El periodo de los Reinos Combatientes (481/403 - 221 a.C.) abarca los tres siglos durante los cuales varios Estados rivales chinos combatieron ferozmente por la ventaja territorial y la dominación. Al final el Estado de Qin saldría victorioso y establecería el primer Estado chino unificado. Además de la incesante guerra, y probablemente a causa de ella, en este periodo se vieron importantes desarrollos en la sociedad, el comercio, la agricultura, la filosofía y las artes, que sentarían las bases para el florecimiento subsiguiente de la China imperial.
Periodo de tiempo
No hay una opinión unánime en cuanto a la época exacta en la que transcurrió el periodo de los Reinos Combatientes (Zhanguo), ya que algunos historiadores establecen el comienzo en 481 a.C., cuando terminan las crónicas de Lu, y otros se decantan por 403 a.C., cuando los tres estados de Han, Wei y Zhao fueron reconocidos oficialmente por la corte Zhou. Aparte de eso, otros historiadores prefieren otras fechas, entre las cuales la más popular es la del historiador chino de la Antigüedad Sima Qian: 475 a.C. La fecha del final suele definirse por el establecimiento del Imperio Qin: 221 a.C. Hay dos crónicas chinas antiguas que recogen los acontecimientos de este periodo, aunque tanto fechas como autores son inciertos y desconocidos: Discursos de los Estados y Las intrigas de los Reinos Combatientes.
Contexto
En el siglo V a.C. la dinastía Zhou (Chou) oriental (771-256 a.C.) se estaba desmoronando. Ya no era dominante en términos militares y se vio obligada a depender de los ejércitos de los Estados aliados, que en ocasiones aprovechaban la oportunidad para mejorar sus reclamos territoriales. Por esa razón, el rey Zhou a veces se veía obligado a nombrar al líder militar de otro Estado el líder militar de la alianza Zhou. Estos comandantes recibían el título honorífico de ba o hegemón, aunque tanto ellos como los líderes de otros Estados de la alianza tenían que jurarle lealtad al sistema feudal de Zhou.
Para principios del siglo IV a.C. casi 100 Estados pequeños se habían consolidado mediante la conquista en siete Estados principales: Chu, Han, Qi, Qin, Wei, Yan y Zhao. Atrapado en medio de estos Estados había varios más pequeños, pero los siete grandes para entonces se habían hecho tan grandes y consolidados que era difícil que uno consiguiera absorber a otro. Algo que impulsaba aún más esta segregación territorial era la tendencia a construir largas murallas defensivas a lo largo de las fronteras, algunas de las cuales eran de varios kilómetros de largo. Estaban construidas en piedra y tierra y varias secciones largas se han conservado hasta hoy, incluida la muralla Qi en Mulinngguan en la provincia de Shandong, que tiene 4 metros de altura y 10 metros de ancho en algunas secciones.
En cada estado, el gobernante se autoproclamó rey e independiente del Imperio Zhou. Cada uno de ellos quería expandir su territorio a expensas del vecino, a menudo atacando a sus rivales sobre las disputas de sucesión causadas por la política común de matrimonio entre las diferentes familias reales. Con el tiempo, esta rivalidad condujo a alianzas siempre cambiantes y a los conflictos interminables que le pusieron el nombre al periodo. Entre 535 y 286 a.C. hubo 358 guerras entre los diferentes Estados. Los enormes ejércitos estaban liderados por comandantes que abandonaron la etiqueta de la caballería guerrera de épocas pasadas (si es que de hecho había existido tal cosa antes), y llevaron a cabo campañas despiadadas para destruir al enemigo, tanto militar como civil. El premio para el vencedor sería el control de una China unificada.
Un nuevo estilo de guerra
La caballería de arqueros montados en resistentes caballos mongoles, una infantería grande basada en el reclutamiento universal y la difusión de nuevas armas de hierro, tales como espadas y arcos (que llevaron a la producción de armaduras nuevas), hicieron que la guerra durante el periodo de los Reinos Combatientes fuera mucho más mortífera que en épocas anteriores. Las batallas más lentas y organizadas del pasado en las que se usaba gran cantidad de carros y la infantería se desplegaba de manera más predecible dieron paso a un campo de batalla mucho más dinámico. La guerra también se volvió más sofisticada, con despliegues de tropas más sutiles y disciplinadas y victorias que dependían, en parte, del subterfugio y el espionaje.
