El Imperio egipcio surgió durante la época del Imperio Nuevo (en torno a 1570 a alrededor de 1069 a.C.), que es cuando el país alcanzó su máximo apogeo, tanto económicamente como en poder militar y prestigio internacional. El imperio abarcaba desde lo que hoy en día es la actual Siria en el norte hasta el actual Sudán en el sur y desde la región de Jordán al este hasta Libia al oeste.
Esta es la época propiamente dicha de Egipto como un imperio, aunque los historiadores suelen usar intercambiablemente los términos "reino" e "imperio" en las diferentes épocas de Egipto.
Los historiadores modernos han dividido la historia de Egipto en eras de "imperios" o "reinos" y "períodos intermedios". Mientras que los "imperios" eran las épocas con un gobierno central estable y fuerte y una nación unida, los "períodos intermedios" eran las eras de desunión y de gobiernos centrales débiles. El Imperio Nuevo surgió de la época conocida como Segundo Período Intermedio (en torno a 1782 a alrededor de 1570 a.C.), durante el cual el país había estado dividido entre el Bajo Egipto, al norte, donde el poder estaba en manos de los hicsos, un pueblo semítico extranjero, el Alto Egipto, al sur, donde gobernaban los nubios, y la ciudad de Tebas en el medio, que representaba el poder egipcio tradicional.
El rey tebano Ahmose I (en torno a 1570 a alrededor de 1544 a.C.) expulsó a los hicsos de Egipto y derrotó a los nubios, con lo que volvió a unificar el país bajo su mandato desde Tebas. En sus primeras campañas, Ahmose I creó varios estados "de seguridad" en torno a las fronteras de Egipto para evitar que ninguna otra potencia extranjera volviera a asentarse en el país, como habían hecho los hicsos. Con esto dio comienzo a una política de conquista que seguirían sus sucesores y que daría lugar al imperio de Egipto.
Este período es el más famoso de la historia de Egipto. Los monarcas más conocidos de Egipto, tales como Hatshepsut, Tutmosis III, Amenhotep III, Akenatón, Tutankamón, Ramsés II el Grande y Ramsés III, todos reinaron durante esta época, y algunos de los monumentos y templos más famosos, como los Colosos de Memnón y el Templo de Amón en Karnak, también se construyeron entonces.
El imperio floreció durante el reinado de Ramsés III (1186-1155 a.C.) cuando las invasiones, principalmente de los pueblos del mar, los gastos desmesurados que vaciaron las arcas del estado, la corrupción de los funcionarios, la pérdida de fe en el papel tradicional del rey, el aumento del poder del sacerdocio y el declive de su prestigio internacional se juntaron y contribuyeron a su caída. No obstante, en su época se contaba entre los imperios más poderosos y prestigiosos de la Antigüedad.
Los hicsos en Egipto
El Imperio Medio (2040-1782 a.C.) durante la Dinastía XII se considera como la "edad dorada" de Egipto, cuando los logros culturales y artísticos alcanzaron su zénit. Sin embargo, durante la Dinastía XIII, los reyes eran más débiles y estaban más preocupados por sus propios intereses y las intrigas de palacio que por el bien del país. Durante esa época, los hicsos lograron establecerse en Avaris en el Bajo Egipto y rápidamente consolidaron su presencia hasta que pudieron ejercer un poder político y militar considerable. El Imperio Medio cayó a medida que se fue debilitando el gobierno central, y tanto los hicsos en el norte como los nubios en el sur se fueron haciendo más fuerte, dando así comienzo al Segundo Período Intermedio.
Los escribas posteriores del Imperio Nuevo caracterizarían esta época como una "invasión" por parte de los hicsos, mientras que otros escritores, basándose en esas opiniones, perpetuarían el mito. A pesar de ello, los hicsos nunca invadieron Egipto: en un principio eran comerciantes que vieron la oportunidad de establecerse en una región descuidada de Egipto y la tomaron. Al contrario de lo que dicen los informes posteriores, los hicsos no eran enemigos de Egipto que asaltaron el país quemando y saqueando los templos.
