La Guerra de las Harinas se refiere a la serie de aproximadamente 300 revueltas que se produjeron en Francia entre abril y mayo de 1775, debido al aumento del precio del pan. Las revueltas solo se calmaron tras el despliegue de soldados, lo que provocó cientos de detenciones. Fue una de las primeras manifestaciones físicas de la crisis que condujo a la Revolución francesa (1789-1799).
El precio del pan era de suma importancia para las clases bajas francesas en los últimos años del Antiguo Régimen. El pan constituía las tres cuartas partes de la dieta de la mayoría de los ciudadanos, e incluso en tiempos normales, los trabajadores más pobres podían gastar hasta la mitad de sus ingresos solo en pan. Por lo tanto, incluso los aumentos modestos del precio del pan amenazaban a muchos con la perspectiva de morir de hambre, lo que hacía que las subidas repentinas de precios fueran los momentos más amenazantes para el orden público. La Guerra de las Harinas se desencadenó cuando el interventor general francés Anne-Robert Jacques Turgot (1727-1781) eliminó el control del precio del pan, creyendo en el laissez-faire (dejar hacer), un enfoque no intervencionista de la economía. Esta decisión, junto con la hambruna de 1774, provocó una subida del precio del pan que generó disturbios.
Aunque el suministro de pan se estabilizó tras la Guerra de las Harinas, las revueltas fueron uno de los primeros disturbios importantes relacionados con los problemas que provocarían la Revolución francesa. Durante la propia Revolución, los disturbios por el pan se convertirían en una forma común de protesta y conducirían a momentos revolucionarios clave como la Marcha de las mujeres a Versalles en octubre de 1789.
Antecedentes: el derecho inalienable al pan
En la década de 1700, el grano se había convertido en el cultivo más popular en Francia. Aunque no había habido hambrunas generalizadas en todo el país en las seis décadas anteriores a la década de 1770, el hambre local seguía siendo un problema, y el miedo a la inanición había sido suficiente para provocar una obsesión por el cultivo de cereales. Otros cultivos de alto rendimiento como el maíz y las patatas no se cultivaban tanto, ya que requerían mucho más abono que el grano, lo que resultaba difícil en una época en la que la mayoría de los rebaños de ganado no eran lo suficientemente numerosos ni estaban bien alimentados para proporcionar un abono adecuado. Aparte de Alsacia y Lorena, donde las patatas se cultivaban ampliamente, muchos campesinos franceses seguían considerando que las patatas no eran aptas para el consumo animal, y mucho menos humano, y se negaban a cultivarlas.
La popularidad de los cereales, combinada con la constante falta de acceso a las carnes en las clases bajas, significaba que el pan constituía una gran parte de la dieta de la gente común. La falta de diversificación de la agricultura francesa también significaba que el fracaso de las cosechas tenía un efecto catastrófico. Aunque Francia había disfrutado de muchos años de buenas cosechas en la primera mitad del siglo XVIII, a partir de finales de la década de 1760 las cosechas se volvieron más inciertas y los rendimientos fluctuaron bruscamente. Entre 1770 y 1789, solo hubo tres temporadas de cosecha abundantes en toda Francia. Con cada nueva generación, las tierras de labranza de los campesinos se repartían entre los hijos, de modo que a finales de la década de 1700, muchas explotaciones rurales eran más bien pequeñas y, por tanto, daban cosechas inestables.
El miedo a la hambruna hizo que muchos campesinos franceses se volvieran protectores de su acceso al pan. La opinión generalizada era que la capacidad de alimentarse era un derecho que las autoridades debían proteger. Por esta razón, el rey de Francia fue apodado durante mucho tiempo "el primer panadero del reino" y se esperaba que garantizara que todos sus súbditos tuvieran acceso al pan. Si este derecho no estaba protegido, como en el caso de que los precios del pan subieran más allá de lo que la mayoría de la gente podía pagar, muchos consideraban que era su responsabilidad moral actuar. Esta práctica de garantizar que los bienes necesarios para la supervivencia fueran accesibles para todos se conocería como economía moral. La mayoría de la gente veía esto de forma diferente al robo descarado, ya que cuando los precios subían demasiado, los revoltosos que se llevaban el pan o el grano solían dejar el precio que consideraban justo, un concepto conocido como taxation populaire. La acumulación en tiempos difíciles también se consideraba un pecado capital, y durante la Revolución francesa, se castigaba con la muerte.
