El periodo amarniense del antiguo Egipto fue la era del gobierno de Akenatón (1353-1336 a.C.), conocido como el rey "hereje". En el quinto año de su reinado (c. 1348 a.C.), puso en marcha unas reformas religiosas radicales que dieron como resultado la supresión de las creencias religiosas politeístas/henoteístas tradicionales de la cultura egipcia y que elevaban a su dios personal, Atón, a la supremacía. Según algunos estudiosos, el periodo se limita al reinado de Akenatón, mientras que otros dicen que se expande durante la época de los sucesores de Akenatón y termina con el ascenso del faraón Horemheb (1320-1292 a.C.). Esta última afirmación es la más favorecida por la corriente dominante de eruditos, y por tanto esta era se sitúa más comúnmente entre c. 1348-1320 a.C.
Las reformas religiosas de Akenatón están consideradas como la primera verdadera expresión del monoteísmo en la historia mundial y en la era moderna los eruditos las han aplaudido y criticado, defendiendo y rechazando al llamado "rey hereje". El periodo amarniense, de hecho, es el periodo de la historia del antiguo Egipto que más atención ha recibido precisamente porque se considera que el reinado de Akenatón supuso un gran distanciamiento de la monarquía egipcia tradicional.
De acuerdo con las reformas de Akenatón, se cerraron los templos de todos los dioses excepto los de Atón, las celebraciones religiosas o bien se prohibieron o se vieron reprimidas severamente, y la capital del país se trasladó de Tebas a la nueva ciudad del rey, Aketatón (la actual Amarna). Aketatón era básicamente una ciudad construida para el dios, no para el pueblo, y esto refleja el enfoque central del reinado de Akenatón.
Tras entregarse a sus nuevas creencias religiosas y suprimir las de los demás, Akenatón básicamente se retiró a la ciudad de su dios donde asumió el papel del dios encarnado y se dedicó a la adoración y adulación de su padre celestial, Atón. Las vidas de su pueblo, el comercio, los contratos y acuerdos con potencias extranjeras, así como el mantenimiento de las infraestructuras y el ejército del país, parece que se vieron relegados a un papel secundario por detrás de su devoción religiosa.
Las reformas religiosas que instauró no durarían más allá de su muerte. Su hijo y sucesor, Tutankamón (c. 1336-1327 a.C.) revirtió sus políticas y volvió a traer las prácticas religiosas tradicionales. Los esfuerzos de Tutankamón se vieron truncados por su temprana muerte, pero fueron continuados, con mucho mayor celo, por uno de sus sucesores, Horemheb, que destruyó la ciudad de Aketatón y borró el nombre de Akenatón de la historia.
Akenatón y los dioses de Egipto
Akenatón era el hijo del gran Amenhotep III (1386-1353 a.C.), cuyo reinado se vio marcado por algunos de los templos y monumentos más impresionantes del Imperio nuevo de Egipto (c. 1570 - c. 1069 a.C.), tales como su palacio, su complejo mortuorio, los Colosos de Memnón que lo guardaban y tantos otros que los arqueólogos posteriores creyeron que debía haber gobernado durante un tiempo excepcionalmente largo para haberlos encargado todos. Estos grandiosos proyectos de construcción son prueba de un reinado próspero que permitió a Amenhotep III dejar a su hijo un reino rico y poderoso.
En aquel momento Akenatón era conocido como Amenhotep IV, un nombre adoptado por los monarcas egipcios para honrar al dios Amón y que significa "Amón está contento". Amenhotep IV continuó las políticas de su padre, era diligente en la diplomacia con respecto a los asuntos exteriores, y alentaba el comercio. Sin embargo, en el quinto año de su reinado, de repente revirtió todo este comportamiento, se cambió el nombre a Akenatón ("Efectivo para Atón"), abolió la estructura tradicional de creencias de Egipto, y trasladó la capital del país de Tebas (el centro del culto de Amón) a una ciudad nueva construida en tierra virgen en el centro de Egipto a la que llamó Aketatón ("Horizonte de Atón", o también traducido como "el lugar donde Atón se vuelve efectivo"). Se desconoce qué fue exactamente lo que desencadenó este repentino cambio en el rey, y los estudiosos llevan un siglo escribiendo y debatiendo sobre esta cuestión.
