El Imperio Nuevo (en torno a 1570 - 1069 a.C.) es la era de la historia egipcia que sigue a la falta de unidad del Segundo Período Intermedio (en torno a 1782 - 1570 a.C.) y que precede a la disolución del gobierno central a principios del Tercer Período Intermedio (en torno a 1069 - 525 a.C.). Esta es la época en la que Egipto realmente se convirtió en un imperio.
Hoy en día es la era más popular de la historia egipcia, y los faraones más conocidos provienen de la Dinastía XVIII, tales como Hatshepsut, Tutmosis III, Amenhotep III, Akenatón y su esposa Nefertiti, Tutankamón, de la Dinastía XIX, como Seti I, Ramsés II (el Grande) y Merenptah y la Dinastía XX, como Ramsés III.
Fue durante la época del Imperio Nuevo que los gobernantes egipcios se conocían como "faraones", es decir, "Gran casa", la palabra griega para la egipcia Per-a-a, la designación de la residencia real. Antes del Imperio Nuevo, los monarcas egipcios se conocían simplemente como "reyes" y se trataban de "su majestad". El hecho de que la palabra "faraón" se use tanto en referencia a los gobernantes egipcios de cualquier era demuestra el impacto que ha tenido el Imperio Nuevo sobre el entendimiento moderno de la historia egipcia.
El Imperio Nuevo es el período de la historia egipcia que mejor documentado está. La alfabetización se había extendido durante el Imperio Medio (2040-1782 a.C.) y el Segundo Período Intermedio, de manera que para la época del Imperio Nuevo había más gente que escribía y enviaba cartas. Además, en esa época Egipto estaba en contacto con otras potencias extranjeras a través de relaciones diplomáticas y comerciales, para lo que hacían falta contratos, tratados, cartas entre reyes y recibos, todos ellos por escrito. Por supuesto, para que el imperio funcionara también hacía falta una extensa red burocrática que generaba una cantidad enorme de documentos escritos, muchos de los cuales todavía se conservan.
Durante el Segundo Período Intermedio, los reyes extranjeros conocidos como hicsos gobernaban en el Bajo Egipto desde Avaris; esa fue la primera vez que un grupo extranjero consiguió amasar la cantidad de riqueza y poder necesarios como para permitirle convertirse en una fuerza política en Egipto. Los hicsos fueron expulsados por Ahmose I (en torno a 1570-1544 a.C.), fundador de la Dinastía XVIII y del Imperio Nuevo, que se dispuso inmediatamente a asegurar las fronteras de Egipto y expandirlas para crear una zona de seguridad en vista de futuras invasiones.
Los faraones posteriores, especialmente Tutmosis III, expandirían estas zonas de seguridad para convertir Egipto en un verdadero imperio. Esta expansión elevaría el estatus de Egipto internacionalmente y lo convertiría en un miembro de la coalición que los historiadores modernos denominan el "Club de las grandes potencias", junto con Asiria, Babilonia, el Nuevo reino hitita y el Reino de los mitani, todos los cuales tenían relaciones comerciales y diplomáticas.
Las Dinastías XVIII, XIX y XX elevaron Egipto a su apogeo de poder, pero durante la última parte de la Dinastía XX (conocida como el período ramésida), el poder empezó a disminuir a medida que los sacerdotes de Amón fueron haciéndose con más poder e influencia y el estatus del faraón fue disminuyendo. Donde mejor se puede apreciar el poder del Culto de Amón es en el tamaño del templo del dios en Karnak, al que contribuirían todos los gobernantes del Imperio Nuevo. Para el final del Imperio Nuevo, había más de 80.000 sacerdotes empleados solo en el templo de Tebas, sin contar con las demás ciudades en los distritos. Los más destacados de entre estos sacerdotes eran más ricos y tenían más tierras que el propio faraón.
La unidad y la fortaleza que caracterizaran a las Dinastías XVIII y XIX se fue perdiendo poco a poco durante la Dinastía XX. El Imperio Nuevo llegó a su fin cuando los sacerdotes de Amón se hicieron lo suficientemente fuertes como para afirmar su poder en Tebas y dividir el país entre su gobierno y el del faraón desde la ciudad de Pi-Ramsés. Al perder al gobierno y monarca centrales fuertes que tenía, Egipto pasó a la siguiente época, conocida como Tercer Período Intermedio, que se caracteriza por un declive constante del poder y concluye con la invasión persa de Egipto en 525 a.C.
