Deir el-Medina es el nombre arábico moderno para el pueblo obrero que cobijaba a los artesanos de Tebas que construyeron y decoraron las tumbas del cercano Valle de los Reyes y Valle de las Reinas. Hoy en día es un emplazamiento arqueológico.
Los antiguos habitantes del lugar lo llamaban Pa Demi ("la aldea"), pero en la correspondencia oficial lo llamaban Set-Ma'at ("El lugar de la verdad"), porque se creía que los trabajadores recibían la inspiración de los dioses para crear las casas eternas de los reyes difuntos y sus familias. A principios de la era cristiana, cuando la aldea ya estaba desierta, los monjes la ocuparon y utilizaron el templo de Hathor como claustro. Se hablaba del templo como Deir el-Medina ("el monasterio de la ciudad") y este nombre se acabó por utilizar para el lugar entero.
A diferencia de la mayoría de pueblos del Antiguo Egipto, que fueron creciendo de manera orgánica a partir de asentamientos más pequeños, Deir el-Medina era una comunidad planificada. Fue fundada por Amenhotep I (en torno a 1541-1520 a.C.) específicamente para albergar a los obreros de las tumbas reales, porque la profanación y robo de las tumbas se había convertido en un problema serio para entonces. Se decidió que la realeza de Egipto ya no anunciaría sus lugares de descanso con grandes monumentos, sino que, en vez de eso, sería enterrada en un área menos accesible en tumbas labradas en las paredes del acantilado. Estas áreas se convertirían en las necrópolis que hoy en día se conocen como el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas. A los que vivían en el pueblo se los conocía como "Sirvientes del lugar de la verdad" por el importante papel que tenían al crear las casas eternas, además de mantener la discreción sobre el contenido y la ubicación de las mismas.
Deir el-Medina es uno de los lugares arqueológicos más importantes de Egipto debido a la gran cantidad de información que nos ofrece sobre la vida cotidiana de la gente que vivió allí. Las excavaciones serias del lugar empezaron en 1905 d.C. de mano del arqueólogo italiano Ernesto Schiaparelli y a este lo seguirían varios otros a lo largo del siglo XX. El trabajo más extenso fue llevado a cabo por el arqueólogo francés Bernard Bruyere entre 1922-1940 d.C. Al mismo tiempo que Howard Carter sacaba a la luz los tesoros reales de la tumba de Tutankamón, Bruyere estaba descubriendo las vidas de los obreros que habían creado aquel lugar de descanso final.
Historia del pueblo
Las ruinas más antiguas que se conservan en el lugar proceden del reinado de Tutmosis I (1520-1492 a.C.), hijo y sucesor de Amenhotep I, pero no cabe duda de que fue Amenhotep I el que planeó el sitio en primer lugar. Tanto él como su madre, Ahmose-Nefertari, fueron adorados como dioses protectores en el lugar a lo largo de su historia. Los obreros también veneraban a la diosa cobra Meretseger, cuyo nombre significa "la que adora el silencio", la personificación de la necrópolis tebana y protectora de los muertos y especialmente sus tumbas.
Para la época del Imperio Nuevo (en torno a 1570 - en torno a 1069 a.C.) el robo de tumbas se había convertido casi en una epidemia. Aunque ciertas medidas como las puertas falsas y los laberintos habían sido parte de la construcción de tumbas desde los tiempos del Imperio Antiguo (en torno a 2613-2181 a.C.), no resultaban efectivas a la hora de evitar que los ladrones llegaran a las cámaras funerarias y los vastos tesoros enterrados con los difuntos. Se puede entender exactamente cuán inmensa era la riqueza de estas tumbas si tenemos en cuenta los tesoros de la tumba de Tutankamón descubierta por Howard Carter en 1922 d.C. Tutankamón murió antes de cumplir los 20 años y no había tenido tiempo de acumular la clase de riqueza que otros reyes, como Djoser (en torno a 2670 a.C.) o Kufu (2589-2566 a.C.) por ejemplo, habrían enterrado consigo para la otra vida.
El Valle de los Reyes fue elegido como la nueva necrópolis de la realeza y el pueblo se planeó como un lugar de fácil acceso (una media hora caminando) desde las casas de los obreros hasta las tumbas. El pueblo estuvo en uso continuo desde la época de Tutmosis I hasta el colapso del Imperio Nuevo en torno a 1069 a.C. Aunque la comunidad y las necrópolis vecinas se habían planeado para proteger las tumbas de los reyes, la codicia y la oportunidad acabarían por socavar este objetivo, ya que algunos de los propios obreros acabaron por caer en el robo de las mismas tumbas que habían ayudado a construir y proteger para hacerse con una recompensa importante y fácil de conseguir. A pesar de eso, parece que durante la mayor parte de su historia la ciudad funcionó como se esperaba.
