Isabel de Francia (en torno a 1292-1358) fue la reina consorte de Eduardo II de Inglaterra (que reinó entre 1307 y 1327). Tras liderar un golpe de Estado para derrocar a su marido, gobernó como regente de su pequeño hijo, Eduardo III de Inglaterra (rey entre 1327 y 1377) hasta que él la obligó a retirarse en 1330. Murió en Inglaterra en 1358 y la historia la conoce como «la loba de Francia».
Vida temprana
Isabel de Francia fue hija de Felipe IV de Francia (rey entre 1285 y 1314), también conocido como Felipe «el Hermoso», y Juana I de Navarra. No se tiene constancia de su fecha exacta de nacimiento, pero la mayoría de las fuentes históricas coinciden en que nació en París alrededor de 1292. Fue la menor de cuatro hermanos y la única hija del rey Felipe que llegó a la edad adulta. Se crió principalmente en los alrededores del Louvre y el Palais de la Cité de París, donde conoció y aprendió de algunos de los intelectuales más brillantes del momento. Notablemente para su época, se le permitió una educación de élite, y utilizaría su inteligencia a lo largo de su vida para promover sus ambiciones. Sin embargo, a pesar de tener el privilegio de una educación, no pudo escapar a la realidad de ser casada con fines políticos.
Cuando solo tenía doce años, su padre la casó con el rey de Inglaterra, Eduardo II, ocho años mayor que ella. El matrimonio pretendía ayudar a sanar las deterioradas relaciones entre ambos países, y se esperaba que ella contribuyera a fomentar los intereses franceses en la corte inglesa. Sin embargo, ya desde su boda, el 25 de enero de 1308 en Boulogne-Sur-Mer, se hizo evidente que las relaciones seguirían sin sanar. En la ceremonia, y más tarde en su coronación el 25 de febrero de 1308, su nuevo marido Eduardo agasajó a su favorito, Piers Gaveston, con todas las joyas y galas que por derecho deberían haber correspondido a Isabel. Aunque las fuentes contemporáneas la describen como pasiva y estoica ante estos desaires, los emisarios franceses se sintieron tan ofendidos que se marcharon furiosos, llevándose consigo toda buena voluntad.
Durante los primeros años de su matrimonio, Isabel trató de hacer de mediadora en la corte de Eduardo, y se volvió hacia otro lado cuando su marido mostró más atención y favoritismo hacia Piers Gaveston. En lugar de luchar por el afecto de su marido, intentó colaborar con Gaveston para garantizar la estabilidad del reino.
Isabel y los favoritos del rey
Mientras Isabel intentaba trabajar con Gaveston, los nobles de Inglaterra se sintieron profundamente ofendidos por el hombre al que consideraban un advenedizo. Consideraban que no tenía suficiente sangre aristocrática para influir en el rey e instaron a Eduardo a desterrarlo del país. A la cabeza de la oposición estaba el conde de Lancaster, primo hermano de Eduardo. Con un gran séquito de guardias armados, Lancaster irrumpió en Westminster Hall, donde residían Eduardo e Isabel, y exigió que el rey accediera a sus demandas: habían creado una ordenanza que despojaría a Eduardo de su capacidad para formar un ejército, subir impuestos o tomar cualquier decisión política sin la aprobación de los barones. Esencialmente, convertiría a Eduardo en un títere de Lancaster. Para echarle más sal a la herida, también emitieron el Artículo Veinte de la Ordenanza, que establecía que Piers Gaveston debía abandonar el país, y si regresaba, sería asesinado por traición. Eduardo intentó negociar con Lancaster y le ofreció aceptar todo excepto el Artículo Veinte, pero para los barones se trataba de una venganza personal contra Gaveston y no cedieron. Para evitar la guerra civil, Eduardo accedió.
