Basilio I gobernó el Imperio bizantino del 867 al 886 d.C. y fundó la dinastía “macedónica”, que duró más de 200 años. Basilio era un armenio de origen humilde que había prosperado hasta llegar a ser el segundo hombre más poderoso del reino. Cuando asesinó de forma traicionera a su benefactor, el emperador Miguel III, se convirtió en el número uno en Constantinopla y fue testigo de una época dorada en la historia bizantina. Perdiendo el trono de la misma forma en que lo consiguió, Basilio fue sucedido por su hijo León VI en el 886 d.C.
Coemperador con Miguel III
Miguel III, también llamado “Miguel el borracho” por sus detractores, gobernó el Imperio bizantino del 842 al 867 d.C. Su reinado vio muchos éxitos militares, especialmente en el este, pero el joven gobernante, más tarde conocido por su afición a beber y cantar, tomó la fatal decisión de hacer amistad y promocionar a un tosco armenio conocido como Basilio el Macedonio. Probablemente Basilio nunca había pisado Macedonia, y su sobrenombre parece que venía de haber coincidido con un grupo de prisioneros procedentes de esa región cuando fue capturado por Krum, rey de los búlgaros. Procedía de una familia de campesinos armenios que había emigrado a la Tracia, pero su vida sería la clásica historia del salto de pobre a rico.
Basilio abandonó a su familia, buscando fortuna en la metrópolis de Constantinopla y realmente la encontró. Con la reputación de luchador y jinete de talento, sus habilidades le llevaron a hacerse cargo de los establos imperiales – Miguel era aficionado a los carros – y de ahí, al ser detectado por el emperador, fue nombrado Guardián del Dormitorio imperial (parakoimomenos). En su nuevo cargo, Basilio eliminó, por todos los medios que consideró adecuados, a los enemigos del emperador. El principal objetivo, con diferencia, era Bardas, tío de Miguel y principal ministro responsable de buena parte del éxito del imperio. Bardas sospechaba, con razón, del intruso armenio, pero recibió la promesa solemne, tanto de Basilio como de Miguel, de que no tenía nada contra él, un juramento del que se dice que fue firmado con la sangre de Jesucristo – una reliquia conservada en la iglesia de Santa Sofía. Basilio, siendo analfabeto, solamente pudo marcar el documento con una X.
A pesar de las promesas, Basilio siguió adelante y asesinó personalmente a Bardas en el 865 d.C. El fallecido general no había tenido en cuenta su propia advertencia a Miguel, años antes, de que el armenio era “un león que los devoraría a todos” (Brownworth, 165). El asesinato fue una señal de hasta donde llegaría Basilio para alimentar su ambición: no podía haber nadie en su camino.
Miguel y Basilio tenían una relación, mal definida y muy debatida, con Eudokia Ingerina, la amante de Miguel – Basilio en realidad se casó con ella, aunque eso podría haber sido una estratagema por parte de Miguel para tenerla a su alcance en el palacio. Lo que es más extraordinario, en el 866 d.C. Miguel nombró a Basilio coemperador (basileus) en una brillante ceremonia en la iglesia de Santa Sofía, probablemente en agradecimiento por haber eliminado a Bardas, ahora reconocido oficialmente como traidor. Miguel leyó lo siguiente en la coronación:
Es mi voluntad que Basilio, el Gran Chambelán, que me es fiel, que me ha librado de mi enemigo y que me tiene en gran aprecio, sea el guardián y gestor de mi imperio y sea proclamado por todos como basileus (Norwich, 150)
Dieciséis meses después, el asesino armenio volvería a ser igual de traidor con su patrocinador, asesinando brutalmente a Miguel en su dormitorio en el 867 d.C. y reclamando para sí solo el trono, bajo el nombre de Basilio I.
Emperador único
En el primer año de su reinado, Basilio reinstauró a Ignacio como Patriarca de Constantinopla (obispo), decisión que mejoró las relaciones con el papado, que había protestado vehementemente por el nombramiento de Focio, un lego en aquel momento, para ese cargo, por parte de Miguel III. Basilio estaba seguramente motivado por la necesidad del soporte militar del papado en Italia, donde los ejércitos bizantinos estaban ocupados luchando con los árabes. Realmente, no había ningún problema personal con Focio, a quien Basilio empleó como tutor de su hijo. Focio recuperó su cargo como obispo a la muerte de Ignacio, en el 877 d.C., ahora respaldado por el papa Juan VIII, en una muestra de reconciliación con la iglesia de Oriente. Focio se esforzó en promover el estudio del griego clásico y la literatura romana, y escribió algunas de las primeras revisiones de libros que aún existen.
Finalmente, Basilio reconquistó el sur de Italia, con la ayuda de los francos, aunque la pérdida de Siracusa, en Sicilia, en el 878 d.C., fue un revés importante. Al principio de su reinado Basilio había sido testigo de la pérdida de Malta ante los árabes, pero una gran inversión en la modernización y refuerzo de la armada bizantina dio sus resultados. Basilio pudo contar con el experto almirante Niceto Ooryphas, quien dio a su gobernante la victoria frente a los infames piratas cretenses, cogiéndolos al vuelo al cruzar el estrecho istmo de Corinto. También hubo victorias frente al decadente imperio del califato en Chipre, la Grecia continental y Dalmacia. Los ejércitos de Basilio también lograron victorias contra los paulicianos en Asia Menor, saqueando su capital de Tefrique, y penetraron en Asia Central por el curso del Eúfrates.