La caballería puede que desapareciera o no, pero algo que sin duda cambió fue la escala de las batallas con ejércitos que a menudo contaban con 200.000 soldados, comparados con los números en torno a 10.000, más comunes en épocas anteriores. Los Estados de Qin, Qi y Chu poseían cada uno una fuerza de infantería total cercana al millón de hombres y una caballería de 10.000. Las batallas tampoco terminaban ya en un par de días, sino que se alargaban durante meses o incluso años y las bajas se contaban en decenas de miles. Los ejércitos de un Estado dado tenían que luchar en varios frentes, y el objetivo era no solo ganar nuevos territorios sino también destruir sistemáticamente la capacidad militar del enemigo. Como hacía falta una cantidad desmesurada de tropas, esto suponía que los soldados estaban relativamente poco entrenados y la guerra pasó de ser una cuestión de habilidad militar a depender de que un bando tuviera tal superioridad numérica que su comandante pudiera sobrepasar a su enemigo en el campo de batalla.
Tal guerra continua debió de suponer una pesada carga en la población general. Aparte de las invasiones y la consecuente destrucción de propiedades y cosechas, se esperaba que los hombres lucharan por el Estado. En una de las últimas grandes batallas de este periodo en Changping los Qin reclutaron a todos los hombres de más de 15 años, pero parece que esto era algo común. Aun así, con tantas guerras a un granjero le habría resultado difícil evitar el servicio militar. Había recompensas para los soldados que luchaban bien, especialmente en el Estado Qin, donde se introdujo todo un sistema de rangos y recompensas con 20 niveles diferentes, abierto a todo el mundo. Por ejemplo, cortar la cabeza de un enemigo suponía que el soldado ascendiera de rango y adquiriera 5 acres de tierra.
El éxito en la guerra se convirtió en el único objetivo del Estado y de todos sus habitantes, tal y como resume el historiador L. Feng:
Durante el periodo de los Reinos Combatientes, la guerra era el aspecto más importante de la vida social, el principio del Estado y la brújula que dirigía las políticas gubernamentales. No es exagerado decir que para finales del periodo de los Reinos Combatientes (siglo III a.C.), la guerra había aumentado de importancia hasta el punto de que el Estado entero se organizaba con el propósito mismo de la guerra, y eso era así con todos los Estados (197).
Otro desarrollo en la guerra eran las expectativas sobre los comandantes. La cuna ya no era suficiente para reclamar el derecho al mando, sino que tenían que demostrar sus habilidades militares, expuestas mediante la plétora de tratados que se escribieron al respecto, tales como El arte de la guerra de Sun Tzu. La estrategia era importante en el campo de batalla, pero se volvió esencial en la guerra de asedio, cuando el enemigo decidía intentar resistir un ataque dentro de ciudades bien fortificadas o cuando protegía sus fronteras con torres de vigilancia conectadas por murallas defensivas.
El ascenso de los Qin
De manera bastante irónica, teniendo en cuenta los eventos posteriores, los Qin eran uno de los pocos Estados que se mantuvieron leales a los Zhou. Por ejemplo, el gobernante Qin, el duque Xin, fue recompensado con el título de hegemón por proteger los intereses de los Zhou en 364 a.C. Su sucesor Xiao recibió el mismo honor en 343 a.C. Xiao es conocido por aceptar los servicios del hábil consejero Shang Yang, robado del Estado de Wei, que reorganizó el Estado de Qin y lo hizo aún más poderoso. Se censó mejor a la población y las regiones se dividieron en provincias más fáciles de administrar y en condados, de manera que el cobro de impuestos (en forma tanto de bienes como de trabajo) era más eficiente. Los Qin tuvieron entonces tal fuerza que el rey Zhou le concedió estatus e insignia real al gobernante Huiwen en 326 a.C.
El Estado Qin contaba con las ventajas de tener, por un lado, una cordillera protectora en la frontera oriental y, por el otro, de ser uno de los Estados periféricos, de manera que tenía más libertad para expandirse sobre territorio que no perteneciera a un Estado chino rival. Ahora que tenían tanto un gobierno fuerte y organizado basado en los principios del legalismo, con su énfasis en las leyes y los procesos (expandidos por los ministros Lu Buwei y su aprendiz Li Si), una burocracia en expansión con funcionarios y magistrados locales para ayudar con el gobierno de las provincias, y los medios económicos para costear ejércitos grandes y bien equipados, los Qin podían empezar a planear una campaña ambiciosa para una conquista importante.
