Comio fue un noble de los atrebates durante las guerras galas de Julio César (58-50 a.C.) que pasó de aliado romano a enemigo indomable. Como rey de los atrebates, Comio sirvió hábilmente a César en Britania y la Galia antes de convertirse en uno de los principales líderes de la resistencia en el 52 a.C.
Comio dirigió la caballería gala en la decisiva batalla de Alesia. Aunque fue derrotado, continuó la lucha contra Roma. Perseguido por los romanos, Comio huyó a Britania en el 50 a.C., donde fundó una nueva dinastía como rey de los atrebates que habían emigrado a la isla.
Aliado de Roma
En el año 57 a.C., Cayo Julio César (100-44 a.C.) derrotó a la coalición tribal belga formada por los nervios, los atrebates y los viromanduos en la batalla de Sabis. A partir de entonces, instaló a Comio como nuevo rey de los atrebates. César tenía una gran confianza en Comio, que le sirvió lealmente durante muchos años. Dos años después de la batalla del río Sabis, César había sometido a toda la Galia, con la excepción de algunos reductos menores en la costa belga y en Aquitania. Tras aniquilar a las tribus germánicas que intentaban emigrar a la Galia en la primavera del 55 a.C., César se preparó para castigar a las tribus británicas por haber ayudado a los galos.
Cuando se enteraron de la intención de César a través de los comerciantes del Canal, las tribus británicas decidieron enviar comisionados. César recibió rehenes de los enviados y, a su vez, acordó resolver los asuntos de forma amistosa. Comio debía acompañar a los enviados de vuelta a Britania y comunicar a todos la buena voluntad de César. Sin embargo, a su llegada a Britania, Comio y su séquito fueron capturados por los britanos y encadenados.
La flota de César desembarcó en las costas de Britania a finales de agosto. El ejército romano superó la feroz resistencia de los britanos que se habían reunido para oponerse al desembarco. Los britanos, aparentemente acobardados, pidieron clemencia a César y deseaban restablecer las buenas relaciones. César aceptó con la condición de que Comio fuera liberado. Comio fue liberado, pero entonces una tormenta causó estragos en la flota de César y retrasó la llegada de la caballería romana. La desgracia romana reavivó la moral de los britanos, que reanudaron las hostilidades. César reparó su flota y acudió al rescate de su Séptima Legión, que fue emboscada mientras recogía grano en el campo. A continuación, los britanos asaltaron el campamento de César en la costa, pero fueron derrotados otra vez. Comio y sus 30 jinetes estuvieron en el centro de la acción, ayudando a las legiones romanas a rechazar a los britanos y acosándolos en su huida. Los britanos ofrecieron la paz y César aceptó, ya que era demasiado tarde para una gran campaña de conquista.
El desembarco de César en la Galia fue contestado por los rebeldes mórinos. Dado que Comio había regresado con César, es posible que el rey de los atrebates ayudara en los combates necesarios para alejar a los mórinos del lugar de desembarco. También es posible que Comio participara en las incursiones de represalia, ya que César invernó con todo su ejército entre los molestos belgas.
A principios del verano del 54 a.C., César emprendió su segunda invasión de Britania. César cruzó el Támesis hasta el territorio de los catuvellaunos, cuyo rey Casivelono encabezaba la resistencia romana. Reducido a tácticas de acoso, Casivelono fue incapaz de detener el avance romano. Cuando los trinovantes se pasaron al bando romano y sus aliados cantiaci flaquearon, Casivelono pidió la paz, y César aceptó la rendición. Hubo noticias de disturbios entre los belgas, por lo que César tuvo que volver a tierra firme. Con Comio como intermediario, Casivelono tuvo que dar rehenes, pagar un tributo y abstenerse de atacar a Mandubracio, rey de los trinovantes.
