Breno (alrededor del año 390 a.C.) fue el jefe de guerra galo de la tribu de los senones, quienes saquearon y ocuparon Roma en 390 a.C. Lo único que se sabe de él es por los recuentos del acontecimiento que lo inmortalizó por acuñar la expresión "¡Ay de los vencidos!" cuando los romanos conquistados se quejaron de que actuaba injustamente ante su rendición.
Varios historiadores romanos (Livio, Polibio y Plutarco) contaron la historia de la invasión de Breno varios siglos después del hecho haciendo uso de fuentes originales anteriores que actualmente ya no existen. Según esos historiadores, el primer enfrentamiento contra los senones fue en el asedio de Clusio, una ciudad situada a unos 120 km (75 millas) al norte de Roma; los ciudadanos de la ciudad sitiada habían pedido auxilio a Roma. Los embajadores romanos enviados para negociar términos insultaron el honor de los senones que abandonaron Clusio para atacar Roma. Los galos se encontraron al ejército romano en el río Alia y lo derrotaron, lo que forzó a los ciudadanos romanos a huir en masa.
Breno tomó Roma sin enfrentarse a ninguna resistencia, pero un grupo pequeño de defensores se habían fortificado en la Colina Capitolina por lo que Breno se vio forzado a montar un asedio para derrotarlos. Con la ayuda de fuerzas reunidas de ciudades cercanas, Marco Furio Camilo (que murió en 365 a.C.) derrotó finalmente a Breno. Se cree que a Breno lo mataron en la batalla que siguió a su salida de Roma porque no se lo menciona en ningún otro registro.
Actividad senone en Italia
Los senones llegaron a Italia en algún momento a principios del siglo IV a.C. y se asentaron en la costa este. No se sabe qué motivó a los senones a cruzar los Alpes hacia Italia, pero Plutarco afirma que los empujó su amor por el vino italiano y que vinieron “en búsqueda de la tierra que producía semejante fruta y consideraban al resto del mundo estéril y salvaje” (Vidas paralelas: Camilo). Plutarco también registra la historia de un italiano cuya esposa le fue infiel por lo que buscó a los senones para guiarlos hacia Italia para vengarse; como también registra la teoría de que dejaron la Galia sencillamente porque estaba sobrepoblada.
Una vez que llegaron, los senones expulsaron a los umbros de la región y fundaron la ciudad de Sena Gálica (actual Senigallia). Comenzaron a comerciar con asentamientos como Massilia y Etruria, y siguieron fundando asentamientos, con Sena Gálica como la capital. El claro éxito que tuvieron en batalla contra los umbros les ganó la reputación de guerreros temibles entre las ciudades y pueblos de Italia, por lo que solían ser contratados como mercenarios en distintos ejércitos.
A medida que se movían por las tierras italianas, luchando por un asentamiento en contra de otro, volvían con noticias de tierras ricas y fértiles más al sur siguiendo la costa, lo que incentivó a algunos grupos a migrar hacia el sur y a otros a organizar incursiones para tomar el control de las tierras.
Con el tiempo, un grupo dirigido por el jefe de guerra Breno, llegó a la ciudad de Clusio. Parece existir cierta discrepancia entre las fuentes primarias de las que hicieron uso Livio y los otros autores romanos con respecto a las motivaciones de los senones. Es posible que hayan sido invitados como mercenarios para luchar por un grupo político en Clusio contra un rival o que se les haya pedido luchar por Clusio contra otra ciudad para después ponerse en contra de ella, pero no hay una razón única establecida.
Plutarco afirma que estaban en búsqueda de tierras y, al ver que había muchas sin trabajar en los alrededores de la ciudad, preguntaron si podían obtener el derecho para cultivarla y asentarse allí. Los clusinos no estaban dispuestos a compartir y les pidieron a los senones que siguieran su camino. Luego, los senones sitiaron la ciudad, y los ciudadanos de Clusio pidieron auxilio a Roma.
Roma y Clusio
Roma no era aliada de Clusio ni tampoco tenía interés en serlo. No hacía mucho que los romanos habían ganado una larga guerra de diez años contra la ciudad vecina de Veyes, conquistada por el general Camilo, y estaban cansados de estar en conflicto. Camilo también se había hecho cargo de otras amenazas en la región y, aunque ganó en todas las confrontaciones, las bajas habían sido inevitables, y Roma no tenía ningún interés en sacrificar más hombres por una ciudad desconocida.
