La historia antigua de Afganistán, un país del Asia Central sin salida al mar, está repleta de culturas fascinantes, desde las tempranas tribus nómadas hasta los reinos aqueménidas persas, pasando por los seleucidas, los maurya, los partos y los sasánidas, así como por los pueblos esteparios kushanos y heftalitas. Todas estas civilizaciones dejaron su huella en la región, lo que condujo a una singular mezcla de culturas y religiones.
La geografía y los pueblos
Afganistán posee una frontera común con Irán por el oeste; con Turkmenistán y Uzbekistán por el norte; Tajikistán por el noreste; China, por el este y el noreste, y Pakistán por el sureste. El país se posiciona como una de las principales conexiones entre Asia Central y Meridional, lo que le ha otorgado al territorio una tremenda importancia geopolítica. Las más estratégicas vías de invasión y vitales rutas comerciales han atravesado el áread del Afganistán contemporáneo durante milenios. El Paso de Khyber y la Ruta de la Seda y son notables ejemplos de lo anterior.
Aun así, el paso a través de Afganistán es arriesgado, puesto que la mayor parte del país alterna entre terrenos montañosos y profundos, estrechos valles. La inmensa cordillera del Hindu Kush separa las llanuras del norte y del suroeste, mientras la parte sur es más bien árida, donde el Desierto de Registán cubre grandes áreas de la provincia de Kandahar.
Una gran parte de la población actual se dedica a una modesta agricultura y pastoreo, como lo hacía en los tiempos de la antigüedad. En especial, las regiones norteñas poseen tierras fértiles, de ahí que los ríos y arroyos siempre hayan desempeñado un papel fundamental en las estructuras urbanas y en la incipiente agricultura de la antigüedad. Las primeras culturas se desarrollaron cerca de los cauces de los ríos Helmand, Kabul y Oxus, entre otros.
Debido a la riqueza mineral de Afganistán, la actividad minera ha desempeñado un rol fundamental desde la antigüedad. Los terrenos agrestes y montañosos hacen que el acceso a esos recursos constituya un reto a la adversidad. A causa de ello, los primeros habitantes de Afganistán enfrentaron duros trabajos para extraer esos importantes minerales.
A pesar de las fuertes raíces islámicas de la población actual, el país ha experimentado diversas influencias. Existe documentación acerca de que los primeros gobernantes del área fueron los persas aqueménidas, si bien estuvieron lejos de ser el pueblo más antiguo en moldear la región.
De los primeros pobladores a las más tempranas civilizaciones
Los artefactos y restos óseos que se han excavado indican que hace al menos 52 000 años que ya vivía gente en Afganistán. Aunque poco se sabe acerca de cuándo emergieron las ciudades afganas, algo se ha conocido a partir de los diferentes hallazgos; por ejemplo, la cultura de Helmand erigió asentamientos como el del emplazamiento de Mundigak, en la actual provincia de Kandahar. Afganistán también tuvo áreas urbanas asociadas a la cultura de Harappa, que por lo común se conoce como Civilización del Valle del Indo.
La civilización del Oxus, conocida también como Complejo Arqueológico de Bactriana-Margiana (CABM), estaba situada en la zona norte del actual Afganistán. Los investigadores la describen como una sociedad agrícola que poseía asentamientos fortificados y desarrollaba amplias habilidades en la elaboración de metales, la cual ejerció influencia en el área desde alrededor del 2200 a. C. hasta el 1700 a. C. Entre el 2000 a. C. y hasta el 1200 a. C., aproximadamente, los pueblos indoarios comenzaron a emigrar desde el Asia Central hacia el este, en dirección al subcontinente indio, e interactuaron con los pueblos y las culturas que ya se encontraban presentes en Afganistán, entre ellas la CABM.
