El 10 de junio de 323 a.C. Alejandro Magno murió en Babilonia. Aunque los historiadores siguen debatiendo sobre la causa exacta de su muerte, la mayor parte está de acuerdo en que el imperio que creó se quedó sin un liderazgo adecuado ya que no tenía un sucesor claro ni un heredero. Los comandantes militares que habían seguido al rey durante más de una década por las arenas de Asia se pelearon entre sí por hacerse con un pedazo del pastel territorial. Estas fueron las guerras de sucesión o Guerras de los Diádocos. Lo que vino después serían tres décadas de rivalidades intensas. Al final surgirían tres dinastías, que mantuvieron el poder hasta la época romana.
La muerte de Alejandro
En 334 a.C. Alejandro y su ejército dejaron Macedonia y Grecia en las hábiles manos de Antípatro I y cruzaron el Helesponto para conquistar el Imperio persa. Tras una década de lucha, el rey Darío estaba muerto, asesinado a manos de uno de sus propios comandantes, Bessos. A pesar de que gran parte del ejército lo que quería era regresar a casa, el nuevo autoproclamado rey de Asia tenía planes para el futuro. El "Decreto de exilio" que propuso pedía que todos los exiliados griegos regresaran a sus ciudades natales. Sin embargo, mientras él estaba sentado en su tienda de campaña en Babilonia, los problemas estaban surgiendo por todo el imperio. Muchas de sus tropas leales no solo protestaron por la presencia de persas en sus filas, sino que se rebelaron contra su insistencia en que se casaran con mujeres persas. Varios de los sátrapas, a los que había puesto a cargo para gobernar los territorios ocupados, se iban a ejecutar por traición y malversación. Tras la muerte de Alejandro, otras zonas, algunas aún más cercanas a casa, aprovecharían la oportunidad para rebelarse. Atenas y Etolia, al enterarse de la muerte del rey, se rebelaron, dando comienzo a la guerra lamiaca (323 - 322 a.C.). Hizo falta la intervención de Antípatro y de Crátero para forzar un final en la batalla de Cranón , cuando el comandante ateniense Leóstenes fue asesinado.
Por su puesto, Alejandro no vivió para cumplir sus sueños. Tras una noche desenfrenada, enfermó. Su salud se fue deteriorando poco a poco. Había quienes decían que había sido envenenado, incluida su madre Olimpia, en un supuesto complot amañado por el filósofo y tutor Aristóteles y Antípatro y llevado a cabo por sus hijos, Casandro y Yolao. En su lecho de muerte, casi sin poder hablar, el rey le entregó su anillo a su leal comandante y quiliarca (en sustitución de Hefestión), Pérdicas. En una escena propia de un rey, murió rodeado de sus comandantes. Hoy en día nos seguimos preguntando las últimas palabras de Alejandro, "para el mejor", y lo que quiso decir con ellas. Como no había nombrado específicamente a ningún heredero, la principal preocupación de los más allegados al rey, especialmente sus comandantes, era elegir al sucesor.
La búsqueda de un sucesor
Sin Alejandro, no había ni gobierno ni nadie con la autoridad necesaria para tomar decisiones. Al parecer, como había tratado a sus comandantes por igual, para no crear rivalidades, sus últimas palabras carecían de sentido. No había nadie a quien se considerara "el mejor". Lo que sí había eran dos candidatos razonables que se habrían podido considerar como posibles sucesores. Primero estaba el hermanastro de Alejandro, Arrideo, hijo de Filipo II y de Filina de Larisa. Este se encontraba ya en Babilonia. La otra opción sería esperar a que naciera el hijo de Alejandro con su esposa bactriana Roxana, pero el futuro Alejandro IV no nacería hasta agosto.
Según un historiador, la lucha por el liderazgo sería más amarga y destructiva que lo que había sido la guerra de diez años contra los persas. Los comandantes estaban divididos: algunos estaban a favor de Arrideo, otros querían al hijo no nacido de Alejandro, y luego estaban los que sencillamente querían dividirse el imperio entre ellos. Pérdicas estaba a favor de Roxana y del futuro Alejandro IV. Por sus propias razones, Pérdicas prefería a la mujer y el hijo de Alejandro. Así, podría servir como regente para el joven rey. Después, con la aprobación de Pérdicas, Roxana, que defendía que su hijo era el único verdadero heredero, eligió eliminar cualquier competencia, aun cuando ninguna tenía hijos, y mató a Estatira, hija de Darío, y a su hermana Dripetis. Para empeorar las cosas, arrojó sus cuerpos a un pozo.