Además, en aquel momento no había ningún líder militar en Roma para comandar semejante expedición. A Camilo, luego de ganar la guerra contra Veyes y traer el botín a Roma, como también de derrotar otras ciudades y tribus en la región, lo había desterrado el Senado por supuesta mala conducta terminada la guerra. Camilo había demostrado ser un estratega brillante y un líder carismático, y aparentemente no había nadie que pudiera reemplazarlo cuando lo exiliaron al pueblo de Ardea.
Por lo tanto, Roma no tenía el interés ni a quién enviar para levantar el sitio de Clusio, pero como sentían que debían actuar, enviaron a tres hermanos de la familia patricia Fabio como embajadores para negociar la paz. Los Fabio hablaron con los líderes de los senones para pedirles que levantaran el sitio y continuaran su camino, y les advirtieron que, de lo contrario, Roma podría involucrarse. Preguntaron a los senones qué mal les había causado los clusinos que ameritase el ataque a la ciudad y, según Plutarco, Breno respondió:
Nos injurian los clusinos, cuando es muy poco el terreno que pueden cultivar, con desear poseerlo en gran extensión, y no cedérnoslo a nosotros, que somos forasteros, muchos en número. De este mismo modo ¡oh, romanos! os injuriaron a vosotros en tiempos pasados los albanos, fidenates, ardeates y, ahora últimamente, los veyentes y capenates, y muchos de los faliscos y los volscos; contra los que movéis vuestras armas, y si no os ceden parte de sus bienes, los esclavizáis, los saqueáis y derribáis sus ciudades; en lo que no hacéis nada que sea reprobable o injusto, sino que seguís en ello la más antigua de las leyes, que da a los más poderosos los bienes de los más débiles, empezando por el mismo Dios y finalizando en las fieras, pues aun entre éstas es impulso de la naturaleza que las de más fuerza hagan ceder a las más débiles. Dejáos, pues, de compadecer en su cerco a los clusinos, no enseñéis a los galos a hacerse humanos y compasivos en favor de aquellos a quienes injurian los romanos. (Vidas paralelas: Camilo)
Los hermanos Fabio reconocieron que seguir hablando era inútil, así que abandonaron a los senones, entraron a Clusio para alentar a los clusinos a alzarse en armas y expulsar a los senones por la fuerza. Los clusinos lanzaron un ataque junto a los hermanos Fabio. Uno de los hermanos, Quinto, mató a un jefe galo y cuando se detuvo para despojarlo de su armadura, Breno lo reconoció y lo acusó, con razón, de infringir las leyes de la naciones en guerra, porque había llegado como embajador de la paz, pero en lugar de ello había tomado las armas. Breno ordenó detener el asedio y envió una delegación a Roma para exigir que se arrestaran a los hermanos y se los entregaran a los senones.
La batalla del Alia
Según varias fuentes, hubo muchos romanos que simpatizaban con el pedido de los senones y querían entregar a Quinto, pero otros más poderosos no estaban de acuerdo con esa decisión. A Quinto no lo arrestaron, sino que él y uno de sus hermanos fueron nombrados tribunos militares. Los embajadores senones se indignaron y declararon que ahora el conflicto era con Roma, no con Clusio.
Los senones en la marcha hacia Roma pasaron por áreas densamente pobladas, pero nunca pusieron un dedo sobre pueblo o ciudad alguna. Breno aseguró a la gente de que la lucha no era contra ellos y que sus hombres no les harían ningún daño: su único objetivo era Roma. Los clusinos advirtieron a los romanos que los senones estaban en camino, pero estos no tenían ninguna consideración por sus oponentes. Según Livio, ni se molestaron en ofrecer los sacrificios apropiados a los dioses para obtener victoria ni consultaron a los oráculos; estaban confiados que no tendrían problema en deshacerse de la tribu bárbara de saqueadores.
Se movilizó el ejército para que marchara al encuentro con el enemigo en el río Alia. No se molestaron en establecer un campamento seguro ni erigir defensas ni excavar trincheras. Livio describe que “habían mostrado tanta falta de atención a los dioses como al enemigo, pues formaron su línea de batalla sin haber obtenido auspicios favorables” (Historia de Roma, 5.38). Extendieron su líneas para evitar que sus flancos fuesen desbordados, adelgazando así el centro, y posicionaron a las reservas, que era reclutas nuevos sin experiencia, en la línea de atrás del ala derecha. Los romanos, que eran alrededor de 15.000, se enfrentaron a una fuerza senona de más de 30.000.
