Según el relato del libro bíblico Éxodo, los diez mandamientos presentan la legislación que Moisés recibe en el Monte Sinaí tras la huida de Egipto de los israelitas. A menudo la expresión «diez mandamientos» se emplea para hacer referencia a las reglas básicas que controlan el culto al Dios de Israel, así como los principios éticos que regulan las relaciones humanas. Los mandamientos forman parte del núcleo de las fes abrahámicas pertenecientes a la tradición occidental: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo.
En esencia, lo que Moisés recibe en el Monte Sinaí, o para otros textos, Monte Horeb, es la constitución de Israel, la cual incluía elementos que la distinguirían de otras naciones:
- una forma específica de culto, en que los sacrificios se ofrecían de modo exclusivo al Dios de Israel,
- leyes concretas acerca del régimen de alimentación (Levítico 11),
- códigos específicos acerca del incesto (Levítico 18),
- una apariencia física que los distinguía: la circuncisión, y
- la dedicación a Dios de un especial, el Sabbat.
Además, los diez mandamientos se ampliaron para que abarcaran los detalles del establecimiento del sacerdocio bajo Aaron, hermano de Moisés; los distintos tipos de sacrificios; las leyes que regían la compensación de daños, y cuestiones de pureza e impureza relacionadas con lo que sería el templo de Jerusalén. Toda esta materia se encuentra en los siguientes libros bíblicos que conforman la Torá: Levítico, Números y Deuteronomio, abarcativos de las enseñanzas de Moisés. Los diez mandamientos resultan singulares por afirmar que están «escritos con el dedo de Dios» en dos tablillas de piedra, que más adelante se depositarían en el Arca de la Alianza (Éxodo 31:18; Deuteronomio 10:2-5).
Según la tradición, el Arca de la Alianza pasó a ser la tienda que fungía como altar desmontable durante los años en que los judíos deambulaban por el desierto y en la etapa de formación de los territorios tribales en Canaán. Tras la construcción por Salomón del templo de Jerusalén, el Arca y sus contenidos se colocaron en su centro, en lo que constituía el «Santo de los Santos».
Los diez mandamientos
- Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí.
- No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.
- No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.
- Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.
- Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
- No matarás.
- No cometerás adulterio.
- No hurtarás.
- No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
- No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. (Éxodo 2:2-17; RV1960)
En hebreo, los diez mandamientos aparecen de manera abreviada como sencillos preceptos de prohibición: «no matarás», «no cometerás adulterio», etc. En la versión griega de las escrituras hebreas (la Septuaginta), reciben el nombre de «decálogo», o «diez palabras». En lo que respecta a iconografía, se representan con números hebreos o con guarismos romanos empleados con posterioridad.
Detalles de los diez mandamientos
El primer mandamiento, «no tendrás dioses ajenos delante de mí», pasó a ser la base del concepto de monoteísmo de los tiempos modernos: la creencia en un Dios único. Sin embargo, en el judaísmo de la antigüedad no existía tal concepción; el Dios de Israel creó a los dioses de las naciones y además reconoció su existencia. La sentencia aborda la cuestión del culto. En el mundo de la antigüedad «culto» se refería a sacrificio, no a creencia. El mandato ordena a los israelitas que solo hagan sacrificios al Dios de Israel.
El segundo mandamiento, opuesto a las «imágenes», refleja el conflicto judío con otras naciones y sus plétoras de estatuas, las cuales consideraban inútiles para alcanzar la salvación ofrecida por Dios. No obstante, la regla resulta controvertible debido a la existencia de diversos testigos que conocieron de manera presencial el templo de Jerusalén, quienes afirman que la cortina que separaba al Santo de los Santos contenía imágenes de los doce símbolos del zodíaco. El mandato trasluce la misma prohibición que el primero: no ofrendar sacrificios a las imágenes de otros dioses.
Para la versión Reina Valera de 1960 de la Biblia, el tema de abusar del nombre de Dios es bien conocido: «no tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano». La máxima no se refiere a maldecir, en el sentido de «¡maldito sea Dios!», sino a la vieja práctica de jurar en nombre del dios que se venera. Un juramento que pusiera por testigo a lo divino resultaba inviolable.
El respeto al Sabbat mediante la práctica de abstención de trabajar proviene de la historia de la creación descrita en Génesis. El dictado original no definía la palabra «trabajo», lo cual motivó que se añadieron precisiones a las escrituras. Para los judíos, el «séptimo día» era el Sabbat, concepto que los cristianos mantuvieron, aunque se cambió al domingo, en reconocimiento al día en que Jesús se levantó de entre los muertos.
El sexto mandamiento, «no matarás», ha sido tema de frecuentes debates entre académicos y teólogos, debido a que en algunas versiones la frase se traduce como «no cometerás asesinato». ¿Es que la prohibición va dirigida contra la liquidación intencional de otra persona, o puede aplicarse a la guerra? A través de los siglos se han librado cientos de guerras en nombre de Dios. Por su parte, para los pacifistas constituye una tradición citar el mandamiento en defensa de sus concepciones antiguerreristas.
