Meroe fue una próspera metrópolis del antiguo reino de Kush, ubicada en lo que es hoy en día la República de Sudán. Se convirtió en la capital del reino de Kush (circa 1069 a.C. – circa 350 d.C.) después de que la capital anterior, Napata, fuese saqueada en torno al 590 a.C. Antes de esta fecha, Meroe había sido un importante centro administrativo.
La ciudad se hallaba en la encrucijada de grandes rutas comerciales y floreció desde alrededor de 750 a.C. hasta el 350 d.C. Meroe está declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Nadie ha podido descifrar la escritura meroítica todavía, así que muy poco se puede decir con seguridad sobre cómo Meroe pasó a ser la maravillosa ciudad sobre la que escribió Heródoto alrededor del 430 a.C. No obstante, se sabe que la ciudad era tan famosa por su riqueza que, en tiempos antiguos, Cambises II, emperador del Imperio aqueménida persa, organizó una expedición para capturarla. La expedición fracasó mucho antes de llegar a la ciudad debido a lo difícil e inhóspito del terreno desértico y, según ciertas fuentes, es posible que ni siquiera se hubiese preparado. Aun así, la persistencia del relato de la expedición de Cambises sugiere la gran fama de Meroe como una metrópolis próspera.
La ciudad también se denominó “isla de Meroe” ya que las aguas que fluían a su alrededor hacían que pareciera serlo. Existe una referencia a Meroe en el Libro del Génesis (10:6), “Etiopía”, un nombre cuyo significado es “lugar de las caras quemadas” y que se aplicaba en la Antigüedad a la región localizada al sur de Egipto. Aunque hay evidencia de un pastoreo y uso excesivos de la tierra, Meroe prosperó hasta que fue saqueada por un rey aksumita en torno al 330 a.C.; desde entonces, se sumió en un declive continuo.
Aunque ya había un asentamiento en Meroe a partir del 890 a.C. (la tumba más antigua descubierta allí, la del “Noble A”, está datada de ese año), la ciudad alcanzó su cénit entre el 750 a.C. y el 350 a.C. El reino de Kush, fundado con su capital en Napata, estaba gobernado por los kushitas (los egipcios los llamaban “nubios”) y, desde sus comienzos, heredaron prácticas y tradiciones egipcias; aunque en el arte se representaban de forma marcada como kushitas, usaban títulos egipcios para referirse a sí mismos. El historiador Marc Van De Mieroop escribe lo siguiente:
La cultura meroítica muestra una gran influencia egipcia, siempre combinada con ideas locales. Muchos templos se dedicaban al culto de dioses egipcios como Amón (“Amani”) e Isis, pero las deidades indígenas también recibieron mecenazgo real. Un dios nubio muy destacado fue la deidad león Apedemak, un dios de la guerra cuya popularidad aumentó durante este periodo. Los dioses locales se solían asociar con los egipcios: por ejemplo, en la Baja Nubia, se consideraba que [el dios] Mandulis era hijo de Horus. Esta hibridación también se hace visible en las artes y en la ideología regia: por ejemplo, los reyes de Meroe se representaban en imágenes monumentales sobre los templos a la manera egipcia aunque con elementos locales, tales como ropajes, coronas y armas. (338).
No obstante, estas prácticas dieron lugar a tradiciones indígenas con el paso del tiempo, y los jeroglíficos egipcios fueron sustituidos por un nuevo sistema de escritura: el meroítico. Esta escisión de la cultura egipcia la explica el historiador antiguo Diodoro Sículo, que escribió que, en los tiempos anteriores al reinado del rey Ergamenes (295-275 a.C.), una tradición de los sumos sacerdotes egipcios del dios Amón en Napata era decidir quién sería el rey y establecer la duración de su mandato.
Al estar la salud del rey ligada a la fertilidad de la tierra, los sacerdotes tenían el poder de determinar si el consiguiente monarca era apto o no para continuar su gobierno. Si consideraban que no lo era, mandarían un mensaje al rey (se entendía que procedía del mismísimo dios Amón) y le comunicaban que su tiempo de gobierno en sus tierras se había agotado, y que por lo tanto, debía morir. Los reyes siempre habían obedecido órdenes divinas y consecuentemente, habían acabado con sus propias vidas en aras del supuesto bien común del pueblo. No obstante, Diodoro continúa así:
[Ergamenes], que había recibido una instrucción en filosofía griega, fue el primero en desdeñar este mandato. Con la determinación propia de un rey, llegó con una fuerza armada al lugar prohibido donde estaba ubicado el templo dorado de los etíopes, y masacró a todos los sacerdotes, abolió esta tradición e instituyó prácticas a su propia discreción.
El arqueólogo George A. Reisner, que formó parte de las excavaciones de Meroe y Napata, es famoso por haber cuestionado el relato de Diodoro, calificándolo de “muy dudoso” y afirmando que la historia de Ergamenes fue simplemente un mito nacional que Diodoro aceptó como una verdad histórica. Sin embargo, debido a la falta de pruebas pertenecientes a la Antigüedad que contradigan a Diodoro y a la clara y significativa ruptura entre Meroe y Egipto en el reinado de Ergamenes, la mayoría de académicos actuales aceptan el relato de Diodoro como verdadero, o al menos, relativamente cercano a los sucesos reales.
Ergamenes (también conocido como Arkamani I) fue el primer rey en instituir entierros a las afueras de Meroe (en lugar de ceñirse a la práctica de enterrar a los muertos en Napata, acorde con la tradición egipcia) y aprobó leyes que otorgó a Meroe rasgos culturales distintos a los egipcios. La lengua, escritura y arte egipcios desaparecen de las evidencias arqueológicas a partir de esta época, en torno al 285 a.C.