Con la esperanza de mantener el imperio unido, Pérdicas reunió a los comandantes para elegir un sucesor. A muchos les disgustaba la idea de esperar al nacimiento del hijo de Roxana. Roxana no era macedonia pura. Uno de los comandantes incluso sugirió a Heracles, el hijo ilegítimo de cuatro años que Alejandro había tenido con su amante Barsine, pero la idea se descartó rápidamente. Algunos pensaron en Arrideo, y a pesar de que se lo consideraba discapacitado mental era el medio hermano de Alejandro, además de macedonio. El comandante de infantería Meleagro, y varios de sus compañeros de infantería organizaron una revuelta y eligieron a Arrideo como sucesor; incluso llegaron a nombrarlo Filipo III. A Meleagro no le gustaba Pérdicas, a quien consideraba una amenaza para el estado. Incluso intentó que lo arrestaran. Pérdicas lo consideró una traición e hizo ejecutar a Meleagro en el santuario donde se había refugiado. La revuelta se suprimió sin más problemas. Algunos de los comandantes decidieron dejar sus diferencias de lado brevemente y esperar a que naciera el hijo de Roxana, e incluso se nombraron guardias para supervisar la seguridad tanto del niño como del recién coronado Filipo III. El regente Antípatro se los acabaría llevando a Macedonia por su seguridad.
Sin embargo, la muerte de Meleagro hizo cambiar la actitud de muchos de los comandantes y desencadenó las décadas de guerras que vendrían. Entre 323 y 281 a.C. la intensa competición entre los comandantes iría intensificándose mientras se peleaban por el control de Grecia, Macedonia, Asia Menor, Egipto, Asia Central, Mesopotamia e India. Aunque hubo breves periodos de paz, el imperio nunca volvería a unirse. Al final solo había una solución posible. El Consejo de Babilonia dividió el reino de Alejandro entre sus comandantes más destacados: Antípatro y Crátero recibieron Macedonia y Grecia; Ptolomeo se hizo con Egipto tras deponer a Cleómenes; el guardaespaldas Lisímaco recibió Tracia; Eumenes recibió Capadocia y por último Antígono el Tuerto se quedó con la Gran Frigia.
Las guerras de sucesión
Las cuatro guerras de sucesión se centraron en las aspiraciones de tres individuos y sus descendientes: Antígono Monóftalmos I (382 - 301 a.C.), Seleuco I Nicátor (358 - 281 a.C.) y Ptolomeo I Sóter (366 - 282 a.C.). Serían sus descendientes los que formarían las dinastías que perdurarían dos siglos más. El gran imperio que había creado Alejandro se extendía desde Macedonia y Grecia hacia el este por Asia menor, hacia el sur por Siria y Egipto y otra vez hacia el este por Mesopotamia y Bactria hasta India. Nunca antes había existido tal imperio, ni ninguno de sus sucesores lograría nunca algo igual. Desde la muerte de Alejandro en 323 a.C. hasta la muerte de Lisímaco en 281 a.C., sus antiguos comandantes lucharon entre ellos, firmaron y rompieron numerosas alianzas... Todo ello por los motivos egoístas de extender sus propias tierras: nadie podía fiarse de la lealtad de los demás.
Con el imperio dividido en Babilonia, los comandantes regresaron a casa. Lisímaco tendría que enfrentarse a una rebelión en Tracia, Antípatro y Crátero lucharon contra Atenas y sus aliados en la guerra lamiaca y Ptolomeo tenía que establecerse en Egipto. El nuevo faraón también tenía que mirar más allá del Nilo y decidir cuál sería su siguiente movimiento contra Pérdicas. A pesar de su preocupación egoísta por la tierra, todos los comandantes coincidían en una cosa: a nadie le caía bien Pérdicas, y Pérdicas odiaba a Ptolomeo más que a ningún otro. Estaba totalmente claro desde el principio que estos dos hombres nunca estarían de acuerdo. Incluso se habían peleado en Babilonia cuando Pérdicas había querido esperar a que naciera el hijo de Alejandro y Ptolomeo había querido dividir el imperio.