Tres meses más tarde, contra todo consejo, Eduardo convocó a Gaveston de vuelta a Inglaterra y envió cartas por toda Inglaterra declarando que anulaba las Ordenanzas. Al enterarse de que Gaveston había regresado, Lancaster envió sus tropas al sur y lo capturó. Fue retenido en el castillo de Warwick, un bastión lancasteriano. Fue juzgado, pero el jurado estaba compuesto en su totalidad por personas que odiaban a Gaveston. Habían decidido el veredicto incluso antes de que él llegara. Como era de esperar, Lancaster hizo ejecutar a Piers Gaveston por decapitación en la cima de Blacklow Hill, a las afueras de Warwick. Eduardo había anulado las Ordenanzas, el medio legal por el que Lancaster juzgó a Gaveston. Esto iba en contra de la ley fundamental inglesa, y Lancaster había ido demasiado lejos en su sed de poder, y ahora Eduardo quería venganza.
A pesar de la agitación en torno a Gaveston, Isabel y Eduardo permanecieron muy unidos. Dieron la bienvenida a su primer hijo, el futuro Eduardo III, el 13 de noviembre de 1312 en el castillo de Windsor, y tendrían tres hijos más: Juan, nacido en 1316; Leonor, nacida en 1318; y Juana, en 1321. Con los barones apaciguados y su vida familiar más asentada, Eduardo decidió reavivar una vieja batalla con Escocia.
La batalla de Bannockburn en Escocia fue un desastre para los ingleses: Eduardo sufrió una humillante derrota a manos del nuevo rey escocés, Roberto Bruce. Se perdieron miles de vidas inglesas, incluidos muchos nobles de alto rango leales a Eduardo. El viejo enemigo de Eduardo, Lancaster, se negó a marchar hacia el norte con su rey. Eduardo vio esto como otra ofensa y buscó una alianza con cualquiera que pudiera ayudarle a acabar con Lancaster. Encontró a sus nuevos «compinches» en los Despenser: un dúo de padre e hijo ferozmente leales a Eduardo y que poseían suficientes tierras como para llevar a la bancarrota a otros nobles.
Durante varios años, Eduardo permitió a los Despenser enriquecerse con cualquier propiedad que pudieran tomar, principalmente a lo largo de la frontera galesa. Roger Mortimer poseía una propiedad que le arrebataron por la fuerza, y pidió ayuda a Eduardo para recuperar sus tierras. Siempre había sido leal al rey, pero Eduardo no tomaría ninguna decisión que pudiera molestar a sus nuevos favoritos. Mortimer no tardó en rebelarse contra el rey, pero fue capturado en enero de 1322 y llevado a la Torre de Londres. En marzo de 1322, Eduardo finalmente se vengó de Lancaster cuando se descubrió que había estado enviando cartas al rey escocés. Lo hizo ejecutar por traición sin juicio previo, dándole el mismo trato que Lancaster había dado a Gaveston.
Durante todo el caos político, Isabel permaneció en sus diversas residencias reales criando a sus hijos y apoyando a su marido. En octubre de 1321, acudió al castillo de Leeds y defendió a Eduardo contra las nuevas ordenanzas presentadas por los barones para sofocar la influencia de Despenser. Pero sin que ella lo supiera, los Despenser estaban conspirando para quitarle el poder al rey. La tacharon de espía extranjera y echaron a a todas sus damas francesas, la despojaron de sus tierras y su dinero y le quitaron a sus hijos. Suplicó a Eduardo que intercediera, pero él no hizo nada por ayudarla. Eduardo había creado a su mayor enemigo: Isabel.
Isabel en Francia
En la época de Eduardo II e Isabel, el rey inglés técnicamente aún debía homenaje al rey francés por sus territorios en Francia. Se esperaba que el rey inglés viajara a Francia y mostrara periódicamente su lealtad al rey francés, pero hacía varios años que Eduardo no cruzaba el canal. Isabel sabía que las relaciones entre ambos países se habían deteriorado, así que cuando Eduardo se negó a dejar a los Despenser en Inglaterra para visitar Francia, ella se ofreció a ir en su lugar. Al fin y al cabo, el nuevo rey francés era su hermano, y ella siempre había sido devota de Eduardo: podía actuar como intemediaria entre ambos reyes. Eduardo, que seguía pensando que Isabel estaba enteramente dedicada a él, la envió de buen grado como emisaria.
