El Templo Mayor o Gran Templo (llamado Hueteocalli por los aztecas) dominaba el recinto sagrado central de la capital azteca, Tenochtitlán. Rematado por dos templos gemelos dedicados al Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y Tláloc, el dios de la lluvia, era el foco de la religión azteca y el centro mismo del mundo azteca. También era el escenario de celebraciones estatales como las coronaciones, y el lugar en el que se celebraron incontables sacrificios humanos porque se pensaba que la sangre de las víctimas alimentaría y apaciguaría a los dos grandes dioses a los que estaba dedicado el templo.
Construcción
El Templo Mayor fue construido durante el reinado de Itzcoatl (que reinó de 1427-1440 d.C.); su sucesor, Motecuhzoma I (que reinó de 1440-1469 d.C.), lo mejoraría, y se volvería a ampliar durante el reinado de Ahuitzotl (que reinó de 1486-1502 d.C.). Estos gobernantes, entre otros, utilizaron los recursos y el trabajo que recibían a modo de tributo de los estados vecinos para poder construir un monumento aún más impresionante que el de sus predecesores.
La ubicación del templo se eligió a propósito, ya que era una versión mejor en piedra del santuario original que construyeran los primeros habitantes de Tenochtitlán en honor a Huitzilopochtli en las leyendas fundacionales aztecas. A medida que se fue aumentando el templo a lo largo de los años, también se fueron enterrando dentro de sus capas en constante expansión las ofrendas y los bienes preciosos del templo. El acceso al templo transcurría por la vía procesional sagrada, construida a lo largo de un eje este-oeste. La pirámide también se construyó a lo largo del eje este-oeste, de modo que desde lo alto de las escaleras se podía ver al este el monte Tláloc y, durante el equinoccio, se veía el amanecer exactamente entre los dos adoratorios de la plataforma superior. El Templo Mayor, ubicado en el centro de Tenochtitlán, era el corazón religioso y social del Imperio azteca.
Forma y dimensiones
El Templo Mayor era la estructura más importante en el centro de un gran recinto sagrado que medía 365 metros (1200 pies) de lado y que estaba rodeado por una pared que, debido a sus relieves de serpientes, se conocía como el coatepantli, o "muro de serpientes". Puede que en el recinto hubiera hasta 78 estructuras diferentes, pero el Templo Mayor era, con diferencia, la más alta y en su momento debió de dominar el horizonte de la ciudad. En realidad, el templo era una plataforma piramidal de 60 metros (180 pies) de altura con cuatro niveles y dos tramos de escalones en la cara oeste que conducían a la cima, con dos templos o adoratorios gemelos. La estructura entera estaba acabada en estuco y pintada con colores brillantes. El lado norte (a la derecha) estaba dedicado a Tláloc, el dios de la lluvia, y el lado sur (a la izquierda) estaba dedicado a Huitzilopochtli, el dios de la guerra. Tláloc también estaba asociado con las montañas, y es probable que el Templo Mayor se concibiera como una montaña arquitectónica literal en honor a esta faceta del dios de la lluvia, una imitación artificial de Tonacatépetl, la "montaña de los mantenimientos" de Tláloc. Al mismo tiempo, y con la misma pasión mesoamericana por la dualidad, también era una representación de Coatépec, el "monte de la serpiente" sagrado en el que Huitzilopochtli venció a los demás dioses.
El templo del lado norte, pintado con franjas azules, estaba dedicado a Tláloc y marcaba el solsticio de verano (que simbolizaba la estación lluviosa), mientras que el adoratorio del lado sur de Huitzilopochtli, pintado de rojo, marcaba el solsticio de invierno (que simbolizaba la estación seca y la época de las campañas bélicas). Dentro de cada adoratorio había una estatua de madera del dios. Los escalones monumentales que llevaban a lo alto del templo de Tlaloc estaban pintados de azul y blanco, de los que el azul representaba el agua, ese elemento tan estrechamente asociado con el dios. En contraste, los escalones que llevaban a lo alto del templo de Huitzilopochtli estaban pintados de rojo brillante, como símbolo de la sangre y la guerra. Ambas escaleras contaban con esculturas de cabezas de serpiente; las del lado de Tláloc tenían anteojeras, mientras que las de Huitzilopochtli estaban adornadas con plumas.
Sacrificios humanos
Tláloc se veía como un portador de la esencial lluvia en un entorno a menudo duro, pero también como una fuerza destructiva cuando enviaba tormentas, inundaciones y sequías. Por tanto, los aztecas tenían motivos de sobra para hacer todo lo que estuviera en su mano para que esta voluble deidad estuviera de buen humor. Huitzilopochtli era el dios supremo azteca y se consideraba el dios del sol, la guerra, el oro y los gobernantes además de ser el patrón de Tenochtitlán.