Desde el otoño del 54 a.C. hasta la primavera del 53 a.C., las tribus belgas lucharon contra César en un intento desesperado pero infructuoso de librarse de los ocupantes romanos. Mientras César aplastaba a las tribus belgas, Comio permanecía fiel a Roma. Al rey de los atrebates se le encomendó una parte de la caballería para que vigilara a la recién sometida tribu de los menapios.
La resistencia gala
Durante el invierno de 53/52 a.C., se estaba gestando una rebelión aún mayor en la Galia Celta. La tierra y el pueblo habían sido arrasados y cientos de miles de personas habían muerto en la guerra y por inanición. Las miserias infligidas a la población alimentaban su odio hacia Roma. Los jefes se reunieron para elaborar planes sobre la mejor manera de derrotar a los opresores. Entre ellos estaba Comio. Por su servicio ejemplar, César había concedido a la tribu de Comio, los atrebates, la exención de impuestos, les había permitido conservar su independencia política y les había concedido la soberanía sobre los mórinos. A pesar de todo esto, las penurias de sus compañeros galos habían llegado a tal desesperación que Comio se volvió contra César. César estaba en Italia en ese momento y separado de sus legiones en la Galia. Ahora era el momento de atacar. Sin embargo, un espía informó a Tito Labieno, el prominente general de César que permanecía en la Galia, del levantamiento que se estaba gestando. A Labieno le dijeron que Comio estaba entre los conspiradores.
Labieno ordenó a Cayo Voluseno, un veterano comandante que había explorado la costa de Britania, que matara a Comio. Al frente de un grupo de centuriones, Voluseno cabalgó hasta la casa de Comio. Comio estaba con amigos y no sabía que los romanos estaban al tanto de su traición. Al tomar la mano de Comio, Voluseno dio a los centuriones la señal de ataque. Una espada romana le perforó el cráneo a Comio. Con la cabeza cubierta de sangre, Comio retrocedió tambaleándose y se desplomó en los brazos de su amigo. Aunque las espadas estaban desenvainadas, ambos bandos aún no se habían enfrentado. Los galos querían evitar una pelea en caso de que aparecieran más romanos. Los romanos, por su parte, pensaban que Comio estaba acabado. Voluseno y sus centuriones se marcharon. Sin embargo, Comio se recuperó y juró "no volver a estar en presencia de ningún romano" (César, Guerras gálicas, 8. 23).
A mediados del año 52 a.C., la rebelión pangálica alcanzó su punto álgido. Casi todas las tribus se habían sublevado bajo el mando del rey Vercingetórix y menos de un puñado permanecía leal a César. Sin embargo, cerca de Dijon, César rechazó el ataque de la caballería de Vercingétorix contra sus legiones en marcha. César bloqueó al rey galo en Alesia con un doble anillo de fortificaciones. Desde toda la Galia, un gigantesco ejército de socorro acudió al rescate de Vercingetórix. Comio, que se encontraba entre los principales comandantes, fue decisivo a la hora de ganarse a los belóvacos. Aunque preferían luchar contra los romanos a su tiempo y a su manera, los belóvacos enviaron más tropas debido a su amistad con Comio.
Al llegar a la sitiada Alesia, Comio envió la caballería gala para enfrentarse a la caballería de César. Los combates se sucedieron en la llanura bajo la meseta de la ciudad fortificada. Durante un tiempo, parecía que el resultado podía ir en cualquier dirección hasta que la caballería germana de César cambió las tornas. Los germanos derrotaron a la caballería de Comio y luego diezmaron a sus arqueros. Los siguientes intentos de la infantería gala por romper el bloqueo de César no tuvieron más éxito. Vercingetórix se rindió, lo que selló el destino de la resistencia gala.