Comienzos del Imperio Nuevo
El Imperio Medio había sido una época de unidad y prosperidad que se disolvió durante la Dinastía XIII, de manera que para alrededor de 1782 a.C. había un nuevo poder que pudo ascender en el norte de Egipto, los hicsos. Los hicsos eran pueblos semíticos que establecieron su centro en Avaris, en el Bajo Egipto, mientras que, al mismo tiempo en el Alto Egipto, al sur, surgió el reino de Kush. Estas dos potencias lograron establecerse de manera tan firme a causa del desinterés de la última parte de la Dinastía XIII. La época que los eruditos de los siglos XIX y XX d.C. han designado Segundo Período Intermedio se caracteriza por el gobierno de los hicsos y, en menor medida, el ascenso de Kush.
Aunque los escritores egipcios del Imperio Nuevo y posteriores presentarían la era de los hicsos como una época de caos y destrucción, el registro arqueológico, así como otras evidencias de la época, muestran que es una exageración literaria con la intención de contrastar la grandeza de un país fuerte y unificado, tal y como sería en el Imperio Nuevo, con la desunión que lo había precedido.
Todos los indicios apuntan a una relación cordial, si no cálida, entre los reyes extranjeros de Avaris y los gobernantes egipcios de Tebas hasta que estalló la guerra que culminaría con la expulsión de los hicsos de Egipto. Además, los hicsos introdujeron varias innovaciones culturales, especialmente en la guerra, que los egipcios usarían para construir su imperio. Los eruditos Brier y Hobbs escriben:
Por muy contentos que estuvieran los egipcios de expulsar a los hicsos, les debían mucho a sus antiguos ocupantes. Egipto conoció los carros y los caballos de los hicsos, así como el secreto para producir bronce, un metal más duro que su cobre. Las batallas contra los hicsos también llevaron a Egipto a mirar más allá de sus fronteras al norte por primera vez y, con un ejército mejor equipado, a acabar dominando el Oriente Medio. (27)
La guerra con los hicsos empezó cuando el rey egipcio Seqenenra Taa (también conocido como Ta'O) interpretó como un desafío un mensaje del rey hicso Apepi y le declaró la guerra. Mataron a Ta'O, muy probablemente en la batalla, y Kamose de Tebas (probablemente hijo de Ta'O) retomó la causa y reclamó la victoria sobre los hicsos tras destruir la ciudad de Avaris.
Las inscripciones posteriores de la época, así como el registro arqueológico, indican que Avaris seguía siendo un bastión de los hicsos en la época del siguiente rey, Ahmose I, que libró tres batallas para tomarla y expulsó a los hicsos, primero a Palestina y luego a Siria. Con la derrota de los reyes extranjeros y su expulsión de Egipto, Ahmose I restableció sus fronteras, empujó a los kushitas más hacia el sur, unificó el país bajo su gobierno desde la ciudad de Tebas y dio así comienzo al período del Imperio Nuevo.
La Dinastía XVIII
Ahmose I entendió que los hicsos habían logrado establecerse tan firmemente por que los monarcas egipcios anteriores se lo habían permitido. Por tanto, decidió crear zonas de seguridad en torno a Egipto para asegurar las fronteras y fortificar los asentamientos descuidados en zonas clave para proteger el país. La lucha de Ahmose I contra los hicsos los puso a él y a su ejército en contacto con las regiones de Palestina y Siria, donde continuó con sus campañas además de liderar expediciones militares al sur contra el reino de Kush en Nubia. Para cuando murió, había logrado consolidar su gobierno y asegurar el país, con lo que le dejó una situación política y económica estable a su sucesor, Amenhotep I (en torno a 1541-1520 a.C.).
Amenhotep I mantuvo las políticas de su padre y lo emuló en su papel de rey guerrero en las inscripciones, aunque probablemente solo dirigió las campañas en Nubia. No hay ningún registro que diga que lideró expediciones a Palestina o Siria, pero puede que lo hiciera ya que esas regiones permanecieron seguras tanto durante su reinado como durante el de su sucesor. Amenhotep I es más conocido por sus contribuciones a las artes y sus desarrollos religiosos. El libro de la salida al día (más conocido como El libro egipcio de los muertos) tomó su forma definitiva durante su reinado y fue mecenas de la colonia de artistas de Deir el-Medina, el pueblo responsable de los trabajos realizados en las tumbas del Valle de los reyes, donde están enterrados los grandes faraones.
