La Revuelta de Lyon contra el gobierno de la Convención Nacional fue una rebelión contrarrevolucionaria que desempeñó un papel tanto en las Revueltas Federalistas como en el Reino del Terror durante el período de la Revolución francesa (1789-1799). Iniciada en mayo de 1793, la revuelta terminó con un derramamiento de sangre cinco meses después, cuando los funcionarios del gobierno sometieron a Lyon a una brutal matanza punitiva.
La ciudad de Lyon se rebeló, encarcelando y ejecutando a sus dirigentes jacobinos, debido a la preocupación por la centralización del poder en la ciudad de París y por la creciente supremacía de los jacobinos extremistas. A principios de agosto de 1793, la ciudad fue sitiada por un ejército de la Primera República Francesa que inició un incesante bombardeo de artillería que fue desgastando las defensas de Lyon y forzando su rendición el 9 de octubre. Una vez conseguida la victoria, el gobierno jacobino de París quiso castigar a Lyon y ordenó su completa destrucción; aunque finalmente no se produjo, cerca de 2000 lioneses fueron masacrados entre octubre y diciembre de 1793, como castigo a la traición de su ciudad.
Lyon: pobreza e insurrección
El Lyon de finales del siglo XVIII era una ciudad enorme para la época, con una población de más de 120.000 habitantes. Ampliamente reconocida como la segunda ciudad de Francia, solo por detrás de París en términos de población e importancia, Lyon era única en el sentido de que estaba dominada por una sola industria manufacturera avanzada; a saber, la de la producción de seda. Durante décadas, la industria de la seda en Lyon había estado en auge, empleando a la gran mayoría de la clase trabajadora de la ciudad, y haciendo que Lyon, así como la élite mercantil y burguesa de Lyon, fuera muy rica.
Sin embargo, incluso antes del estallido de la Revolución, en 1789, la industria de la seda lionesa se estaba ralentizando. En el momento de la Revolución, la industria de la seda lionesa estaba prácticamente paralizada. El odio generalizado y la estigmatización de la aristocracia habían dado un duro golpe a la industria de la seda, puesto que muchos de sus clientes potenciales ya habían huido del país, mientras que el resto sabía que sería peligroso vestirse con tanta ostentación. Otro duro golpe para la producción de seda fue el inicio de las Guerras Revolucionarias Francesas en 1792; a medida que la lista de enemigos de Francia en tiempos de guerra crecía rápidamente, la lista de mercados extranjeros en los que era factible vender sus productos se reducía con la misma rapidez.
En consecuencia, la pobreza, el hambre y el sufrimiento generalizado se volvieron rápidamente endémicos en Lyon. Ya en 1790, se calcula que 25.000 lioneses se beneficiaban de la asistencia pública, lo que significa que alrededor de la mitad de la población activa de la ciudad ya estaba desempleada. La situación se agravó a medida que la Revolución se prolongaba y la inflación aumentaba en todo el país. Muchas fábricas lionesas se vieron obligadas a cerrar, y el costo de los productos cotidianos se disparó; en 1793, el precio del pan en Lyon triplicaba el de París.
A principios de 1793, en medio de este contexto de graves dificultades, los jacobinos llegaron al poder en Lyon, prometiendo aliviar la pobreza y ayudar a las clases trabajadoras, ahora comúnmente llamadas sans-culottes. El partido político jacobino conocido como la Montaña había ganado las elecciones municipales fácilmente, en gran parte porque la élite burguesa establecida en la ciudad se había mostrado reacia a ensuciarse con la participación en la política electoral. El líder de estos jacobinos locales era el fanático y melodramático abogado Joseph Chalier. Revolucionario acérrimo desde la toma de la Bastilla, Chalier se había hecho amigo de pesos pesados jacobinos como Camille Desmoulins y Maximilien Robespierre durante su estancia en la capital y ahora estaba decidido a llevar su marca de ardiente jacobinismo parisino a su ciudad natal, Lyon.
Parece que Chalier siguió demasiado el ejemplo de sus compañeros parisinos, sin darse cuenta de que las situaciones de París y Lyon eran diferentes. En primer lugar, prometió bajar el precio del pan, pero pronto se dio cuenta de que no podía hacerlo, ya que la mayor parte del pan excedente de la ciudad se había reservado para abastecer a los ejércitos y su gobierno carecía de fondos para adquirir más. A continuación, culpó a los comerciantes de seda de la ciudad por la depresión económica y el desempleo, amenazándolos con la guillotina si no empleaban a más trabajadores. Finalmente, Chalier anunció que planeaba crear un tribunal revolucionario, declarando que se necesitaban 900 víctimas para garantizar la seguridad de la patrie ("patria"), y que sus cuerpos serían arrojados al Ródano.
