La cultura del antiguo Egipto floreció gracias a la adhesión a la tradición, y su sistema jurídico siguió este mismo paradigma. Para el periodo predinástico (en torno a 6000-3150 a.C.) ya existían en Egipto leyes básicas y proscripciones jurídicas que continuarían desarrollándose hasta la anexión de Egipto por Roma en el año 30 a.C.. La ley egipcia se basaba en el valor cultural central de la ma'at(armonía), que había sido instituida al principio de los tiempos por los dioses. Para estar en paz con uno mismo, con la comunidad y con los dioses, bastaba con llevar una vida de consideración, atención y equilibrio de acuerdo con ma'at.
Sin embargo, los humanos no siempre son considerados o conscientes, y la historia ilustra bien lo mal que mantienen el equilibrio; por eso se crearon leyes para animar a la gente a seguir el camino deseado. Dado que la ley se basaba en un principio divino tan simple, y como parecía claro que la adhesión a ese principio era beneficiosa para todos, los transgresores solían recibir castigos severos. Aunque hay casos de indulgencia con los sospechosos, la opinión legal era que uno era culpable hasta que se demostraba su inocencia, ya que, de lo contrario, no se le habría acusado.
La ley en el antiguo Egipto funcionaba igual que en cualquier país de la actualidad: había un conjunto de normas acordadas que habían sido creadas por hombres considerados expertos en la materia, un sistema judicial que sopesaba las pruebas de las infracciones de esas normas, y agentes de policía que hacían cumplir esas normas y llevaban a los transgresores ante la justicia.
EN LA CÚSPIDE DE LA JERARQUÍA JUDICIAL EGIPCIA SE ENCONTRABA EL FARAÓN, REPRESENTANTE DE LOS DIOSES Y DE SU JUSTICIA DIVINA, Y JUSTO DEBAJO DE ÉL ESTABA SU VISIR.
Hasta la fecha no se ha encontrado ningún código legal egipcio que corresponda a documentos mesopotámicos como el Código de Ur-Nammu o el Código de Hammurabi, pero está claro que debió existir uno, ya que los precedentes para decidir casos legales se establecieron en la época del Periodo Dinástico Temprano (en torno a 3150-2613 a.C.), como demuestra su uso establecido en los primeros años del Imperio Antiguo (en torno a 2613-2181 a.C.). Estos precedentes se utilizaron para juzgar casos durante el Imperio Medio (2040-1782 a.C.) y durante el resto de la historia del país.
Aunque se desconocen los pormenores de su código legal, los principios de los que derivaba están claros. Así lo comenta la egiptóloga Rosalie David:
En comparación con otras civilizaciones antiguas, la ley egipcia ha aportado pocas pruebas sobre sus instituciones. Sin embargo, estaba claramente regido por principios religiosos: Se creía que la ley había sido transmitida a la humanidad por los dioses en el Primer Ocaso (el momento de la creación), y se consideraba a los dioses responsables de establecer y perpetuar la ley. (93).
En la cúspide de la jerarquía judicial se encontraba el rey, representante de los dioses y de su justicia divina, y justo debajo de él estaba su visir. El visir egipcio tenía muchas responsabilidades y una de ellas era la administración práctica de la justicia. El visir juzgaba él mismo los casos, pero también nombraba a los magistrados inferiores y, a veces, intervenía en los tribunales locales si las circunstancias lo requerían.
Al principio, el sistema jurídico se formaba a nivel regional en los distintos distritos (llamados nomos), y estaba presidido por el gobernador (nomarca) y su mayordomo. Durante el Imperio Antiguo, estos tribunales regionales se consolidaron firmemente bajo el visir del rey pero, como señala David, previamente el sistema judicial ya existía de alguna forma:
Las inscripciones en tumbas, estelas y papiros, que proporcionan las primeras transacciones legales existentes, se pueden fechar en el Imperio Antiguo. Indican que el sistema jurídico ya estaba bien desarrollado en esa fecha y sugieren que debió de haber un largo periodo de experimentación previo. La ley egipcia se ubica junto a la sumeria, como el sistema jurídico más antiguo que se conserva en el mundo, y su complejidad y estado de desarrollo están a la altura del derecho griego antiguo y medieval. (93).