La victoria sobre el Estado Shu en 316 a.C. les permitió a los Qin absorber sus fértiles tierras agrícolas, enriqueciendo aún más el Estado. En 278 a.C., Yin, la capital del Estado Chu, cayó bajo el control Qin. También ganaron una victoria importante contra los Zhao en 260 a.C. tras tres años de batallas en un frente que se extendía 160 kilómetros (100 millas). Cuando el rey Zhou murió en 256 a.C. sin nombrar un sucesor, los Qin se hicieron con el control del resto del Estado. Los Qin parecían imparables. Con victorias finales y definitivas sobre los Han en 230 a.C., los Zhao en 228 a.C., los Wei en 225 a.C., la capitulación de los Chu en 223 a.C. (uno de los mayores rivales de los Qin), y la derrota de los Yan y los Qi en 221 a.C., el Estado Qin pudo por fin formar un imperio unificado que cubría la mayor parte de China. El rey Qin, Zheng, se concedió a sí mismo el título de Shi Huangdi o "Primer emperador".
Desarrollos culturales
Puede que el periodo estuviera dominado por las guerras, pero hubo algunos efectos culturales de toda esta actividad militar. La necesidad tecnológica de producir armamento a la altura del oponente o incluso mejor llevó a producir mejores herramientas y a una mejora de las habilidades, especialmente en la metalurgia y el uso del hierro. A su vez, los artistas pudieron producir obras más complicadas, y llegaron a dominar materiales tan difíciles y demandantes como el jade o el lacado. Los ejércitos grandes necesitaban muchos suministros, y estos se proporcionaron gracias a la mejora de la eficiencia de la agricultura. Las herramientas mejoradas hechas de hierro, el uso de más tierras tras el drenaje de pantanos y un mejor regadío gracias a zanjas y canales también ayudaron a mejorar la productividad.
Las ciudades aumentaron de tamaño a medida que la población acudía en busca de la mayor seguridad que ofrecían los muros y torres defensivas. Se construían puertas de varios pisos en las ciudades para deslumbrar a los visitantes con la riqueza y el poderío de la ciudad. Los palacios de los gobernantes se volvieron más extravagantes, los mercados se expandieron, surgieron áreas dedicadas a industrias específicas en las que se podían producir en masa objetos tales como armas o alfarería, y se desarrolló la planificación urbana, en la que los barrios se establecían en un patrón cuadriculado regular con carreteras entre medias.
A medida que se iban formando alianzas y se iban conquistando áreas nuevas, también se desarrolló el comercio y con él la clase media de mercaderes y administradores estatales. La sociedad se alejó, al menos un poco, del estricto sistema de clases según el cual la posición de cada uno estaba determinada por la de los padres. La clase baja aristócrata (shi) empezó a usurpar el poder de la antigua nobleza terrateniente. Por necesidad, se introdujo el dinero en forma de monedas de bronce con un agujero central cuadrado distintivo, o en forma de herramientas, de manera que se conocían como "monedas cuchillo" o "monedas pala". También apareció la posibilidad de adquirir riqueza y estatus entre aquellos con el suficiente talento y la oportunidad.
En el pensamiento también hubo desarrollos. Las cruentas guerras sangrientas hicieron que los intelectuales reevaluaran su visión del mundo y el papel de la religión y de Dios en los asuntos de la humanidad. Los escritores y poetas intentaron justificar, explicar e incluso parodiar los acontecimientos de la época y sus efectos, a menudo calamitosos, sobre la población general. Otro nombre para el periodo de los Reinos Combatientes es el de las Cien Escuelas (Bai jia), que hace referencia a la proliferación de líneas de pensamiento y al desarrollo de tales ideas como el legalismo, el confucianismo, el taoísmo, el naturalismo o el mohismo. En esa época no había escuelas formales como tal, sino que más bien se trataba de un amplio espectro de pensadores individuales, entre los que se encontraban Mencio (filósofo pacifista y confucianista), Sun Tzu (estratega militar), Mo Ti (o Mozi, ingeniero militar y filósofo), Hui Shi (lógico) y Gongsun Longzi (lógico). Por lo tanto, en muchos sentidos el periodo de los Reinos Combatientes sentó los cimientos para el surgimiento cultural que sucedería en la China imperial cuando el país pudo establecerse como uno de los Estados más grandes e influyentes del mundo.