Parte del imperio
A partir del 500 a. C. en adelante, varias civilizaciones conformaron la historia de la región. Dos de ellas fueron la de Gandhara y la de Kamboja, que pertenecieron a los 16 Mahājanapadas, o "grandes reinos" de la India. Ambas ejercieron una considerable influencia política en lo que hoy es el este afgano.
Los medos fueron los primeros en incorporar en bloque a su territorio a la mayor parte de Afganistán. Cerca del 700 a. C., estos pueblos iraníes establecieron uno de los primeros reinos del Cercano Oriente, que se extendía desde la costa sur del Mar Negro hasta Pakistán.
Hacia el 550 a. C. los persas aqueménidas, quienes conformaron la historia del mundo durante los siguientes 200 años, habían derrotado a los medos y los habían incorporado a su imperio. Darío I, que vivió alrededor del período 550-486 a. C., constituyó una figura clave; a su muerte había alcanzado vastos logros culturales, arquitectónicos y de infraestructura en las provincias o satrapías del Imperio persa. Además, se entregó al zoroastrismo, principal fe monoteísta del Imperio aqueménida, e impulsó su difusión.
Alejandro Magno
En el 327 a. C. Alejandro Magno (21 de julio de 356 a. C.-323 a. C.) llegó a obtener el control de la satrapía de Bactriana, región que cubría las áreas de los actuales Afganistán, Uzbekistán y Tajikistán. Durante un tiempo sus habitantes habían sido una espina clavada en el costado de Alejandro. Los jinetes bactrianos se contaban entre los más temibles de los ejércitos persas, con quienes el conquistador macedonio se enfrentó durante su campaña.
Incluso tras la derrota del gran rey Darío III (reinó 336-330 a. C.), el sátrapa o monarca regional Bessus de Bactriana (r. 336-329 a. C.) continuó mostrando agresividad. Al conocer de la incapacidad del rey para enfrentar a Alejandro, él y otros sátrapas asesinaron a Darío III. La traición le arrebató a Alejandro la oportunidad de consolidar su legitimidad derrotando a su rival.
Además, los sátrapas resistieron con ferocidad el avance de Alejandro, y la captura e inminente ejecución de Bessus tampoco pudieron detenerlo. Un noble conocido como Oxyartes continuó con la lucha y solo se rindió después de que Alejandro tomara la fortaleza de la Roca de Sogdiana. En ese lugar fue donde Alejandro conoció por primera vez a la hija de Oxyartes, Roxanna, de legendaria belleza, quien sería su futura esposa; con su matrimonio quedaría sellado el control macedonio sobre la región.
Con tropas frescas y el Imperio aqueménida al fin bajo su dominio, Alejandro volvió la vista hacia la India. Para infortunio suyo, la campaña no fue exitosa y tuvo que regresar a Afganistán. Durante su mandato Alejandro fundó numerosas ciudades en la región, trajo consigo profundas influencias helénicas y realizó cambios políticos; además hizo todo lo posible para unificar los pueblos de Grecia y de Persia, aunque murió antes de lograr ese objetivo.
El legado de Alejandro
Tras la muerte de Alejandro, su vasto imperio no sobrevivió largo tiempo. Ante la inexistencia de un claro sucesor, se produjo una lucha por el liderazgo entre los comandantes de su reino. A las pugnas se les llamó Guerras de los Diádocos, las cuales condujeron a años de rivalidades, confabulaciones e intranquilidad. Entre las víctimas más prominentes de esos turbulentos tiempos se encontraron su mujer, Roxanna, y el hijo que le había engendrado.
La dinastía seléucida se inició con Seleuco I Nicator (que vivió de 358 a 281 a. C.), sobre quien recayó el prolongado control de las regiones orientales, que incluían algunas áreas actuales de Afganistán. Seleuco gobernó con puño de hierro y extendió las fronteras del imperio hasta el lejano río Indo, donde inició una épica guerra contra los monarcas maurya en el 305 a. C. El Imperio maurya había surgido como consecuencia directa de la retirada de Alejandro del oeste de la India. Chandragupta Maurya (que reinó de en torno a 321 hasta 297 a. C.), fundador del Imperio maurya, había aprovechado el fracaso de la incursión para llevar a cabo una agresiva arremetida cuyo objetivo era obtener el control del Valle del Indo y del noroeste de la India.