La forma más primitiva de la ley a nivel regional era probablemente bastante sencilla, pero se burocratizó durante el Imperio Antiguo. Aun así, en esta época, los jueces solían ser sacerdotes que conferenciaban con su dios para llegar a un veredicto, en lugar de sopesar las pruebas y escuchar los testimonios.
Solo durante el Imperio Medio se instalaron jueces profesionales para presidir los tribunales y el sistema judicial funcionó según un paradigma más racional y reconocible. En este periodo también se creó la primera fuerza policial profesional que hacía cumplir la ley, detenía a los sospechosos y testificaba ante los tribunales.
Los tribunales que administraban la ley eran el seru (un grupo de ancianos de una comunidad rural), el kenbet (un tribunal a nivel regional y nacional) y el djadjat (el tribunal imperial). Si se cometía un delito en un pueblo y el seru no llegaba a un veredicto, el caso se elevaba al kenbet y luego posiblemente al djadjat, pero parece que esto era algo poco frecuente. Por lo general, lo que ocurría en un pueblo era tratado por el seru de esa ciudad. Se cree que el kenbet era el órgano que dictaba las leyes y castigaba a nivel regional (de distrito) y nacional, y el djadjat decidía en última instancia si una ley era legal y vinculante de acuerdo con la ma'at.
En general, los antiguos egipcios parecen haber sido ciudadanos respetuosos con la ley durante la mayor parte de la historia de la cultura pero, aun así, había discusiones relativas a los derechos sobre la tierra y el agua y disputas sobre la propiedad del ganado o los derechos a un determinado trabajo o título hereditario. Bunson señala cómo:
Los egipcios hacían fila cada día para entregar a los jueces su testimonio o sus peticiones. Las decisiones relativas a estos asuntos se basaban en prácticas jurídicas tradicionales, aunque debieron de existir códigos escritos disponibles para su estudio. (145).
Los jueces a los que Bunson hace referencia eran los miembros del kenbet y todas las capitales de cada distrito tenían uno en sesión diaria.
El visir era, en última instancia, el juez supremo, pero la mayoría de los casos judiciales estaban en manos de magistrados inferiores. Muchos de los casos tratados se referían a disputas sobre la propiedad tras la muerte del patriarca o la matriarca de una familia. En el antiguo Egipto no existían los testamentos, pero una persona podía redactar un documento de traspaso en el que dejaba claro quién debía recibir qué parte de los bienes u objetos de valor. Sin embargo, tanto entonces como ahora, estos documentos eran a menudo objeto de disputa entre los miembros de la familia, que se llevaban unos a otros a los tribunales.
También se daban casos de maltrato doméstico, divorcio e infidelidad. Las mujeres podían demandar el divorcio con la misma facilidad que los hombres y también podían interponer demandas relativas a la venta de tierras y acuerdos comerciales. Los casos de infidelidad eran denunciados por ambos sexos y el castigo para los culpables era severo.
Crimen y castigo
La infidelidad se consideraba un delito grave sólo si las personas implicadas lo convertían en tal. Un marido cuya esposa tuviera una aventura podía perdonarla y dejar pasar el asunto o podía emprender acciones legales. Si optaba por llevar a su mujer ante los tribunales y ésta era declarada culpable, el castigo podía ser el divorcio y la amputación de la nariz o la muerte en la hoguera. Un marido infiel que fuera procesado por su esposa podía recibir hasta 1000 golpes, pero no se enfrentaba a la pena de muerte. Como el núcleo familiar se consideraba la base de una comunidad estable, el adulterio era un delito grave pero, de nuevo, sólo si los implicados lo ponían en conocimiento de las autoridades o, en algunos casos, si un vecino informaba en su contra.
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EN LOS TRIBUNALES EGIPCIOS, UNA PERSONA ACUSADA ERA CULPABLE HASTA QUE SE DEMOSTRARA SU INOCENCIA, POR LO QUE A MENUDO SE GOLPEABA A LOS TESTIGOS PARA ASEGURARSE DE QUE DECÍAN LA VERDAD.
