El sistema de repartimiento era una distribución de derechos a los colonialistas y municipios españoles que les permitía extraer mano de obra forzada pero mal pagada de las comunidades locales de los territorios conquistados. Diseñado para reemplazar el ineficiente sistema de encomienda, el sistema de repartimiento se terminó utilizando solo para industrias cruciales como la producción de alimentos y telas y la minería de metales preciosos.
El sistema de encomienda
Cuando los conquistadores españoles llegaron al Nuevo Mundo en el siglo XVI, buscaron y repartieron los recursos que encontraban. Al principio, se trataba de oro, plata y otros materiales preciosos, pero a medida que la colonización europea de las Américas se ponía en marcha, la mano de obra y los esclavos adquirían el mismo valor. El derecho a extraer mano de obra de la población local (utilizada para trabajar las tierras agrícolas, especialmente las plantaciones, y las minas) lo concedía la administración colonial española en forma de licencia llamada encomienda. La licencia se aplicaba al titular individual y no estaba vinculada a ninguna zona específica de la tierra, incluso un pueblo podía tener una encomienda. A cambio de esta mano de obra gratuita, los europeos debían dar protección militar a sus trabajadores y ofrecerles la oportunidad de convertirse al cristianismo. El titular de una encomienda, por tanto, debía financiar un párroco. Aunque el sistema estaba muy cerca de la esclavitud, los titulares de las licencias no podían vender a sus trabajadores. El papa había prohibido la esclavitud de los indígenas americanos en 1537, pero es evidente que este escrúpulo no se aplicaba a los africanos importados.
Desde el punto de vista de los españoles, el sistema de encomienda funcionó durante un tiempo, pero era muy ineficiente. Muchos indígenas, comprensiblemente, intentaron escapar. Muchos no estaban acostumbrados ni eran aptos para trabajar en planes agrícolas a gran escala. Las enfermedades de origen europeo devastaron las poblaciones locales, lo que hizo que fuera mucho más difícil encontrar la mano de obra que necesitaban los españoles. La sobreexplotación de todos los trabajadores que podían encontrar (haciéndolos trabajar y morir de hambre, literalmente) se convirtió en un problema tal que las voces del establishment de España empezaron a levantarse en señal de protesta. También se observó que muchos concesionarios no cumplían con sus obligaciones espirituales con los trabajadores. Organismos como el Consejo de Indias, que gestionaba todas las colonias españolas, comenzaron a buscar una mejor alternativa al sistema de encomienda. El doble objetivo de la colonización era la extracción de recursos y la salvación de las almas mediante la conversión de los pueblos locales al cristianismo. El sistema de encomienda parecía fracasar en ambos frentes. La respuesta de las autoridades fue el sistema de repartimiento.
Con los conquistadores rapaces y los colonos sin principios, deseosos de extraer todo lo que pudieran de las colonias, cualquier intento de cambio estaba destinado a enfrentarse a problemas prácticos. El primer intento de abolir el sistema de encomienda se produjo en 1542, y un conjunto de Leyes Nuevas esperaba reducir su aplicación. Estos intentos fracasaron. El siguiente intento serio de reforma se produjo en 1573, cuando Felipe II de España (que reinó de 1556 a 1598) prohibió el uso del sistema de encomienda en los nuevos territorios. Aunque a finales del siglo XVI ya no era un aspecto importante de la economía colonial, no fue hasta el siglo XVIII cuando el sistema de encomienda se extinguió de manera definitiva.
Trabajo remunerado y cuotas
El sistema de repartimiento se comenzó a utilizar en las colonias en el último cuarto del siglo XVI. El término se tomó prestado de la práctica en España de dar a los colonos cristianos el derecho a las tierras tomadas en la Reconquista que habían pertenecido a los musulmanes. El sistema de encomienda no se sustituyó de inmediato, sino que un sistema fue sustituyendo al otro de forma muy gradual.