Como quiliarca del rey, Pérdicas se había establecido de forma segura tras la muerte de Alejandro, siempre con la esperanza de reunir el imperio. Tenía el anillo de sello y el cuerpo del rey, en preparación para devolverlo a Macedonia a una tumba recién construida. Sin embargo, el cuerpo desapareció misteriosamente en Damasco: Ptolomeo lo robó y se lo llevó a Menfis en Egipto. Con este secuestro, este desacuerdo entre ambos que venía de lejos acabó en guerra (322 - 321 a.C.). Tres intentos fallidos de cruzar el Nilo y adentrarse en Egipto le costaron la vida a Pérdicas: su propio ejército, cansado del fracaso y de la muerte de 2.000 hombres, lo asesinó. Hay quienes creen que Seleuco, que alguna vez fue aliado de Pérdicas, tuvo algo que ver. Bajo Alejandro, Seleuco había sido el comandante de un cuerpo de élite de hipaspistas, pero en Babilonia no recibió ningún territorio. En vez de eso, fue nombrado comandante de los Compañeros. No obstante, su lealtad a Ptolomeo en la lucha contra Pérdicas le otorgó la provincia de Babilonia.
La primera guerra de sucesión (322 - 320 a.C.) fue básicamente por celos. Antes del enfrentamiento con Ptolomeo, Pérdicas ya había alarmado tanto a Antípatro y Crátero en Macedonia como a Antígono en Frigia al invadir Asia Menor con su ejército. Las disputas sobre el territorio empezaron cuando Pérdicas se enfureció con Antígono porque se había negado a ayudar a Eumenes a conservar el control de Capadocia, el territorio que se le había asignado. Eumenes era el comandante de las fuerzas de Pérdicas en Asia Menor. Antígono quería evitar el conflicto con Pérdicas y Eumenes, así que buscó refugio en Macedonia junto con su hijo Demetrio. Unieron fuerzas con Antípatro, Crátero, Ptolomeo y Lisímaco contra Pérdicas y Eumenes. Por desgracia, Crátero murió en la batalla cuando se le cayó encima su propio caballo. Tras la muerte de Pérdicas, Eumenes se quedó aislado, condenado a muerte por el Pacto de Triparadiso.
El Pacto de Triparadiso
Bajo la dirección de Antípatro, el nuevo tratado de Triparadiso firmado en 321 a.C. aseguró el puesto de muchos comandantes en sus respectivos territorios. Después, cuando Antípatro murió en 319 a.C., Casandro, su hijo, no fue nombrado heredero de la regencia de Macedonia y Grecia, si no que fue nombrado comandante de caballería. Antípatro no creía que su hijo fuera capaz de defender Macedonia contra los otros regentes. En su lugar, Antípatro nombró regente a un comandante llamado Poliperconte. Este insulto conduciría a una serie de conflictos entre ambos: Casandro se aliaría con Lisímaco y Antígono mientras que Poliperconte se alió con Eumenes y después la reina viuda, Olimpia. Sin embargo, el año 219 a.C. traería consigo el final de la primera guerra: Pérdicas, Crátero y Antípatro estaban muertos, Seleuco se había establecido firmemente en Babilonia, Ptolomeo ocupaba Egipto, Lisímaco Tracia y Antígono tenía gran parte de Asia Menor. El único lugar de descontento era Macedonia y Grecia, donde Casandro y Poliperconte se estaban preparando para la batalla.
La segunda y tercera guerras de sucesión
En la siguiente década, la segunda guerra de sucesión (319-315 a.C.) y la tercera guerra de sucesión (314-311 a.C.) traerían consigo importantes cambios. Casandro expulsaría a Poliperconte de Macedonia y Grecia, y con la ayuda de Antígono establecería bases en el Piero y en el Peloponeso. Para asegurar más aún su derecho al trono de Macedonia, se casaría con la hija de Filipo II, Tesalónica. Para el 316 a.C. en la Batalla de Gabiene, Antígono por fin lograría vencer a Eumenes y se haría con el control de gran parte de Asia; Antípatro le había ordenado en Triparadiso que diera caza a Eumenes. Este último sería ejecutado en 316 a.C. cuando sus propios hombres lo traicionaron y lo entregaron a Antígono. Por desgracia, Seleuco perdería el control de Babilonia tras la invasión de Antígono y tendría que refugiarse con Ptolomeo. Afortunadamente, volvería a recuperar su territorio en 311 a.C. y acabaría estableciendo una nueva capital, Seleucia.
La Paz de los dinásticos se firmó en 311 a.C., pero pronto daría paso a otra guerra, la guerra de Babilonia (311-309 a.C.), iniciada por Seleuco cuando invadió Babilonia con el apoyo de Ptolomeo contra Antígono y su hijo Demetrio, donde logró recuperar el territorio perdido en la batalla de Gaza.
