El Islam es una religión monoteísta abrahámica fundamentada en las enseñanzas del profeta Muhammad ibn Abdullah (570-632 d. C.). Tras pronunciar su nombre, los musulmanes añaden «la paz sea sobre él», o en forma escrita, LPSSE. Junto con el cristianismo y el judaísmo, constituye una continuación de las enseñanzas de Abraham, patriarca al que hacen referencia tanto las escrituras judías como las cristianas y a quien el islam considera un profeta, por lo que también añaden «la paz sea sobre él» tras articular su apelativo. No obstante, el islam se diferencia de ambas religiones en varios aspectos. A sus seguidores se les denomina musulmanes, de los cuales existen unos dos mil millones en el mundo, solo superados en cantidad por los cristianos.
A partir de raíces de humilde origen en la península arábica, los seguidores de Mahoma lograron conquistar a las superpotencias de su tiempo: los imperios sasánida y bizantino. Al alcanzar su culmen en el 750 d. C., el Imperio islámico se extendía por el este desde una parte de lo que es hoy Pakistán hasta Marruecos y la Península Ibérica en su límite occidental. Aunque en sus inicios el islamismo se expandió mediante la conquista, más adelante florecería a través del comercio y trascendería sus fronteras iniciales hasta abarcar todo el mundo. En la actualidad es la religión de más rápido crecimiento.
La misión del profeta
El profeta Mahoma, Muhammad ibn Abdullah, nació en el 570 d. C. en el seno del clan coraichita de Banu Hashim, una facción muy respetada a pesar de su menguante fortuna. Quedó huérfano a temprana edad, por lo que lo crió su tío Abu Talib, quien según se dice, lo amó más que a sus propios hijos. Mahoma se hizo comerciante y era reconocido por su honestidad, cualidad inusual en la Arabia de entonces, y que llamó la atención de una adinerada viuda de nombre Jadiya, quien le hizo una propuesta de matrimonio que él aceptó. Jadiya era 15 años mayor que él, que entonces tenía 25 años. Jadija le proporcionó a Mahoma un apoyo clave para llevar a cabo su misión.
Al arribar a la segunda mitad de sus treinta, comenzó a orar en reclusión en una cueva nombrada Hira, en la montaña Jabal al-Nour («Montaña de la Luz»), cercana a La Meca. Se dice que un día en el 610 d. C. el ángel Gabriel se le aproximó con la primera revelación de Dios, de Alá, que significa «el Dios». Se cuenta que al principio Mahoma reaccionó de forma negativa a la revelación: se sintió desconcertado, atemorizado, y regresó a su hogar con premura, temblando de pánico, aunque más tarde comprendió que era un profeta de Dios.
Mahoma comenzó a predicar sobre la unicidad de Dios, primero a su familia y amigos cercanos y más tarde al público en general. En aquella época Arabia era politeísta, de manera que los sermones de Mahoma acerca de un dios único le acarrearon conflictos con los de La Meca, cuya economía se sustentaba en el politeísmo (comercio de estatuillas, figuras y amuletos de diferentes dioses paganos que vendían los mercaderes) y la estratificación social en la que se basaba. Los de La Meca tomaron fuertes medidas para detenerlo, pero continuó con la prédica de la nueva fe, porque sentía que tenía esa deuda con Dios. En el año 619 d. C., denominado por los musulmanes año del dolor, perdió a su tío Abu Talib y a su esposa Jadiya, por lo que entonces quedó en extremo contristado e invadido por la sensación de encontrarse solo en el mundo, situación empeorada por la persecución que sufrió en La Meca.
Sin embargo, en el 621 d. C. recibió ayuda de algunos ciudadanos de Yatrib, más tarde conocida por Medina, que habían abrazado el islamismo e invitaron al profeta y a sus compañeros a la ciudad. En el 622 d. C. Mahoma huyó de La Meca a Yatrib para esccapar de las conspiraciones contra su vida. La huida, que marca el inicio del calendario islámico, se conoce como hégira. La ciudad, admirada de sus enseñanzas, quiso que el profeta ejerciera como soberano suyo y administrador de sus asuntos. Mahoma alentó a sus seguidores de La Meca a que emigraran hacia Yatrib, lo que hicieron por grupos. Tras la partida de la mayoría de sus compañeros, se marchó con un amigo de confianza llamado Abu Bakr (573-634 d. C.), su futuro suegro.