Los esfuerzos de Seleuco por reconquistar las regiones que antes habían estado bajo control macedonio no resultaron exitosos. En el 303 a. C., con la conclusión del enfrentamiento con los maurya, Seleuco se vio obligado a cederle grandes áreas a Chandragupta, entre las que quedaron incluidas partes del sur afgano. A cambio recibió 500 elefantes de guerra y consolidó el acuerdo con una alianza matrimonial.
La influencia maurya en Afganistán, en la cual Asoka el Grande (que reinó de 268 a 232 a. C.), hijo de Chandragupta, desempeñó un papel clave, se mantuvo durante más de un siglo. Más adelante el rey se convertiría en un genuino seguidor y defensor del budismo que difundía su fe a través de proclamas y edictos tallados en rocas y pilares. Como resultado, el budismo se convirtió en una influyente religión, paralela al zoroastrismo.
El ascenso de los grecobactrianos y los partos
Alrededor del 250 a. C. los seléucidas perdieron de forma gradual el control de sus dominios del este, a causa de luchas intestinas y de pugnas en occidente. Esto debilitó su dominio sobre las zonas del actual Afganistán, de modo que otros poderes emergentes se aprovecharon de la situación. El reino grecobactriano surgió cerca del 250 a. C. cuando el sátrapa de Bactriana y las provincias circundantes se rebeló contra el monarca seléucida. Lo que hoy se conoce acerca del país grecobactriano proviene en lo fundamental de algunas monedas y de citas en textos históricos. El reino poseía una fuerte base de prosperidad, debido a que contaba con regiones fértiles y diversas rutas comerciales. En el oeste, sin embargo, comenzaba a aparecer una nueva amenaza.
Una tribu nómada denominada Parni, de posible vinculación escita, comenzó a trasladarse hacia el sur desde sus tierras originales y alrededor del 247 a. C. su lenta invasión del área le permitió establecer su dominio. Estas gentes se conocerían como Partos, a partir del nombre de la región que subyugaron en un principio.
Las diversas facciones intentaron estabilizarse o aumentar su control hasta el 200 a. C. Los seléucidas, sobre todo, trataron de recuperar los territorios que habían perdido en el este. Antíoco III (r. 223-187 a. C.), a causa de sus múltiples victorias sobre los partos y grecobactrianos, logró un breve éxito que duró hasta que finalizó en 205 a. C. su campaña oriental. Sin embargo, permitió que sus enemigos derrotados permanecieran en el poder, con el objetivo que de renovaran su lealtad.
La caída de los poderes establecidos
A la larga, los partos y los grecobactrianos se beneficiaron de las debilidades de los seléucidas y de los mauryas. Antíoco III sufrió múltiples derrotas frente a la república romana y tuvo que aceptar duros términos de paz en el 188 a. C. Las subsiguientes pérdidas de tierras, de poder militar, y de recursos baldaron a los seléucidas. Durante las décadas siguientes se desintegró lo que había sido un gran imperio a causa de revueltas y guerras civiles. Por otra parte, el Imperio maurya se desmoronó lentamente después de la muerte de Asoka. Los grecobactrianos aprovecharon la inestabilidad para extender su control hasta la lejana India. La expansión dio lugar a los reinados indogriegos, que constituían entidades políticas independientes y devinieron centros donde las culturas helénica e india se entremezclaban de manera singular.