Resistencia continuada
Sin embargo, los galos siguieron desafiando. Se rumoreaba que muchas tribus estaban dispuestas a rebelarse simultáneamente en todo el territorio, con la intención de desbordar la capacidad de respuesta romana. Para evitarlo, César atacó primero, arrasando con los bituriges y los carnutes. Sin embargo, el levantamiento más grave se produjo entre los belóvacos, liderados por su jefe Correus y por Comio el atrebato. Cuatro legiones y la caballería auxiliar de las tribus aliadas avanzaron contra los insurgentes. Comio logró obtener 500 refuerzos de caballería de las tribus germánicas, lo que contribuyó a levantar la moral de los galos. Tras escaramuzas de caballería y un largo enfrentamiento entre los bandos galo y romano, Correus cayó luchando en una heroica última batalla. Comio volvió a dar esquinazo a los romanos y escapó hacia sus aliados germanos al otro lado del Rin.
A lo largo del año 51 a.C., César continuó extinguiendo los últimos destellos de resistencia gala y castigó aún más a las tribus que más le habían desafiado. César trató con honor a los jefes que habían permanecido fieles. Solo Comio continuó la lucha contra Roma. Reducido al mero bandolerismo, asaltó las columnas de suministros romanas. Cuando el año llegaba a su fin, las legiones se instalaron en sus cuarteles de invierno. La legión estacionada entre los atrebates estaba al mando de Marco Antonio (83-30 a.C.). Tras una escaramuza entre Comio y una caballería romana, Antonio decidió dar caza a Comio de forma definitiva. Antonio tenía al hombre adecuado para el trabajo, ya que Voluseno estaba adscrito a la legión de Antonio como comandante de caballería.
Voluseno logró emboscar a Comio y a la caballería que lo acompañaba. La primera reacción de los galos fue huir, pero Comio reunió a sus hombres y contraatacó a la caballería romana que los perseguía. Al ver a los galos enfurecidos, los romanos se convirtieron en perseguidos. Alcanzando al caballo de Voluseno, Comio clavó su lanza en el muslo de Voluseno. Con su líder en peligro, la caballería romana invirtió su rumbo y se enfrentó a los perseguidores galos. Los romanos se impusieron en el cuerpo a cuerpo. Sin embargo, una vez más, Comio escapó gracias a la velocidad de su caballo.
El último encuentro estremecedor de Comio con los romanos también había difícil. Había sufrido otra herida, y por un momento, parecía que iba a ser fatal. Comio finalmente renunció a luchar contra los romanos. Envió rehenes a Antonio y pidió la paz. La única condición de Comio era que no se le exigiera estar en presencia de ningún romano. Ambas partes aceptaron y, por el momento, se adhirieron a los términos.
Britania
Aunque no se menciona en las Guerras gálicas de César, la tregua entre Comio y la República Romana parece haberse roto en el año 50 a.C. Según los Strategemata de Frontino, César persiguió a Comio, que huyó a la costa del Canal. Aunque los vientos eran favorables, la marea estaba baja. Las embarcaciones que Comio pretendía utilizar para su huida estaban varadas en la llanura. Comio ordenó que se desplegaran las velas a pesar de todo. La disposición del terreno impidió a César, que aún estaba lejos de la orilla, ver que los barcos seguían en tierra. Lo único que pudo ver fueron las velas ondeando al viento. César supuso que Comio le había dado esquinazo y abandonó la persecución.
En Britania, Comio se alió con Casivelono. En ausencia de guarniciones romanas en Britania, Casivelono se había desentendido de las obligaciones del tratado romano. A juzgar por las monedas locales acuñadas con su nombre, Comio parece haberse convertido en el rey de una rama de los atrebates que se había asentado al sur del Támesis medio.
El hijo y sucesor de Comio, Tincomaro, restableció las relaciones amistosas con Roma y se benefició del comercio a través del canal. Sin embargo, durante la primera década del siglo I d.C., Cunobelino, nieto de Casivelono, avanzó hacia el territorio de atrebates. Tincomaro fue desterrado de su reino. En un giro de la ironía histórica, el hijo del líder de la resistencia gala, Comio, huyó a Roma en busca de protección.