Desde su nueva base, los musulmanes quisieron devolverle el golpe a los que habían participado en su persecución. Comenzaron a realizar frecuentes incursiones, o "razias", sobre las caravanas que comerciaban con La Meca. Desde el punto de vista técnico las batidas constituían un acto de guerra. La economía de La Meca se vio afectada y sus enfurecidos habitantes decidieron acabar con los musulmanes de una vez por todas. Los musulmanes hicieron frente al ataque de los mecanos en la batalla de Badr (624 d. C.), en la que 313 soldados desbandaron un ejército de alrededor de 1000 mecanos. Algunos le acreditan la victoria a la intervención divina y otros al genio militar de Mahoma.
Tras la victoria de Badr, los musulmanes dejaron de ser un pequeño grupo de seguidores de una nueva religión, para convertirse en una fuerza militar de consideración. Se sucedieron múltiples enfrentamientos entre musulmanes y otras tribus árabes, en los que los primeros tuvieron mucho éxito. Durante el año 630 d. C. se abrieron las puertas de La Meca para recibir al ejército musulmán, la ciudad de donde una década antes habían huido llenos de pánico. La Meca se encontraba ahora en manos musulmanas, y contra todas las expectativas, Mahoma le otorgó la amnistía a todos los que se rindieron y aceptaron su fe.
En el momento de su muerte en el 632 d. C., Mahoma era el líder político y religioso más poderoso de toda Arabia. La mayoría de las tribus se habían convertido a su fe y le habían jurado lealtad. Murió en su casa, en Medina, donde fue enterrado. El sitio se ha convertido hoy día en un sepulcro nombrado «Roza-e-Rasool» (Tumba del Profeta), adyacente a la famosa «Masjid al-Nabwi» (Mezquita del Profeta) en Medina, que recibe cada año la visita de millones de musulmanes. En el libro A History of Medieval Islam (Historia del Islam Medieval), el profesor J. J. Sanders comenta acerca del profeta del islam:
Su devoción era sincera y sin afectación, y su sincera creencia en la realidad de su llamado solo puede ser negada por aquellos que estén preparados para afirmar que un hábil impostor soportó el ridículo, abuso y privaciones durante diez o doce años, ganándose la confianza y el afecto de hombres rectos e inteligentes, y que desde entonces se reverencia por millones como vehículo principal de las revelaciones que Dios le hizo al hombre. (34)
Sus seguidores memorizaron las revelaciones que se dice le hiciera el ángel Gabriel a Mahoma, y pocos años después de su muerte se plasmaron por escrito en el Qur´an (Corán), que significa «la enseñanza», o «la recitación», el libro sagrado del islam.
El Corán, la Sunnah y el Hadiz
Según los musulmanes los versos del Corán, tal como el ángel los dictó a Mahoma, constituyen palabra de Dios, así como la revelación definitiva de la verdad a la humanidad. Después de la muerte de Mahoma estas sentencias se compilaron por su suegro Abu Bakr, (primer califa entre el 632 y el 634 d. C., sucesor de la misión y del imperio del profeta) en forma de libro, con el objetivo de preservarlos para las generaciones futuras. Durante la vida del profeta cada revelación se registró de forma individual sobre pergamino u otros materiales y más tarde los versos aislados se ordenaron en la secuencia que él dictó, para conformar el Corán. Los musulmanes memorizaron y recitaron sus estrofas, por lo que una de las traducciones de Qur´an quiere decir "recitación". Más tarde se descubrió que distintos grupos musulmanes recitaban los versos en dialectos diferentes, y se llevó a cabo un proyecto de estandarización para preservar las palabras del mensaje del profeta.
Se puso extremo cuidado en evitar cualquier modificación del texto. La tarea se inició con cautela por el sucesor inmediato del imperio de Mahoma, el califa Abu Bakr, quien temía hacer algo que el profeta no había hecho, y se concluyó durante el reino del tercer califa, Uzmán ibn Affan (reinó del 644 al 656 d. C.). Para los musulmanes, el Corán solo se puede comprender cuando se lee o escucha en el idioma original. Aunque las traducciones fidedignas se consideran aceptables por algunas sectas, a los fieles se les alienta a que lean el Corán en el original.