El propio Akenatón no da ninguna explicación sobre su transformación religiosa en ninguna de sus inscripciones, a pesar de que quedan muchas, y parece que creía que la razón de su repentina devoción a un solo dios era evidente en sí misma: este era el único y verdadero dios que la humanidad tenía que reconocer, y todos los demás eran falsos o mucho menos poderosos. Sin embargo, por muy claras que creyera que eran sus razones, ni su corte ni su pueblo las entendieron de la misma manera.
Los antiguos egipcios, como cualquier sociedad politeísta, adoraban a muchos dioses por una sencilla razón: sentido común, o por lo menos así es como habrían entendido su propia postura. Era bastante fácil ver que en la vida diaria una sola persona no podía cubrir todas las necesidades de un individuo; cada uno interactuaba con profesores, doctores, cónyuges, jefes, compañeros de trabajo, padres, madres, hermanos, y cada una de estas personas tenía sus propias habilidades y contribuía de una manera única en la vida de los demás.
Decir que un solo individuo podía satisfacer todas las necesidades de una persona, que todo lo que una persona necesitaba en la vida era una única persona, le habría parecido tan absurdo a alguien del antiguo Egipto como debería resultar para cualquiera que viva en la actualidad. A los dioses los veían exactamente de la misma manera, ya que a nadie se le ocurriría pedirle ayuda a Hathor para escribir una carta: esa era el área de Thoth; y nadie le rezaría a la diosa literaria Seshat para que lo ayudara a concebir un hijo: habría que consultar a Bes o Hathor o Bastet u otros que fueran expertos divinos en esta materia.
Los dioses eran una parte integral de la vida de la gente, y el templo era el centro de la ciudad. Los templos del antiguo Egipto no eran casas de culto para el pueblo, sino que eran los hogares terrenales de los dioses. Los sacerdotes no existían para servir a una congregación, sino para cuidar de la estatua del dios en su hogar. A menudo estos templos eran complejos enormes con su propio personal que cocinaba, limpiaba, hacía cerveza, almacenaba el grano y otros excedentes, copiaba manuscritos, enseñaba a los estudiantes, servía como doctores, dentistas y enfermeras e interpretaban los sueños, las señales y los augurios para la gente.
La importancia de los templos se sentía mucho más allá de estos complejos, porque generaban y mantenían industrias enteras. La cosecha y el procesamiento del papiro dependían en gran medida de los templos, al igual que los fabricantes de amuletos, los joyeros, los fabricantes de muñecas shabti, los tejedores y una multitud más. Cuando Akenatón decidió cerrar los templos y abolir las creencias religiosas tradicionales, todas estas industrias sufrieron a causa de ello.
Hoy en día, que es común tener una concepción monoteísta del mundo, a Akenatón se lo considera a menudo como un visionario que vio más allá de los confines de su religión y reconoció la verdadera naturaleza de Dios; pero esto está muy lejos de cómo fue percibido en su época. Además, es bastante probable que sus reformas no tuvieran tanto que ver con una visión divina como con un intento por arrebatarle el poder al culto de Amón y recuperar la riqueza y el poder que este había acumulado a expensas de la corona.
El rey y el culto de Amón
El culto de Amón empezó a ganar poder durante el Imperio antiguo de Egipto (c. 2613-2181 a.C.) cuando los reyes de la Dinastía IV recompensaron a los sacerdotes con un estatus exento de impuestos a cambio de su diligencia en la realización de rituales funerarios y del mantenimiento de los ritos adecuados en el complejo piramidal real en Guiza y otros lugares. Incluso un estudio superficial de la historia del antiguo Egipto de este periodo en adelante deja claro que este culto en particular fue un problema perenne para la nobleza porque se fue haciendo más rico y poderoso año tras año.