Al parecer, Chalier era más experto en hacer enemigos que en gobernar ciudades. El 24 de mayo de 1793, una turba de ciudadanos lioneses hambrientos saqueó un almacén lleno de provisiones destinadas a los ejércitos. Una multitud de mujeres las vendió a precios que consideraban justos. Para combatir estos disturbios, Chalier envió un destacamento del cercano Ejército de los Alpes para ayudar a pacificar Lyon. Esto fue la gota que colmó el vaso para la élite de la ciudad, que sabía que Chalier podría cumplir sus amenazas si estaba respaldado por soldados. Decidieron atacar primero, organizando una insurrección de las clases trabajadoras de la ciudad, enfadadas porque los jacobinos no habían cumplido sus promesas. El 29 de mayo, estos insurrectos invaden el ayuntamiento y detienen a los dirigentes jacobinos. Más tarde, el 17 de julio, el propio Chalier fue guillotinado.
El asedio
Tras el golpe, el nuevo gobierno de la ciudad de Lyon se dio cuenta de que no bastaba con deshacerse del yugo de sus jacobinos locales; dado que el poder revolucionario se había concentrado tanto en manos de los jacobinos de París, era necesario deshacerse también de la autoridad de París. Lyon decidió hacer exactamente eso tras la caída de los girondinos, los rivales moderados de los jacobinos, de la Convención Nacional el 2 de junio. Lyon se unió a las revueltas federalistas antijacobinas y se declaró en estado de rebelión y levanta un ejército de 10.000 hombres. Esta fuerza fue puesta bajo el mando de Louis François Perrin, conde de Précy y su camarilla de oficiales aristocráticos. Aunque el movimiento federalista seguía siendo republicano, Précy y sus subordinados eran monárquicos declarados, al igual que una parte importante del ejército lionés. Como los líderes federalistas de la ciudad no estaban en condiciones de rechazar a los soldados, especialmente a los experimentados como Précy, la cooperación con los monárquicos se convirtió en un mal necesario.
En toda la ciudad era evidente que se avecinaban represalias jacobinas. Miles de ciudadanos huyeron a las colinas circundantes; se trataba de partidarios jacobinos o de ciudadanos apolíticos que no deseaban verse atrapados en el fuego cruzado que se avecinaba. En julio, París envió destacamentos del Ejército Francés de los Alpes para pacificar Lyon. Los soldados llegaron el 9 de agosto, rodearon Lyon y la sitiaron. El 22 de agosto, los sitiadores iniciaron un incesante bombardeo de cañones que duró más de un mes y destruyó la mayoría de las fortalezas periféricas de Lyon, que también causó mucho pánico y destrucción dentro de la propia ciudad. Lyon siguió resistiendo, confiando en el éxito de una fuerza de invasión piamontesa que penetrara en el sur de Francia y aliviara el asedio. A principios de octubre, Lyon recibió la noticia de que los piamonteses habían sido derrotados. Desaparecidas sus últimas esperanzas, la caída de Lyon era inevitable.
El Comité de Seguridad Pública, controlado por los jacobinos y ahora gobierno de facto de Francia, envió a uno de sus miembros, Georges Couthon, para supervisar la inminente rendición de Lyon. Al llegar el 2 de octubre, Couthon convocó inmediatamente un consejo de guerra en el que instó a poner fin al asedio de forma rápida y decisiva. En los días siguientes, las fuerzas jacobinas intensificaron su asalto y entraron en la ciudad el 9 de octubre. La mayoría de los defensores, cansados por el hambre, tiraron las armas sin luchar. Sin embargo, cientos de los soldados más aguerridos de la ciudad escaparon con Précy, abriéndose paso a través de las líneas jacobinas por la puerta noroeste de la ciudad. La mayoría de ellos murieron o fueron capturados en la lucha, aunque el propio Précy logró escapar, y finalmente se exilió.
El gobierno de la ciudad se rindió oficialmente a Couthon el 9 de octubre. Confinado a una silla de ruedas, Couthon entró triunfalmente en Lyon en un carruaje, atravesando las calles llenas de escombros mientras los ciudadanos lioneses histéricos corrían a su lado gritando "Vive le Republique", probablemente con la esperanza de que no se los incluyera con los traidores. Al tomar el control de la ciudad, Couthon liberó a los prisioneros jacobinos y les devolvió sus puestos administrativos; al mismo tiempo, reunió a los líderes federalistas y los encarceló. En un instante, la sociedad lionesa se vio afectada, ya que los refugiados a favor de los jacobinos volvieron a la ciudad y las élites burguesas y mercantiles se retiraron.
Retribución
Al principio, parecía que Couthon solo quería devolver a Lyon a su statu quo anterior a la revuelta. Guillotinó a una treintena de cabecillas de la rebelión y encarceló a la mayoría de los demás. Decidió que la población en general había sido simplemente engañada, y que sería perdonada de sus crímenes si se retractaba de sus acciones y juraba lealtad a la República. Para Couthon, eran condiciones justas, similares a las concedidas anteriormente a Caen y Burdeos, que también habían participado en las revueltas federalistas.