Casas y distribución
La comunidad estaba distribuida siguiendo un patrón rectangular de cuadrícula rodeada de un muro protector y ocupaba un área de 1,4 acres (5.600 metros). Dentro de los muros había 68 casas y en las laderas de las montañas fuera de los muros estaban las casas de los trabajadores menos cualificados. Había una entrada principal en el muro norte con una "caseta de guardia" al lado, y otra en el sur. Los eruditos no están de acuerdo en cuál era realmente el propósito de la "caseta". Aunque puede que parezca realmente una caseta de guarda, a lo mejor tenía otro propósito. Al este y al oeste estaban los cementerios de los trabajadores y, como cabría esperar, las tumbas de estas necrópolis tenían muchos elementos hermosos y elaborados.
Las casas estaban muy juntas para aprovechar al máximo el espacio disponible. El pueblo se encontraba, literalmente, en medio del desierto para poder separar a sus ocupantes del resto de la población. Se encontraba en la tierra plana del fondo de un valle, que estaba bastante limitada en cuanto a las posibilidades de construcción.
La puerta principal del norte conducía a la calle principal que atravesaba la ciudad junto con una larga hilera de casas que se alzaban a cada lado. Al entrar en una de las casas por la puerta principal, se accedía a un salón con un espacio cerrado construido en una de las paredes que tenía algo que ver con la fertilidad o el parto. Aquí también era donde se recibía a los invitados. Las casas estaban diseñadas en forma de rectángulo alargado desde la calle hasta la pared circundante. Para adentrarse en la casa había que pasar por la sala de estar, después pasar por dos habitaciones que se usaban para diversos propósitos y al fondo del todo estaba la cocina, que estaba abierta al aire libre y tenía un tejado de paja para proteger a los ocupantes del sol. También había escaleras que conducían al tejado, donde dormían los trabajadores por la noche, donde guardaban animales o tenían un jardín pequeño. A diferencia de otras casas de los ricos o los nobles, no había ninguna habitación que sirviera específicamente para dormir. Parece que la gente dormía en la sala de estar, en las dos habitaciones intermedias (que también se usaban como despensa o almacén) o en el tejado.
Una de las diferencias más importantes entre Deir el-Medina y otros pueblos es que no era autosuficiente. Sus habitantes eran artistas, no granjeros, y no podían producir sus propios alimentos. El pueblo, como ya se ha dicho, se encontraba en el desierto, por lo que incluso se la gente sabía cosas de agricultura, la tierra en sí no ayudaba. Deir el-Medina tampoco tenía un suministro de agua inmediato; no tenía un pozo central, por lo que había que importar el agua del Nilo. Y lo mismo ocurría con la comida y cualquier herramienta o artículo del hogar. Todas estas necesidades había que transportarlas desde Tebas cada mes, a modo de pago para los trabajadores.
La primera huelga laboral de la historia
En torno a 1156 a.C., bajo el reinado de Ramsés III, esta situación condujo a la primera huelga documentada de la historia. Egipto estaba sufriendo una escasez de recursos después de que Ramsés III derrotara a los pueblos del Mar y detuviera su invasión en 1178 a.C. Este acontecimiento, aunado con malas cosechas, funcionarios corruptos y la preparación del festival de Heb-Sed de Ramsés III hizo que el pago mensual se retrasara. Los obreros dejaron de trabajar y se dirigieron a Tebas a exigir su salario.
Esta huelga es muy significativa, ya que no tenía precedente alguno en la historia de Egipto. El rey, como mediador entre el pueblo y los dioses, mantenía el equilibrio que le permitía a todo el mundo por debajo de él funcionar. Por lo tanto, cuando el sistema de pagos para los trabajadores de Deir el-Medina dejó de funcionar, no fue solo una cuestión de un pago retrasado, sino que constituía una traición del ma'at, la armonía que representaba el valor cultural básico de la sociedad. Los obreros lo reconocieron como tal y continuaron con las protestas, no ya motivados por su salario sino en un intento de corregir algo que entendía como un mal grave. Aunque los trabajadores acabaron recibiendo la paga, la huelga marcó el principio del desmoronamiento del sistema de suministros que acabaría por llevar al fin de la comunidad.
La vida en el pueblo
La gente que trabajaba en las propias tumbas eran todos hombres; no hay evidencias de mujeres artistas o albañiles en el lugar. Los hombres salían del pueblo para trabajar durante diez días en las tumbas; dormían en chozas de ladrillos de barro con tejados de paja y luego volvían al pueblo para disfrutar de dos días de descanso. Esto quiere decir que la mayor parte del tiempo el pueblo estaba ocupado principalmente por mujeres y niños. Un aspecto interesante de las casas es el espacio cerrado en la primera habitación nada más entrar. En una casa típica egipcia, el fondo de la casa era la zona de las mujeres, pero en Deir el-Medina parece ser que era la habitación al frente la que servía este propósito. Parece que estas habitaciones cerradas se usaban como salas de parto, o al menos que estaban relacionadas con el parto. Estos habitáculos son parte de las pruebas que citan algunos estudiosos cuando hablan sobre el culto de la domesticidad y de que creen que era parte de la vida cotidiana en el antiguo Egipto y, especialmente, en Deir el-Medina.