Concentró sus esfuerzos en crear templos, estelas y en asegurar las fronteras, pero no realizó ningún intento serio de expandir los territorios de Egipto. A su muerte fue deificado como el dios de los artesanos de Deir el-Medina, y hubo un culto funerario en su nombre para venerarlo. Tras Amenhotep I llegó Tutmosis I (1520-1492 a.C.), que inmediatamente dio comienzo a sus campañas para ampliar el alcance de Egipto.
Tutmosis I aplastó una rebelión nubia que estalló poco después de que ascendiera al trono, mató personalmente al rey nubio y colgó su cuerpo de la proa de su barco a modo de advertencia para los demás rebeldes. Expandió el control de Egipto sobre Nubia más hacia el sur antes de volver su atención a Palestina y Siria. También amplió el gran templo de Karnak en Tebas y erigió muchos otros templos y monumentos por todo el país. A este lo siguió Tutmosis II (1492-1479 a.C.), sobre cuyo reinado no se sabe mucho porque quedó eclipsado instantáneamente por su medio hermana más poderosa, Hatshepsut.
Tutmosis II era hijo de Tutmosis I con una reina menor, mientras que Hatshepsut era la hija legítima de Tutmosis I y, según sus propias inscripciones, su heredera. Tutmosis II se casó con Hatshepsut para asegurar su propia sucesión tras la muerte de Tutmosis I, pero no queda ningún registro que sugiera que llegó a tener ningún poder real. Puede que ordenara realizar expediciones militares a Siria, pero no dirigió ninguna él mismo y de hecho se cree que fue su medio hermana y esposa la que ordenó estas campañas.
Hatshepsut (1479-1458 a.C.) es una de las monarcas del Imperio Nuevo más poderosas y exitosas. Tuvo una hija con Tutmosis II, y este tuvo otro hijo con una de sus esposas menores, a quien designaría como sucesor, Tutmosis III (1458-1425 a.C.). Hatshepsut fue nombrada regente de Egipto a la muerte de Tutmosis II y se cree que gobernó junto con el rey niño Tutmosis III; pero Hatshepsut había sido la que tenía el poder detrás del reinado de su marido, y siguió manteniéndolo tras su muerte.
Ella es responsable de más proyectos arquitectónicos que cualquier otro gobernante egipcio excepto por Ramsés el Grande (1279-1213 a.C.). Organizó la mejor expedición al País de Punt, contribuyó con sus propias adiciones al templo de Karnak y gobernó en paz con Nubia al sur. Sus proyectos arquitectónicos eran tan hermosos, y numerosos, que los faraones posteriores los reclamaron como propios. Y esto fue posible porque, en algún momento en torno a 1458 a.C., el nombre de Hatshepsut fue eliminado de todos sus monumentos, incluido su magnífico complejo de Deir el-Bahri.
No está claro por qué se eliminó su nombre, y quién fue el responsable, pero parece ser que fue obra de su sucesor, Tutmosis III, que intentó borrar el reinado de una faraona para mantener los roles de género tradicionales de la cultura. Puede que sintiera que una gobernante fuerte y exitosa sentaría un ejemplo para que otras mujeres anhelaran también el poder y alteraran el equilibrio natural.
Tutmosis III recibió una nación próspera y estable en el año 1458 a.C. y no perdió tiempo para empezar a mejorarla. Fue Tutmosis III el que creó el Imperio egipcio que mantendrían sus sucesores. Se sirvió del carro de guerra heredado de los hicsos, así como de sus armas de bronce y tácticas superiores, para derrotar a las naciones circundantes y expandir el dominio de Egipto más allá de lo que nunca antes había alcanzado.
En 20 años de gobierno dirigió al menos 17 campañas militares diferentes con las que sometió los reinos desde Libia hasta Siria, convirtiéndolos en súbditos egipcios, y expandió el control de Egipto al sur, desde el área de Buhen hasta Kurgus. Sus inscripciones y monumentos cuentan su historia de una manera tan completa que se considera uno de los gobernantes mejor documentados de la historia de Egipto después de Ramsés II.