Como no pagaban impuestos en forma de grano cultivado en sus propias tierras, podían venderlo como quisieran. Los reyes de la Dinastía IV también les habían otorgado enormes extensiones de tierra fértil a perpetuidad, y esta combinación les permitió acumular una enorme riqueza, y esa riqueza se tradujo en poder. En todos los llamados "periodos intermedios" de la historia egipcia, aquellas eras en las que el gobierno central era débil o estaba dividido, los sacerdotes de Amón siguieron siendo tan poderosos como siempre, y durante el Tercer periodo intermedio (c. 1069-525 a.C.), los sacerdotes de Amón en Tebas gobernaron el Alto Egipto con una mayor muestra de poder que la que pudieran reunir los reyes de Tanis (en el Bajo Egipto).
No había manera que de un rey sucesor pudiera revertir las políticas del Imperio antiguo sin minar la autoridad de la monarquía. Un rey del Imperio medio de Egipto, por ejemplo, no podía decir que Kufú, del Imperio antiguo, había cometido un error en cuanto al culto de Amón sin admitir que los reyes, él mismo incluido, no eran infalibles. El rey era el mediador entre los dioses y el pueblo, y mantenía los aspectos más importantes de la cultura, así que el rey no se podía considerar nada menos que perfectamente divino. La única manera en que un rey podría reclamar la riqueza dada a los sacerdotes era aboliendo el sacerdocio, para hacer parecer que no merecían su posición y poder, y este es el camino que tomó Akenatón.
Incluso durante el próspero reinado de Amenhotep III hay indicios de cierto conflicto entre los sacerdotes de Amón y la corona, y la deidad solar menor conocida como Atón ya era venerada por Amenhotep III junto con Amón y otros dioses. Puede que fuera la esposa de Amenhotep III (y madre de Akenatón), Tiye (1398-1338 a.C.) la que le sugiriera la estrategia de la reforma religiosa a su hijo.
Tiye ejercía una importante influencia tanto sobre su marido como sobre su hijo y, a través de ellos, sobre la corte y la burocracia de Egipto. El apoyo que le dio a las reformas de Akenatón está bien documentado, y como experta política, habría reconocido estas reformas como la única manera de elevar el poder del faraón a expensas de los sacerdotes. Algunos eruditos también han sugerido que la famosa reina de Akenatón, Nefertiti (c. 1370 - c. 1336 a.C.), fue la inspiración de las reformas dado que ella las apoyó tan abiertamente y participó de la nueva fe.
Varios eruditos a lo largo de los años han afirmado que las reformas religiosas de Akenatón no eran monoteístas, sino que simplemente suprimían la actividad de otros cultos para darle más importancia al de Atón. Sin embargo, está afirmación no tiene mucho sentido, si se conoce la existencia de esta misma iniciativa en el pasado de Egipto. Amón fue elevado a la posición de rey de los dioses, y su templo en Karnak era, y sigue siendo, el edificio religioso más grande jamás construido. Aun así, se permitió que los cultos de los demás dioses perduraran tal y como lo habían hecho siempre.
No se puede decir que las iniciativas religiosas de Akenatón eran del mismo tipo que la anterior, de los sacerdotes de Amón; no lo eran. El gran himno de Atón de Akenatón, así como sus directrices religiosas, dejaba claro que solo había un dios al que había que adorar. El Gran himno de Atón, escrito por el rey, describe a un dios tan grande y tan poderoso que no se podía representar en imágenes ni experimentarlo en ninguno de los templos o ciudades del país; este dios necesitaba su propia ciudad con su propio templo, y Akenatón se la construiría.