En realidad, hay muchas evidencias de que los hicsos admiraban la cultura egipcia y de que emularon a los egipcios en muchos aspectos. Las conexiones comerciales entre los hicsos en el norte, los nubios en el sur y Tebas estaban bien establecidas, y la única prueba de que los hicsos destruyeron los templos y saquearon las ciudades es muy posterior a su llegada al país y se cree que fue un ataque provocado por ciudades específicas del Bajo Egipto o por Tebas. También es un mito que los hicsos gobernaran todo el Bajo Egipto; su poder se limitaba a la región del Delta.
El comercio continuó ininterrumpido entre hicsos, egipcios y nubios hasta que el gobierno de Tebas se cansó de sentirse como un invitado en su propio país. Apepi, el rey de los hicsos envió un mensaje al rey tebano Seqenenra Taa (también conocido como T'aO, en torno a 1580 a.C.) que probablemente era una petición para restringir la práctica tebana de la caza de hipopótamos, pero Seqenenra Taa lo interpretó como un desafío a su autoridad y lanzó una campaña contra la ciudad de Avaris. T'aO murió en la batalla, pero su hijo Kamose tomó el relevo, y después de este Ahmose I continuó luchando por la causa y finalmente derrotó a los hicsos y volvió a unificar el país.
El surgimiento del imperio
Ahmose I conquistó Avaris, expulsó a los hicsos que quedaban al Levante y después los persiguió por Siria. Al hacerlo, naturalmente conquistó esas regiones para Egipto e instaló sus propios funcionarios para gobernarlas. El Imperio egipcio había comenzado. Ahmose I estableció una política de creación de una zona de seguridad de varios estados en torno a las fronteras de Egipto para que nunca pudiera volver a repetirse una "invasión" como la de los hicsos. Tras derrotarlos, Ahmose I se dirigió al sur y expulsó a los nubios más allá de las fronteras tradicionales, con lo que agrandó el territorio de Egipto en tres direcciones (sur, este y norte), incluida la lucrativa región de Levante.
Aunque posteriormente se había vilipendiado a los hicsos, en realidad habían mejorado la cultura egipcia de varias maneras y cabe destacar que también mejoraron sus armas. Antes de la llegada de los hicsos, los egipcios no conocían los caballos ni los carros tirados por caballos; todavía seguían usando el arco simple e iban armados con espadas que no siempre eran fiables. La egiptóloga Barbara Watterson comenta lo siguiente sobre sus contribuciones:
Los hicsos, procedentes de Asia occidental, pusieron a los egipcios en contacto con las gentes y la cultura de esa región como nunca antes y les presentaron el carro de guerra tirado por caballos; el arco compuesto de madera reforzada con tiras de tendón y de cuerno, que era un arma más elástica y de mayor alcance que su arco simple; una espada tipo cimitarra, llamada khopesh, y una daga de bronce con un filo estrecho creada de una sola pieza. Los egipcios desarrollaron esta arma para usarla a modo de espada corta. (60)
La espada khopesh (o khepesh) se forjaba enteramente de bronce y la empuñadura se envolvía después con cuero y tela y, en el caso de armas más caras, también se decoraban. Esta espada curvada era mucho más efectiva que cualquiera que las que usaran anteriormente los egipcios. El carro de guerra, tripulado por arqueros con el nuevo arco compuesto y un carcaj grande amarrado a un lado, demostraría ser uno de los recursos militares más importantes de Egipto, y el hacha de guerra, forjada en bronce unida a una empuñadura, era mucho más efectiva que las hachas de pedernal o cobre con empuñaduras de madera que habían usado en el pasado. Estas serían las armas del Imperio Nuevo y se usarían para un tipo de ejército nuevo.