El trabajo del repartimiento seguía siendo forzado, pero ahora el trabajador recibía un salario fijo. En 1549 se intentó aumentar la mano de obra y se les pidió a los indígenas que se ofrecieran como voluntarios donde se los necesitara a cambio de un pequeño salario. Como era de esperar, este plan no resolvió la crisis de mano de obra. Era necesario un sistema obligatorio basado en el que se había utilizado esporádicamente en el pasado para las obras públicas de mayor envergadura. Con el sistema de repartimiento, los líderes de las comunidades locales de cada ciudad y pueblo estaban obligados a proporcionar una determinada cuota de trabajadores de su comunidad. Estas cuotas eran fijadas por las autoridades coloniales y solían ser de alrededor de una séptima parte de la población masculina en el caso de la mano de obra agrícola y del 4% en el caso de la minera (aunque posteriormente se incrementó a alrededor del 25% de la población total de la comunidad).
Los trabajadores se proporcionaban de forma rotativa, por lo que, luego de cierta cantidad de semanas, podían regresar a sus hogares. El reclutamiento tendía a ser menos localizado que el sistema de encomienda, y se perdía mucho tiempo en viajar al lugar de trabajo para comenzar el periodo de trabajo. Los líderes y los trabajadores seleccionados eran castigados severamente si no cumplían con el sistema. Este sistema era notablemente similar a la forma en que las civilizaciones inca y azteca habían adquirido mano de obra de los territorios conquistados. De hecho, por esta razón, el nuevo sistema se denominó cuatequil en México y mita en Sudamérica.
Para obtener el derecho a utilizar esa mano de obra, el propietario de una plantación o de una mina colonial se dirigía al virrey local, a la audiencia local (el panel de jueces responsable de la administración de una ciudad o zona) o al Juzgado General de Indios, el tribunal establecido para tratar los asuntos relacionados con los pueblos indígenas. Por lo general, las licencias solo se concedían cuando los alimentos producidos o los metales extraídos se consideraban esenciales para la economía de la colonia, por lo que la fabricación de azúcar y telas y la extracción de plata y oro tenían prioridad. La mano de obra del repartimiento también se utilizaba para proyectos estatales como la construcción y reparación de carreteras, puentes y edificios públicos, o el drenaje de zonas propensas a las inundaciones, como los alrededores del lago de Texcoco. También se construyeron y mantuvieron iglesias, monasterios y conventos mediante este sistema, al menos en su primer período de aplicación.
Los magistrados locales (jueces repartidores) decidían qué proyectos reunían los requisitos para este tipo de mano de obra y asignaban a los trabajadores a proyectos específicos. Las autoridades coloniales también dictaban los salarios que se debían pagar, que en cualquier caso eran siempre bajos. Algunos trabajos en las minas requerían una mayor destreza, y estos trabajos se pagaban mejor que los que se limitaban a romper rocas y transportar el mineral fuera de las minas hasta las máquinas trituradoras. Otra restricción era que el titular de un repartimiento tenía que ser descendiente de españoles, mientras que, por otro lado, los de filiación mixta (españoles e indios) estaban exentos de ser llamados a prestar mano de obra.
Hubo otro uso del término "repartimiento" en la América española, y fue el repartimiento de comercio. Este sistema, que no tenía nada que ver con la mano de obra, consistía en el derecho de venta forzosa a determinados grupos de población indígena. La idea original había sido poner a disposición de los pueblos indígenas las herramientas europeas, especialmente las que eran útiles para la agricultura, pero pronto se explotó de manera despiadada para obligarlos a comprar lotes de productos manufacturados prácticamente inútiles pero caros en beneficio exclusivo de los funcionarios locales corruptos.
Problemas y evolución
En la realidad práctica, a muchos colonos no les importaba cómo adquirían la mano de obra ni cómo trataban a esas personas, por lo que el sistema de repartimiento era a menudo poco mejor que el sistema de encomienda. Formar a los trabajadores y perderlos después de su corta estancia era otro grave problema y explica por qué los colonos privados preferían utilizar esclavos africanos, que se importaban en gran número. Los esclavos africanos se utilizaban como mano de obra poco calificada, y aumentaban en número ya que el Estado fomentaba la esclavitud de manera activa por dos razones: reducía el impacto negativo del sistema de repartimiento en las comunidades indígenas, que eran más propensas a causar disturbios, y el Estado ganaba dinero con los derechos que imponía en la importación de esclavos.