Pero los colegas de Couthon en París no estaban de acuerdo con su política de clemencia. Lyon era más vilipendiada en París que cualquiera de los otros bastiones federalistas; después de todo, había desafiado a la República durante casi medio año, había trabajado junto a los monárquicos y, lo peor de todo, había asesinado a Chalier, un verdadero patriota francés. El 16 de octubre, el mismo día en que María Antonieta fue ejecutada en París, Couthon recibió una carta de su colega Robespierre, hablando en nombre de todo el Comité de Seguridad Pública. Robespierre escribió que Chalier "debe ser vengado, y esos monstruos desenmascarados y exterminados" antes de enumerar los detalles del castigo que iba a caer sobre Lyon (Schama, 779). La ciudad entera debía ser destruida por completo, reducida a un montón de cenizas y escombros. Solo quedarían intactas las casas de los pobres, que serán rebautizadas como "Ville-Affranchie", o "Ciudad Liberada". Sobre los escombros se levantaría una columna en la que se leería: "Lyon hizo la guerra a la Libertad. Lyon ya no existe" (Palmer, 156).
Couthon intentó cumplir estas órdenes. El 26 de octubre, lo llevaron en una litera a la plaza Bellecour, donde se encuentran algunas de las casas más elegantes de Lyon. Ante una asamblea de miles de sans-culottes lioneses, pronunció un discurso en el que condenó las casas a la demolición por ser los lugares donde se realizaban los complots aristocráticos, y declaró:
Que este terrible ejemplo infunda miedo a las generaciones futuras y enseñe al universo que, así como la nación francesa... sabe recompensar la virtud, también sabe aborrecer el crimen y castigar la rebelión (Schama, 780).
Tras su discurso, cientos de obreros lioneses se lanzaron sobre las casas con mazos y picos. En los siguientes meses, se emplearon 15.000 lioneses en la demolición de las casas de los ricos, pagada a costa de los propios ricos, a los que se aplicó un nuevo impuesto. En total, se demolieron 1600 casas y se arrasaron las fortificaciones utilizadas por los federales. Pero, de nuevo, esto no fue suficiente para los colegas más radicales de Couthon en París; no eran las casas de los ricos las que cometían crímenes contra la República, sino las personas que vivían en ellas. Había que castigar a las personas, no solo a las propiedades. Inquieto por el peso de su tarea, Couthon solicitó ser llamado a París. Se aceptó, y se enviaron otros dos en su lugar, hombres mucho más dispuestos a llevar el castigo a Lyon.
La perdición de Lyon
Los dos hombres que fueron a Lyon no eran el tipo de jacobino robespierrista que era Couthon, sino que eran hebertistas, una facción más extrema. Estos hombres, con el tiempo, se convertirían en rivales acérrimos de Robespierre y ayudarían a provocar su caída. Por el momento, eran sus partidarios, aunque a regañadientes, y fueron enviados a hacer el trabajo sucio de la República. Collot d'Herbois era una incorporación reciente al Comité de Seguridad Pública. Antaño un actor y dramaturgo en apuros, era ahora uno de los doce hombres más poderosos de Francia, un "ultrarradical" cuya sed de sangre repugnaba al moralista Robespierre. "Los derechos del hombre", había dicho Collot, "no están hechos para los contrarrevolucionarios" (Schama, 781). Con él iba Joseph Fouché, un exprofesor convertido en republicano radical, frío, tranquilo y calculador. Durante dos meses, estos dos hombres impondrán en Lyon un verdadero terror dentro del Terror, mostrando a los ciudadanos toda la fuerza de la ira revolucionaria.
Su primer acto fue imponer el espíritu hebertista de descristianización en Lyon (algo que también detestaban Robespierre y sus aliados). Se eliminó todo rastro de iconografía cristiana de la torre del reloj medieval de Saint-Cyr, para sustituirla por el nuevo calendario republicano francés. Se celebró un Festival de la Razón, en el que los notables de la ciudad fueron obligados a postrarse ante una estatua de la Libertad y reconocer a la Razón como el único dios verdadero. El 10 de noviembre, los restos de Chalier se llevaron triunfalmente por las calles con la reverencia de un mártir; su cabeza se envió a París para ser enterrada en el Panteón francés.