El mandamiento que rechaza el adulterio reunía una importancia crucial. En un mundo en que no existía la prueba de ADN como prueba de paternidad, había que asegurar que el linaje se mantuviera incólume. El adulterio significaba la violación de la propiedad de otro hombre, por lo que se condenaba a ambos adúlteros a la muerte.
La regla que prohíbe prestar falso testimonio tenía particular significación debido a que un testigo mendaz podía ocasionar daños a terceros. Al cabo del tiempo el concepto se incorporó en el sistema judicial, razón por la cual la alegación de un declarante ante un tribunal requería que jurara por la Biblia. Aunque la cuestión se ha eliminado, todo el mundo conoce que la afirmación de un testigo de que «jura decir la verdad», queda hecha bajo la égida del mandamiento.
«Codiciar» siempre conduce a acciones dañinas contra el prójimo y contra la esposa del prójimo.
El pacto mosaico del Monte Sinaí
Los diez mandamientos conforman la idea central de lo que se conoció como «pacto mosaico». «Pacto» no significa otra cosa que contrato, y se entiende que es un acuerdo entre el pueblo y su(s) dios(es). El pacto con Moisés constituye una imagen especular de otros tratados de la antigüedad, tales como los que se produjeron entre los hititas y las culturas mesopotámicas. Los términos del tratado prometen la protección de (los) dios(es) bajo la condición de que el grupo honre a la(s) deidad(es) con su obediencia y ofrendas. El famoso Código de Hammurabi (1792-1750 a.C.) y la estela que se acompaña, lo muestran en el momento de recibir de la mano del dios solar Shamash, que además era dios de la justicia, tanto los códigos legales y sociales, como los castigos que se podían aplicar.
Estos tipos de convenios siguen un patrón:
- Una historia que esboza el contexto histórico que condujo al tratado.
- Los detalles específicos de las ordenanzas y rituales requeridos.
- La lectura al grupo o un anuncio público del texto con los detalles del escrito.
- Una lista de las bendiciones a recibir en caso de obediencia, a la que siguen las maldiciones o fuerza aplicables de incumplirse con el tratado. En este sentido, se define «pecado» como la violación de los mandamientos de un dios.
Todos estos detalles se encuentran en los libros que se hallan a continuación de Éxodo. Desde el punto de vista técnico, Moisés recibió un total de 613 mandamientos.
Derecho apodíctico y derecho consuetudinario
En los listados bíblicos, se hace una distinción entre los diez primeros mandamientos y los restantes. Al principio la diferenciación no se debió a que se consideraran más importantes que los otros. Los diez mandamientos se destacan del resto por calificarse de «ley apodíctica». Las leyes apodícticas se consideran absolutas. Debe observarse que no se menciona forma alguna de castigo a continuación de los diez primeros mandamientos. No se enumeran las penitencias en caso de que alguno se incumpla. En otros libros de la Biblia se hace referencia a que una forma de castigo era el extrañamiento de las tierras de Israel.
Muchos de los pasajes tratan acerca de la colonización que a la postre se efectuaría de la tierra de Canaán y sobre las admoniciones para mantener la sacralidad de la nación. En los primeros diez mandamientos quedaba implícito que las violaciones resultarían en que Dios expulsaría de sus territorios a los israelitas, sometiéndolos a exilio. De ahí que los libros de los profetas explican los desastres de la conquista asiria (722 a.C.) y de la dominación babilonia (587 a.C.) como un castigo de Dios motivado por los pecados y la idolatría cometidos en el país.
Los restantes 603 mandamientos se califican de ley consuetudinaria. Por lo general se introducen con la expresión «…si ocurriera que…», seguida de una infracción que puede o no ser intencional, que se puede enmendar o expiar. En este sentido, la expiación conllevaba compensar o componer los daños. La jurisprudencia ordena rituales y sacrificios específicos para cada una de las distintas violaciones.
Cronología
La cronología exacta de la historia de los diez mandamientos constituye motivo de debate por los académicos. Las escrituras judías contienen muchas fuentes distintas combinadas con tradiciones orales, las cuales a menudo se editaban con el transcurso del tiempo. La tradición coloca la historia del Éxodo alrededor del 1300 a.C., lo cual coincide con el surgimiento del Nuevo Reino de Egipto. Sin embargo, existen teorías que ubican la inserción codificada de los diez mandamientos cerca del 600 a.C., época en que resulta probable que los libros de la Biblia se escribieran por primera vez. La edición final de los primeros cinco libros ocurrió durante el período del exilio babilónico (587-539 a.C.).