Después de Tutmosis III vino Amenhotep II (1425-1400 a.C.) quien, al igual que su padre, heredó un reino fuerte y seguro y lo mejoró. En cuanto a campañas militares, no fue tan activo como su padre, pero encargó numerosos proyectos arquitectónicos y firmó tratados de paz y acuerdos comerciales con otras naciones, tales como los mitani. Su sucesor, Tutmosis IV (1400-1390 a.C.), continuó con su política. Tutmosis IV se considera un usurpador, a pesar de ser el hijo legítimo de Amenhotep II, si nos basamos en las interpretaciones de su famosa Estela del sueño, que cuenta la historia de cómo llegó al trono. Por lo que mejor se lo conoce es por ser el faraón que restauró la Gran esfinge de Guiza.
Su sucesor fue Amenhotep III (1386-1353 a.C.), que también está considerado como uno de los mejores gobernantes y más poderosos de Egipto. Amenhotep III reinó en Egipto en uno de sus puntos más álgidos cultural, política y económicamente. Su reinado es de los más opulentos de la historia de Egipto, y usó su riqueza constantemente cuando trataba con otros países para convencerlos de que hicieran lo que él quería. Mantuvo un gobierno estable en el país, expandió sus fronteras y se dedicó a las artes y los proyectos arquitectónicos. Muchos de los monumentos egipcios más impresionantes provienen de su reinado.
Sin embargo, durante su reinado los sacerdotes de Amón empezaron a adquirir más y más riqueza. Tenían más tierras que el rey y las usaron para enriquecerse aún más. Amenhotep III intentó ahogar su creciente poder alineándose con un dios menor, Atón, representado por un disco solar.
Parece ser que pensó que el poder del faraón tras el culto a Atón aumentaría el prestigio de sus sacerdotes a expensas de los de Amón. El plan no funcionó, pero sí que elevó el estatus del dios Atón, que sería una característica prominente del reinado de su hijo y sucesor.
Amenhotep IV es más conocido como Akenatón (1353-1336 a.C.), el faraón famoso por instaurar el monoteísmo en Egipto y prohibir los demás dioses. Su reinado se conoce hoy en día como el Período amarniense, porque la capital de Egipto se trasladó de Tebas a lo que hoy en día es Amarna. Ascendió al trono como Amenhotep IV, pero en el cuarto o quinto año de su reinado se cambió el nombre a Akenatón, abolió la antigua religión, especialmente el culto de Amón, y elevó al dios Atón a la posición de dios único y verdadero.
El culto de Atón era el único considerado como una organización religiosa legítima; los templos de todos los demás dioses se clausuraron y su adoración se prohibió. En el gran templo de Amón en Karnak, que también fue clausurado, Akenatón erigió un templo a Atón. También trasladó la capital de Tebas a una ciudad nueva que mandó construir, Aketatón, a la que se retiró descuidando en gran medida los asuntos de estado. Su esposa, la famosa Nefertiti (en torno a 1370-1336 a.C.) es más conocida por el magnífico busto creado por el escultor Tutmosis.
Durante mucho tiempo, las reformas de Akenatón se han considerado un esfuerzo sincero de reformar la religión, pero puede que no fueran más que su solución más efectiva al problema del creciente poder del culto de Amón. Como ya se ha dicho, los sacerdotes de Amón eran una preocupación para el padre de Akenatón, cuyos esfuerzos por frenar al culto habían fracasado. Akenatón logró neutralizar el poder de los sacerdotes al prohibir su culto y deshacerse de su dios.
Tras la muerte de Akenatón, su joven hijo, Tutankatón, ascendió al trono y este pronto se cambió el nombre a Tutankamón (1336-1327 a.C.), volvió a trasladar la capital a Menfis, restauró el centro religioso de Tebas (que también era relevante en la política), reabrió los templos y trajo de vuelta la antigua religión de Egipto. Aunque inició reformas importantes que estabilizaron el país, por lo que más se lo conoce es por su magnífica tumba descubierta en 1922 por Howard Carter. Tutankamón se casó con su hermanastra Anksenamón, con la que permaneció hasta su muerte aproximadamente a los 18 años.