Sin embargo, los reinos griegos del Asia Central estaban infectados por la división y los disturbios internos. Un individuo nombrado Eucrátides (que reinó en torno a 171-145 a. C.) destronó a su monarca grecobactriano alrededor del 171 a. C. y más tarde marchó contra los indogriegos, cuyo rey, Menandro I (que reinó en torno a 165-130 a. C.) al final pudo arreglárselas para eliminar a los invasores. Por lo general se lo considera el más grande de los reyes indogriegos y fue un famoso benefactor del grecobudismo.
Por su parte, en el oeste los partos demostraron ser unos vecinos ambiciosos. Bajo Mitrídates I (que reinó en torno a 165-132 a. C.), en paralelo o poco después de los avances de Eucrátides, los partos le propinaron severos golpes a los grecobactrianos, quienes es probable, incluso, que terminaran siendo vasallos de los partos. De manera gradual los partos se convirtieron en la potencia dominante de la región al arrebatarle a los seléucidas extensas porciones de sus tierras occidentales.
Las invasiones Saka y Yuezhi
El colapso final del dominio grecobactriano se presentó por el norte. Al comienzo del siglo II d. C. una confederación de tribus nómadas denominadas Yuezhi abandonó sus tierras de origen, ubicadas en las actuales Mongolia occidental y China. En su desplazamiento hacia el suroeste expulsó de las estepas del Kazajastán contemporáneo a una tribu escita de nombre Saka, que a su vez migró hacia el Imperio parto y los dominios griegos. Más adelante, algunos saka llegaron hasta la remota India y establecieron una cultura que se conoce como indoescita.
Los partos pudieron resistir las sucesivas oleadas de pueblos nómadas, aunque con dificultades. No obstante, los reinos griegos de la región se fueron debilitando poco a poco debido a la presión de Partia y de los nómadas recién llegados, lo cual trajo como consecuencia que estos reinos siguieran fracturándose progresivamente durante el siguiente siglo. La autoridad helenística presente en la región acabo sucumbiendo ante las embestidas yuezhi, indoescitas e indopartas alrededor del 10 d. C.
El reino indoparto constituyó un dominio independiente en partes de lo que hoy es Pakistán, India y Afganistán. Los historiadores han reconstruido su historia a partir de sus monedas y de escasas menciones en los escritos de la antigüedad. Su origen se remonta a Gondofares I (que reinó en torno a 19-46 d. C.), que se separó de la monarquía parta en el 19 d. C.
El apoyo político de que gozó Gondofares para hacerse con el poder pudo haberse originado en su relación con la casa noble de Suren. Algunos historiadores se refieren al reino indoparto como reino de Suren, debido a la significativa influencia que ejerció. Tras casi 30 años de monarquía, los sucesores de Gondofares no pudieron evitar la fragmentación del dominio, pero aun así retuvieron el control de la zona sur de Afganistán, hasta que los sasánidas la conquistaron en el 225 d. C.
El imperio de Kushán
Casi todo lo que conocemos del imperio de Kushán deriva de sus monedas y de registros chinos. Conforme a esas fuentes, con el tiempo los yuezhi se asentaron en la región de Bactriana y comenzaron a mezclarse con la población existente hasta convertir el área en una base para sus futuras expansiones.
Al principio las tribus, de débiles vínculos, no contaban con un gobierno uniforme, pero al transcurrir el tiempo una de ellas, nombrada Kushán, se hizo más dominante. La aplicación del término Imperio kushano se hace típica a partir del reinado de Kujula Kadphises (que reinó en torno a 30 d. C.-80 d. C.), período en que poco antes o durante su término la confederación Yuezhi se convierte en una unidad política.
En la subsiguiente expansión hacia el este los kushanos se apoderaron de extensos territorios indopartos y adoptaron elementos y tradiciones de la cultura helenística de Bactriana, además de otras influencias. Dentro de sus fronteras existían diversos sistemas de creencias, que abarcaban desde el zoroastrismo hasta los cultos griegos, pasando por las religiones iraníes, el hinduismo y el budismo.