Desde la Edad Media, esta economía moral se mantenía mediante una serie de regulaciones dentro del mercado de cereales, salvaguardadas por las autoridades francesas para garantizar la accesibilidad al grano. Estas regulaciones incluían controla quién podía participar en la venta de grano y limitaciones en las transacciones comerciales. A los agricultores se les prohibía participar en el mercado de cereales más allá de la venta de los productos que tenían, por temor a que ciertas entidades se hicieran demasiado poderosas y monopolizaran el comercio en una región determinada. Por ejemplo, los panaderos podían comprar suficiente grano para hacer su pan, pero tenían prohibido revenderlo. Todos los intercambios se debían realizar en un foro público, y las regulaciones aseguraban que los precios del pan se mantuvieran fijos y nunca subieran demasiado.
Turgot y los fisiócratas
El rey Luis XVI de Francia (1754-1793) ascendió al trono en mayo de 1774, deseando ser amado. Sin embargo, la Guerra de las Harinas, que estalló a menos de un año del inicio de su reinado y pocas semanas antes de su coronación, resultó ser un duro comienzo tanto para el gobierno del joven rey como para su popularidad. La raíz de la Guerra de las Harinas se encuentra en una de las primeras acciones de Luis como rey, el nombramiento del economista de 47 años Anne-Robert Jacques Turgot como su interventor general.
Turgot era un defensor de la teoría económica conocida como fisiocracia, que abogaba por un sistema económico de laissez-faire. Los fisiócratas creían que un individuo trabajaría más para su propio beneficio en comparación con el beneficio de los demás, y los trabajadores serían más productivos para obtener más beneficios, lo que beneficiaría a los consumidores al proporcionar más oferta para su demanda. Esta economía natural era inherente a la ley de la naturaleza y estaba prevista por Dios. Regulaciones como las del mercado de cereales se interponían en este orden natural y, por tanto, debían desaparecer para que "la economía pudiera respirar el aire puro y embriagador del intercambio de mercado" (Schama, 81).
Las medidas fisiocráticas se habían tomado en la década de 1760, cuando los ministros de Luis XV de Francia (quien reinó de 1715 a 1774) eliminaron por última vez las regulaciones sobre los cereales. En 1767 y 1768, la escasez y las revueltas locales fueron casi inmediatas, y en 1770 se restablecieron la mayoría de los reglamentos. Cuatro años después, Turgot, ante la enorme tarea de arreglar la economía francesa, seguía convencido de que la fisiocracia podía funcionar en Francia. Creía que el comercio y la manufactura florecerían bajo este sistema, y así, el 13 de septiembre de 1774, Turgot abolió las regulaciones y anunció el libre comercio de granos.
La Guerra de las Harinas
El edicto de Turgot fue muy inoportuno, ya que se emitió justo antes de la mala cosecha de cereales de 1774. Aunque Turgot estaba al tanto de las condiciones desfavorables de la cosecha ya en agosto de 1774, no quiso posponer su decreto. La cosecha no había sido igual de mala en todas las regiones de Francia, por lo que muchos comerciantes, que ya no estaban sujetos a las normas sobre el grano, empezaron a comprarlo en las zonas que habían tenido mejores resultados durante la cosecha y a venderlo en las regiones más afectadas a precios más altos. El intento de estos comerciantes de acaparar el mercado hizo que los problemas de escasez de alimentos de la primavera de 1775 pasaran de ser un problema que afectaba a varias regiones a una emergencia en todo el país. Por esta razón, la subsiguiente Guerra de las Harinas se extendió mucho más que los disturbios de 1767-1768. La hambruna empezó a afectar rápidamente a la población, y aunque el gobierno francés ordenó que se enviaran alimentos desde el extranjero, no llegaban con la suficiente rapidez.
El 15 de marzo de 1775, los primeros signos de malestar se manifestaron en Reims, la ciudad que se preparaba para acoger la coronación de Luis XVI en junio siguiente. Inquietos por la escasez de alimentos, una multitud de unas 200 personas se formó frente a un monasterio, pidiendo que se redujera el precio del pan. El monasterio repartió pan y la multitud se dispersó sin violencia. Un mes más tarde, mientras los precios seguían subiendo, estallaron los disturbios en la región de Borgoña cuando un grupo de manifestantes saqueó la casa de un molinero acusado de vender harina en mal estado. Cuando el molinero se escondió en casa de un amigo, los manifestantes saquearon también su casa, antes de detener una barcaza de grano y obligar a los comerciantes a vender su suministro en el acto.
Sin embargo, la Guerra de las Harinas solo comenzó realmente en Beaumont-sur-Oise, un pueblo de la región de París. El 22 de abril, un setier (4,43 fanegas) de grano de trigo y centeno se vendía al elevado precio de 26 libras en el mercado del pueblo. Los aldeanos se quejaban de este precio, pero lo pagaban si podían. Cinco días más tarde, el 27 de abril, el mercado parecía estar bien abastecido, y los aldeanos creyeron que esto significaría que los precios habrían bajado. Lejos de recibir un descuento, los aldeanos se sorprendieron al ver que el grano se vendía ahora a 32 libras por setier. Indignados, los aldeanos y los comerciantes empezaron a discutir, y las discusiones pronto se convirtieron en disturbios. Los manifestantes expulsaron a los comerciantes de sus puestos y saquearon sus escaparates. Los manifestantes, adheridos a la taxation populaire, se aseguraron de no robar el grano directamente, sino de dejar la cantidad de dinero que consideraban el precio justo a pagar, que en este caso era de 12 libras por setier. Después de tomar lo que necesitaban, el motín se disipó por sí solo, y la mayoría de la gente se fue a casa antes de que las autoridades tuvieran la oportunidad de responder.
