La batalla de Timbrea (547 a.C.) fue el enfrentamiento decisivo entre Ciro II (el Grande, que reinó de c. 550 a 530 a.C.) de Persia y Creso (que reinó de 560 a 546 a.C.), rey de Lidia. La victoria persa acabó con el reino de Lidia, que fue absorbido por el Imperio persa, y permitió a Ciro ampliar sus territorios y establecer plenamente el Imperio aqueménida.
Creso había concertado el matrimonio de su hermana, Arienis, con el rey de los medos, Astiages (que reinó de 585 a 550 a.C.), y mantuvo una relación cordial con el reino medo. Acordó que el río Halis sería la frontera entre sus territorios. Cuando Ciro derrocó a Astiages en el año 550 a.C., Creso vio la oportunidad de enriquecerse y proteger su reino de una posible agresión persa, por lo que lanzó una campaña militar a través del Halis.
Los ejércitos de Creso y Ciro libraron una batalla inconclusa en Pteria, y luego Creso se retiró a su capital, Sardis, donde disolvió gran parte de su ejército para la temporada de invierno, como era costumbre, y esperaba que Ciro hiciera lo mismo. Según Jenofonte (430-c. 354 a.C.), sus asesores aconsejaron a Ciro que siguiera su ejemplo, pero en lugar de ello optó por atacar, marchando sobre Sardis y encontrándose con Creso en el campo de Timbrea.
Ciro dispersó a la caballería lidia colocando camellos al frente de su ejército, lo que asustó a los caballos lidios, y luego condujo a su propia caballería a través de los huecos en las filas, derrotando a Creso y haciéndolo retroceder a la ciudad. Tras catorce días de asedio, Sardis cayó y Creso fue capturado.
La batalla se cita a menudo como una de las más importantes de la historia, ya que puso fin a Lidia, que hasta entonces era el reino más rico y poderoso de Asia Menor, que estaba aliado con Babilonia. Una vez conquistada Lidia, Ciro pudo tomar Babilonia en el año 539 a.C., lo que le permitió poner Mesopotamia bajo control persa y fundar el Imperio aqueménida.
Fuentes y puntos fuertes
Las principales fuentes sobre la batalla son los escritores griegos Heródoto (c. 484-425/413 a.C.) y Jenofonte, aunque Ctesias (c. siglo V a.C.) también aborda la caída de Sardis bajo el mandato de Creso. El relato de Heródoto en sus Historias I.79-81 y I.84 se considera exacto, mientras que el de Jenofonte, de su Ciropedia (La educación de Ciro, 2.1.6 y 7.1.23-28), se entiende como un relato semificticio basado en obras anteriores. El relato de Jenofonte sigue siendo reconocido como fiable en algunos puntos, aunque los números que da para los ejércitos han sido cuestionados.
Según Jenofonte, Ciro fue superado ampliamente en número en Timbrea, al frente de 200.000 hombres frente al ejército de Creso, de 420.000. Es más probable que Ciro tuviera entre 20.000 y 50.000 y Creso, a pesar de haber enviado a casa a sus mercenarios, el doble de ese número, posiblemente más de 100.000.
El ejército persa estaba formado principalmente por persas con mercenarios de Armenia, Arabia y Media e incluía infantería, caballería, caballería de camellos (aparentemente una decisión de última hora por parte de Ciro), arqueros, honderos, 300 carros de guerra y al menos cinco torres de asedio. El ejército lidio estaba compuesto por caballería lidia y mercenarios de infantería procedentes de Babilonia, Capadocia, Egipto y Frigia. Creso también tenía arqueros, honderos y unos 300 carros de guerra.
Pteria y la batalla de Timbrea
Creso inició las hostilidades tras enviar emisarios al Oráculo de Delfos preguntando si debía atacar a Ciro. El Oráculo le devolvió su ya famosa respuesta: "si hiciera la guerra a los persas, destruiría un gran imperio" (Heródoto I.53). Nunca se detuvo a considerar que el imperio que sería destruido podría ser el suyo propio. Confiado en su ejército, que había sometido a las ciudades jónicas, se lanzó al ataque. Parece haber estado motivado principalmente por la riqueza de Persia que añadiría a la suya propia, pero también puede haber considerado sus acciones como un ataque preventivo contra Ciro para evitar una invasión de Lidia.