En el Imperio kushano prosperó fundamentalmente el budismo, sobre todo bajo el auspicio de Kanishka el Grande (que reinó en torno a 127-150 d. C.). Bajo su mando, los kushanos extendieron sus dominios por varias regiones de Asia, incluido el norte de la India, y es posible que hasta China. Durante su apogeo el Imperio kushano constituyó un centro de intercambio cultural entre Oriente y Occidente que vinculó a grandes civilizaciones como la China de la Dinastía Han y el Imperio romano a través de la Ruta de la Seda.
El Imperio sasánida
El Imperio sasánida derrocó al Imperio parto y a los restos de los indopartos en el 224 d. C. Los persas sasánidas, cuyo apelativo responde al nombre de un ancestro de su fundador, Ardeshir I (que vivió en torno a 180-241 d. C.), se aprovecharon del debilitado estado del gobierno parto, situación a la que habían llegado a causa de la guerra contra los romanos y de sus prolongados conflictos internos.
Bajo la autoridad sasánida, la región experimentó un resurgimiento de la cultura iraní. Una de entre muchas cuestiones notables fue el resurgimiento del zoroastrismo como religión del estado. Algunas fuentes también aseveran que durante el dominio sasánida apareció por primera vez el término «afgan» o «abgan» para describir a los ancestros tribales de los actuales pashtunes.
Andando el tiempo también los kushanos tuvieron que hacerles lugar a los sasánidas. Poco después o durante el reinado de Vasudeva I (que reinó en torno a 191-232 d. C.), quien por lo general se considera el último «Gran Kushán», el Imperio kushano se dividió en múltiples partes. Esta fragmentación y la intranquilidad general que sufría el continente asiático tuvieron un profundo impacto sobre las interacciones comerciales entre Occidente y Oriente, y en consecuencia, sobre la prosperidad kushana.
El Imperio sasánida no tardó en subyugar a los kushanos de Occidente, probablemente bajo el liderazgo de Shapur I (que reinó de 240 a 270 d. C.), a mediados del siglo III d. C., y les impuso en calidad de gobernadores a nobles vasallos conocidos como kushanosasánidas o kushanshas (reyes de los kushanos). Los kushanos del este mantendrían el poder hasta su derrota frente a los Gupta de la India en el siglo IV d. C.
Los sasánidas se consideraban a sí mismos sucesores de los persas aqueménidas, pero en realidad su poder era tenue. Las remotas áreas estaban gobernadas por vasallos que lo que fragmentaba el poder político y les dejaba el camino libre a los rivales. Varios hallazgos de monedas llevan a pensar que los kushanosasánidas intentaron rebelarse, aunque no se conoce con exactitud el grado en que pudieron haber tenido éxito. A las complicadas circunstancias de los sasánidas se añadieron las pérdidas frente al Imperio romano, más revueltas, y los saqueos de los árabes del norte.
Otras incursiones nómadas desde el norte
Todos estos desafíos condicionaron el reinado de Shapur II (que reinó de 309 a 379 d. C.), quien alcanzó éxitos significativos frente a los árabes y los romanos. Además, se propuso consolidar con firmeza el control que su imperio ejercía sobre las regiones de los kushanosasánidas, objetivo que se complicó a causa del surgimiento de nuevas incursiones nómadas. Numerosos apuntes mencionan que en los años posteriores al 350 d. C. las regiones que circundaban Bactriana fueron atacadas desde el norte por invasores nómadas que se designan con distintos nombres en los documentos históricos; así se encuentra a los xionitas, kidaritas, y a los hunos kidaritas. Sin embargo, los informes que existen acerca de sus orígenes no aclaran si se trataba de distintas tribus o si eran la misma.
