Una hetaira (hetairai en plural) era una prostituta culta de la antigua Grecia, que participaba regularmente en symposia y fiestas privadas. A veces en las traducciones se las suele llamar "cortesanas"; el término hetaira en griego era un eufemismo que significa "compañera". Normalmente era esclavas, aunque no siempre, y su estatus podía ser ambiguo y no está bien definido en las fuentes griegas que se conservan. Aparte de sus capacidades obvias como prostitutas, las hetairai estaban entrenadas para entretener a los hombres con música, danza, cultura e ingenio. Hay muchas referencias a estas mujeres en el arte y la literatura griegas, y se distinguen de las prostitutas más comunes de los burdeles o las esquinas (las pornē), que solo ofrecían placeres físicos a sus clientes a un precio muy inferior al de las hetairai.
El estatus de las prostitutas
Las trabajadoras sexuales eran esclavas, antiguas esclavas o mujeres libres de todas las clases en la antigua Grecia, pero a grandes rasgos se pueden categorizar en tres grupos: la prostituta de calle o de burdel (pornē), que ofrecía su cuerpo para el placer sexual, la concubina (pallakē), que vivía permanentemente en una casa específica y la hetaira, una prostituta de clase alta que, además de sexo, también les ofrecía a sus clientes el beneficio de su educación musical (especialmente en la flauta), en la danza y la cultura general. Por ese motivo, el término hetaira, un eufemismo en griego ático que significa "compañera femenina", normalmente se traduce como "cortesana", aunque el estatus exacto de estas mujeres en sociedad no se conoce exactamente y la mayoría de las fuentes de la antigüedad solo se refieren a la Atenas clásica y a Corinto. Además, las fuentes de la antigüedad no aplican los términos de manera consistente, incluso si se habla de la misma persona. También es verdad que las mujeres (y los hombres) podían cambiar de una categoría de prostituta a otra, o incluso conseguir la libertad (o volver a perderla). Por último, había otro grupo completamente aparte, las prostitutas sagradas que entregaban sus cuerpos como parte de cultos religiosos.
Naturalmente, una de las grandes distinciones entre los tipos de prostituta era el precio. Una pornē podía costar nada más que un óbolo, la más pequeña de las monedas atenienses. Por el contrario, una hetaira de primera clase podía costar 500 dracmas o 3000 óbolos. Los altos precios de las hetairas quedan demostrados por la política de las ciudades estado de cobrar impuestos a la prostitución.
Muchas hetairas eran probablemente mujeres de la clase alta que se habían convertido en esclavas tras la conquista de su ciudad estado en Grecia, o de otros estados fuera de Grecia. La práctica de capturar mujeres para esclavizarlas y convertirlas en prostitutas está atestiguada ya en el siglo VIII a.C. También habría habido mujeres que elegían esta profesión para poder ser independientes económicamente o que se veían obligadas por las circunstancias, como por ejemplo si tenían deudas o no tenían ningún familiar masculino que cuidara de ellas. La distinción entre las clases de prostitutas puede que reflejara los cambios en la sociedad griega, en la que la creciente clase media dio lugar a que hubiera más hombres que antes que podían permitirse pagar los servicios de una prostituta. Al crear un tipo de prostituta más sofisticada y cara, los hombres de la clase alta se podían diferenciar de la práctica de la clase media de visitar burdeles, invitando a las hetairas a su casa.
Aunque hoy en día se podría considerar que una hetaira de alguna manera era más "digna" que una pornē, esto no era así necesariamente en la antigua Grecia. La prostitución era una parte libre y legal de la sociedad griega, en la que los burdeles públicos solían estar financiados por el estado porque se veían como una parte necesaria de la vida cotidiana. De la misma manera, las hetairai estaban consideradas como participantes comunes en el entretenimiento aceptado para quienes podían permitírselas. La prostitución, al igual que el juego por ejemplo, se consideraba aceptable, pero también se consideraba que podía ser perjudicial si se usaba en exceso. No era un sustituto de la familia, sino un modo de compañía.