Se fusionó a los antiguos dioses egipcios, Isis y Amón-Ra, al culto de deidades nubias como Apedemak, el dios león; y las reinas de Meroe, al contrario que con los faraones egipcios, compartían el poder político con el rey. El título para la reina era “kentake”, normalmente traducido como “candace” (que seguramente significaba “reina regente” o “reina madre”), y hubo, al menos, siete candaces que gobernaron Meroe entre el 170 a.C. y el 314 d.C.
La candace Amanishakheto se representa como una figura sumamente grande y que se cierne sobre los enemigos que conquista, todos ellos de un tamaño mucho menor e incapaces de resistirse a su dominio; la candace Amanitore se muestra de la misma manera, en el Templo del León de Naga, ilustrando claramente el poder y el prestigio que las reinas ostentaban en la cultura meroítica.
El suceso más famoso (aunque ficticio) que demuestra la reputación de las candaces es, probablemente, el relato legendario de Pseudo-Calístenes de cómo Alejandro Magno hubo de cancelar su ataque sobre el reino gracias a una candace de Meroe en el 332 a.C. Según este relato, la candace dispuso a su ejército de forma tan perfecta y meticulosa que Alejandro, contemplando y analizando el campo de batalla ante él, llegó a la conclusión de que sería más prudente retirarse que lanzar una ofensiva.
Sin embargo, el relato verídico de César Augusto del choque entre los romanos y las huestes kushitas en la guerra meroítica (27-22 a.C.) es mucho más atractivo: la candace Amanirenas (hacia el 40-10 a.C.) no sólo lideró a su pueblo a través de la guerra y fue la artífice de numerosas victorias, sino que, cuando cesaron las hostilidades, consiguió negociar hábilmente un tratado de paz con Augusto que favorecía los intereses de Meroe por encima de los de Roma; fue un gesto muy inusual por parte de Augusto
La ciudad de Meroe ocupaba más de un kilómetro cuadrado de tierra fértil y, en su fase más próspera, se convirtió en un gran centro de fundición de hierro, agricultura y comercio. Van De Mieroop escribe: “los ptolemaicos [de Egipto] y los romanos deseaban mercancías provenientes de África como madera dura, marfil, otros bienes exóticos, además de animales como elefantes; estos últimos en concreto eran importantes en la guerra” (340). Uno de los casos documentados más tempranos de cooperación política entre el reino de Meroe y la dinastía ptolemaica de Egipto consistió, en efecto, en el suministro de elefantes a Egipto con fines bélicos.
La industria del hierro en Meroe hizo a la ciudad famosa por su riqueza y, evidentemente, contribuyó sobremanera a que se estimase a los herreros de Meroe como los mejores y a que sus herramientas y armas de hierro fuesen muy demandadas. Fortuitamente situada en las orillas del Nilo, Meroe se alzaba por encima de llanuras ondulantes y campos fértiles. Se dice que amplias avenidas abrían la ciudad a su gente y que caminaban frente a estatuas de grandes carneros de piedra junto al templo de Amón, que se hallaba en el centro de la urbe.
La realeza de la ciudad vivía en grandes palacios mientras la clase trabajadora moraba en casas de barro y en chozas (lo cual se deduce a partir de la evidencia arqueológica y de escrituras antiguas). Los habitantes recogían el agua de lluvia en grandes cisternas, de las cuales la más grande contaba con 250 metros (820 pies) de diámetro y 10 metros (32 pies) de profundidad, decorada a los lados con figuras de animales. Estos aljibes proporcionaban suficiente agua para una población de 300.000 personas.
¿Te gusta la historia?
¡Suscríbete a nuestro boletín electrónico semanal gratuito!
Actualmente, Meroe es el sitio arqueológico más extenso en la República de Sudán, y las ruinas de las pirámides, palacios y edificios oficiales se alzan silentes donde la otrora populosa ciudad había prosperado. Aunque algunos han especulado sobre la “misteriosa” desaparición del pueblo de Meroe, la estela de la victoria del lugar, erigida por un rey aksumita cristiano (posiblemente el rey Ezana) deja claro que la ciudad fue conquistada por los aksumitas en torno al año 330 d.C.
Esta fecha supone la muerte de la lengua meroítica, tanto escrita como oral. La invasión aksumita, sumada a un uso excesivo del terreno que llevó a la desertificación, fueron las causas que propiciaron el persistente declive de Meroe. La industria del hierro, al requerir enormes cantidades de madera, conllevó la deforestación de las tierras circundantes, mientras que la ganadería y la agricultura destruyeron los campos y degradaron el suelo. Meroe acabó sumiéndose en un estado de abandono y, ya en el siglo V d.C., se transformó en una ciudad envuelta en misterio y leyenda.
Estudiante en la Universidad de Oviedo por Lenguas Modernas, apasionado de los idiomas y la Historia e iniciándose en el mundo de la traducción. Su gato, Maviş, es su secretario personal.
Joshua J. Mark no sólo es cofundador de World History Encyclopedia, sino también es su director de contenido. Anteriormente fue profesor en el Marist College (Nueva York), donde enseñó historia, filosofía, literatura y escritura. Ha viajado a muchos lugares y vivió en Grecia y en Alemania.
Mark, J. J. (2010, agosto 11). Meroe [Meroë].
(S. V. Muñoz, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/1-261/meroe/
Estilo Chicago
Mark, Joshua J.. "Meroe."
Traducido por Sergio Vigil Muñoz. World History Encyclopedia. Última modificación agosto 11, 2010.
https://www.worldhistory.org/trans/es/1-261/meroe/.
Estilo MLA
Mark, Joshua J.. "Meroe."
Traducido por Sergio Vigil Muñoz. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 11 ago 2010. Web. 18 ene 2025.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Joshua J. Mark, publicado el 11 agosto 2010. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.