Cuando Breno lanzó su grito de guerra, los senones avanzaron y los romanos se cerraron en una formación de falange, pero Breno, preocupado por que las reservas romanas pudieran flanquearlo, ordenó su carga de caballería no al centro sino al ala derecha apuntando a las reservas. Los reclutas nuevos rompieron la formación ante la arremetida y huyeron, y la línea se desmoronó. El pánico cundió entre las tropas romanas mientras los senones cargaban las líneas. Livio señaló que “ninguno fue muerto al combatir; fueron heridos por detrás mientras se obstaculizaban la huida unos a otros en una masa que se esforzaba confusa” (5.38). Los supervivientes huyeron a Veyes o cualquier otro lugar seguro desde donde pudieran dirigirse a Roma, pero solo un tercio o menos del ejército romano sobrevivió la batalla del Alia.
El sitio de Roma
De seguro que Breno se sorprendió ante su buena suerte por lo que permitió a sus hombres que despojen a los muertos de sus armas y que celebren la victoria. De haber dado la orden de dar caza a los supervivientes de inmediato y marchar hacia Roma, el resultado final de la guerra podría haber sido completamente distinto, pero en todo caso, permitió que los fugitivos llevaran noticias de la derrota a Roma.
Muchos de los ciudadanos huyeron, pero un grupo de soldados se guareció en la Colina Capitolina. Las vírgenes vestales se llevaron con prisa los tesoros de la ciudad, en especial la llama eterna, además de varios objetos sagrados. Los senadores se negaron a irse o refugiarse en la colina; en cambio, esperaron vestidos con sus mejores togas en el foro a los senones.
Cuando Breno y su ejército llegaron, las puertas de Roma estaban abiertas de par en par y no había defensores a la vista. Temiendo que se tratara de una trampa, ingresó con cautela, pero no encontró a nadie excepto a los senadores que fueron prontamente asesinados. Ordenó el saqueo de la ciudad y dio rienda suelta a sus guerreros antes de descubrir a los defensores en la colina. Aunque trató de sacarlos a la fuerza, fracasó y se montó un asedio.
Camilo y Breno
Los defensores romanos tenían una buena posición defensiva, así que el asedio se extendió, y los senones empezaron a quedarse sin alimentos. Mientras una fuerza permanecía en Roma para mantener el asedio, se enviaban partidas de asalto para saquear las ciudades cercanas en busca de suministros. Una de estas partidas llegó a Ardea donde Camilo vivía en exilio. Camilo les pidió a los ancianos del pueblo permiso para liderar la defensa de la ciudad y, cuando se lo concedieron, armó a los hombres y los dirigió hacia el campamento senone cercano por la noche. El ataque sorpresa resultó un éxito y pocos senones sobrevivieron, quienes vagaron por los campos hasta ser asesinados a la mañana siguiente.
Los supervivientes del Alia que se hallaban en Veyes se enteraron de la victoria de Camilo y le pidieron que los liderara en la batalla contra las fuerzas que asediaban Roma. Sin embargo, Camilo se negó porque no tenía el consentimiento de los hombres de Roma por lo que resultaría ilegal que él entrara sin permiso en la ciudad con una fuerza armada. No había forma de obtener dicha autorización dado que la ciudad estaba ocupada.
Un joven llamado Cominio Poncio se presentó voluntario para entrar a hurtadillas en Roma, entregar la petición a los romanos en la colina y regresar. Se escabulló entre líneas enemigas por la noche, escaló la parte externa de la Colina Capitolina y, una vez se identificó con los centinelas, lo dejaron entrar. Se aprobó el plan y se envió el mensajero de vuelta por el mismo camino para darle las noticias a Camilo.
Sin embargo, Cominio Poncio dejó un rastro que los senones notaron y se lo hicieron saber a Breno. Este reconoció una oportunidad para terminar el asedio y ordenó un asalto nocturno por medio del cual sus hombres escalarían la colina tal como lo hizo Cominio para sorprender a los defensores por detrás.