No está claro si Ciro inicialmente tenía algún plan para avanzar contra el reino de Creso, aunque habría tenido que conquistar Lidia finalmente al establecer su imperio. No tuvo conocimiento de la campaña de Creso hasta que se enteró de las incursiones lidias a través del río Halis; no hubo ninguna declaración formal por parte de Creso. Ciro habría tenido que reunir su ejército rápidamente (o volver a reunirlo, ya que se acercaba el invierno, y las tropas por lo general se desmovilizaban).
En cualquier caso, contaba con una fuerza lo suficientemente importante como para resistir a Creso en Pteria y luego perseguirlo, contando con que Creso desmovilizara sus fuerzas rápidamente para no tener que pagarles. Incluso esperó unos días en Pteria para permitir esto antes de marchar sobre Sardis. Heródoto escribe:
Cuando Ciro vio, después de la batalla de Pteria, que Creso levantaba su campo, y tuvo noticia del ánimo en que se hallaba de despedir las tropas luego que llegase a su capital, tomó acuerdo sobre la situación de las cosas, y halló que lo más útil y acertado sería marchar cuanto antes con todas sus fuerzas a Sardes, primero que se pudiesen juntar otra vez las tropas lydias. No bien adoptó este partido, cuando lo puso en ejecución, caminando con tanta diligencia, que él mismo fue el primer correo que dio el aviso a Creso de su llegada. Este quedó confuso y en el mayor apuro, viendo que la cosa le había salido enteramente al revés de lo que presumía; mas no por eso dejó de presentarse en el campo con sus lidios. En aquel tiempo no había en toda el Asia nación alguna más varonil ni esforzada que la Lidia; y peleando a caballo con grandes lanzas, se distinguía en los combates por su destreza singular. (I.79)
Aunque pensó en atrapar a Creso casi indefenso, el rey lidio pudo convocar o reunir una fuerza considerable, como señala el erudito Paul K. Davis:
A pesar de lo que Ciro había supuesto, Creso pudo reunir un gran ejército. Se desconoce su tamaño, pero es casi seguro que era bastante más numeroso que el de los persas... Las dos fuerzas se encontraron en las afueras de Sardis, en la llanura de Timbrea... Ciro colocó su ejército en cuadro, con la caballería de flanqueo y las unidades de carros replegadas. Los lidios se desplegaron en la formación tradicional de largas líneas paralelas. (7)
A medida que los lidios avanzaban en un intento de rodear el centro de Ciro, este se percató de que podía aprovechar los espacios que había en los extremos de las líneas. Según Heródoto, fue el general de Ciro, Harpago, quien sugirió convertir los camellos, que servían de animales de carga, en monturas de caballería y enviarlos primero contra la caballería lidia; táctica a la que se atribuye la victoria persa. Heródoto describe la batalla de la siguiente manera:
Hay delante de Sardes una llanura espaciosa y elevada donde concurrieron los dos ejércitos. Por ella corren muchos ríos, entre ellos el Hyllo, y todos van a dar en otro mayor llamado Hermo, el cual, bajando de un monte dedicado a la madre de los dioses Dindymene, va a desaguar en el mar cerca de la ciudad de Focea. En esta llanura, viendo Ciro a los lidios formados en orden de batalla, y temiendo mucho a la caballería enemiga, se valió de cierto ardid que el medo Harpago le sugirió. Mandó reunir cuantos camellos seguían al ejército cargad los de víveres y bagajes, y quitándoles las cargas, hizo montar en ellos unos hombres vestidos con el mismo traje que suelen llevar los soldados de a caballo. Dio orden para que estos camellos así prevenidos se pusiesen en las primeras filas delante de la caballería de Creso; que su infantería siguiese después, y que detrás de esta se formase toda su caballería. Mandó circular por sus tropas la orden de que no diesen cuartel a ninguno de los lidios, y que matasen a todos los que se les pusiesen a tiro; pero que no quitasen la vida a Creso, aun cuando se defendiese con las armas en la mano. La razón que tuvo para poner los caballos enfrente de la caballería enemiga, fue saber que el caballo teme tanto al camello, que no puede contenerse cuando ve su figura o percibe su olor. Por eso se valió de aquel ardid con la mira de inutilizar la caballería