A primera hora de la mañana siguiente, once personas de Beaumont-sur-Oise se dirigieron a la ciudad de Méru y contaron a sus habitantes lo que habían hecho. Cuando el mercado de Méru abrió sus puertas unas horas más tarde, los habitantes del pueblo siguieron el ejemplo de sus vecinos y se apresuraron a saquear el grano. La multitud, compuesta en su mayoría por mujeres, abrió los sacos con cuchillos y recogió en sus delantales todo el grano que pudo para llevárselo a casa. Al día siguiente, en la ciudad de Pontoise, más de un centenar de personas interceptaron y saquearon varios carros de grano, al tiempo que saqueaban las casas de seis destacados comerciantes de grano y harina.
En los días siguientes a la revuelta inicial del 27 de abril, hubo revueltas similares en otras ciudades de la región parisina, que crecían en cantidad e intensidad día a día. Como dijo sucintamente la académica Cynthia Bouton, "una vez encendida, la conflagración se extendió rápidamente y en muchas direcciones a la vez" (Bouton, 92). Desde el relativo confinamiento en la cuenca de París, los disturbios se extenderían hacia el norte, a Normandía. El 3 de mayo estalló un motín especialmente intenso en Vernon, Normandía, cuando los manifestantes atacaron un importante almacén de grano y harina. Al igual que sus compatriotas en otras ciudades francesas, los manifestantes de Vernon exigían precios más bajos, y cuando empezaron a ponerse violentos, el empleado del almacén bloqueó la puerta y se negó a seguir vendiendo. Los manifestantes empezaron a atacar las puertas con tijeras, cuchillos e incluso mazos. No se iban a detener, incluso después de que llegara la policía, que disparó a la multitud e hirió a 6 personas. Esto no hizo más que enfurecer a los manifestantes, que lanzaron piedras contra las ventanas y asaltaron tres molinos antes de dispersarse finalmente.
El 6 de mayo, los disturbios diarios alcanzaron su punto álgido, llegando a 14 mercados y 42 pueblos distintos en ese mismo día. Los problemas habían empezado a extenderse también al campo, con algunos bandoleros que invadieron y saquearon tierras pertenecientes a simples agricultores. Sin embargo, estos ataques fueron la excepción, ya que la mayoría de los amotinados centraron sus esfuerzos y su ira en los especuladores, como los ricos molineros o los miembros de los parlements. Muchos manifestantes se seguían adhiriendo a la taxation populaire y seguían dejando 12 libras por setier, incluso cuando saqueaban los puestos de los comerciantes. Para el 11 de mayo, la mayoría de los disturbios habían seguido su curso.
Disturbios en Versalles y la respuesta de la Corona
El 2 de mayo, cuatro días antes del punto álgido de la Guerra de las Harinas, se informó al rey de que miles de manifestantes marchaban hacia Versalles. Aunque más tarde circuló la historia de que Luis XVI valientemente les abrió las puertas de Versalles, se enfrentó a la multitud en un balcón, los calmó con palabras paternales y fue recibido con gritos de alegría de Vive le Roy! (¡Viva el Rey!), es poco probable que las cosas efectivamente se hayan dado de este modo. Los registros policiales parecen indicar que no solo la familia real evacuó Versalles para refugiarse en Fontainebleau, sino que los manifestantes ni siquiera se dirigían al palacio. En su lugar, se dirigieron a los almacenes reales de harina.
Los almacenes reales contenían más de 900 sacos de harina, algunos de los cuales se enviaban periódicamente a panaderos tan lejanos como París. Cinco mil manifestantes consiguieron saquear la mitad de estos sacos antes de que la guardia real llegara para dispersarlos. Para conseguir que se fueran a casa sin violencia, y temiendo que aún pudieran atacar el propio palacio, el príncipe de Poix, gobernador militar de Versalles, prometió bajar el precio de la harina a 2 sous la libra. Esto sirvió para calmar a las multitudes, pero la noticia de este nuevo descuento se extendió rápidamente por todo París. El Príncipe de Poix fue posteriormente reprendido por Turgot por socavar su edicto.