Los ejércitos del imperio
El primer ejército permanente de Egipto fue establecido por Amenemhat I (en torno a 1991-1962 a.C.) de la Dinastía XII durante el Imperio Medio. Anteriormente, el ejército se componía de reclutas que enviaban al rey los gobernadores regionales (llamados nomarcas) de cada distrito (los nomos) que a menudo eran más leales a su región y a su gobernador local que al rey del país. Estos primeros ejércitos marchaban bajo sus propias banderas y elevaban a los cultos de sus dioses regionales. Amenemhat I les cortó el poder a los nomarcas al crear un ejército profesional con una cadena de mando que ponía el poder en manos del rey y que estaba supervisado por su visir.
El ejército que movilizó Ahmose I contra los hicsos estaba compuesto de profesionales, de reclutas y de mercenarios, como los guerreros medjay, pero bajo el reinado de su hijo Amenhotep I (en torno a 1541-1520 a.C.) este ejército ya estaría muy entrenado y equipado con el mejor armamento disponible en ese momento. La egiptóloga Helen Strudwick destaca:
Para la época del Imperio Nuevo el ejército egipcio había empezado a adoptar el armamento y equipamiento superior de sus enemigos: los sirios y los hititas. El arco triangular, el casco, las túnicas de cota de malla, y la espada khopesh se convirtieron en el equipo estándar. De la misma manera, la calidad del bronce mejoró a medida que los egipcios fueron experimentando con las diferentes proporciones de estaño y cobre. (466)
No solo las armas del ejército eran nuevas y mejores, sino también la estructura del propio ejército. Entre la época de Amenemhat I y de Ahmose I el ejército había seguido siendo más o menos igual. El armamento y el entrenamiento del ejército había mejorado, pero no desmesuradamente. Sin embargo, esto cambiaría bajo el reinado de Amenhotep I, tal y como explica la egiptóloga Margaret Bunson:
El ejército ya no era una confederación de levas de los nomos, sino una fuerza militar de primera clase... organizados en divisiones, tanto de infantería como de carros. Cada división contaba con unos 5.000 hombres. Estas divisiones llevaban los nombres de las deidades principales de la nación. (170)
A diferencia de los primeros ejércitos que iban a la batalla bajo los estandartes de sus nomos y sus clanes, el ejército del Imperio Nuevo luchaba por el bienestar del país entero y por tanto llevaban los estandartes de los dioses universales de Egipto. El rey era el comandante en jefe de las fuerzas armadas, y el visir y sus subordinados se encargaban de la logística y de las fuentes de suministros. Las divisiones de carros, en las que iba el faraón, estaban directamente bajo sus órdenes y estaban divididas en escuadrones cada uno con su propio capitán. También había fuerzas mercenarias, como los medjay, que servían como tropas de reserva.
La época del Egipto imperial
Estas eran las tropas que forjaron y después mantuvieron el Imperio egipcio. Amenhotep I continuó con las políticas de Ahmose I, y todos los demás faraones que vinieron después hicieron lo mismo. Tutmosis I (1520-1492 a.C.) sofocó las rebeliones en Nubia y expandió los territorios de Egipto en el Levante y en Siria. Los egipcios apreciaban Nubia especialmente por sus minas de oro, y, de hecho, la región recibía su nombre de la palabra egipcia para "oro": nub. No se sabe mucho acerca de su sucesor, Tutmosis II (1492-1479 a.C.) porque su reinado quedó eclipsado por la impresionante era de la reina Hatshepsut (1479-1458 a.C.).
Hatshepsut no es solo la mejor gobernante femenina de Egipto, sino que se cuenta entre los líderes más destacables de la Antigüedad. Rompió con la tradición de la monarquía patriarcal sin evidencia alguna de una rebelión por parte de sus súbditos o de la corte, y estableció un reinado que enriqueció Egipto tanto económica como culturalmente sin lanzar ninguna campaña militar extensa.
Aunque hay indicios de que encargó expediciones militares a comienzos de su reinado, el resto fue pacífico y se centró en la infraestructura de Egipto, los proyectos arquitectónicos y el comercio. Restableció el contacto con el país de Punt, una tierra cuasi mítica de riqueza, que proveyó a Egipto muchos de los lujos que codiciaban las clases altas, así como de los productos necesarios para la adoración de los dioses, tales como el incienso, y para la industria cosmética, como aceites y flores aromáticas.