Puede que después Anksenamón se casara con el visir Ay (posiblemente 1324-1320 a.C.) quien, según algunos expertos, sucedió a Tutankamón, o puede que ella intentara gobernar por su cuenta. Una carta de Anksenamón al rey hitita Supiluliuma I (1344-1322 a.C.) le pide que le envíe a uno de sus hijos para casarse con él y convertirlo en rey de Egipto. El rey ciertamente envió a uno de sus hijos, pero este fue asesinado al llegar a Egipto, y se ha sugerido que este asesinato fue obra de Ay o de Horemheb. Fuera cual fuera el papel de Ay en la sucesión, Anksenamón desaparece de la historia poco después de la muerte de Tutankamón, y el general Horemheb subió al poder, donde se dedicó a restaurar la antigua gloria de Egipto.
Horemheb (1320-1295 a.C.) hizo todo lo posible por borrar a los reyes del período amarniense de la historia de Egipto al destruir todos los monumentos e inscripciones de Akenatón, incluida la demolición de su templo en Karnak, del que no quedó ni rastro. La única razón por la que los historiadores posteriores consiguieron saber de las reformas de Akenatón fue que Horemheb utilizó las ruinas de los monumentos, estelas e inscripciones como relleno para otros proyectos.
Horemheb defendió la antigua religión y las tradiciones del antiguo Egipto. Bajo el reinado de Akenatón se habían descuidado tanto las relaciones con otros países como la infraestructura del propio Egipto. Horemheb restauró el antiguo poder de Egipto a pesar de no poder devolverle la gloria que había conocido con Amenhotep III. Murió sin dejar herederos y fue sucedido por su visir Paramesse, que ascendió al trono como Ramsés I (1292-1290 a.C.), quien daría comienzo a la Dinastía XIX.
La Dinastía XIX
Ramsés I ya era un hombre mayor cuando subió al trono, y nombró rápidamente a su hijo, Seti I, como su sucesor. Ramsés siguió con el trabajo iniciado por Horemheb en la reconstrucción de los templos y santuarios de Egipto, y también amplió el gran templo de Amón en Karnak. Autorizó a Seti I a llevar a cabo expediciones militares para recuperar los territorios perdidos durante el reinado de Akenatón.
Al morir, Seti I (1290-1279 a.C.) subió al trono y continuó con la restauración y revitalización de Egipto, añadió sus propios proyectos al gran templo de Karnak y preparó a su sucesor para el gobierno. Su hijo, Ramsés II (conocido como el Grande, 1279-1213 a.C.) es el faraón más conocido de Egipto hoy en día por su duradera asociación con el gobernante egipcio sin nombre del libro bíblico del Éxodo y su representación en adaptaciones cinematográficas de esa historia.
El verdadero Ramsés II no fue el faraón de la historia del Éxodo y hay varios argumentos robustos que lo aclaran. Entre estos destaca el hecho de que, más que cualquier otro faraón de la historia, el reinado de Ramsés II está muy bien documentado. Este rey dejó más monumentos e inscripciones que cualquier otro, y sin embargo en ninguno de ellos hay mención alguna de esclavos hebreos, plagas o la emigración masiva de más de 600.000 de Egipto.
Ramsés II es famoso por derrotar a los hititas en la Batalla de Qadesh en 1274 a.C., un logro del que estaba muy orgulloso (aunque la batalla acabó más bien en empate) y con la que se firmó el primer tratado de paz del mundo. También detuvo la invasión de los pueblos del mar y aseguró el país contra futuros ataques. Habitualmente se lo representa como un gran cazador y rey guerrero, una imagen que él mismo alentaba, a pesar de haber dirigido pocas, o ninguna, campañas después de Qadesh.
Egipto floreció bajo el reinado de Ramsés II. Erigió tantos monumentos y dejó tantas inscripciones que no hay ningún lugar antiguo del país que no tenga alguna mención de su nombre. Quizás en un esfuerzo por asegurar las regiones del norte del país, trasladó la capital de Tebas a una nueva ciudad construida en Avaris llamada Pi-Ramsés (o Per-Ramesu) que dividió en cuartos cada uno dedicado a un dios diferente, dos deidades egipcias y dos asiáticas, lo que sugiere que estaba intentando mezclar la cultura egipcia con la de Siria-Palestina. Fuera cual fuese su motivo para trasladar la capital, acabaría demostrando haber sido un error, ya que les permitió a los sacerdotes del culto de Amón en Tebas consolidar su poder hasta el punto de rivalizar con los faraones.