Los guerreros senones subieron por la colina en silencio mientras los defensores, incluso los perros guardianes, dormían. El plan habría sido un éxito de no haber sido por los gansos sagrados del templo de Juno que estaban en la colina y que empezaron a graznar cuando los senones llegaron a la cima. Los graznidos alertaron a los defensores; uno de ellos, llamado Manlio, se armó presto y atacó. Se rechazó el ataque de los senones, muchos de los cuales caían de la colina al ser golpeados por aquellos que caían de más arriba. Así, el plan de Breno falló.
Aunque los romanos celebraron la victoria, sabían que todavía estaban en una posición difícil ya que se estaban quedando sin víveres. Los senones también se estaban desesperando porque, desde la victoria de Camilo sobre los saqueadores de Ardea, temían enviar a más partidas en busca de comida. Por lo tanto, el tribuno romano Sulpicio pidió negociar con Breno para dar fin al asedio; se acordó que los romanos pagarían 1000 libras de oro (unos 327 kg) a los senones para que dejaran la ciudad.
Sin embargo, cuando se iba a entregar el pago, los romanos percibieron que los senones habían amañado la balanza, lo que significaba que los romanos pagarían más de lo pactado. Cuando se quejaron, se dice que Breno lanzó el cinturón y la espada sobre la balanza. Cuando Sulpicio preguntó qué hacía, Breno respondió: “¡Ay de los vencidos!”.
Según el relato de Plutarco, fue en aquel momento que Camilo entró en la ciudad con el ejército (la versión es diferente, según el historiador). Se acercó hasta donde se estaban llevando a cabo las negociaciones, sacó el oro de la balanza y le dijo a Breno que el oro no salvará a Roma, sino el acero. Breno se enfureció y se quejó de que ya había cerrado un trato con los romanos, pero Camilo respondió que el acuerdo no era válido porque él era la única autoridad legal y no había permitido tal trato.
Los senones y los romanos empezaron a luchar en las calles, pero al darse cuenta de que no podía organizar a las tropas de manera eficiente para la batalla, Breno llevó a sus hombres fuera la ciudad para obtener un terreno más favorable. Camilo lo siguió con sus tropas y lo derrotó. Se supone que Breno murió en la batalla y los supervivientes se dispersaron.
Conclusión
Camilo fue aclamado como el “segundo fundador de Roma” y el “segundo Rómulo” por su victoria y siguió al servicio de Roma como hombre de estado y soldado, elegido como dictador cinco veces a lo largo de su vida hasta que murió de la plaga en 365 a.C. Fue el primer gran general romano del que se tiene constancia histórica, pero aun así, se entiende que los escritores romanos embellecían las historias que hallaban en las fuentes primarias para hacerlas más interesantes.
De todos modos, ningún historiador moderno dudaría que Breno saqueó Roma en 390 a.C. y que Camilo jugó un papel esencial en echarlo de la ciudad; sobre lo que sí están en desacuerdo los académicos es sobre la precisión de algunos detalles de los relatos. Algunos de los académicos, como Stephen A. Stertz, sostienen que Camilo nunca luchó contra Breno y que, en realidad, pagó las mil libras de oro para que se fuera de Roma, pero esta opinión es de la minoría. Por otro lado, la arqueología contemporánea puso en duda la devastación a la que fue sujeta la ciudad dado que no encontró evidencia que date de alrededor del 390 a.C. que condiga con la detallada por los escritores romanos.
Aunque el acontecimiento en sí puede que no haya sido tan devastador como fue descrito, no cabe duda de que así lo recordaron. El saqueo de Roma en 390 a.C., al igual que la batalla del Alia, marcaban el aniversario de fechas desafortunadas en el calendario romano (a mediados de Julio, posiblemente el 18). Para los romanos, el acontecimiento fue una tragedia de proporciones inconcebibles: la primera vez en la historia que un enemigo tomaba y ocupaba la ciudad.
Hace siglos que dejó de importar si el hecho real se corresponde o no con los relatos posteriores. Sea cual fuere el final de Breno y tanto si Camilo lo derrotó como si le pagó para que se marchara, la historia que contaron Livio y Plutarco guarda registro de lo que la gente de Roma afirma que sucedió. Esas afirmaciones, que fueron repetidas a lo largo del tiempo, se hicieron historia.