Cuando llegó a la corte francesa, pudo negociar un tratado de paz con el rey francés, y pidió a Eduardo que se reuniera con ella en Francia para firmar los papeles. Este se negó a dejar solos a los Despenser en Inglaterra, temiendo por sus vidas. Isabel le sugirió entonces que enviara a su hijo mayor, Eduardo, en su lugar. El rey Eduardo aceptó y el joven príncipe se reunió con su madre en Francia.
Con el heredero al trono con ella, Isabel tenía ahora el poder. Conmocionó a la corte francesa vistiéndose de viuda y declarando públicamente que se consideraba viuda y que su marido había muerto para ella hasta que expulsara a los Despenser de la corte. Por la misma época, Roger Mortimer, el noble que se había sublevado contra Eduardo en 1322, había escapado de la Torre y huido a la corte francesa. En pocas semanas, Roger e Isabella se hicieron amantes. En 1326, Isabel, Mortimer y su hijo regresaron a Inglaterra para derrocar a Eduardo. Desembarcaron en Essex y marcharon hacia Londres. El odio público era tan profundo en Inglaterra que, en pocas semanas, habían tomado el control del país sin derramar sangre. Eduardo II huyó hacia el norte, y su hijo fue coronado Eduardo III en la abadía de Westminster el 29 de enero de 1327.
Isabel la Regente
Después de que su hijo fuera coronado rey de forma segura, Isabel y Mortimer se convirtieron en los poderes detrás del trono. Ella no aprendió de los errores de su marido porque rápidamente comenzó a enriquecerse a sí misma y a Mortimer, en contra de los deseos de la nobleza. Mientras el joven rey Eduardo era menor de edad, tuvo que depender de ella hasta que alcanzó la mayoría de edad.
Las matanzas seguían a Isabel. Su marido fue asesinado en el castillo de Berkeley. Algunos relatos afirman que lo mataron introduciéndole un atizador caliente por el ano y quemándolo desde dentro. Otros afirman que fue asfixiado mientras dormía, y algunos sostienen que escapó a Italia y vivió su vida como un ermitaño. Nadie sabe con certeza qué le ocurrió, pero en 1326 ya había desaparecido. Los Despenser también sufrieron la ira de Isabel: Hugh Despenser padre fue decapitado el 26 de octubre de 1326, mientras que Hugh Despenser el Joven sufrió la muerte del traidor en la horca. Los relatos contemporáneos describen a Isabel observando estoicamente cómo le destripaban mientras disfrutaba de una manzana. Cuando los nobles se alzaron contra ella, se puso una armadura y montó en un caballo de guerra para enfrentarse a ellos. Se rindieron y ella los ejecutó a todos por traición. Su sed de sangre le valdría el apodo de «la loba de Francia».
Al cabo de cuatro años, Eduardo III sufría bajo la regencia de su madre. Condujo a unos pocos nobles de confianza a través de pasadizos subterráneos bajo el castillo de Nottingham y tomó por sorpresa a su madre y a su amante. Les avisaron con tan poca antelación que Mortimer ni siquiera tuvo tiempo de vestirse. Isabel suplicó por la vida de Mortimer, pero Eduardo no la escuchó. Mandó ahorcar a Mortimer el 29 de noviembre de 1330 en Tyburn.
Vida posterior
Decidido a poner fin a las matanzas de los reinados de sus padres, Eduardo III fue misericordioso con su madre y con todos los que apoyaron su regencia. Viviría el resto de su vida tranquilamente en sus casas reales favoritas, podía asistir a la corte y pasar tiempo con sus nietos, pero nunca volvió a tener poder real. Isabel murió el 22 de agosto de 1358, con unos 63 años, en el castillo de Hertford y fue enterrada en la Christ Church Greyfriars de Londres. Todos los siguientes monarcas ingleses y escoceses descienden de ella y, a través de su linaje en Francia, fue la catalizadora de la Guerra de los Cien Años, en la que su hijo luchó por el trono francés en nombre de ella.