Ramsés II llegó a la edad de 96 años y, cuando murió, su pueblo no podía recordar una época en la que él no hubiera sido rey. Su muerte causó el pánico generalizado entre la población, que se enfrentaba a un futuro sin Ramsés II como rey. Su sucesor fue su hijo Merenptah (1213-1203 a.C.), que tenía casi 60 años cuando ascendió al trono.
Merenptah era el decimotercer hijo de Ramsés II, y no había sido nombrado sucesor. La única razón por la que se convirtió en faraón fue porque todos sus hermanos habían muerto durante el largo reinado y vida de su padre. Merenptah se identificó rápidamente con la imagen de su padre de rey guerrero al derrotar a los libios en la batalla y detener una invasión de los pueblos del mar. Los relatos de sus campañas incluyen la famosa estela de Merenptah, que proporciona la primera mención del pueblo de Israel como tribu.
Después de Merenptah vino Amenmesse (1203-1200 a.C.) que era un usurpador que intentó quitarle el poder al heredero legítimo, Seti II (1203-1197 a.C.). Amenmesse era probablemente un hijo de Merenptah, pero no el sucesor elegido. Las evidencias sugieren que Amenmesse trató de eliminar cualquier prueba de Seti II, que se hizo con el poder en Tebas y que lo extendió hacia el sur a través de Nubia, forzando a la corte a aceptar su realeza. Se desconoce la fecha de su muerte, pero desaparece del registro histórico después de 1200 a.C., mientras que el reinado de Seti II se extendió hasta 1197 a.C.
Este siguió los preceptos de Merenptah e inició sus propios proyectos arquitectónicos, incluidas mejoras y adiciones en el templo de Karnak. A este faraón lo sucedió Merenptah Siptah (1197-1191 a.C.), que subió al trono con diez años y murió en torno a los 16. Su madrastra Twosret (también conocida como Tausret, 1191-1190 a.C.) reinó con él como regente y los sucedió tras su muerte. Twosret gobernó dos años más antes de morir y después ascendió Setnakhte (1190-1186 a.C.), otro usurpador que fundaría la Dinastía XX de Egipto.
La Dinastía XX
La evidente confusión gubernamental tras la muerte de Merenptah sugiere que se rompió la sucesión de los reyes egipcios, lo que permitió a los usurpadores ignorar las tradiciones anteriores. De haberse tolerado o permitido, habría supuesto una violación grave del concepto de ma'at (armonía, equilibrio). Amenmesse no lo logró, pero Setnakhte fue aceptado. Esto sugiere que Setnakhte no era un usurpador obvio, y que muy probablemente era uno de los hijos de Seti II.
Setnakhte estabilizó el gobierno, pero la documentación sobre su reinado es confusa. Puede que repeliera otra invasión de los pueblos del mar, o puede que sencillamente estuviera repitiendo una historia sobre el pasado de Egipto. A este rey lo sucedió Ramsés III (1186-1155 a.C.), más conocido por derrotar a los pueblos del mar y expulsarlos de las costas de Egipto por última vez. Las inscripciones de Ramsés III con respecto a esta batalla con los pueblos del mar respalda la afirmación de algunos expertos de que Setnakhte había luchado contra ellos anteriormente, pero no es una afirmación ampliamente apoyada.
Ramsés III es el último faraón fuerte del Imperio Nuevo. El poder de los sacerdotes de Amón había seguido creciendo desde que Horemheb reviviera la antigua religión, y su ascenso constante atrajo ingresos e influencias, alejándolos del trono. Al igual que en la época de Akenatón, los sacerdotes de Amón tenían más tierra que el faraón y más autoridad en las provincias. Esta situación empeoraría a lo largo del Período ramésida de la Dinastía XX.
Ramsés III mantuvo un gobierno central fuerte, aseguró las fronteras y mantuvo la prosperidad de Egipto, pero el imperio se le estaba escapando poco a poco. El puesto de faraón de Egipto ya no infundía la clase de respeto que había tenido antaño porque los sacerdotes de Amón cumplían el papel de intermediario de los dioses. Ramsés III resultó herido en un intento de asesinato orquestado por una de sus esposas menores y más tarde murió a causa de sus heridas. Su sucesor, Ramsés IV (1155-1149 a.C.) solo ascendió al trono porque sus hermanos mayores habían muerto. Intentó lo mejor que pudo emular a los grandes faraones del pasado, y logró varios proyectos arquitectónicos mientras luchaba por mantener un imperio que se iba contrayendo, pero murió después de un corto reinado.