En general, el término Kidarita se asocia por lo común a estos pueblos nómadas, cuyas relaciones iniciales con los sasánidas resultaban complejas, si se tiene en cuenta que alternaban entre la enemistad y la alianza. Según informaciones chinas, hacia mediados o finales del siglo IV d. C. los kidaritas establecieron sus dominios en Balkh, donde sustituyeron a los kushanosasánidas.
Después de los kidaritas, otros pueblos tribales entraron en el escenario de la historia afgana entre los siglos IV y VI d. C. De nuevo, las pruebas disponibles, proporcionadas por monedas, escrituras, y registros manuscritos, devuelven un cuadro impreciso. Algunas fuentes indican que los kidaritas consolidaron el poder en Afganistán, emigraron en dirección sureste hacia la India, y entraron en conflicto con los Gupta. Otras especulan que los pueblos nómadas denominados hunos alxon los persiguieron y empujaron en esa dirección después de hacerse con el control de las regiones contiguas a Balkh y Kabul.
Los heftalitas
Otro grupo de pueblos tribales de particular importancia fueron los heftalitas, a veces llamados hunos blancos, quienes aparecieron en el escenario histórico afgano alrededor del 442 d. C. Al principio sostuvieron conflictos con los sasánidas, pero al parecer después acordaron una alianza temporal. Se dice que Peroz I (que reinó de 459 a 484 d. C.) dependió en gran medida del apoyo de los heftalitas para emerger vencedor en las luchas intestinas que los sasánidas mantenían por el poder. Además, la alianza jugó un papel fundamental en el rescate de las antiguas provincias kushanosasánidas del dominio de los pueblos nómadas.
Hacia el 467 d. C. la mayor parte de las regiones que se habían perdido se encontraban de nuevo bajo el control sasánida. Los propios heftalitas ganaron territorios como recompensa a su apoyo, lo cual al parecer resultó insuficiente, pues unos años más tarde los antiguos aliados se hallaron en franco conflicto. Tras una década de guerras, los hunos blancos les propinaron a los sasánidas una aplastante derrota en la batalla de Herat, en el 484 d. C. La decisiva victoria condujo a la casi destrucción de las fuerzas sasánidas y a la muerte de Peroz I.
Durante los años siguientes, los heftalitas saquearon y subyugaron grandes áreas de los dominios orientales de los sasánidas. Conforme a algunas fuentes, otro pueblo tribal, los hunos nezak, aprovecharon la oportunidad para establecerse en los territorios de Zabulistán, en el sur de Afganistán. Extensas regiones de Afganistán se encontraban ahora firmemente en manos de las tribus nómadas, que continuaban su empuje hacia la India en desafío a los Gupta. Sin embargo, a diferencia de los anteriores gobernantes, los heftalitas parecen no haber tenido más que un impacto limitado sobre la cultura de la región.
El final del dominio heftalilta provino de las fuerzas combinadas de un viejo enemigo revitalizado y de un nuevo grupo de pueblos de la estepa. Hacia mediados del siglo VI d. C. el Imperio sasánida había recuperado fuerzas y confianza después de salir airoso de sus enfrentamientos con los bizantinos, y realizaron una alianza con el Primer Kaganato Túrquico, establecido por los nómadas köktürks al norte del río Oxus.
Con sus fuerzas combinadas propinaron un demoledor golpe a los heftalitas, con lo que las regiones del norte del Oxus pasaron a los a manos de los köktürks, entretanto los territorios del sur retornaron al control sasánida. Los heftalitas restantes se dividieron en pequeños reinos y nunca volvieron a ejercer su dominio en Afganistán.
El desarrollo cultural a lo largo de los siglos
El conocimiento sobre el desarrollo cultural anterior a la existencia de registros escritos continúa siendo escaso. Varios hallazgos indican que hubo intercambios con culturas vecinas, como la de Harappa. Las regiones de Afganistán ricas en minerales propiciaron el intercambio de materiales como el oro, la plata, el cobre y el lapislázuli por grano, algodón u otros productos similares. Las culturas posteriores como la CABM mostraron amplias habilidades artísticas en el trabajo con metales, manifestadas en intrincadas figurillas y alfarería pintada.