Este mismo modelo parece haberse seguido también en otros ámbitos. Era deber de la familia proporcionar ofrendas a la tumba de sus seres queridos fallecidos y, si no disponían de tiempo, podían contratar a otra persona para que lo hiciera. Estos sustitutos se conocían como servidores del ka que, por un precio, realizaban ofrendas diarias de comida y bebida en una tumba. Mientras la familia siguiera pagando, el servidor del ka conservaría su puesto e incluso lo traspasaría a su hijo. Si una familia dejaba de pagar, el servidor podía marcharse o demandar a la familia para que le mantuvieran en el puesto y le pagaran los atrasos. Una familia también podía llevar a un servidor del ka ante los tribunales por no cumplir con sus obligaciones juradas.
En el antiguo Egipto no había abogados. Un sospechoso era interrogado por la policía y el juez en el tribunal, y se traía a testigos para que declararan a favor o en contra del acusado. Como prevalecía la creencia de que una persona acusada era culpable hasta que se demostrara su inocencia, a menudo se golpeaba a los testigos para asegurarse de que decían la verdad. Una vez acusado de un delito, aunque finalmente se le declarara inocente, su nombre quedaba registrado como sospechoso. Por ello, la vergüenza pública parece haber sido tan disuasoria como cualquier otro castigo. Incluso si uno era completamente exonerado de todo delito, seguía siendo conocido en su comunidad como un antiguo sospechoso.
Por eso era tan importante el testimonio de la gente sobre el carácter de una persona, así como su coartada, y por qué se trataba tan duramente a los falsos testigos. Se podía acusar falsamente a un vecino de infidelidad por cualquier motivo personal y, aunque el acusado fuera declarado inocente, quedaría deshonrado.
Una acusación falsa, por tanto, se consideraba una ofensa grave y no sólo porque deshonraba a un ciudadano inocente, sino porque ponía en entredicho la eficacia de la ley. Si una persona inocente podía ser castigada por un sistema que pretendía tener origen divino, entonces o el sistema estaba equivocado o lo estaban los dioses, y a las autoridades no les interesaba que la gente debatiera esos puntos. En consecuencia, los falsos testigos eran tratados con dureza: cualquiera que mintiera a propósito y a sabiendas al tribunal sobre un delito podía esperar cualquier tipo de castigo, desde la amputación hasta la muerte por ahogamiento. Debido a esta situación, en general parece que se hacía todo lo posible por determinar la culpabilidad de un sospechoso y aplicar el castigo adecuado.
En general, si el delito era grave, como violación, homicidio, robo a gran escala o de una tumba, la pena era la muerte o la desfiguración. A los hombres culpables de violación se les castraba o amputaba el pene. A los asesinos se les golpeaba y luego se les daba de comer a los cocodrilos, se les quemaba hasta la muerte o se les ejecutaba de otras formas desagradables. A los ladrones se les amputaba la nariz, las manos o los pies. David señala el castigo para los que mataban a miembros de su propia familia:
Los hijos que mataban a sus padres sufrían un suplicio en el que se les cortaban trozos de carne con cañas antes de colocarlos en un lecho de espinas y quemarlos vivos. Sin embargo, a los padres que mataban a sus hijos no se les condenaba a muerte, sino que se les obligaba a sostener el cuerpo del hijo muerto durante tres días y tres noches. (94).
Decadencia del sistema
El problema de los falsos testigos no era tan generalizado en los primeros siglos de la civilización, pero se hizo más frecuente con el declive del Imperio egipcio y la pérdida de fe en los conceptos que habían regulado la sociedad y cultura egipcias durante miles de años. Durante la última parte del reinado de Ramsés III (1186-1155 a.C.), la creencia en la primacía de la ma'at empezó a degradarse cuando el faraón pareció menos preocupado por el bienestar de su pueblo que por su vida en la corte.
La huelga de los trabajadores de las tumbas de Deir el-Medina en 1159 a.C. es la prueba más clara de la fractura de una burocracia que había servido a la sociedad durante milenios. A estos trabajadores se les pagaba regularmente en grano, cerveza y otros artículos necesarios para los que dependían del gobierno, ya que vivían –a discreción del gobierno– en un valle aislado a las afueras de Tebas. Cuando los salarios dejaron de llegar, los trabajadores se declararon en huelga y los funcionarios fueron incapaces de manejar la situación.