Aketatón
La ciudad de Aketatón era la expresión última de la visión nueva de Akenatón. Fue construida en torno a 1346 a.C., en tierra virgen en medio de Egipto en la orilla este del Nilo, a medio camino entre las antiguas capitales de Menfis al norte y Tebas al sur. Se erigieron estelas limítrofes a intervalos alrededor del perímetro, que cuentan la historia de su fundación. En una de estas, Akenatón cuenta la historia de cómo eligió esta localización:
Mira, es Faraón quien la ha construido: no es propiedad de un dios, no es propiedad de una diosa, no es propiedad de un gobernante, no es propiedad de una gobernante y no es propiedad de nadie. (Snape, 155)
La nueva ciudad no pertenecería a nadie antes de Atón. De la misma manera que ahora había que entender al dios de una manera nueva, su lugar de culto tenía que ser totalmente nuevo. Amón, Osiris, Isis, Sobek, Bastet, Hathor y los muchos otros dioses habían sido adorados durante siglos en diferentes ciudades dedicadas a ellos, pero el dios de Akenatón necesitaba un lugar nuevo en el que no se hubiera venerado a ningún otro dios antes.
Los cuatro distritos principales eran Ciudad del norte, Ciudad central, Suburbios del Sur y las Afueras. La Ciudad del Norte se construyó en torno al Palacio del norte, dedicado a Atón. A lo largo de la historia de Egipto, el rey y su familia habían vivido en el palacio, y el propio Akenatón habría crecido en el palacio enorme y lujoso de su padre en Malkata. Sin embargo, en Aketatón la familia real vivía en apartamentos en la parte de atrás del palacio, y las habitaciones más opulentas, decoradas con escenas exteriores que representaban la fertilidad de la región del Delta, estaban dedicadas a Atón, que se creía que las habitaba. Para poder acoger a Atón en el palacio, el techo era a cielo abierto.
La ciudad Central estaba diseñada en torno al Gran templo de Atón y el Templo Pequeño de Atón. Este era en centro burocrático de la ciudad, donde trabajaban y vivían los administradores. Los suburbios del sur eran el distrito residencial de la élite y tenía grandes propiedades y monumentos. La villa de los trabajadores era donde vivían los aldeanos y agricultores que trabajaban en los campos y que construyeron y mantenían las tumbas cercanas de la necrópolis.
Aketatón fue una maravilla de la ingeniería planeada al detalle, con enormes columnas a la entrada, un palacio y templos impresionantes y amplias avenidas por las cuales Akenatón y Nefertiti bajaban en su carro por las mañanas. Sin embargo, no parece que se diseñara con la comodidad o los intereses de nadie en mente, excepto los suyos propios. Como la tierra no se había trabajado nunca antes, cualquiera que viviese y trabajase allí tendría que haber abandonado su ciudad y su comunidad y trasladarse a Aketatón.
Las Cartas de Amarna
La zona de la Ciudad central ha supuesto el mayor interés para los arqueólogos desde el descubrimiento de las llamadas Cartas de Amarna en 1887 d.C. Una lugareña que estaba cavando en el barro para extraer fertilizante descubrió estas tablillas de barro de cuneiforme y avisó a las autoridades locales. Datadas de los reinados de Amenhotep III y Akenatón, se descubrió que estas tablillas eran registros de los gobernantes de Mesopotamia, así como correspondencia entre los reyes de Egipto y los de Oriente Próximo.
Las cartas de Amarna les han proporcionado una información inestimable a los estudiosos sobre la vida en Egipto durante esta época y de la relación entre esta y otras naciones. Estas tablillas también dejan claro lo poco que le interesaban a Akenatón las responsabilidades del gobierno una vez se hubo instalado en su ciudad nueva. Los faraones del Imperio nuevo expandieron las fronteras del país, formaron alianzas e incentivaron el comercio mediante la correspondencia regular con otras naciones. Estos monarcas conocían detalladamente lo que ocurría tanto dentro de Egipto como al otro lado de sus fronteras. Akenatón sencillamente decidió ignorar lo que ocurría más allá de sus fronteras y, parece ser, que más allá de la ciudad de Aketatón.