de Creso, que fundaba en ella su mayor confianza. En efecto, lo mismo fue comenzar la pelea y oler los caballos el tufo, y ver la figura de los camellos, que retroceder al momento y dar en tierra con todas las esperanzas de Creso. Mas no por esto se acobardaron los lidios, ni dejaron de continuar la acción, porque conociendo lo que era, saltaron de sus caballos y se batieron a pie con los persas. Duró por algún tiempo el choque, en que muchos de una y otra parte cayeron, hasta que los lidios, vueltas las espaldas, se vieron precisados a encerrarse dentro de los muros y sufrir el sitio que luego los persas pusieron a la plaza. (I.80)
El relato de Jenofonte ofrece la misma historia básica, pero con más detalles. Jenofonte había servido en el ejército persa y su relato es más completo y mucho más largo que el de Heródoto. De acuerdo con todo el enfoque de su Ciropedia, Ciro es la figura central de la batalla, y es también Ciro, y no Harpago, quien idea el plan de utilizar los camellos. Empleando la táctica de la media luna invertida, en la cual la primera línea cede constantemente terreno para atraer al ejército contrario a una trampa cerrada por las alas, Ciro utilizó el avance lidio contra ellos. En el relato de Jenofonte, los camellos vienen detrás de la carga de la caballería de Ciro, un detalle que ha sido cuestionado.
Una vez realizado este recorrido, Ciro pasó al lado derecho. Y, creyendo Creso que ya el centro con el que marchaba se encontraba más próximo a los enemigos que las alas que se estaban desplegando, dio a las alas la señal de no subir ya más, sino que evolucionaran en el mismo lugar. Y cuando estuvieron un rato parados mirando de frente al ejército de Ciro, les dio la señal de marchar contra los enemigos. De este modo, avanzaron tres líneas de batalla contra el ejército de Ciro, la una de frente y las otras dos: una por la derecha y la otra por la izquierda, de suerte que un miedo intenso se hizo presente en todo el ejército de Ciro; pues como una pi pequeña petrificada e insertada en una grande, así también el ejército de Ciro se encontraba por todas partes rodeado por los enemigos con su caballería, sus hoplitas, peltastas, arqueros y carros, excepto por detrás. Sin embargo, siguiendo las recomendaciones de Ciro, todos evolucionaron de cara a los enemigos. Un profundo silencio reinaba en todas partes por temor al futuro inmediato. Y, cuando a Ciro le pareció oportuno, entonó un peán y todo el ejército cantó a coro con él. Después de lo cual, lanzaron un grito de guerra en honor de Enialio, al mismo tiempo que Ciro efectuaba la salida y, tras tomar con su caballería a los enemigos de flanco, acto seguido trabó combate con ellos. La infantería, en línea apretada lo seguía inmediatamente detrás y los rodeaba por ambos lados, de modo que el ejército de Ciro llevaba la ventaja, pues se lanzaba con el centro contra un flanco, de modo que enseguida se produjo una violenta fuga en las filas enemigas. Cuando Artagerses se dio cuenta de que Ciro intervenía, él también atacó por la izquierda, lanzando los camellos conforme a las órdenes de Ciro. Los caballos enemigos ya desde una distancia considerable, no los aguantaron: mientras unos, fuera de sí, emprendían la huida, otros saltaban y otros caían revueltos entre sí, pues tal es la reacción de los caballos ante la visión de camellos. Por su parte, Artagerses con sus huestes ordenadas apretadamente hostigaba unas filas desordenadas y lanzó a un tiempo los carros a derecha e izquierda. Muchos enemigos por huir de los carros murieron a manos de quienes los perseguían por el flanco, y otros muchos, por huir de éstos, fueron apresados por los carros. (7.1.23-28)
Los arqueros persas lanzaron una lluvia de flechas sobre el ejército lidio, que se dio a la fuga, excepto los mercenarios egipcios, que mantuvieron su posición hasta que fueron rodeados y, en ese momento, Ciro les ofreció clemencia si se unían a su ejército. Los egipcios aceptaron con la condición de que no tendrían que luchar contra Creso, que ya les había pagado, sino que servirían a Ciro después. Una vez acordado esto, los egipcios permitieron a los persas pasar hacia Sardis y ganaron la batalla.
