Céfiro era el dios del viento del oeste y el mensajero de la primavera en la mitología griega. Era conocido como uno de los cuatro anemoi, o dioses del viento, cada uno de los cuales representaba una dirección cardinal y, con excepción de Euro, una estación. Céfiro era conocido por ser el más gentil de los cuatro, aunque también podía ser presa de los celos.
En el mito, Céfiro podía ser tanto benevolente como vengativo. Como mensajero de la primavera, era frecuentemente elogiado por los escritores y poetas clásicos, quienes exaltaban la suavidad de su brisa del oeste. Según las diferentes versiones de la historia, tuvo tres esposas y descendencia con cada una de ellas, entre quienes se cuentan Balio y Janto, los caballos inmortales que tiraron del carro de Aquiles durante la guerra de Troya.
El arte clásico a menudo representa a Céfiro como un joven apuesto y alado. Muchas pinturas en antiguos vasos griegos, que muestran a una figura divina alada abrazando a un joven, suelen ser identificadas como Céfiro y Jacinto, el joven cuyo amor Céfiro disputaba con Apolo. En el panteón romano, su equivalente es conocido como Favonio.
Los anemoi
Como dios del viento del oeste, Céfiro era uno de los cuatro anemoi, o deidades del viento. Representados de diversas formas, como hombres alados o como ráfagas de viento, cada anemoi se atribuía a uno de los puntos cardinales de donde soplaban sus vientos. A cada uno de ellos también se le atribuía una estación o condición meteorológica determinada. Según la Teogonía de Hesíodo, los cuatro anemoi principales eran hijos de dos titanes de segunda generación, Astreo, el dios del crepúsculo, y Eos, la diosa del amanecer. En la Odisea de Homero, los anemoi están sometidos a Eolo, el guardián de los vientos. Los otros tres anemoi son Bóreas, del viento del norte, Noto, del sur, y Euro, del este.
En contraste con la naturaleza apacible de su hermano Céfiro, Bóreas era conocido por su fuerza, su temperamento violento y su capacidad para causar gran destrucción. Se decía que durante la invasión persa de Grecia, fue Bóreas quien hundió 400 barcos persas durante la batalla de Artemisio en el 480 a.C. Como dios del frío viento del norte, también era conocido como el portador del invierno y, en ocasiones, se le representaba con el cabello y la barba cubiertos de hielo. Para casarse, Bóreas raptó a Oritía, una princesa ateniense. La encontró bailando junto a un arroyo, la envolvió en una nube y la llevó a su cueva en Tracia, donde vivía. Oritía le dio dos hijos gemelos, Calais y Zetes. Conocidos como los Boréadas, los gemelos participaron en la búsqueda del vellocino de oro con Jasón y los argonautas. Debido a su matrimonio con Oritía, muchos atenienses consideraban a Bóreas un pariente por matrimonio, y era venerado en Atenas, donde se celebraban anualmente las Boreasmas en su honor.
Noto, el viento del sur, se asociaba con el final del verano y el inicio del otoño. Se decía que traía los vientos cálidos que aparecían tras el apogeo del verano, y era considerado el responsable de las tormentas que llegaban al final de la estación. Sus vientos abrasadores también podían arruinar las cosechas, lo que lo convertía en una figura temida en esta época del año.
El cuarto anemoi, Euro, se asociaba con el viento del este, aunque según algunas fuentes era el viento del sureste. Está estrechamente relacionado con el dios del sol Helios, ya que sus vientos procedían de un lugar cercano al palacio de Helios, desde donde salía el sol por el este. A Euro se le describe como un viento turbulento, causante de tormentas en el mar, por lo que generalmente se le consideraba de mala suerte. Euro es el únic de los cuatro anemoi principales que no está asociado a una estación y el único que no se menciona en la Teogonía de Hesíodo.
Personalidad, esposas y descendencia de Céfiro
Se creía que Céfiro vivía con su hermano Bóreas en un palacio de Tracia, aunque en ocasiones se decía que ambos habitaban en una cueva. A diferencia de Bóreas, quien era conocido por su temperamento violento, gran fuerza y por ser el portador del invierno, Céfiro, el más gentil de los anemoi, era conocido como el mensajero de la primavera y el preludio del verano. En sus Geórgicas, Virgilio (70-19 a.C.) escribe que «a la llamada de Céfiro, el alegre verano envía ovejas y cabras a los claros y a los pastos», y que «los prados se abren a la suave brisa de Céfiro; la tierna humedad sirve para todos» (Geórgicas 3, 322 y Geórgicas 2, 323). En su Fedra, Séneca (4 a.C.-65 d.C.) alude a la capacidad de Céfiro para hacer surgir la estación con su aliento: «Donde yacen los prados que Céfiro suaviza con su aliento cargado de rocío y hace brotar la hierba de la primavera» (Fedra 11).