A continuación, Collot y Fouché reforzaron el control de la ciudad. Impusieron un estricto toque de queda, en el que los ciudadanos debían colocar en sus puertas una lista de todas las personas que residían en sus casas. Los soldados realizaban registros nocturnos por sorpresa en casas al azar, y cualquiera que fuera descubierto con un invitado nocturno se encontraría bajo sospecha de esconder enemigos. Los antiguos soldados federalistas que habían sido indultados por Couthon fueron arrestados, al igual que cualquiera que fuera sospechoso de esconder a sacerdotes o emigrantes monárquicos, cualquiera que se oyera que había difamado la memoria de Chalier, o que hubiera insultado de alguna manera a la República. Rápidamente, las cárceles de Lyon se llenaron, aunque no permanecerían llenas por mucho tiempo.
Al principio, se ejecutaban 20 personas al día en la guillotina, pero esto no era suficiente para Collot y Fouché, quienes crearon un tribunal especial para acelerar las cosas. A los pocos días de la creación del tribunal, el 27 de noviembre, se dictaron 300 nuevas sentencias de muerte que se ejecutaron rápidamente. Los verdugos trabajaron con gran eficacia; en un día, 33 personas fueron decapitadas en solo 25 minutos. Una semana después, 12 cabezas cayeron en solo cinco minutos. El 4 de diciembre, se informó a París de que 113 habitantes de "esta nueva Sodoma" habían sido despachados en un solo día (Schama, 783). Al poco tiempo, los ciudadanos empezaron a quejarse de la sangre que desbordaba la zanja de desagüe que salía de debajo del patíbulo. Cuando un observador alemán preguntó a un guardia si la sangre sería limpiada de la calle, el guardia supuestamente respondió: "¿Por qué se debería limpiar? Es la sangre de aristócratas y rebeldes. Los perros deberían lamerla" (Doyle, 254).
Incluso esta asombrosa velocidad de la guillotina era demasiado lenta para Collot y Fouché. Al igual que su colega, Jean-Baptiste Carrier, estaba ocupado sumergiendo a miles de contrarrevolucionarios en el río Loira en los Ahogamientos de Nantes, Collot y Fouché decidieron que ellos también necesitaban un método de ejecución alternativo. Finalmente, decidieron llevar grandes grupos de prisioneros a la Plaine des Brotteaux, a las afueras de la ciudad. Ataron hasta 60 prisioneros a la vez y les dispararon a quemarropa con cañones cargados de metralla. Los que no morían al instante eran rematados por los sables y las bayonetas de los guardias. Mediante estas ejecuciones, conocidas como mitraillades, se asesinaron cientos de ciudadanos, principalmente entre el 4 y el 8 de diciembre.
Consecuencias
A finales de diciembre de 1793, Collot d'Herbois y Joseph Fouché fueron llamados a París, ya que la Convención Nacional se había horrorizado por los rumores de sus atrocidades. Las tensiones siguieron aumentando entre los robespierristas y los carniceros de Lyon, hasta que Collot y Fouché ayudaron a provocar la caída de Maximilien Robespierre, acontecimiento que puso fin al Terror. Collot nunca pudo desprenderse de la calamitosa reputación que se había ganado en Lyon. En 1795, fue denunciado y deportado a la Guayana Francesa, donde murió de fiebre amarilla un año después. En cambio, Fouché, más astuto, siguió ascendiendo en el escalafón político y llegó a ser Ministro de Policía durante el reinado de Napoleón, para acabar muriendo en el exilio tras la Restauración borbónica de 1815.
A pesar de las órdenes del Comité de Seguridad Pública de arrasar Lyon, la ciudad no sufrió demasiados daños externos. Después del Terror, las casas destruidas se reconstruyeron. Durante el período napoleónico, la economía de Lyon no solo se recuperó, sino que se disparó, ya que la demanda de seda volvió con fuerza y se crearon nuevas oportunidades de mercado junto con la expansión de la influencia imperial francesa.
Sin embargo, el daño psicológico en la población lionesa no se borró tan fácilmente. La mayoría de la gente había conocido o amado a alguien directamente afectado por el Terror, y el odio a París siguió existiendo en Lyon durante generaciones. En total, 1905 personas fueron asesinadas en los meses posteriores al Sitio de Lyon. Aunque la propaganda jacobina presentaba a las víctimas como nobleza local, oficiales federalistas o simpatizantes monárquicos, esto era solo una verdad parcial; cientos de ciudadanos de la clase trabajadora también pasaron por el cadalso, por una u otra ofensa percibida como contrarrevolucionaria.
El historiador Simon Schama señala las ocupaciones específicas de la clase trabajadora de muchos de los ejecutados: 40 eran tejedores oficiales, mientras que otros incluían cerrajeros, zapateros, posaderos, chocolateros, médicos y sirvientes, entre otros. Incluso el verdugo de la ciudad, Jean Ripet, fue asesinado en represalia por la ejecución de Chalier, pero solo después de sus semanas de trabajo ejecutando a los enemigos de los jacobinos. Las secuelas de la revuelta de Lyon se recuerdan, por tanto, como uno de los casos más sangrientos de matanzas masivas que se llevaron a cabo durante el período del Reino del Terror.