El empleo de la escritura se desarrolló a partir del dominio persa, aunque se sospecha que existió desde antes. Los aqueménidas introdujeron además distintos procedimientos administrativos en sus dominios, como sistemas de impuestos, reformas legales y divisiones gubernativas. Las artes y la arquitectura mostraron una singular mezcla del legado iraní con las culturas que se encontraban bajo el dominio persa.
Tras las conquistas de Alejandro, la cultura helenística desempeñó un papel significativo en la historia del antiguo Afganistán. Numerosas civilizaciones incorporaron la lengua griega, su escritura y su moneda hasta mucho después del declive del poder helénico. Como ejemplo de ello se encuentran los edictos griegos de Asoka, en Kandahar, que promovían preceptos morales, y la representación de temas budistas en el norte del subcontinente indio con un estilo grecorromano. Los kushanos y heftalitas, por ejemplo, continuaron empleando monedas de estilo helénico hasta mucho tiempo después.
La arquitectura griega también experimentó una gran difusión debido a los ingentes esfuerzos de urbanización. En la actualidad, aún se pueden encontrar restos de edificios y estilos helénicos, con icónicas columnas dóricas, jónicas y corintias. En los reinos grecobactriano e indogriego, sobre todo, se fusionaron las influencias orientales e indias, ejemplo excelente de lo cual es la ciudad de Ai-Khanoum, donde se observan restos de edificios del estilo clásico helénico, tales como un gimnasio, un teatro y diferentes templos. Por su parte, el palacio real muestra una indiscutible combinación de arquitectura persa y griega.
La síntesis entre elementos locales y helénicos dio origen a otros desarrollos culturales. Así, los partos continuaron la tradición de las potencias anteriores de acuñar monedas, a la par que reutilizaban muchos edificios existentes; pero además trajeron sus propias contribuciones a otros aspectos de la vida cotidiana. La vestimenta, la arquitectura y las artes muestran evidentes marcas de sus orígenes nómadas. Como es natural, la cultura equina ocupó un lugar esencial en su imperio. La cría de caballos superiores no solo fue un símbolo de poder de la élite, sino de la pujanza militar del ejército parto.
Durante el reino de los kushanos prevaleció una abrumadora variedad cultural, que no se limitaba a las religiones que se practicaban. En su reino, la expresión artística grecorromana coexistió con piezas en las que la influencia del Asia occidental se hacía patente. El estatus social se manifestaba a través de opulentas joyas y decoraciones, así como por finas orfebrerías en metal, cerámicas y tejidos. Además, motivado por un pensamiento liberal y por la ubicación de importantes rutas comerciales, el imperio fomentó el desarrollo de distintos avances filosóficos y científicos.
Este patrocinio continuó con el dominio sasánida, que en adición priorizó la recuperación de la cultura persa como parte de su más alto deber. La combinación de características aqueménidas con elementos partos y helénicos constituye un sello del arte sasánida. En los tejidos, pinturas y otras artesanías prevalecían los ornamentos coloridos, pero en particular, las alfombras y las telas se hallaban entre los más admirados productos sasánidas. Más adelante, muchos de estos aspectos constituirían la base fundamental del arte musulmán.
Perspectivas
Hacia mediados del siglo VI d. C. los tiempos turbulentos habían quedado atrás en lo que hoy es Afganistán. El impacto de los nómadas indoeuropeos parecía haberse detenido y los sasánidas habían recuperado el control, pero menos de 100 años después ocurriría un evento crucial. Apertrechados con armas y con una fe inquebrantable, los árabes pasaron a ser el poder dominante. Las enseñanzas del profeta Mahoma se difundieron a causa de su influencia, e hicieron que hasta el día de hoy el islam se convirtiera en la región dominante de Afganistán.