Además del Corán, la vida del profeta, su conducta (Sunnah) y sus proverbios (Hadiz), constituyen para los musulmanes fuentes importantes de orientación, ambos actúan como suplemento al texto del Corán. Como se ha mencionado, el Corán se considera palabra de Dios, pero los musulmanes también encuentran consuelo y guía en aprender de la forma en que Mahoma se habría comportado en ciertas situaciones, por lo que el Sunnah y el Hadiz resultan importantes.
Por ejemplo, el Corán enfatiza una y otra vez «la consolidación de la oración y el pago de la limosna», sobre lo cual cabría preguntarse cómo proceder. La respuesta se encuentra en el Sunnah y el Hadiz, donde aclaran que sencillamente debe hacerse de la misma manera que lo hacía el profeta, actuando conforme a su enseñanza. De hecho, en numerosos casos el Corán expresa: «Obedece a Alá (Dios) y obedece a su profeta», lo cual subraya la importancia del Sunnah y el Hadiz. La compilación del Hadiz se realizó de la misma manera que los versos del Corán, pero se ha mantenido separado del mismo, una vez más para evitar cualquier tipo de modificación de las revelaciones divinas. La profesora Tamara Sonn explica la importancia de estos elementos en su libro Islam – a Brief History (Breve Historia del Islam):
«Como palabra de Dios, (el Corán) es igual de eterno que Dios… La humanidad al completo constituye el auditorio de las escrituras… Los musulmanes creen que el Corán reitera, confirma y completa las escrituras más antiguas (la Torá, los Salmos y el Evangelio), y llama a todos a que recuerden y respeten las verdades que éstas contienen… Juntos, el Corán y el ejemplo establecido por el profeta Mahoma, nombrado Sunnah, contienen la guía que los musulmanes requieren respecto a sus responsabilidades colectivas para el establecimiento de la justicia.» (Líneas citadas de la página 2 y siguientes).
El Corán, pues, provee a sus seguidores con la palabra de Dios, mientras el Sunnah y el Hadiz proporcionan la guía acerca de cómo debe observarse esa palabra, e incluyen los preceptos que deben cumplirse en la vida cotidiana.
Los pilares del islam
Las actividades devocionales del islam, o los «pilares» en los que descansan sus bases, son los deberes formales a los que todos los que escogen el islam como camino deben adherirse y reconocer. Los cinco pilares son:
- Shahada (testimonio)
- Salat (orar cinco veces al día)
- Zakat (limosna o tributos pagados para ayudar a otros)
- Sawm (ayuno durante el período de Ramadán)
- Hach (peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida)
El primer pilar, Shahada, es fundamental para todo el que sea musulmán, es el reconocimiento de la unicidad de Alá (Dios) en todos sus atributos, lo que generalmente se expresa por la frase: «Nadie merece ser adorado excepto Alá (Dios) y Mahoma es el profeta de Alá».
En el islam Dios se concibe como el supremo absoluto, más allá de cualquier figuración, la referencia a «él» es solo una convención que de ninguna manera fija algún atributo suyo. A él le pertenece todo lo que hay en el universo y en consecuencia todo, incluidos los seres humanos, se somete a su voluntad para vivir en paz. De hecho, la palabra «islam» tiene el significado literal de «sumisión»: sometimiento a la voluntad de Dios.
El segundo pilar es la oración cotidiana, Salah, que tiene que realizarse cinco veces al día. Los hombres deben ofrezcer sus oraciones en congregación, en lugares especiales para rezar denominados masjid (mezquitas), mientras las mujeres pueden orar en sus hogares. El diseño básico de las mezquitas varía según el lugar. En la mayoría de los casos adoptan muchos elementos de la arquitectura local: la Mezquita Azul de Estambul, por ejemplo, toma muchas características arquitectónicas de la famosa catedral Hagia Sophia. En las mezquitas existen áreas separadas para los fieles masculinos, femeninos, y para el imam, quien conduce el servicio religioso.