A la muerte de Hatshepsut, Tutmosis III (1458-1425 a.C.) accedió al trono, y este, puede que para evitar que ninguna mujer futura la imitara, hizo borrar el nombre de Hatshepsut de los monumentos. Tutmosis III lo habría hecho para mantener la tradición del soberano masculino, no porque tuviera nada en contra de la reina, y dejó su nombre intacto dentro de su templo mortuorio y en el resto de lugares que no estaban a la vista del público. Aun así, los reyes posteriores no sabían nada de sus logros, y la historia no volvería a oír hablar de ella hasta 2.000 años más tarde.
No obstante, no habría que recordar a Tutmosis III solo por esta única acción, ya que demostró ser un gobernante hábil y eficiente además de un líder militar brillante. Los historiadores a menudo se han referido a él como el "Napoleón de Egipto" por sus victorias bélicas, ya que luchó en 17 campañas a lo largo de 20 años y, a diferencia de Napoleón, salió victorioso de todas ellas. También alentó y expandió el comercio y era un hombre culto que ayudó a preservar la historia de Egipto.
Las políticas internas y externas de Tutmosis III enriquecieron Egipto y expandieron sus fronteras, cosa que le brindaría a Egipto una economía estable y una reputación internacional cada vez mayor. Para la época de Amenhotep III (1386-1353 a.C.), Egipto se contaba entre las potencias más ricas y poderosas del mundo. Amenhotep III fue un administrador y diplomático brillante cuyo próspero reinado situó a Egipto firmemente en lo que los historiadores llaman el "Club de las grandes potencias", que incluía a Babilonia, Asiria y los reinos de Mitani y de Hati (de los hititas). Todas estas potencias se relacionaban pacíficamente entre ellas a través del comercio y la diplomacia.
Los reyes extranjeros le escribían regularmente a Amenhotep III para pedirle oro y favores, que este concedía despreocupadamente; estos otros países estaban ansiosos por comerciar con Egipto por sus vastos recursos y su considerable fuerza. El ejército egipcio de esta época era formidable y las alianzas se entablaban fácilmente. La riqueza fluía a las arcas del Estado desde más allá de las fronteras de Egipto y Amenhotep III podía permitirse pagar a enormes equipos de obreros para construir sus templos y erigir sus monumentos. De hecho, construyó tantos que los historiadores posteriores pensaron que debía de haber gobernado durante más de 100 años para poder conseguir todo lo que consiguió. En realidad, era sencillamente un estadista excepcional.
El hijo y sucesor de Amenhotep III, Amenhotep IV, se cambió el nombre en el cuarto o quinto año de su mandato por Akenatón (1353-1336 a.C.) y abolió las prácticas religiosas tradicionales del país. Aunque los escritores modernos suelen presentar a Akenatón como un visionario religioso y un rey excepcional, en realidad no fue ni lo uno ni lo otro. Sus reformas religiosas muy probablemente constituyeron una maniobra política para reducir el poder del culto de Amón que, para su época, era casi tan poderoso como el rey, y su atención al gobierno era tan escasa que su esposa, Nefertiti, tuvo que hacerse cargo de las responsabilidades administrativas y de la correspondencia con otras naciones.
La fricción entre el culto de Amón y la realeza había empezado ya en el Imperio Antiguo cuando los reyes de la Dinastía IV elevaron a la secta y le concedieron un estatus libre de impuestos a cambio de llevar a cabo los rituales mortuorios necesarios en el complejo de Guiza. Como no tenían que pagar impuestos, todo lo que producían sus tierras revertía directamente en el culto, en vez de ir a parar al gobierno, con lo que pudieron amasar una riqueza considerable. Desde el Imperio Antiguo en adelante el culto no hizo sino aumentar de poder, por lo que es probable que las "reformas" de Akenatón estuvieran mucho más motivadas por la política y la codicia que por ninguna visión divina de un único dios verdadero.