Después vino su hijo, Ramsés V (1149-1145 a.C.), al que le costó mantener el poder frente a los sacerdotes de Amón y mantener el imperio unido. Su sucesor, Ramsés VI (1145-1137 a.C.) continuó con esta lucha, sin lograr nada mejor. En vez de grandes logros en la batalla, o proyectos monumentales, Ramsés VI es más conocido hoy en día entre los historiadores por su tumba, pero no porque haya grandes riquezas en ella. Cuando se construyó la tumba de Ramsés VI, los obreros enterraron sin darse cuenta la tumba de Tutankamón, manteniéndola así a salvo de los ladrones hasta el siglo XX.
Después de Ramsés VI vendrían Ramsés VII (1137-1130 a.C.), Ramsés VIII (1130-1129 a.C.) del que no se sabe nada, y luego Ramsés IX (1129-1111 a.C.), Ramsés X (1111-1107 a.C.) y Ramsés XI (1107-1077 a.C.). Todos estos faraones lucharon por conservar el imperio frente a las incursiones extranjeras y los problemas internos con los sacerdotes de Amón. Hay un episodio relacionado con estos problemas, aunque no está nada claro, que tiene que ver con un hombre llamado Amenhotep, sumo sacerdote de Amón, que fue expulsado de su puesto por el visir Pinehasy que después tuvo que huir al sur, a Nubia.
Parece ser que Amenhotep fue restablecido por Ramsés XI durante el período conocido como Whm Mswt (Wehum Mesut), que literalmente tiene que ver con un renacimiento de la cultura pero que parece ser el momento en el que el poder de la monarquía egipcia entro en declive rápidamente. Aunque algunos fragmentos antiguos de los documentos parecen indicar que Amenhotep el sumo sacerdote fue restaurado a su posición en Tebas, otros afirman que fue sucedido por otro sacerdote llamado Herihor, que era lo suficientemente poderoso como para gobernar Egipto desde Tebas y dividirse el país con Ramsés XI. A diferencia del resto del Imperio Nuevo, los registros de esta época no son tan completos y muchos son solo fragmentos. El único aspecto de esta época que parece estar claro es que los sacerdotes de Amón tenían suficiente poder como para reinar como faraones desde Tebas.
Caída del Imperio Nuevo
Esta división del gobierno entre Tebas en el Alto Egipto y Ramsés XI en el Bajo Egipto tuvo como resultado la misma clase de desunión que había caracterizado el Primer y Segundo Períodos Intermedios. Una vez más no había un gobierno central fuerte en Egipto y las políticas del pasado que habían preservado el imperio ya no eran efectivas. La historiadora Margaret Bunson escribe que los faraones ramésidas demostraron tener "poca competencia militar o administrativa" después de Ramsés III y que "la Dinastía XX, y el Imperio Nuevo, fueron destruidos cuando los poderosos sacerdotes de Amón dividieron la nación y usurparon el trono" (81).
La decisión de Ramsés II de trasladar la capital a Avaris en el norte debilitó el gobierno al dejar Tebas en manos de los sacerdotes. Aunque en principio el culto de Amón estaba bajo la autoridad del faraón, en realidad el poder estaba en manos de quien tuviera la mayor riqueza e influencia. Al irse al norte, los sacerdotes de Amón tuvieron la libertad para hacerse con vastas cantidades de tierras y beneficiarse de ellas sin interferencia alguna por parte de los faraones que para entonces estaban lejos en el norte.
Estos sacerdotes pudieron acumular riquezas en primer lugar por la manera en que se acabó entendiendo al dios Amón. Combinaba los aspectos del dios creador anterior, Atum, con los del dios sol Ra, y se acabó reconociendo como el rey de los dioses. Los primeros faraones del Imperio nuevo, al igual que los reyes antes que ellos, se asociaban con el dios Horus; pero Seti I se asoció con el adversario de Horus, Set, y los faraones ramésidas se asociaron con el dios sol Ra. El nombre "Ramsés" proviene del egipcio "Ra-Moses", que quiere decir "hijo de Ra".
