticas incas eran similares al sistema que usamos hoy día), aun cuando este método no se ajustara a la realidad local. Había inspectores independientes y comprometidos, conocidos como tokoyrikoq o «que todo lo ve», que cada tanto examinaban los censos y a los propios oficiales, así como las cuestiones provinciales en general.
Dado que en el mundo inca no existía el dinero, los impuestos se pagaban en especias, por lo general con comida (principalmente maíz, papas y carne seca), metales preciosos, lana, algodón, textiles, plumas exóticas, tinturas y conchas spondylus, incluso con trabajadores, a quienes desplazaban por el imperio para que trabajaran donde más los necesitaran. Este servicio laboral se conocía como mit'a. Las tierras con fines agrícolas y los rebaños se dividían en tres partes: producción para la religión y los dioses del Estado, para el gobernante inca y para el uso propio de los agricultores. Asimismo, se esperaba que las comunidades locales ayudaran a construir y mantener esos proyectos imperiales, ya que el sistema de caminos se extendía por todo el imperio. Para llevar registros de todas estas estadísticas, los incas usaban el quipu, un grupo sofisticado de hilos y cuerdas que podía transportarse y registrar decimales hasta 10.000.
Las mercancías se transportaban en el imperio por caminos construidos para ese fin, por medio de llamas y maleteros (no existían los vehículos con ruedas). La red de caminos inca abarcaba más de 40.000 km y no solo permitía el fácil traslado de ejércitos, administradores y comercio de mercancías, sino que también se trataba de un símbolo visual muy poderoso de la autoridad inca sobre su imperio.
Colapso
El imperio inca se fundó y perduró por la fuerza, por lo que los gobernantes incas no eran generalmente muy populares entre sus súbditos (sobre todo en los territorios del norte), una situación que los conquistadores españoles, conducidos por Francisco Pizarro, aprovecharían a mediados del siglo XVI. Hubo muchas rebeliones y los incas participaron activamente en una guerra contra Ecuador, donde se había establecido una segunda capital inca, en Quito, justo en el momento en que el imperio enfrentaba a su más grande amenaza. Además, los europeos habían traído enfermedades devastadoras, que se propagaron por Centroamérica más rápido que sus transportes del Viejo Mundo. Todos estos factores causarían el colapso de la poderosa civilización inca antes de que pudiera florecer.