Bajo el reinado de Akenatón la capital se trasladó de Tebas a una ciudad nueva, Aketatón, diseñada y construida por el rey y dedicada a su dios personal. Se clausuraron todos los demás templos de las ciudades y los pueblos y se abolieron todos los festivales religiosos a excepción de los que veneraban a su dios, el Atón. La economía egipcia dependía en gran medida de las prácticas religiosas, ya que los templos eran el corazón de la comunidad y daban trabajo a mucha gente.
Además, los artesanos que elaboraban estatuas, amuletos y otros artefactos religiosos también se quedaron sin trabajo. La administración de Akenatón ignoró el valor cultural central de Egipto, el ma'at (armonía y equilibrio), que era la base de la religión y la sociedad egipcias, y también descuidó los lazos diplomáticos y comerciales con otras potencias.
El sucesor de Akenatón, Tutankamón (1336-1327 a.C.), que estaba en proceso de restaurar Egipto a su antiguo estatus, se murió joven. Sería su sucesor, Horemheb (1320-1295 a.C.) el que terminaría la tarea y borraría el nombre de Akenatón de la historia y destruiría su ciudad. Horemheb logró restaurar Egipto, pero ya no tenía la fuerza de la que había disfrutado antes del reinado de Akenatón.
Durante la Dinastía XIX que siguió a Horemheb, el faraón más famoso de la historia de Egipto afirmaría haber restaurado finalmente el poder de Egipto: Ramsés II (el Grande, 1279-1213 a.C.). Ramsés II no solo es el faraón más conocido hoy en día, sino que también lo era en la Antigüedad gracias a su talento para promocionarse y el talento de su visir, Khay, que garantizó que el nombre del rey perdurara en monumentos, templos e imponentes estatuas.
Puede que Ramsés II no le devolviera a Egipto todo el poder del que había disfrutado con Amenhotep III, pero sin duda no se quedó lejos. Reestableció los lazos con las demás grandes potencias, firmó el primer tratado de paz de la historia con los hititas tras la batalla de Qadesh (1274 a.C.) y, aunque a menudo se hacía representar como un gran rey guerrero, la mayor parte de su reinado se concentró en la política interna, en el comercio y en la diplomacia. En realidad, el líder militar con más talento del Imperio Nuevo fue Tutmosis III, no Ramsés II, pero la imagen del faraón como un poderoso guerrero era una larga tradición en Egipto que simbolizaba el poder del rey incluso si uno en concreto era más diestro en otras áreas.
Declive y caída
La Dinastía XIX continuó los logros de la Dinastía XVIII, pero durante la Dinastía XX el imperio empezó a decaer. Ramsés II y su sucesor, Merenptah (1213-1203 a.C.), ambos habían derrotado las invasiones de los pueblos del mar, una coalición de varias tribus responsables del debilitamiento y la destrucción de varias civilizaciones de la época, pero no habían conseguido derrotarlos. Con la Dinastía XX, bajo el reinado de Ramsés III, los pueblos del mar regresaron en grandes números y el rey no tuvo más remedio que movilizar a su ejército y organizar la defensa.
Ramsés III derrotó a los pueblos del mar al igual que habían hecho sus predecesores, pero el coste en vidas y recursos fue tremendo. Siguiendo la práctica egipcia de aumentar el número de enemigos muertos en la batalla a la vez que se reduce el número de pérdidas propias, los documentos oficiales solo registran las victorias gloriosas en defensa del país. Sin embargo, los indicios de los problemas que surgieron posteriormente indican que la pérdida de mano de obra dio lugar a una producción menor de grano y a una economía en crisis. El coste de la guerra también vació las arcas del Estado y las relaciones comerciales con otras potencias se resintieron porque Egipto ya no tenía la clase de recursos que había tenido antes. Además, estas otras potencias estaban lidiando con sus propios problemas surgidos de los asaltos de los pueblos del mar, entre otros.