Los sacerdotes de Amón, la deidad suprema, estaban en contacto directo con el creador y sustentador del universo, un dios más grande que Ra, Horus o Set. A medida que fue aumentando la popularidad de la adoración de Amón, también fue aumentando su culto y por tanto la riqueza de los sacerdotes. Sin embargo, un aspecto más importante fue que el poder del faraón fue disminuyendo porque ya no se consideraba como un intermediario necesario entre el pueblo y los dioses. Ahora los sacerdotes de Amón podían interceder por el pueblo y recibir las respuestas directamente. El erudito Jacobus Van Dijk comenta lo siguiente:
El rey ya no representaba a dios en la tierra, sino que era su subordinado. Al igual que todos los demás seres humanos, estaba sujeto a la voluntad de dios... Una vez se hubo reconocido que la voluntad de dios era el factor gobernante en todo lo que ocurría, se hizo imprescindible conocer su voluntad de antemano. Los oráculos, que en un principio solo consultaba el rey puede que ya desde el Imperio Antiguo, empezaron a usarse en el período ramésida para consultar a los dioses sobre toda clase de cosas en las vidas de la gente común. Los sacerdotes sacaban del templo en procesión la corteza portátil con la imagen del dios y le presentaban un trozo de papiro o un óstracon con una pregunta escrita. El dios indicaba su aprobación o desaprobación haciendo que los sacerdotes se movieran ligeramente hacia adelante o hacia atrás, o por algún otro movimiento de la corteza. Nombramientos, disputas sobre la propiedad, acusaciones de crímenes y, más adelante, incluso preguntas que buscaban la tranquilidad de que el dios confirmara que la persona tendría un más allá; todo esto eran el tipo de cosas que proponían frente a la voluntad del dios. Todos estos desarrollos minimizaron aún más el papel del rey como representante terrenal del dios: el rey ya no era un dios, sino que el propio dios se había convertido en rey. Una vez que se hubo reconocido a Amón como el verdadero rey, el poder político de los gobernantes terrenales se podía reducir al mínimo y transferirse a los sacerdotes de Amón. (Shaw, 306- 307)
La Dinastía XX termina con la muerte de Ramsés XI y su entierro por parte de su sucesor, Smendes I (1077-1051 a.C.). Una tradición que se remonta al Período Arcaico de Egipto (en torno a 3150-2613 a.C.) era que quien fuera que enterrara al rey sería su sucesor. Smendes I era de Tanis en el Bajo Egipto y, por tanto, tras enterrar al faraón muerto, se proclamó su sucesor y trasladó allí la capital. Solo gobernó el Bajo Egipto y, finalmente, tan solo un territorio bastante limitado. El Imperio Nuevo concluye en torno a 1069 a.C. bajo su reinado cuando se convierte en un monarca más provincial. Los sacerdotes de Amón tenían el poder en Tebas en el Alto Egipto, y los nubios en el sur, al no haber un poder egipcio central que pudiera mantenerlos a raya, retomaron las tierras que habían perdido con Tutmosis III y los demás grandes faraones del Imperio Nuevo.
Las regiones de Siria, Palestina y Libia hicieron lo mismo, y el Imperio egipcio cayó. El país se encontró entonces en otra era de división y debilidad conocida como el Tercer Período Intermedio, pero, a diferencia de las veces anteriores que fueron épocas de transformación entre las épocas de unificación, Egipto no resurgiría de esta última ni más fuerte ni más avanzado que antes. El Primer y Segundo Períodos Intermedios dieron lugar al Imperio Medio y al Imperio Nuevo, pero el Tercer Período Intermedio concluye con la invasión persa de Egipto tras la batalla de Pelusio en 525 a.C.
Después de la llegada de los persas, Egipto nunca volvería a ser un estado autónomo más allá de cortos períodos de tiempo. La Dinastía XXX (en torno a 380-343 a.C.) consiguió restablecer el gobierno egipcio, pero el país fue tomado nuevamente por los persas, que gobernarían hasta que fueron derrotados por Alejandro Magno. Lo más cerca que volvería a estar el país de tener un gobierno egipcio sería con la dinastía de los Ptolomeos (323-30 a.C.), los gobernantes griegos que revivieron las costumbres y tradiciones egipcias. La suya sería la última dinastía de Egipto antes de la llegada de Roma.