A las 8 de la mañana del 3 de mayo, los manifestantes de los pueblos de los alrededores de París entraron en la ciudad y asaltaron cientos de panaderías. Hasta ese momento, las autoridades parisinas habían tomado pocas medidas; el teniente general de la policía, Jean-Charles-Pierre Lenoir, se limitó a alertar a la guardia, pero no colocó ninguna guardia ni desplegó tropas, a pesar de que múltiples pueblos de la región parisina sufrían disturbios. Solo después de los disturbios parisinos del 3 de mayo, las autoridades francesas se organizaron para dar una respuesta coordinada. En los días siguientes se movilizaron unos 25.000 soldados, algunos de los cuales fueron enviados a patrullar el campo mientras otros vigilaban las plazas de mercado y las puertas de las panaderías. Bajo la protección de los soldados, la policía pudo empezar a detener a los sospechosos.
Esperando que las cosas se calmaran en Reims a tiempo para la coronación del rey, Turgot ordenó la movilización de talleres de caridad en la ciudad y a lo largo de la ruta a París para dar trabajo a los plebeyos descontentos. El 5 de mayo, Luis XVI pidió oficialmente una rápida y severa represión de los disturbios, y el 9 de mayo ofreció una amnistía general a todos los manifestantes que devolvieran sus bienes robados en especie o en efectivo, excepto a los líderes o instigadores. Debido a la respuesta de la Corona, así como a la pérdida de impulso general, la Guerra de las Harinas terminó antes del 11 de junio de 1775, fecha de la coronación de Luis XVI, aunque los disturbios se mantuvieron durante todo el verano antes de que se recuperara el suministro.
Consecuencias y legado
Tal y como había prometido el rey, la represión del gobierno contra los manifestantes de la Guerra de las Harinas fue realmente severa, al menos en comparación con los anteriores disturbios alimentarios de menor escala. En los disturbios anteriores, los arrestos se contaban por docenas, con pocos juicios y castigos leves. En los días siguientes a la Guerra de las Harinas, la policía detuvo a 548 personas por su participación en los disturbios, y el 92% de las detenciones se produjeron en la región de París. Las autoridades francesas buscaron a los líderes e instigadores para darles un escarmiento, pocos de los cuales negaron su participación. De los líderes de los disturbios condenados, 2 fueron condenados a la horca, 15 a la servidumbre como galeotes (cinco de ellos a cadena perpetua) y 9 recibieron condenas a cárceles reales.
Turgot consideró los disturbios como un ataque a su posición y al propio concepto de fisiocracia. Ese verano circularon por todo el reino panfletos que atacaban sus edictos, lo que hizo que Turgot viera enemigos por todas partes y se convenciera de que la Guerra de las Harinas no era más que una elaborada conspiración, en la que la gente fingía tener hambre para avergonzarlo a él y a su política. Muchos de los arrestados fueron sometidos a interrogatorios sobre esta supuesta conspiración para socavar el libre comercio, pero dichos interrogatorios no revelaron nada. Turgot trató de salvar las apariencias desligándose de toda culpa, pidiendo y recibiendo la dimisión del teniente general de policía Lenoir, pero estaba claro que su experimento fisiocrático había fracasado por el momento. Un año más tarde, el propio Turgot sería despedido del gabinete del rey, por diversas razones.
Aunque Luis XVI trató de solidarizarse con los pobres comiendo el pan de maslin de la clase baja, una mezcla de trigo y centeno, en lugar del pan blanco de manchet de la élite, muchos lo siguieron culpando de la escasez de alimentos. Algunos incluso adoptaron la teoría de la conspiración del Pacte de Famine, que afirmaba que el rey y otros grupos de interés retenían a propósito el grano de las masas para controlarlas mejor. Mientras las clases bajas culpaban al rey, las clases altas achacaban los disturbios a la decadencia moral de los pobres, creyendo que estos deseaban el caos porque sí. Las tensiones sociales exacerbadas por la Guerra de las Harinas no harían más que agravarse en el transcurso de la siguiente década.
La Guerra de las Harinas no fue en absoluto la primera ni la más importante revuelta alimentaria del siglo XVIII. Fue un asunto relativamente incruento, aparte de las dos ejecuciones, y no contribuyó a cambiar el statu quo. Sin embargo, la Guerra de las Harinas, que tuvo lugar poco después de la ascensión de Luis XVI, pareció ser una de las primeras señales de advertencia de que existía un profundo malestar no solo en algunas zonas de Francia, sino en gran parte del reino. En los años siguientes, a medida que las cosechas no mejoraban, las revueltas por el pan se harían más frecuentes, estallando una en las provincias del sur en 1778, así como en Normandía en 1784 y de nuevo en 1785. Se podría decir que la Guerra de las Harinas fue, por tanto, como la primera llovizna que precedió a la tormenta que se avecinaba: la Revolución francesa.