Según las fuentes griegas, la prostitución de cualquier tipo tenía una connotación negativa, y con frecuencia se consideraba sucias o vulgares a quienes la practicaban. Los escritores suelen resaltar los peligros (o las posibilidades cómicas) de obsesionarse con una prostituta, descuidar a la esposa o despilfarrar la fortuna en los placeres carnales. Además, era un insulto llamar a alguien prostituta, ya fuera hombre o mujer, o ser sospechoso de serlo, por lo menos en la literatura griega y entre figuras públicas. Por otro lado, puede ser importante recordar que la mayoría de las fuentes griegas que se conservan fueron escritas por hombres para un público masculino. No se sabe qué pensaban las hetairas de sí mismas o cómo las consideraban otras mujeres.
Hetairas famosas
Se sabe que a menudo las hetairas formaban relaciones duraderas con hombres casados y que no ofrecían sus servicios por una sola noche. Algunas recibían dinero y regalos por dedicarse exclusivamente a un hombre sin por ello vivir en su casa. De hecho, algunas hetairas tenían tal efecto que recibían su propia casa o les dedicaban monumentos públicos erigidos en su honor, incluso en lugares religiosos célebres como Delfos. De esto se puede deducir que algunas hetairas fueron famosas en su día, y se conoce por nombre a muchas que formaron relaciones duraderas con los atenienses más famosos, desde filósofos hasta dramaturgos.
El historiador del siglo V a.C. Heródoto dedica varios pasajes a una hetaira llamada Rhodopis (Historias, 2.134-5). Era tracia y se la describe como "bien dotada de las bendiciones de Afrodita". Heródoto dice que en algún tiempo fue esclava junto al famoso cuentacuentos Esopo (en torno a 620-564 a.C.) y que se hizo muy rica y famosa, aunque ridiculiza las sugerencias de que construyó una gran pirámide de piedra en Egipto.
Otra famosa hetaira, al menos según algunos escritores de la antigüedad, fue Aspasia de Mileto (en torno a 470-410 a.C.), una conocida profesora de retórica, escritora e intelectual. Aspasia provenía de una familia aristocrática, y se convirtió en la amante del estadista ateniense Pericles (495-429 a.C.), con quien viviría más adelante, desde 445 o 450 a.C. hasta la muerte de él. La pareja tuvo un hijo, también llamado Pericles, que llegó a ser nombrado ciudadano de Atenas. Puede que Aspasia recibiera el título de hetaira de escritores que iban en contra de Pericles y sus políticas en favor de la democracia. Aun así, la asociación de Aspasia con este título confirma la idea de que las hetairas tenían que ser intelectuales consumadas.
Un tercer ejemplo de hetaira famosa es Friné, que nació en Tespias pero vivió la mayor parte de su vida en Atenas en el siglo IV a.C. Friné es célebre por su relación con el escultor Praxíteles, el creador de la estatua de Hermes y Dioniso en Olimpia. Según la leyenda, esta Friné fue el modelo para la infinitamente copiada estatua de Afrodita de Praxíteles. Friné también tuvo una relación con el orador Hipérides que conduciría a su famosa defensa legal. Friné fue acusada de impiedad, una ofensa seria que se castigaba con la pena de muerte en Atenas. Hipérides la defendió en el juicio, y su estrategia consistió en desnudarla para que el jurado, deslumbrado por su belleza, la absolviera de todos los cargos. Friné acabaría haciéndose inmensamente rica; de hecho tanto que ofreció reconstruir la ciudad de Tebas después de que Alejandro Magno (356-323 a.C.) la demoliera en 335 a.C. La condición que puso para tal generoso acto fue que los tebanos tendrían que erigir una señar encima de la entrada principal que proclamara "Alejandro me destruyó y Friné la hetaira me volvió a levantar" (Souli, 50). Como consideraron que no sería un buen modelo a seguir por sus esposas, los tebanos rechazaron la oferta.