El tercer pilar, zakat, es la entrega de dádivas a los que se encuentran en mala situación económica, a ser pagadas una vez al año por todos los que son elegibles, o sea, las personas dueñas de ciertos montos que de momento no estén empleando. También se exigen otros actos de caridad a los que no profesan el islam, aunque el zakat se reserva para los creyentes. Durante mucho tiempo se requirió que los que no practicaban el islam, o dhimmi, personas protegidas, participaran mediante el abono del impuesto conocido como yizia, si bien esta política se abolió en muchos países musulmanes desde principios del siglo XX d. C.
El cuarto pilar, sawm, es la práctica del ayuno, que se realiza durante el mes islámico de Ramadán, correspondiente al noveno mes de su calendario. Durante el período de ayuno los creyentes deben abstenerse de comer y beber, así como del goce de todo tipo de placeres mundanos, para dedicarle tiempo y atención a Dios. El Ramadán alienta a los creyentes a acercarse a Dios y a que examinen las prioridades y valores de sus vidas. Se piensa que privarse de alimento y de otras distracciones centra la atención en lo divino.
El quinto pilar, hach, es la peregrinación a la Ka´aba, en La Meca, lugar que define la dirección en que los musulmanes se orientan al orar, la quibla, símbolo de unidad. La persona tiene la obligación de hacer la hach solo una vez en la vida, siempre que le resulte costeable y posea la resistencia para realizar el viaje. De no poder hacerlo, debe al menos expresar su sincero deseo de llevarlo a cabo y de serle posible, contribuir a que otro realice el peregrinaje.
Expansión del islam
Como se ha mencionado, La Meca fue la ciudad que rechazó a Mahoma y a su mensaje, y más tarde se convirtió en el centro de la fe, debido a que alberga la Ka´aba, mientras Medina, la ciudad que recibió al profeta cuando nadie más lo hizo, se convirtió en la capital del imperio. Arabia se encontraba en una encrucijada entre el Imperio sasánida persa (224-651 d. C.) y el Imperio bizantino (330-1453 d. C.). A lo largo del tiempo, a causa de las constantes guerras entre ambas superpotencias, las regiones árabes que las circundaban sufrieron desmembramientos. Sin embargo, una vez que el pueblo de Arabia quedó unido bajo el islam, lanzó hacia ambos imperios una invasión de gran envergadura para facilitar la rápida expansión de su religión. El investigador Robin Doak lo explica en su libro Empire of the Islamic World (El Imperio del mundo islámico):
Los bizantinos se competían por el control del Oriente Medio. El Imperio sasánida, o Imperio persa, dominaba áreas al sureste de Bizancio (actual Estambul)… Los dos imperios se encontraban en constantes guerras… Para pagar estas guerras, ambos imperios impusieron fuertes gravámenes a los ciudadanos que se hallaban bajo su control. Los tributos, unidos a otras restricciones, causaron malestar tanto en tierras sasánidas como bizantinas, sobre todo entre las tribus árabes que vivían en las periferias de los dos imperios. (6)
En sus orígenes, los árabes eran de naturaleza tribal y desconocían la unidad. Para lograr estabilidad se necesitaba unificar a las tribus, de modo que el islam se convirtió en el medio de cohesionarlas. Después de la muerte del profeta Mahoma en el 62 d. C., el liderazgo de la (comunidad) musulmana ummah, pasó a Abu Bakr, quien asumió el cargo de califa, es decir, de sucesor del profeta. En su breve reinado de dos años (632-634 d. C.), Abu Bakr logró unir a toda la península árabe bajo el estandarte del islam, a pesar que la mayoría de las tribus habían rechazado la comunidad. Más tarde envió a sus ejércitos a extender sus dominios sobre otras tribus árabes que vivían bajo control bizantino y sasánida. Las campañas resultaron ser tan rápidas y exitosas que en la época en que gobernó Uzmán, el tercer califa, todo Egipto, Siria, el Levante, y la mayor parte del Imperio Sasánida de Persia, se encontraban en manos islámicas. Todos los intentos de recuperar los territorios perdidos fueron rechazados con la ayuda de las tribus locales, que en su mayoría habían aceptado el dominio musulmán.