Las cartas de los dignatarios extranjeros y las solicitudes de ayuda eran ignoradas y tratadas con indiferencia. La egiptóloga Bárbara Watterson apunta que Ribaddi (Rib-Hadda), rey de Biblos, que era uno de los aliados más leales de Egipto, mandó más de cincuenta cartas a Akenatón pidiéndole ayuda para derrotar a Abdiasirta (también conocido como Aziru) el amorreo (Amurru), pero ninguna recibió respuesta, y Egipto perdió a Biblos (112). Tushratta, el rey de los Mitanni, que también había sido un estrecho aliado de Egipto, se quejó de que Amenhotep III le había enviado estatuas de oro mientras que las enviadas por Akenatón no estaban más que chapadas en oro. Hay pruebas de que la reina Nefertiti asumió la tarea de responder a algunas de estas cartas mientras su marido estaba ocupado con sus rituales religiosos personales.
El arte de Amarna
La naturaleza transformadora de estos rituales queda reflejada en el arte de este periodo. Los egiptólogos y otros eruditos a menudo han comentado sobre la naturaleza realista del arte de Amarna y algunos han sugerido que estas representaciones son tan exactas que se pueden detectar las enfermedades físicas del rey. El arte de Amarna es el más inconfundible de toda la historia de Egipto, y esta diferencia de estilo a menudo se interpreta como realismo.
A diferencia de las imágenes de otras dinastías de la historia egipcia, las obras del periodo amarniense presentan a la familia real con cuellos y brazos alargados y piernas delgadas. Algunos eruditos han propuesto la teoría de que a lo mejor el rey "sufría un trastorno genético llamado síndrome de Marfan" (Hawass, 36) lo que explicaría estas representaciones de él y su familia tan delgadas y con proporciones aparentemente extrañas.
Sin embargo, una explicación mucho más probable de este tipo de arte son las creencias religiosas del rey. El Atón se veía como el único y verdadero dios que presidía sobre todo y daba vida a todas las cosas mediante sus rayos transformadores, vitales. Concebido como un disco solar cuyos rayos acababan en manos que tocaban y acariciaban a la gente de la tierra, Atón no solo daba vida sino que también transformaba las vidas de sus creyentes. Así que puede que el alargamiento de las figuras en estas imágenes pretendiera mostrar la transformación humana tras recibir el toque de la fuerza del Atón.
La famosa estela de Akenatón, que representa a la familia real, muestra los rayos de Atón tocándolos a todos, y cada uno de ellos, incluida Nefertiti, está representado con el mismo alargamiento que el rey. Considerar estas imágenes representaciones realistas de la familia real, afectada por algún síndrome, parece ser un error puesto que no había razón para que Nefertiti compartiera el supuesto síndrome del rey. La afirmación de que el realismo en el arte del antiguo Egipto es una innovación del periodo amarniense tampoco se sostiene. Los artistas del Imperio medio (2040-1782 a.C.) iniciaron el realismo en el arte siglos antes de Akenatón.
Tutankamón y Horemheb
Estas obras de arte se crearon para adornar la tumba del rey y de su familia en la ciudad de Atón. Aketatón estaba diseñada como el hogar del dios de la misma manera que se construían los templos individuales de los dioses. Aketatón se creó para ser más grandiosa que cualquiera de estos templos y, de hecho, más opulenta que cualquier otra ciudad de Egipto. Parece que Akenatón intentó introducir a Atón en el gran templo de Amón en Karnak al principio de sus reformas, pero sus intentos no fueron bien acogidos, y esto lo incentivó para construir el templo en otro lugar. Todos los aspectos de la ciudad fueron planeados al detalle por el rey y la arquitectura se diseñó para reflejar la gloria y el esplendor de su dios.
Aketatón perduró durante el reinado de Akenatón, pero tras su muerte, Tutankamón la abandonó. Parece haber indicios de que la ciudad seguía en funcionamiento durante el reinado de Horemheb, principalmente un santuario a este faraón que se ha encontrado en el lugar, pero la capital se trasladó a Menfis y después a Tebas.
Hoy en día Tutankamón es más conocido por el descubrimiento de su tumba en 1922 d.C., pero, tras la muerte de su padre, habría sido respetado como el rey que restauró las antiguas creencias y prácticas religiosas del país. Los templos se volvieron a abrir y los negocios que dependían de ellos volvieron a funcionar como antaño. Sin embargo, Tutankamón no vivió lo suficiente como para ver acabar sus reformas, y su sucesor (el antiguo visir Ay) continuó con ellas.