Además, estaba el problema real de que los hombres dejaban de realizar el tan necesario trabajo agrícola en las comunidades locales. El resultado fue que los que se quedaron tuvieron que trabajar más duro y durante más tiempo, con el resultado inevitable de la disminución de la producción agrícola tradicional a pequeña escala. El sistema de tributos seguía vigente, en el que se extraían bienes o un equivalente en metálico de las comunidades locales, lo que ahora era mucho más difícil de proporcionar debido a la reducción y el trastorno de las comunidades agrícolas locales. Algunas comunidades, por estas razones, se negaron a proporcionar su cuota de trabajadores.
A medida que las autoridades coloniales se fueron dando cuenta de que no podían gobernar eficazmente a una población sometida sin una inversión masiva de fuerza, el sistema de repartimiento se fue restringiendo a proyectos de mayor envergadura, como los ingenios y las minas, a medida que avanzaba el siglo XVII (aunque el sistema no se terminó definitivamente hasta alrededor de 1820). Las minas de plata de Sudamérica eran insaciables en su demanda de mano de obra, y sus terribles condiciones de trabajo se convirtieron en un punto particular de disputa entre los líderes de la comunidad y las autoridades coloniales. Hubo intentos de limitar el trabajo de repartimiento a tareas menos peligrosas y nocivas para la salud. En 1609, por ejemplo, un nuevo código de trabajo prohibió el uso de mano de obra de repartimiento para los trabajos más peligrosos que utilizaban maquinaria compleja en los molinos de fabricación, en el buceo profundo de perlas y en el manejo de los sistemas de drenaje de las minas. Estos trabajos estaban reservados a los esclavos o a los convictos.
También había algunos escrúpulos curiosos (teniendo en cuenta las actitudes contemporáneas en otros asuntos), por ejemplo, que los trabajadores del repartimiento no se debían ser utilizar como cargadores. En los territorios en los que los vehículos con ruedas eran todavía escasos y a menudo inutilizables, los humanos habían sido utilizados como bestias de carga durante milenios, pero los españoles decidieron que esto ya no era aceptable y prohibieron la práctica. En su lugar se utilizaron mulas y llamas, pero las viejas costumbres son difíciles de erradicar y muchas comunidades locales siguieron utilizando cargadores humanos (como siguen haciendo hoy en día).
A pesar de los inconvenientes, tanto los esclavos como la mano de obra de repartimiento mal pagada permitieron a los colonos europeos y a los descendientes de europeos vivir bien. Además de las fuentes de trabajo, los terratenientes tuvieron que hacer frente a muchos problemas, pero finalmente su éxito se tradujo en la evolución de un nuevo sistema de gestión de la tierra y los recursos. Se trata de la creación de vastos latifundios o haciendas en los que la agricultura solía dar paso a actividades menos intensivas en mano de obra, como la ganadería (vacuno y ovino). El crecimiento de estas haciendas puede haber reducido el riesgo para algunos indígenas de ser explotados por su mano de obra, pero a menudo les arrebataron sus tierras y los obligaron a vivir en zonas designadas lejos de sus entornos tradicionales y sus raíces culturales.
El sistema de repartimiento aceleró la transición de muchas comunidades hacia una economía basada en el dinero en efectivo y creó los medios para satisfacer la creciente demanda de bienes de estilo europeo. Los misioneros y las misiones proporcionaron una educación rudimentaria, pero los persistentes intentos de cristianizar a la población, la promoción de las costumbres europeas y la alteración de la vida tradicional basada en el ciclo agrícola pasaron factura a las culturas indígenas. Un modo de vida que había florecido durante siglos acabó por desaparecer en todas las zonas de América, salvo en las más remotas. Como señala el historiador J. H. Parry: "En términos generales, para la gran masa de pueblos asentados en muchas, quizás en la mayoría de las partes de las Indias españolas, la incursión de los europeos produjo una catástrofe económica y, sobre todo, demográfica" (114).