Al mismo tiempo, el culto de Amón era otra vez tan poderoso como lo había sido antes del intento de Akenatón de destruirlo. Cada vez con más frecuencia, el sumo sacerdote de Tebas recibía el mismo respeto que el rey, si no más, lo que fue debilitando la monarquía. Los problemas del imperio si hicieron obvios con la huelga de trabajadores de 1159 a.C. en Deir el-Medina, la primera huelga documentada de la historia. Los constructores de tumbas no recibieron sus sueldos a tiempo y los funcionarios locales no supieron cómo rectificar el problema.
Un informe de la época habla de un funcionario que les dice a los trabajadores que les daría grano si lo tuviera pero que, como no tenía nada, no podía hacer nada. En cualquier caso, los funcionarios no tenían ni idea de cómo enfrentarse a la huelga en sí: nunca antes había ocurrido algo así. Así que básicamente no hicieron nada. El problema subyacente era que el concepto de armonía, representado por el ma'at, se había ignorado y el rey ya no podía mantener el equilibrio para gobernar eficientemente.
Ramsés III es el último faraón fuerte del Imperio Nuevo. Los problemas que conducirían rápidamente a la decadencia del imperio se manifestaron hacia el final de su reinado. Tras este, el país entró en la época conocida como Período ramésida, cuando los faraones de Ramsés IV a Ramsés XI presidieron sobre el declive constante del imperio.
Para la época de Ramsés XI (1107-1077 a.C.), el respeto por el faraón estaba bajo mínimos ya que la economía había quebrado, el comercio con otros países se había complicado, el ejército entró en decadencia y la reputación internacional de Egipto quedó en poco más que un recuerdo. La mala economía alentó el robo de tumbas y la corrupción generalizada entre la policía, los jueces y los funcionarios del gobierno, que ya no respetaban la jerarquía social ni los valores religiosos ni culturales que habían sustentado a Egipto durante tanto tiempo.
Una carta de un general durante el reinado de Ramsés XI ejemplifica cuán fragmentada estaba la sociedad egipcia para esa época cuando pregunta, "En cuanto al faraón, ¿a quién es superior realmente?" (van de Mieroop, 257). Esta clase de pregunta habría sido inconcebible en el apogeo del Imperio egipcio, pero, a medida que los sacerdotes de Amón se fueron haciendo cada vez más poderosos y el rey más débil, a la gente le fue importando cada vez menos el monarca.
La Dinastía XX y el Imperio egipcio tocaron a su fin con la muerte de Ramsés XI. Para entonces, el país estaba dividido entre el gobierno del faraón en el Bajo Egipto y el del sumo sacerdote de Amón en Tebas en el Alto Egipto. El sucesor de Ramsés XI, Smendes (1077-1051 a.C.) intentaría gobernar como los faraones de antaño, pero, en realidad, no era más que un cogobernante del sumo sacerdote Herihor de Tebas (en torno a 1074 a.C.) en los comienzos de la era conocida como el Tercer Período Intermedio (en torno a 1069-525 a.C.).
La obra literaria egipcia El informe de Wenamun está ambientada en este período y describe las dificultades de un funcionario que va en una misión al Levante a comprar madera para restaurar la Barca de Amón. En la cúspide del imperio, esta tarea no habría supuesto problema alguno, pero, tal y como deja claro el autor, una vez que Egipto había perdido su equilibrio y su reputación entre las demás potencias había desaparecido, incluso la tarea más nimia suponía un esfuerzo tremendo. A Wenamun lo asaltan, lo insultan, lo ignoran y al final incluso tiene que recurrir al robo él mismo.
Al igual que la carta que cuestionaba el valor del rey, los acontecimientos que se narran en El informe de Wenamun habrían sido inimaginables durante la época dorada del imperio de Egipto. La época de Tutmosis III, Amenhotep III y Ramsés II había llegado a su fin y los períodos posteriores de Egipto verían pocos reyes a la altura de estos ni volverían a conocer el esplendor ni la grandiosidad del Imperio egipcio.