En Tracia, Lisímaco había estado teniendo problemas con una de las ciudades en la costa del mar Negro. Antígono, que tenía la mirada puesta en esta provincia estratégicamente importante, envió un pequeño ejército para ayudar a la ciudad y provocar a las tribus locales. Finalmente, en 311 se logró la paz y Lisímaco mantuvo el control de la ciudad, pero esta revuelta lo acabó por involucrar en el conflicto que llevaba tanto tiempo evitando. No tardó en formar una alianza con Casandro, Ptolomeo y Seleuco.
Mientras tanto, en la antigua patria de Alejandro, Macedonia, Casandro proseguía con su batalla con Poliperconte. Antes Poliperconte había huido al Epiro y se había aliado con Olimpia con la esperanza de invadir y recuperar Macedonia. Casandro se dio cuenta de que mientras Olimpia y el joven Alejandro IV siguieran vivos, supondrían una amenaza para su dominio de Macedonia. En 316 a.C. Olimpia había ordenado el asesinato de su hijastro Filipo III; su esposa, Eurídice, se suicidó. En 310 a.C. Casandro ordenó el asesinato de Alejandro IV y su madre Roxana. Olimpia también moriría, con dignidad, a manos de los soldados de Casandro.
La cuarta guerra de sucesión
En la cuarta guerra de sucesión (308 - 301 a.C.) Casandro y Ptolomeo seguirían teniendo problemas con Demetrio I de Macedonia, el "asediador de ciudades", cuando invadió Grecia y "liberó" Atenas en 307 a.C. del gobernador de Casandro. Después, en 302 a.C., volvería a reinstaurar la antigua Liga de Corinto. Mientras tanto, Ptolomeo había ido expandiendo hacia el norte, asegurando la isla de Chipre, para acabar perdiendo frente a Demetrio en Salamina. Después, Demetrio decidió atacar Rodas, pero gracias a Ptolomeo y sus aliados (Seleuco, Lisímaco y Casandro), el asedio acabó en negociación. Ese mismo año, 305 a.C., los diferentes comandantes se autoproclamaron reyes. Para 303/302 a.C. la guerra continuaba porque Casandro luchaba por mantener a Demetrio y Antígono fuera de Macedonia. Casandro no tuvo más opción que pedir ayuda a sus aliados. Lisímaco trasladó sus ejércitos a Asia Menor e hizo que Demetrio abandonara Grecia para unirse a su padre. La batalla de Ipsus enfrentó a Lisímaco, Seleuco y Casandro contra Antígono y Demetrio. Esta batalla resultaría no solo en la muerte de Antígono, sino que también acabaría con cualquier esperanza de restablecer el imperio de Alejandro. Lisímaco y Seleuco se dividieron el territorio de Antígono; el primero se quedó con tierras en Asia Menor, mientras que el segundo se quedó con Siria, donde acabaría construyendo la ciudad de Antioquía.
Lisímaco contra Seleuco
Aunque Casandro estaba en Macedonia seguro de su dominio, su seguridad no duraría. Murió en 297 a.C. tras dejar su patria en manos del ejército de Demetrio, que se proclamó rey de Macedonia y Grecia. Lisímaco, victorioso, empezó a expandir su territorio aún más. Tras la muerte de su antiguo aliado, Casandro, volvió la vista a Macedonia. Con la ayuda del rey Pirro de Epiro, cruzó la frontera y obligó a Demetrio a salir. Demetrio y su ejército escaparon por el Helesponto hacia Asia Menor y se enfrentaron al ejército de Seleuco. Por desgracia para Demetrio, fue capturado inmediatamente y murió en cautividad en 283 a.C., aunque sus descendientes acabarían recuperando Macedonia y Grecia.
En 282 a.C. el antiguo aliado de Lisímaco, Seleuco, decidió que quería el territorio de este en Asia Menor, y en 281 a.C. los dos ejércitos se encontraron en Corupedio donde Lisímaco murió. El comandante que no había recibido ningún territorio en Babilonia y que, en cierto momento, perdió lo poco que había ganado, demostró ser el verdadero ganador. Desgraciadamente, la victoria tendrían que celebrarla sus descendientes. Acabaría muriendo a manos de Ptolomeo Cerauno, hijo de Ptolomeo, en 281 a.C.
La muerte de Alejandro Magno en 323 a.C. trajo el caos. Al no nombrar a un sucesor ni heredero, dejó que sus comandantes se acabaran dividiendo el imperio entre ellos. Los celos llevaron a más de tres décadas de guerras en las que se crearon y rompieron alianzas. Las cuatro guerras de los Diádocos darían paso al periodo helenístico y crearían las tres dinastías que existirían hasta la época romana.