Finalmente sería el faraón Horemheb quien terminaría de restaurar por completo la cultura egipcia. Puede que Horemheb sirviera bajo Amenhotep III, y era comandante-en-jefe del ejército bajo Akenatón. Cuando accedió al trono, destruir todo rastro del periodo amarniense se convirtió en su misión en la vida.
Horemheb arrasó Aketatón y arrojó las ruinas de los monumentos y las estelas en canteras para rellenar sus propios monumentos. El esfuerzo de Horemheb fue tan exhaustivo que Akenatón desapareció de la historia egipcia. Su nombre nunca se volvió a mencionar en ningún otro registro, y cuando era necesario citar su reinado, tan solo se hablaba de él como "el hereje de Aketatón".
Conclusión
Horemheb consideró que su antiguo rey se merecía lo que se ha acabado llamando Damnatio Memoriae ("condena de la memoria" en latín), por la cual se borraba todo recuerdo de una persona. Aunque esta práctica se ha asocia más comúnmente con el imperio romano, ya se practicó primero en Egipto siglos antes, con las inscripciones conocidas como Textos de execración. Un texto de execración era un pasaje escrito en ostraca (trozos de vasijas de arcilla) o a veces en una figura (similar a un muñeco vudú), a menudo en tumbas advirtiendo a los ladrones de los horrores que les esperaban si entraban sin permiso.
En el caso de Akenatón, el texto de execración se trasladó a la práctica mediante su erradicación completa de la historia. Akenatón había escrito su nombre y el de su dios en el Templo de Amón en Karnak: estos fueron borrados. Había erigido otros monumentos y templos en otros lugares; se destruyeron. Había sustituido en nombre de Amón en el Templo de Hatshepsut por el de Atón; este se volvió a cambiar. Había construido una ciudad grandiosa a orillas del Nilo rodeada de inscripciones que narraban la historia de su construcción, su arquitecto y su dios; fue arrasada. Por último, Horemheb antedató su reinado en las inscripciones oficinales hasta el de Amenhotep III para destruir por completo el recuerdo de Akenatón, Tutankamón y el visir Ay.
El nombre de Akenatón desapareció de la historia hasta el siglo XIX d.C. cuando la piedra de Rosetta fue descifrada por Jean-François Champollion en 1824 d.C. Las excavaciones en Egipto sacaron a la luz las ruinas de los monumentos de Aketatón utilizadas como relleno en otros lugares, y el emplazamiento de la ciudad se mapeó y dibujó ya a principios del siglo XVIII d.C. El descubrimiento de las Cartas de Amarna, junto con estos otros hallazgos, cuenta la historia de este antiguo "rey hereje" de Egipto en la época moderna, cuando el monoteísmo se ha aceptado como una evolución natural, y deseable, de la comprensión religiosa.
En esta época, se ha aclamado a Akenatón a menudo como un visionario religioso y un héroe que dio los primeros pasos, incluso antes que Moisés, para intentar hacer entender a la gente la verdadera naturaleza de Dios. Akenatón es un ejemplo básico de protocristiano, según lo entienden algunos, que, siglos antes de la era cristiana, reconoció la realidad de una deidad distinta de sus creaciones, una que habita en "luz inaccesible" (Isaías 55:8-9 y 1 Timoteo 6:16). Sin embargo, este respeto por el antiguo rey y su reinado ha de reconocerse como un desarrollo moderno basado en el entendimiento actual de la naturaleza de la divinidad.
En su época, y durante los siglos siguientes, Akenatón y el periodo amarniense eran totalmente desconocidos para el pueblo de Egipto, y por una buena razón: sus iniciativas religiosas habían desequilibrado al país e interrumpido el valor cultural básico de la armonía entre los dioses, el pueblo, la tierra en la que vivían y el paraíso de la otra vida que esperaban disfrutar por toda la eternidad. Actualmente se puede entender a Akenatón como un héroe religioso, pero para su pueblo no fue más que un mal gobernante que se permitió olvidar la importancia del equilibrio y cometió un error.