Asedio y caída de Sardis
Ciro rodeó la ciudad mientras Creso enviaba rápidamente mensajeros para llamar a sus mercenarios y pedir ayuda inmediata a sus aliados, como describe Heródoto:
Persuadido Creso de que el sitio duraría mucho, envió desde las murallas nuevos mensajeros a sus aliados, no ya como antes para que viniesen dentro de cinco meses, sino rogándoles se apresurasen todo lo posible a socorrerle, por hallarse sitiado; y habiéndose dirigido a todos ellos, lo hizo con particularidad a los lacedemonios por medio de sus enviados. (I.81)
El asedio duró 14 días. Creso no recibió ninguna noticia de sus aliados y Ciro no pudo establecerse en una posición firme para tomar la ciudad, cuyas murallas eran gruesas y estaban fuertemente fortificadas. Sardis estaba situada bajo el monte Tmolus, sobre el que estaba construida su acrópolis, por lo que, incluso si las murallas de la ciudad se rompían, los defensores podían retroceder y mantener el terreno elevado. Heródoto describe cómo Ciro pudo finalmente neutralizar esta ventaja:
La toma de Sardes sucedió de esta manera: A los catorce días de sitio mandó Ciro publicar en todo el ejército, por medio de unos soldados de caballería, que el que escalase las murallas sería largamente premiado. Saliendo inútiles las tentativas hechas por algunos, desistieron los demás de la empresa; y solamente un Mardo de nación, llamado Hyréades, se animó a subir por cierta parte de la ciudadela, que se hallaba sin guardia, en atención a que, siendo muy escarpado aquel sitio, se consideraba como inexpugnable. Por esta razón Meles, antiguo rey de Sardes, no había hecho pasar por aquella parte al monstruo, hijo Leon, que tuvo de una concubina, por más que los adivinos de Telmesa le hubiesen vaticinado que con tal que Leon girase por los muros, nunca Sardes sería tomada. Meles en erecto le condujo por toda la muralla, menos por aquella parte que mira al monte Tmolo, y que se creía inatacable. Pero durante el asedio, viendo Hyréades que un soldado lidio bajaba por aquel paraje a recoger un morrión que se le había caído y volvía a subir, reflexionó sobre esta ocurrencia, y se atrevió el día siguiente a dar por allí el asalto, siendo el primero que subió a la muralla. Después de él hicieron otros persas lo mismo, de manera que habiendo subido gran número de ellos fue tomada la plaza, y entregada la ciudad al saqueo. (I.84)
Conclusión
Creso fue capturado y entregado a Ciro encadenado. Fue condenado a ser ejecutado junto con algunos jóvenes nobles lidios en una pira pero, mientras estaba junto a ellos, recordó las palabras del sabio Solón, que lo había visitado cuando se creía el hombre más feliz del mundo. Solón le había dicho que nadie puede ser considerado el más feliz o el más afortunado hasta que no se conoce su final y ahora, ante su ejecución, Creso pronunció el nombre de Solón, reconociendo que tenía razón.
Ciro envió intérpretes para averiguar lo que decía Creso, y este le explicó la visita de Solón y su significado, que los intérpretes transmitieron a Ciro. Heródoto escribe:
Ciro, luego que oyó a los intérpretes el discurso de Creso, al punto mudó de resolución, reflexionando ser hombre mortal, y no deber por lo mismo entregar a las llamas a otro hombre, poco antes igual suyo en grandeza y prosperidad. Temió también la venganza divina y la facilidad con que las cosas humanas se mudan y trastornan. Poseído de estas ideas, manda inmediatamente apagar el fuego y bajar a Creso de la hoguera y a los que con él estaban. (I.86)
A continuación, Heródoto relata cómo el fuego fue apagado por una repentina tormenta que atribuye al dios Apolo y cómo a Creso se le da un puesto como consejero de Ciro. Esta conclusión de la historia de Creso se considera improbable y es mucho más probable que fuera ejecutado tras la caída de Sardis.
Al tomar Lidia, se neutralizó una de las mayores amenazas para los planes de conquista de Ciro, que pasó a someter a Elam en el 540 a.C. y a Babilonia en el 539 a.C., estableciendo el Imperio aqueménida, que acabaría extendiéndose desde Asia Menor hasta las fronteras de la India.