El filósofo judío Filón de Alejandría (20 a.C. - c. 50 d.C.) escribió diversos tratados dirigidos al público griego acerca del significado de la ley judía. Explicó que, por sus implicaciones, los diez mandamientos comprendían todas las leyes judías. Por ejemplo, el adulterio estaba prohibido porque promovía un comportamiento indecente; la prohibición de asesinar incluye las actitudes y faltas de respeto hacia el prójimo (Decálogo, 168).
Los diez mandamientos en el cristianismo primigenio
El «Sermón de la Montaña», de Mateo, contiene la explicación más completa de los diez mandamientos (Mateo 5). Mateo incluye una sección importante de la ley mosaica al representar a Jesús como el nuevo Moisés. En el pasaje no se elimina ni se reemplaza la ley de Moisés, sino que el Jesús de Mateo otorga mayor fuerza a los mandamientos:
Oísteis que fue dicho a los antiguos: «No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio». Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; … Oísteis que fue dicho: «No cometerás adulterio». Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5:21-28)
En el contexto histórico, Mateo insta a los miembros de su comunidad a que sean «… perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto». (Mateo 5:48).
En la medida en que el movimiento cristiano atraía mayor número de gentiles, nombre que se aplicaba a las personas que no eran judías, surge el tema de si primero debían convertirse al judaísmo, cuestión que se trata, según el relato de Lucas en Los Hechos 15, y de Pablo en Gálatas 2, en una reunión sostenida en Jerusalén. Santiago, hermano de Jesús, decide que los gentiles no tenían que adoptar los identificadores étnicos judíos, es decir, la circuncisión, las costumbres de alimentación, y la observación del Sabbat; pero añade que «se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre». (Los Hechos 15:20).
En todas las comunidades paulinas se respaldaba la prohibición de la idolatría. La carta de Pablo a los romanos proclama:
No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: no adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor. (Romanos 13:8-10)
Las leyes noájidas
Al pueblo judío se le entregaron los diez mandamientos; sin embargo, en el siglo II d.C., al iniciarse la formación de lo que sería el judaísmo rabínico, a algunos mandatos se les asignó carácter universal. El fundamento bíblico derivó de la historia de Noé descrita en el libro de Génesis, y de la aseveración de que el convenio establecido con Noé iba dirigido a todos sus hijos. De ahí la lista de las naciones fundadas en Génesis 10.
Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis. Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. (Génesis 9:4-5)
Según se estructura en el ulterior Talmud babilónico (Sanedrín 59a), se ordena a los gentiles:
- cesar la idolatría,
- jamás maldecir a Dios,
- no cometer asesinato,
- no cometer adulterio, bestialismo o inmoralidad sexual,
- no robar,
- no comer carne desgarrada de un animal viviente, y
- establecer tribunales de justicia.
Las admoniciones se relacionan con la forma en que los gentiles podían «ocupar un lugar en el mundo que estaba por venir» (Olam ha-ba), el del establecimiento del reino de Dios sobre la tierra. En el lenguaje moderno, a estos gentiles se les aplica el término «gentiles justos». Los diez mandamientos se recitan en las sinagogas tres veces al año por el judaísmo contemporáneo, lo cual se hace coincidir con lecturas específicas de la Torá, del Éxodo y de Deuteronomio, en dependencia de la celebración de que se trate.
El cristianismo en el siglo II d.C.
En el siglo II d.C. los líderes cristianos no mantenían lazos con el judaísmo étnico, sino que eran gentiles conversos. No obstante, aún guardaban la tradición judía relacionada con el culto al Dios de Israel, y empleaban las escrituras judías para estructurar lo que se convertiría en una religión independiente.
La apócrifa Epístola de Bernabé afirmaba que en aquel entonces los cristianos poseían la única interpretación correcta de los mandamientos de Dios. Con el empleo de citas del libro de Éxodo, el texto relata que las tablillas con que Moisés baja del Monte Sinaí solo contenían los diez preceptos originales, pero este, al constatar la idolatría de los israelitas, las estrella contra el suelo y provoca un terremoto que se traga a los pecadores. Al regresar en busca de otro juego, Dios añade los siguientes 603 mandamientos para castigar a los judíos. El cristianismo de la época enseñaba que los primeros diez mandatos eran los únicos que los cristianos tenían que obedecer, debido a que eran de carácter universal, aplicables a toda la humanidad, y reflejo de la intención original de Dios. (Bernabé, capítulo XXXIII).
Los diez mandamientos en el islamismo
En el momento en que el profeta Mahoma (570-632 d.C.) emite los preceptos del islamismo, los diez mandamientos constituían un soporte principal para el culto a Dios y para las relaciones de la comunidad. La prohibición de la idolatría era cuestión de mayor importancia, mientras algunos de los restantes mandatos se referían a abusos de la época. Por ejemplo, el decreto «no asesinarás» incluía «no matarás a tus hijos por temor a la pobreza» (Corán, Suras, 22-36).