El cuarto y último de los antiguos «califas bien guiados», como los denominan los musulmanes sunitas, fue Ali ibn Abi Talib (reinó en 656-680 d. C.). Ali pasó la mayor parte de su mandato en constantes confrontaciones civiles, por lo que en ese período la expansión se detuvo. Tras su muerte en el 661 d. C., le sucedió Muawiya I (reinó 661-680 d. C.), quien fundó la dinastía Omeya. Muawiya I proclamó sucesor a su hijo Yazid I (reinó 680-683 d. C.), lo cual impugnó Hussayn ibn Ali (vivió 626-680 d. C.), hijo de Alí y nieto de Mahoma. Las tropas de Yazid derrotaron a las débiles fuerzas de Hussayn en la batalla de Karbala, en el 680 d. C., donde además resultó muerto. Le siguieron otros levantamientos que fueron aplastados uno a uno, y los siguientes califas de la dinastía Omeya continuaron la expansión militar.
Hacia el final de la dinastía Omeya (750 d. C.), al imperio se habían añadido Transoxiana (zona del actual Uzbekistán), partes del actual Pakistán, todo el norte de África y la península Ibérica, conocida también como Al Andalus, la tierra de los vándalos. Durante el reinado de los abasidas (750-1258 d. C.), se adicionaron algunos territorios menores, pero la tendencia anterior de realizar conquistas rápidas mediante incursiones militares había concluido. No obstante, el sultanato otomano (1299-1922 d. C.) revivió ese comportamiento, y más tarde asumió el título de califato del mundo islámico.
En 1453 d. C. los otomanos conquistaron Anatolia y Constantinopla, el corazón del Imperio bizantino y cerraron la vía comercial conocida como Ruta de la Seda, que habían llegado a controlar. Con esto forzaron a las naciones europeas a buscar otros proveedores de los bienes a los que se habían habituado, que lanzaron la llamada Era del Descubrimiento, testigo del envío de buques por todo el orbe y del «descubrimiento» del llamado Nuevo Mundo. Sin embargo, algunos investigadores alegan que el explorador musulmán chino Zheng-He (1371-1453 d. C.) ya había alcanzado el Nuevo Mundo en 1421 d. C., afirmación refutada en múltiples ocasiones. Para bien y para mal, en grado superior al anterior, la Era del Descubrimiento, conocida también como Era de la Exploración, abrió el mundo al contacto entre diversas culturas.
Las conquistas militares de los otomanos ocasionaron la expansión del Imperio musulmán, pero en aquel momento la fe se difundió tanto por vía del comercio como de la conquista, según manifiestan Ruthven y Nanji en The Historical Atlas of Islam (Atlas Histórico del Islam):
El islam se expandió a través de la conquista y la conversión. Aunque en ocasiones se decía que la fe islámica se había extendido por la espada, los dos conceptos no son equivalentes. En el Sura 2:256 el Corán establece sin equívocos que: «No existe compulsión en la religión». (30)
Si bien el Corán contiene varios versos que abogan contra la conversión obligada, no puede negarse que en su etapa inicial el islam se extendió por la vía de la conquista militar. La mayoría de las poblaciones locales de las tierras recién conquistadas se adherían a sus antiguas creencias, algunos se convertía por voluntad propia, pero también hubo numerosos casos de conversiones forzadas, lo cual resulta irónico, puesto que son contrarias al islamismo. El comercio fue el que condujo y propagó la fe a través de las fronteras en la época de los otomanos, mediante los viajes de los misioneros y su mezcla con las poblaciones locales y extranjeras.
El cisma musulmán: sunitas y chiitas
Así todo, durante el transcurso de muchos años el islamismo no fue una fe completamente unificada respecto a la forma en que se observaba. Tras la muerte del profeta Mahoma en el 632 d. C., sus seguidores confrontaron dudas respecto a su sucesor. Se decidió poco después de la muerte de Mahoma que su heredero, su califa, fuera Abu Bakr. Sin embargo, otro grupo presionaba para que fuer Ali, primo del profeta y yerno suyo, quien lo sucediera. El turno de Ali, en efecto, llegaría con el cuarto califato, pero sus seguidores, Shia´t Ali (los partidarios de Alí), reclamaban que Alí era el legítimo sucesor de Mahoma y más tarde proclamarían que los tres califas que lo habían precedido eran usurpadores. Los seguidores de Alí son los musulmanes chiítas.