Para los aztecas, la mejor manera de ganarse el favor de estos dos dioses poderosos era honrarlos con un impresionante templo adecuado para este fin y ofrecerles sacrificios regularmente para saciar sus apetitos y perpetuar la armonía entre los dioses y la humanidad. Además, los sacrificios se consideraban el tributo justo a cambio de los sacrificios que los propios dioses habían hecho al crear el mundo. Estas ofrendas podían consistir en comida, flores y bienes valiosos (en el adoratorio de Tláloc, por ejemplo, se han encontrado conchas y corales), pero también sangre, especialmente en los momentos clave del calendario. El sacrificio de animales y el derramamiento no mortal de sangre entre la clase sacerdotal eran prácticas comunes, pero en la actualidad los aztecas se han hecho infames por su ofrenda más dramática e importante: el sacrificio humano.
El sacrificio típico consistía en tumbar a la víctima sobre una losa de piedra mientras un sacerdote, armado con un cuchillo de obsidiana, le arrancaba el corazón y luego la decapitaba y la desmembraba. Acto seguido, el cuerpo se arrojaba cuesta abajo por los escalones de la pirámide hasta que iba a parar a la base donde había una enorme piedra circular con la figura esculpida de Coyolxauhqui, la diosa que recibió el mismo tratamiento a manos de Huitzilopochtli según la mitología azteca. Por último, las cabezas de las víctimas se exhibían en altares en forma de bastidores llamados tzompantli dispuestos en la base de la pirámide.
Las víctimas de los sacrificios solían ser cautivos de guerra, pero también se sacrificaban niños, ya que consideraban que sus lágrimas eran un vínculo favorable con las gotas de lluvia de Tláloc, dadoras de vida. Los sacerdotes que realizaban esta carnicería, a veces se comían la carne de las víctimas, y el corazón era la parte más preciada, si es que no se había quemado como ofrenda para los dioses. El gobernante azteca, los nobles privilegiados y los que habían capturado a las víctimas en la guerra también participaban en este festín simbólico.
Ceremonias principales en el Templo Mayor
También se podían realizar sacrificios para conmemorar acontecimientos estatales importantes. Uno de los más infames es la masacre de cautivos de cuatro días cuando Ahuitzotl volvió a consagrar el templo y lo amplió aún más para celebrar sus triunfos imperiales en 1487 d.C. Otro acontecimiento importante era la Ceremonia del Fuego Nuevo, celebrada cada 52 años (un ciclo solar completo en el calendario azteca), cuando la primera antorcha venía del monte Huixachtlan y se utilizaba para prender el fuego sagrado en la cima del Templo Mayor antes de transferirse a todos los demás templos de la ciudad.
El Templo Mayor también era regularmente el centro de las celebraciones de cumpleaños de Huitzilopochtli en la ceremonia de Panquetzalitzli, durante el mes del mismo nombre. Otro festival importante se celebraba durante el mes de Toxcatl, cuando se paseaba por las calles de la ciudad una efigie del dios hecha de masa y vestida con su traje, que después se comía en el Templo Mayor. Los funerales de Estado también se celebraban en este lugar, de los que destacan la cremación de tres gobernantes: Axayacatl, Tizoc y Ahuitzotl. Por último, las coronaciones se celebraban en el templo, de las que destaca la del último verdadero rey azteca, Motecuhzoma Xocoyotzin, más conocido como Moctezuma, en 1502 d.C.
Historia posterior y excavaciones
Tras la conquista española, la pirámide fue destruida (los aztecas la habían utilizado como un punto de reunión y la habían defendido con vigor) y se instaló una cruz cristiana encima. Después, a lo largo de los siglos, poco a poco se fue construyendo encima y en el siglo XIX acabó desapareciendo bajo los edificios coloniales del centro de Ciudad de México. No obstante, nunca se llegó a olvidar; a principios del siglo XX se llevaron a cabo varias excavaciones sueltas y a partir de la década de 1970 se ha ido excavando sistemáticamente. Gracias a esto se descubrió que la pirámide en realidad era una sucesión de pirámides todas ellas construidas una sobre la anterior, más pequeña, e incluso se descubrió la plataforma original, datada gracias a un jeroglífico de piedra de 1390 d.C.
En este mismo lugar también se han descubierto muchos artefactos enterrados por los aztecas, tales como cerámica fina, figurillas, joyería de jade y madreperla, esqueletos de animales, incluidos peces, un cocodrilo, dos águilas reales y un jaguar, así como tesoros de civilizaciones mesoamericanas anteriores, tales como una máscara olmeca y otra de Teotihuacán. Tres de los descubrimientos más grandes relacionados con el templo son el disco de piedra Coyolxauhqui, de 3,5 metros de diámetro, de la base de la pirámide; un chacmool (una escultura usada para incinerar los corazones de las víctimas) del adoratorio de Tláloc, y un monolito rectangular de 12 toneladas que representa a la diosa de la tierra Tlaltecuhtli. Las excavaciones continúan hoy en día y los descubrimientos regulares van enriqueciendo la historia del mayor de los monumentos aztecas.