En su país, Basilio se dedicó a la labor de gobernar y, si hay que creer a los registros oficiales, puso especial interés en mejorar el destino de los pobres, promover las artes en Constantinopla y, en general, hacer a su capital merecedora de su estatus. Se le atribuye la construcción de Nea Ekklesia (“Iglesia nueva”) en los terrenos del palacio real, en el 880 d.C. Era una iglesia magnífica, con cinco cúpulas doradas, mármol exótico en el interior, decoraciones exteriores de plata, dos bellas fuentes y campanas traídas de Venecia. Por desgracia para los modernos turistas, la iglesia explotó en 1453 d.C. después de que los turcos la utilizaran como polvorín. El nuevo palacio de Basilio, el Kainourgion, era todavía más suntuoso. Tenía un bello suelo de mosaicos mostrando águilas gigantes, pinturas murales, ocho columnas de piedra verde y otras ocho de onicita (un tipo de mármol) y una sala del trono con el techo de mosaico vítreo y relleno sólido de oro. En un extremo de la sala había una semicúpula con una pintura gigante de Basilio y generales mostrándole su respeto y presentándole el símbolo de cada ciudad que sus ejércitos habían conquistado.
Edificios públicos, monumentos y murallas por toda la capital fueron objeto de reformas, muy necesarias después de años de abandono y daños por terremotos, en particular la iglesia de Santa Sofía, en serio peligro de derrumbe tras un terremoto en el 869 d.C. Lamentablemente, ninguno de los logros de Basilio en hacer de Constantinopla una de las grandes metrópolis del mundo sobrevive hoy en día.
Quizás de más utilidad para sus súbditos que el embellecimiento arquitectónico fue la determinación de Basilio de reformar totalmente la ley bizantina. Durante su reinado se promulgó un gran número de nuevas leyes, en la mejor racha de actividad legislativa desde el reinado de Justiniano (r. 527-565 d.C.). El Código de Justiniano fue el primer objetivo de las actualizaciones de Basilio, quien también clasificó las leyes por temas para mejor referencia futura. La mayor parte de la nueva legislación imperial – escrita en griego y no en latín, como antes, y conocida en conjunto como la Basilika – fue finalmente recogido en dos manuales, el Proqueiron y el Epanagoge, diseñados para ser utilizados por jueces y abogados.
Basilio y León
Basilio tuvo dos herederos: Constantino, el mayor, de su primer matrimonio, y León, de su matrimonio con Eudoquia. La costumbre era que el emperador coronara como coemperador al hijo escogido como heredero, aunque fuera aún un niño, y Basilio lo superó coronando a sus dos hijos, Constantino en el 869 d.C. y León en el 870 d.C. Para desgracia de Basilio, Constantino falleció prematuramente, por causas desconocidas, en septiembre del 879 d.C., un golpe del que el emperador nunca se recuperaría completamente, y que provocó su separación casi total de la vida pública.
La relación de Basilio con su segundo heredero fue turbulenta. León, forzado a casarse con una mujer elegida por su padre – la piadosa Teófano – consiguió una amante llamada Zoé Zautsina, como es lógico desaprobada por su padre. Basilio intentó sin éxito romper esa relación deportándola y haciendo de su hijo virtualmente un prisionero, en un ala del palacio real. Golpeado, encarcelado y amenazado con ser cegado, no es extraño que León generara un resentimiento que un día se demostraría fatal para su padre.
Muerte y legado
Basilio murió en el 886 d.C. La causa, según la versión oficial, fue un accidente de caza. Un cuento difícil de creer, según el cual el emperador, de 74 años, fue arrastrado una distancia improbable a través del bosque por un venado, y luego rescatado por un grupo liderado por el padre de Zoé. Parece mucho más probable que León lo organizara para quitar a su padre del trono. Fue una ironía final y una dulce revancha de Miguel III, desde su tumba, que el sucesor de Basilio fuera León, cuya paternidad era ampliamente atribuida por los rumores a Miguel. Resulta significativo, quizás, que uno de los primeros actos del nuevo emperador, de 19 años, ahora León VI (r. 886-912), fuera exhumar los restos de Miguel III de su modesta tumba y depositarlos en un precioso sarcófago de mármol en la iglesia de los Santos Apóstoles.
Independientemente de cuál fuera el linaje exacto, los sucesores de Basilio, los emperadores “macedónicos”, hicieron esfuerzos especiales para blanquear los elementos más desagradables del reinado del fundador de la dinastía. El nieto de Basilio, Constantino VII (r. 913-959), se aplicó especialmente en que no manchara su propia reputación. En consecuencia, escribió la biografía Vita Basilii, que se convirtió en la versión aceptada de la historia de la vida y logros de Basilio donde, el que fuera un día luchador, es presentado como uno de los grandes emperadores de Bizancio.
This article was made possible with generous support from the National Association for Armenian Studies and Research and the Knights of Vartan Fund for Armenian Studies.