En su calidad de viento del oeste, Céfiro ha sido descrito como ligero y como la brisa más dulce. A pesar de ello, tenía una fuerza oculta que fue señalada por Homero en la Odisea, donde se refiere a él como «Céfiro el tempestuoso». Esto también se refleja ocasionalmente en su personalidad, ya que la historia de Jacinto lo muestra como un amante despechado, celoso y vengativo.
Se dice que Céfiro, el viento del oeste, tuvo varias esposas en diferentes relatos. Una de ellas fue Iris, la diosa del arco iris y mensajera de los dioses. Como mensajera, Iris era la encargada de llevar plegarias a su esposo, algunas de las cuales surgieron en momentos especialmente significativos dentro de famosas historias griegas. Fue ella quien entregó la plegaria de Aquiles a Céfiro y Bóreas para que encendieran la pira funeraria de Patroclo, tras la muerte del joven héroe en el campo de batalla en la Ilíada. También es a ella a quien reza Ariadna en el canto 47 de las Dionisíacas de Nono, después de ser abandonada por Teseo en la isla de Naxos. En su oración, Ariadna reprende a Céfiro frente a su esposa, enfadada con el viento del oeste por haber ayudado a Teseo a dejarla atrás. «Si Céfiro me atormenta, dile a Iris, la esposa de Céfiro y madre de Potos, que contemple a Ariadna maltratada» (Nono, Dionisíacas 47, 340).
Céfiro e Iris tuvieron un hijo en común, Potos, uno de los Erotes, un grupo de dioses alados asociados con el amor y las relaciones sexuales, a menudo representados como parte del séquito de Afrodita. En un fragmento de un poema de Alceo de Mitilene, se sugiere que Eros, el dios del amor y el deseo, también era hijo de Céfiro e Iris, aunque la mayoría de las fuentes nombran a Afrodita y Ares como los padres de Eros.
Céfiro también se enamoró de la ninfa Cloris, cuyo afecto ganó tras competir con Bóreas. Después de conquistarla, la raptó y se casó con ella. Cloris se convirtió en la diosa de las flores, conocida en la tradición romana como Flora. De su unión, nació un hijo llamado Carpo, cuyo nombre significaba «fruto».
Con la arpía Podarge, Céfiro fue padre de Balio y Janto, dos caballos inmortales. Los caballos fueron entregados como regalo de bodas al rey Peleo durante las celebraciones de su matrimonio con la ninfa marina Tetis. Posteriormente, Peleo los entregó a su hijo Aquiles, quien los utilizó para tirar de su carro durante la guerra de Troya.
Los caballos se destacaron en la batalla, corriendo a la velocidad del viento. Patroclo, el compañero de Aquiles, se encargaba de alimentarlos y acicalarlos, y se dice que solo él era capaz de controlarlos completamente. En la Ilíada, se menciona cómo, tras la muerte de Patroclo, Balio y Janto permanecieron inmóviles al borde de la batalla, llorando por la pérdida. Cuando Aquiles, abatido, culpó a los caballos de haber permitido la muerte de Patroclo en el campo de batalla, la diosa Hera otorgó a Janto la capacidad de hablar. El caballo pudo entonces explicarle al héroe que no habían sido ellos, sino el dios Apolo, quien permitió la muerte de Patroclo. Janto profetizó entonces que la muerte de Aquiles era inminente:
Hoy te salvaremos aún, impetuoso Aquiles; pero está cercano el día de tu muerte, y los culpables no seremos nosotros, sino un dios poderoso y el hado cruel. No fue por nuestra lentitud ni por nuestra pereza por lo que los troyanos quitaron la armadura de los hombros de Patroclo; sino que el dios fortísimo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera, matóle entre los combatientes delanteros y dio gloria a Héctor. Nosotros correríamos tan veloces como el soplo del Céfiro, que es tenido por el más rápido. Pero también tú estás destinado a sucumbir a manos de un dios y de un mortal. (Homero, Ilíada 19)
La historia de Psique
Céfiro desempeña un papel destacado en la historia de Eros y Psique. Contada íntegramente por el escritor romano Apuleyo en su novela del siglo II d.C. El asno de oro, la historia describe cómo la belleza de Psique era tan grande que provocó los celos de Afrodita. Deseosa de castigar a la muchacha, Afrodita pidió a su hijo Eros (al que Apuleyo se refiere con el nombre latino de Cupido) que hiciera que Psique se enamorara de una horrible y espantosa criatura. Cuando Eros fue a llevar a cabo esta tarea, se arañó accidentalmente con una de sus flechas, lo que provocó que su objetivo se enamorara al instante. Naturalmente, esto hizo que se enamorara perdidamente de Psique.