Aunque el pueblo no era autosuficiente, la gente que vivía en él a menudo confeccionaba artículos para intercambiar con los demás. Los ostraca, trozos de cerámica inscritos, demuestran que había un comercio continuo entre las casas de sandalias, camas, cestos, pinturas, amuletos, ropas y juguetes para los niños. Puede que un trabajador construyera una extensión en el tejado de una casa a cambio de un saco de grano o una jarra de cerveza o que pintara una imagen de un dios o una diosa para adornar un santuario personal a cambio de un objeto de igual valor. En general, parece que la gente se llevaba bien y que se ayudaban los unos a los otros siempre que podían.
Sin embargo, como en cualquier otra comunidad humana, también había robos, mentidas e infidelidad. Una inscripción en los ostraca cuenta la historia de un trabajador llamado Paneb que tuvo relaciones con las mujeres de varios hombres. La queja dice así:
Paneb durmió con la dama Tuy cuando era la esposa del obrero Kenna. Durmió con la dama Hel cuando ella estaba con Pendua. Durmió con la dama Hel cuando ella estaba con Hesysunebef; y cuando hubo dormido con Hel, se acostó con Webkhet, su hija. ¡Además, Aapekhty, su hijo, también durmió con Webkhet!
(Snape, 85)
Los propios ciudadanos eran los que lidiaban con esta clase de problemas, como solía ser la costumbre en los pueblos rurales de Egipto, sin apelar a las autoridades de Tebas. Como era una comunidad tan cerrada y separada del resto de la sociedad, a todo el mundo le convenía mantener el ma'at y comportarse para con los demás, respetando sus propiedades, su privacidad y su bienestar. Cuando alguien no se comportaba de esta manera, es de suponer que la comunidad lo castigaba, pero no está claro qué clase de castigos se imponían. Hay abundante evidencia de que, en casos de robo, la gente exigía que le devolvieran lo robado, pero no hay nada que indique si estos bienes se devolvían o lo que le ocurría al ladrón.
Declive y abandono
Hacia finales del Imperio Nuevo, los pagos atrasados y la tentación de la riqueza de las tumbas se combinaron para llevar a algunos de los trabajadores a robar las tumbas. Hay muchos documentos judiciales que hablan de los casos de Tebas, ya que el robo de tumbas era un delito que se tomaba muy seriamente y era el Estado el que se encargaba de ellos, no los tribunales locales.
Un caso bien documentado habla de un trabajador llamado Amenpanufer, que era albañil en Deir el-Medina. En su confesión, habla de cómo fue con varios compañeros y usó sus herramientas para abrirse paso en la tumba del faraón Sobekemsaf II. Abrieron los sarcófagos, robaron los amuletos, las joyas y el oro y huyeron. Después se repartieron el botín a partes iguales. Amenpanufer fue arrestado, pero lo que hizo fue usar su parte del tesoro para sobornar a uno de los funcionarios y regresar con sus compinches, que cubrieron el dinero que había perdido. De esta manera, dice, es como se metió en el hábito de robar tumbas porque el riesgo no era excesivo y se podían ganar grandes riquezas.
Las huelgas de alrededor de 1156 a.C. no fueron más que el principio de los problemas con los suministros en Deir el-Medina y, a medida que el Imperio Nuevo fue colapsando poco a poco, los habitantes se fueron marchando. Para alrededor de 1100 a.C., estaba claro que el plan de ubicar las tumbas en un valle remoto del desierto y contratar una comunidad especial de artistas para construirlas y protegerlas no había funcionado como esperaban. Los propios guardianes se habían convertido en ladrones. Lo que es más importante, a medida que se debilitaba el gobierno central, la burocracia necesaria para mantener la llegada de suministros desapareció. El Valle de los Reyes se abandonó como necrópolis real y los habitantes de Deir el-Medina se marcharon y fueron a Tebas donde encontraron santuario en el templo de Medinet Habu en torno a 1069 a.C. El pueblo permaneció desierto hasta que fue ocupado por monjes coptos en algún momento del siglo IV d.C.
Hoy en día es una atracción turística popular para quienes visitan Luxor y el templo de Karnak. Los cimientos de piedra de las casas y de la muralla exterior permanecen intactos y se puede caminar a través de las casas. Aunque no se conserva tan bien como Pompeya, Deir el-Medina le da al visitante la misma impresión de desaparecer en el pasado al caminar por la calle principal entre los cimientos de las casas o los salones principales. Una visita al lugar deja claro cómo de cerca vivían los habitantes en aquel tiempo cuando se conocía como el Lugar de la verdad y donde la gente construía y protegía los hogares eternos de sus reyes.