Las hetairas y el simposio
Aparte de estas practicantes más glamurosas y célebres de la profesión, la mayoría de las hetairas llevaban vidas anónimas en las que se dedicaban a servir a los hombres en los symposia, es decir, fiestas de alcohol informales exclusivas para hombres. Sabemos mucho de los symposia porque aparecen a menudo en el arte griego y son una ambientación común en la literatura, como por ejemplo en las comedias griegas de Aristófanes (en torno a 460 a 380 a.C.), e incluso le dan el título a uno de los diálogos de Platón, el Symposium (en castellano traducido como "El banquete") de 416 a.C. Las hetairas que participaban en estos eventos muy bien pueden haber sido de un nivel diferente a las que se dedicaban a un solo hombre durante un periodo de tiempo.
Los symposia, que se empezaron a organizar a partir del siglo VII a.C., se celebraban en las casas particulares de los aristócratas, donde los convidados comían y bebían juntos. Había una habitación especial para estas fiestas, el andrōn, que tenía entre siete y once sofás bajos con cojines. Estos sofás se disponían en torno a la habitación para crear un espacio central vacío, de modo que todos los invitados se pudieran ver unos a otros. El vino era una parte esencial de la celebración y se bebía, mezclado con agua, de una cílica (o quílice), que es una copa poco profunda con una base corta y dos asas horizontales. La cílica estaba diseñada específicamente para que se pudiera tomar o dejar con facilidad tumbado en un sofá.
Un symposium podía tener un carácter muy informal y ser poco más que una fiesta para beber, pero en ocasiones podía ser más formal. En otros casos, podía acabar convirtiéndose en una orgía. Ciertamente, una vez se retiraba la comida eran una oportunidad para que los hombres discutieran los eventos del día y otros temas como la política, la filosofía, la religión y el arte. Puede que uno de ellos dirigiera la conversación, aunque no necesariamente el anfitrión. Luego puede que los invitados contaran una historia, o recitaran un poema o tocaran música con una lira. Puede que cantaran juntos una canción en la que cada invitado cantaba unos versos. También podía haber juegos, como por ejemplo lanzar los restos de la cílica a un ánfora colocada junto a la pared. Era en este ambiente amistoso en el que entraban las hetairas, las únicas mujeres que tenían permitido acudir.
Las habilidades de las hetairas
Naturalmente, los invitados esperaban que el anfitrión aportara hetairas que fueran hermosas, encantadoras, ingeniosas y deseables. Las escenas de la cerámica griega muestra a las hetairas sirviendo vino a los invitados en los symposia, y sabemos que llevaban ropas finas y joyas de oro. Las hetairas iban participando más a medida que avanzaba la velada. Aprendían a tocar el aulos o la flauta y también podían bailar, hacer acrobacias y discutir temas culturales. Por supuesto, aparte de esto, las hetairai también ofrecían servicios sexuales a los invitados. El hecho de que las hetairas eran esclavas que cualquiera podía usar según le placía es evidente por las escenas de la cerámica pintada (que se suele exponer en museos) que las muestran desnudas y realizando toda clase de acrobacias sexuales con uno o varios clientes y las unas con las otras. Además, en algunas escenas aparecen sufriendo lo que en cualquier otro contexto se consideraría como agresión física o abuso sexual. Por tanto, la noción de que estas mujeres se ganaban de alguna manera el respeto de los hombres que las usaban gracias a sus logros culturales puede que sea una noción más bien romántica que no refleja la realidad cotidiana del esclavismo sexual en la antigüedad. Tal y como apunta la historiadora Madeleine M. Henry:
Sin ánimo de negar la capacidad de decisión y la dignidad de las mujeres que elegían la prostitución o que eran prostituidas, los estudios recientes sugieren que todas las mujeres en esta profesión estaban sometidas a una explotación estructural y marginadas hasta cierto punto.
(Bagnall, 3196)