Mientras tanto, los padres de Psique habían sido incapaces de encontrarle marido a pesar de su milagrosa belleza. Tras consultar al oráculo de Apolo, se les dijo que Psique estaba destinada a casarse con una horrible criatura serpiente a la que incluso los dioses temían, y que debían dejarla en lo alto de una montaña para que conociera su destino. Con el corazón encogido, accedieron a las exigencias de los dioses y dejaron a su hija sola en la cima de la montaña, tal y como se les había ordenado. Cuando se marcharon, Céfiro llevó a la niña en su suave viento hasta un palacio oculto, que era el hogar de Eros. Eros, que se negaba a que Psique lo viera, solo la visitaba por la noche y se marchaba antes de que saliera el sol, y ella no tardó en enamorarse de él.
Sin embargo, Psique pronto comenzó a sentirse sola durante el día y deseó que sus hermanas pudieran visitarla para que vieran que estaba sana y salva. Eros accedió a su petición y permitió que Céfiro trajera a las dos hermanas de Psique con su viento para visitarla. Al ver el esplendor del nuevo hogar de Psique, las hermanas, llenas de envidia, la convencieron de que debía mirar el rostro de su esposo, a pesar de que él se lo había prohibido. Psique, en contra de su buen juicio, cedió a la tentación, lo que provocó que Eros la abandonara.
Al oír esto, las hermanas se alegraron, creyendo que Eros elegiría a una de ellas para ser su nueva esposa. Viajaron a la cima de la montaña donde Céfiro las había llevado anteriormente al palacio de Eros y saltaron desde su cima, creyendo que el viento del oeste las atraparía. Sin embargo, no lo hizo, y las dos mujeres cayeron al vacío y se hicieron pedazos contra las rocas.
Más tarde, tras superar una serie de pruebas imposibles, Psique se reconcilió con Eros. Se casaron, y Psique fue convertida en diosa por el propio Zeus. Aunque Céfiro desempeñó un papel pequeño en su historia, su intervención fue crucial, ya que fue él quien unió por primera vez a los dos amantes. Apuleyo no explica por qué Céfiro ayudó a Eros, pero es posible deducir que ambos estaban relacionados a través de Potos, el hijo de Céfiro, que era uno de los Erotes, al igual que Eros.
La historia de Jacinto
Jacinto era un joven hermoso que había capturado el corazón del dios Apolo. Aunque Céfiro, Bóreas y un mortal llamado Tamiris también lo habían cortejado, Jacinto eligió a Apolo, lo que generó el descontento de los demás pretendientes. Apolo adoraba a su amante y lo llevaba con él en todas sus excursiones de pesca y caza, además de enseñarle a tocar la lira y a disparar flechas. Un día, mientras Apolo enseñaba a Jacinto a jugar al quoits, un juego de lanzamiento de disco, lanzó uno de los discos al aire. Jacinto, entusiasmado, corrió a atraparlo. Sin embargo, el disco golpeó el suelo, rebotó y golpeó al joven en la frente, haciéndole caer al suelo.
Apolo, presa del pánico, se apresuró a encontrar a su amante sangrando por la herida, claramente moribundo. Probó todas las formas de curación y medicina que conocía, pero todo fue en vano y Jacinto murió. Apolo, desconsolado, quiso morir también, pero como dios era imposible. De las manchas de tierra que se habían empapado con la sangre del joven, Cloris, la diosa de las flores y esposa de Céfiro, hizo crecer flores con palabras de desesperación inscritas en los pétalos. A partir de entonces, la flor se conoció como jacinto, aunque era diferente de las flores modernas de ese nombre.