En oposición a lo anterior, la mayoría de los musulmanes afirmaban que Abu Bakr, Umar ibn al-Khattab (reinó 634-644 d. C.), y Uzman habían sido tan genuinos herederos de Mahoma como el propio Ali, y los consideraban legítimos. Estos adeptos se conocen como sunitas, los seguidores de la Sunnah, el camino de Mahoma. Al principio se trataba solo de dos grupos políticos, que más tarde se transformaron en sectas religiosas.
Las creencias principales de estas sectas son casi idénticas, salvo por la diferencia medular relativa al concepto de imam. Los sunitas consideran que los imames son guías o maestros que conducen a los musulmanes por el camino del islam, la persona que orienta a la congregación durante la oración. Entre los más famosos imames se encuentra Abu Hanifa, fundador de la escuela hanafi de pensamiento islámico. Por otra parte, los chiítas consideran a los imames como un eslabón semidivino que conecta al hombre con Dios, de modo que a los únicos que reconocen como merecedores del título son a los descendientes de Mahoma por la línea de Ali y de Fátima, la hija del profeta, y después solo a los descendientes de Ali habidos con otras esposas, en cuyo caso se encuentra el imam Hussayn, hijo de Ali, muerto por el ejército Omeya en la batalla de Karbala en el 680 d. C.
Los musulmanes chiítas expresan duelo por la pérdida de Hussayn en el festival anual de Ashura, vilipendiado por los sunitas, quienes rechazan la aseveración chiíta acerca del papel del imam. Aunque respetan a Hussayn y califican su muerte de trágica, no lo consideran semidivino, como los chiítas.
Más allá de esta discordia y de algunas otras diferencias teológicas, ambas sectas son casi iguales; aun así, sus adeptos han rivalizado casi desde el inicio de sus existencias, como ejemplifican el antagonismo entre las dinastías abasida sunita y los chiítas fatimitas, entre los otomanos sunitas y los chiítas safávidas, y otros.
El legado del islam
A pesar del empleo inicial de la conquista para la difusión de la fe, y de la persistente violencia sectaria entre sunitas y chiítas, el islam, desde su comienzo, ha engrandecido la cultura mundial. El renacimiento europeo jamás habría tenido lugar si los musulmanes no hubieran conservado las obras de los maestros clásicos griegos y romanos. Por citar solo un ejemplo, las obras de Aristóteles, tan fundamentales para el desarrollo ulterior de muchas disciplinas, se habrían perdido de no haber sido conservadas y copiadas por escribas musulmanes. Las investigaciones del erudito Avicena (980-1037 d. C.) y del sabio Averroes (1126-1198 d. C.) no solo preservaron el trabajo de Aristóteles, sino que lo enriquecieron a través de sus brillantes comentarios y difundieron el pensamiento del filósofo por medio de sus obras. Avicena escribió el primer libro conjunto de medicina, el Al-Qanun fi-al-Tib (Canon de Medicina), mucho más preciso que los textos médicos europeos de la época.
Al-Khwarizmi (hacia 780-850 d. C.), brillante astrónomo, geógrafo y matemático, desarrolló el álgebra, y Al-Khazini (siglo XI d. C.) rebatió y propuso modificaciones al modelo ptolemaico del universo. El café, que es posible que en la actualidad sea la bebida más popular del mundo, se desarrolló por los monjes musulmanes sufistas en Yemen en el siglo XV d. C., y se introdujo en el planeta a través del puerto de Moca, Yemen, razón por la que se asocia la palabra «moca» con café.
Los poetas, escritores, artesanos y sabios musulmanes contribuyeron al desarrollo de casi todas las disciplinas culturales del mundo y continúan haciéndolo hasta el día de hoy. Resulta desafortunado que en occidente se asocie con tanta frecuencia al islam con la violencia y el terrorismo, porque en su esencia el islam es una religión de paz y comprensión. Los musulmanes de todo el mundo, una tercera parte de la población del planeta, andan, o al menos intentan andar, por el camino de paz que Mahoma reveló hace 14 siglos, cuyo legado de compasión y dedicación a lo divino y al bien común continúa hoy día personificada en sus seguidores.
Nota del autor: nuestro agradecido reconocimiento a Joshua J. Mark por su asistencia en la preparación del presente artículo.