El faraón no había logrado defender y mantener el ma'at y esto afectó a todos, desde los más altos hasta los más bajos en la jerarquía de la estructura social egipcia. El robo de tumbas se hizo más frecuente, al igual que los falsos testigos, e incluso las fuerzas del orden se corrompieron. El testimonio de un agente de policía se consideraba totalmente fiable, pero la policía de la última parte del Imperio Nuevo podía acusar a alguien, sentenciarlo y luego tomar lo que quisiera de las posesiones del sospechoso.
Una carta del reinado de Ramsés XI (1107-1077 a.C.) habla de dos policías acusados de ser falsos testigos. El autor de la carta, un general del ejército, ordena al destinatario que lleve a los dos oficiales a su casa, donde serán inspecionados y, si se les declara culpables, serán ahogados en cestas en el río Nilo. Sin embargo, el general tiene cuidado de recordar al destinatario de la carta que debe ahogar a los oficiales por la noche y asegurarse de que "nadie en el país se entere" (van de Mieroop, 257). Esta advertencia, y otras similares, se hicieron para intentar encubrir la corrupción de la policía y otros funcionarios. Sin embargo, ninguna medida de precaución o encubrimiento podía servir de nada, porque la corrupción estaba muy extendida.
También en esta época, los ladrones de tumbas que eran capturados y condenados podían librarse de la cárcel y de la condena sobornando a un oficial de policía, alguacil o escriba del tribunal con parte del tesoro que habían robado, para luego volver a robar tumbas. Los jueces que debían dictar sentencias podían, en vez de eso, acabar traficando con los bienes robados. Los visires que debían encarnar y defender la justicia y el equilibrio se dedicaban a enriquecerse a costa de los demás. Como ya se ha dicho, el faraón, que se suponía que mantenía los cimientos de toda su civilización, estaba más interesado en ese momento en su propia comodidad y en la gratificación de su ego que en las responsabilidades de su cargo.
Además, en los últimos años del Imperio Nuevo y en la era posterior del Tercer Periodo Intermedio (en torno a 1069-525 a.C.) se produjo un retorno del sistema jurídico a la metodología del Imperio Antiguo, consistente en consultar a un dios sobre la inocencia o la culpabilidad. El culto de Amón, el más poderoso de Egipto, casi había eclipsado la autoridad del trono. Durante el Tercer Periodo Intermedio, los sospechosos eran llevados ante una estatua de Amón y el dios emitía un veredicto. Para ello, un sacerdote dentro o detrás de la estatua la movía de un lado a otro para dar una respuesta. Este método de administrar justicia permitía numerosos abusos, obviamente, ya que ahora los casos eran juzgados por un sacerdote escondido en una estatua en lugar de por un juez designado oficialmente en un tribunal de justicia.
Aunque Egipto vería algunos momentos brillantes en el retorno a la ley y el orden a lo largo de los periodos posteriores, el sistema jurídico nunca volvería a funcionar tan eficientemente como lo había hecho durante los periodos anteriores al Imperio Nuevo. La Dinastía Ptolemaica (323-30 a.C.) revivió las prácticas y políticas de la justicia administrativa del Imperio Nuevo, al igual que hicieron con muchos aspectos de ese periodo, pero estas iniciativas no duraron mucho más allá de los dos primeros gobernantes. La última parte de la Dinastía Ptolemaica es simplemente un largo y lento declive hacia el caos hasta que el país fue anexionado por Roma en el año 30 a.C. y se convirtió en una provincia más del imperio.
Es un abogado mexicano que cuenta con experiencia en traducción jurídica y académica. En su labor profesional se ha dedicado mayormente al servicio público, en donde se ha especializado en diversos temas de derecho, gobierno, cultura y derechos humanos.
Joshua J. Mark no sólo es cofundador de World History Encyclopedia, sino también es su director de contenido. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.
Mark, J. J. (2017, octubre 02). Ley del Antiguo Egipto [Ancient Egyptian Law].
(J. Araiza, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/1-16346/ley-del-antiguo-egipto/
Estilo Chicago
Mark, Joshua J.. "Ley del Antiguo Egipto."
Traducido por Jair Araiza. World History Encyclopedia. Última modificación octubre 02, 2017.
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Estilo MLA
Mark, Joshua J.. "Ley del Antiguo Egipto."
Traducido por Jair Araiza. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 02 oct 2017. Web. 18 nov 2024.
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Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 02 octubre 2017. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.