En otra versión de esta historia, la desafortunada muerte de Jacinto no fue un mero accidente. En esta versión, Céfiro, lleno de resentimiento porque el joven había elegido a Apolo antes que a él, desvió deliberadamente el disco de su trayectoria, provocando que golpeara y matara a Jacinto. Siglos después de la primera versión de esta historia, el poeta inglés John Keats (1795-1821) aludió al asesinato de Jacinto por Céfiro en su poema Endymion a través de los ojos de los espectadores del juego de quoits:
O podrían mirar a los lanzadores de quoit, atentos
a ambos lados, compadeciéndose de la triste muerte
de Jacinto, cuando el cruel aliento
de Céfiro lo mató; Céfiro penitente,
que ahora, antes de que Febo suba al firmamento,
acaricia la flor en medio de la lluvia sollozante.(Bullfinch, 71)
Esta representación de Céfiro difiere mucho de las otras imágenes suaves y primaverales. Pero este lado celoso del viento del oeste era ciertamente recordado, ya que Nono, en el décimo canto de sus Dionisíacas lo recuerda casi como una advertencia: «El soplo mortífero de Céfiro podría soplar de nuevo, como ya lo hizo una vez, cuando la ráfaga amarga mató a un joven mientras dirigía el disco contra Jacinto» (Dionisíacas 10, 253).
En la Ilíada y la Odisea
Céfiro también interviene en las dos grandes epopeyas homéricas. En la Ilíada, Aquiles enfrenta dificultades para encender la pira funeraria de Patroclo por lo que, desesperado, le reza a Céfiro y a su hermano Bóreas, prometiendo espléndidas ofrendas si le ayudaban a encender el fuego. Iris escuchó la súplica y llevó el mensaje a ambos. Al oír a Iris repetir la petición de Aquiles, los dos dioses se levantaron inmediatamente y, barriendo las nubes ante ellos, encendieron una gran llama sobre la pira de Patroclo, que mantuvieron encendida hasta la mañana siguiente.
En la Odisea, Céfiro desempeña un papel mucho más importante. Aquí, Céfiro y los demás anemoi residen en la isla de Eolo. Homero describe a Eolo, el guardián de los vientos, como un hombre mortal, aunque fuentes posteriores lo pintarían como un dios de la tormenta. En la Odisea, así como en la Eneida de Virgilio, los vientos están sometidos a Eolo.
Tras su calvario con el cíclope Polifemo, el gran héroe Odiseo y su tripulación se dirigen a la isla de Eolo. Desde la caída de Troya, Odiseo intentaba desesperadamente regresar a su hogar en Ítaca y esperaba que el guardián de los vientos pudiera ayudarle. Eolo saludó calurosamente a Odiseo y sus hombres antes de agasajarlos durante todo un mes, permitiéndoles alojarse en el palacio con su familia. Al final de su estancia, Eolo entregó a Odiseo una bolsa de piel de buey sellada con un alambre de plata y le explicó que contenía todos los vientos excepto uno, el viento del oeste, que proporcionaría a la nave de Odiseo una suave brisa que le llevaría a casa, a Ítaca. En caso de peligro o de necesidad de cambiar el rumbo, Odiseo solo tendría que abrir la bolsa y liberar el viento deseado.
Odiseo partió de la isla y, fiel a la palabra de Eolo, fue empujado por Céfiro a través del mar hacia Ítaca. Llegaron a la vista de la ciudad, lo suficientemente cerca como para ver el humo que salía de las chimeneas cuando Odiseo, vencido por el cansancio y creyendo que por fin había llegado a casa, se quedó dormido. Sus hombres, que no sabían lo que contenía la bolsa de piel de buey, habían estado esperando ese momento. Creyendo que contenía oro o vino, lo desataron, liberando todos los vientos atrapados en su interior.
La liberación de todos los vientos a la vez hizo volar la nave de vuelta a la isla de Eolo. Odiseo explicó lo sucedido al guardián de los vientos, disculpándose profusamente y pidiéndole más ayuda. Pero Eolo se negó, dándose cuenta de que los propios dioses se oponían a Odiseo. Eolo le dijo a Odiseo que no le daría ni un soplo más de Céfiro, antes de cerrarle la puerta en las narices al héroe. Odiseo tardaría casi diez años en volver a casa.
Conclusión
Aunque solo era un dios menor, Céfiro desempeñó un papel importante en la mitología griega. Como viento del oeste y portador de la primavera, era visto con buenos ojos y muchos esperaban su llegada. Como demuestra su ayuda a Eros, Aquiles y Odiseo, estaba dispuesto a ayudar, pero como muestra la historia de Jacinto, tampoco se le podía traicionar. Céfiro, junto con sus hermanos, representa una poderosa fuerza de la naturaleza que sigue vivo en el arte, la literatura y en los vientos mismos, mucho después de que se contaran sus leyendas.