Las guerras púnicas fueron una serie de conflictos librados entre Cartago y Roma entre el 264 a. C. y el 146 a. C. El nombre "púnico" proviene de la palabra "fenicia" (phoinix en griego, poenus de punicus en latín) aplicada a los ciudadanos de Cartago, que eran de etnia fenicia.
Como la historia del conflicto fue escrita por autores romanos, los etiquetaron colectivamente como "las guerras púnicas", que se refiere a:
- Primera guerra púnica (264-241 a. C.)
- Segunda guerra púnica (218-201 a. C.)
- Tercera guerra púnica (149-146 a. C.)
Roma ganó las tres guerras, lo que les permitió a los romanos dominar la región mediterránea que hasta entonces había sido controlada por Cartago. Antes del conflicto, Cartago había pasado de ser un pequeño puerto de escala a la ciudad más rica y poderosa de la región mediterránea antes del 260 a. C. Disponía de una poderosa armada, un ejército de mercenarios y, gracias a los tributos, los aranceles y el comercio, la riqueza suficiente para hacer lo que quisiera.
A través de un tratado con la pequeña ciudad de Roma, prohibió el comercio romano en el Mediterráneo occidental y, como Roma no tenía armada, pudo aplicar fácilmente el tratado. A los comerciantes romanos atrapados en aguas cartaginesas los ahogaban y tomaban sus barcos. Estos papeles se invertirían después de la primera guerra púnica y los cartagineses fueron perdiendo progresivamente más poder, riqueza y prestigio en los conflictos posteriores. Cuando terminó la tercera guerra púnica, Cartago ya no era una potencia política o militar de importancia.
Primera guerra púnica
Mientras Roma seguía siendo la pequeña ciudad de comercio junto al río Tíber, Cartago reinaba de forma suprema; pero la isla de Sicilia sería el punto álgido del creciente resentimiento romano hacia los cartagineses. Sicilia estaba en parte bajo control cartaginés y en parte bajo control romano. Cuando Hiero II (que reinó de 270 a 215 a. C.) de la vecina Siracusa luchó contra los mamertinos de Mesina, estos pidieron ayuda primero a Cartago y luego a Roma. Los cartagineses ya habían accedido a ayudar y se sintieron traicionados por el llamamiento de los mamertinos a Roma. Cambiaron de bando y enviaron fuerzas a Hiero II. Los romanos lucharon por los mamertinos de Mesina y, en 264 a. C., Roma y Cartago se declararon la guerra por el control de Sicilia.
Aunque Roma no tenía armada y no sabía nada de batallas marítimas, rápidamente construyó y equipó 330 barcos. Como estaban mucho más acostumbrados a librar batallas por tierra, idearon el ingenioso dispositivo del corvus, una pasarela móvil que podía fijarse al barco enemigo y sujetarse con ganchos. Al inmovilizar el otro barco y sujetarlo al suyo, los romanos podían manipular un enfrentamiento marítimo mediante las estrategias de una batalla terrestre.
Aun así, carecían de la pericia en el mar de los cartagineses y, lo que es más importante, les faltaba un general con la habilidad del cartaginés Amílcar Barca (275-228 a.C.). A Amílcar se lo apellidó Barca (que significa "relámpago") por su rapidez para atacar en cualquier lugar y por lo repentino de la acción. Atacó sin previo aviso por toda la costa de Italia, destruyó puestos de avanzada romanos y cortó las líneas de suministro.
Si el gobierno cartaginés hubiera abastecido y reforzado mejor a Amílcar, lo más probable es que hubiera ganado la guerra, pero, en cambio, se contentó con atesorar sus riquezas y confió en que Amílcar y sus mercenarios se encargaran de sus enemigos sin el apoyo necesario. Derrotó a los romanos en Drepana en el año 249 a. C., pero luego se vio obligado a retirarse por falta de mano de obra y suministros. Según el historiador Will Durant,
Desgastadas casi por igual, las dos naciones descansaron durante nueve años. Pero mientras en esos años Cartago no hacía nada... un número de ciudadanos romanos presentó voluntariamente al Estado una flota de 200 hombres de guerra, que transportaba 60.000 soldados.
Los romanos, ahora más experimentados en las batallas marítimas y mejor equipados y dirigidos, obtuvieron una serie de victorias decisivas sobre Cartago y en el año 241 a. C. los cartagineses pidieron la paz.
Esta guerra fue costosa para ambas partes, pero Cartago tuvo peores consecuencias debido a:
- la corrupción e incompetencia de su gobierno, que malversó fondos que deberían haber ido a parar al ejército y se negó sistemáticamente a enviar los tan necesarios suministros y refuerzos a los generales en campaña;
- el ejército, en su mayoría mercenario, que a menudo simplemente se negaba a luchar;
- un exceso de confianza en la brillantez de Amílcar Barca.
Además, subestimaron seriamente a su enemigo. Mientras Cartago se desentendía de la guerra, dejando la lucha a Amílcar y sus mercenarios, Roma construía y equipaba más barcos y entrenaba más hombres. Aunque Roma nunca había tenido una armada antes de la primera guerra púnica, surgió en el 241 a. C. como dueña del mar y Cartago fue una ciudad derrotada.
Durante la guerra, el gobierno cartaginés había dejado de pagar repetidamente a su ejército de mercenarios, por lo que, en el año 241 a. C., sitiaron la ciudad. Amílcar Barca fue llamado a levantar el asedio y así lo hizo, a pesar de que Cartago le había negado los tan necesarios suministros y refuerzos en sus campañas en su nombre y de que él mismo había dirigido a la mayoría de estos mercenarios en la batalla.
La guerra de los Mercenarios duró desde el año 241 hasta el 237 a. C. y, mientras Cartago participaba en este conflicto, Roma ocupó las colonias cartaginesas de Cerdeña y Córcega. Aunque Cartago no estaba contenta con este hecho, poco podía hacer al respecto. Concentró sus esfuerzos en la conquista de España en lugar de intentar expulsar a los romanos de sus antiguas colonias.
En el año 226 a. C. se firmó el Tratado del Ebro entre Cartago y Roma, en el que se acordaba que los romanos mantendrían el territorio español al norte del río Ebro, Cartago mantendría la zona que ya había conquistado al sur del río, y ninguna de las dos naciones cruzaría la frontera.
Segunda guerra púnica
En el año 228 a. C., Amílcar murió en batalla y el mando del ejército cartaginés pasó a manos de su yerno Asdrúbal el Bello (c. 270-221 a. C.). Asdrúbal eligió soluciones diplomáticas, en lugar de militares, para el conflicto con Roma, pero fue asesinado por un sirviente en el 221 a. C. y el mando pasó entonces a Aníbal Barca (247-183 a. C., hijo mayor de Amílcar). Al sur de la frontera del Ebro se encontraba la ciudad de Saguntum, aliada de Roma, y, en el 218 a. C., Aníbal sitió la ciudad y la tomó. Los romanos se opusieron a este ataque y exigieron que Cartago entregara a Aníbal a Roma. El senado cartaginés se negó a obedecer y así comenzó la segunda guerra púnica.
Aníbal, enemigo acérrimo de Roma, recibió la información de que los ejércitos romanos se estaban moviendo contra él y, en una audaz apuesta, marchó con sus fuerzas sobre los Alpes y hacia el norte de Italia. Aníbal ganó todos los combates contra los romanos, conquistó el norte de Italia y reunió a antiguos aliados de Roma.
Tras perder muchos de sus elefantes en su marcha por las montañas, y al carecer de las máquinas de asedio y las tropas necesarias, Aníbal se vio atrapado en el sur de Italia en un juego del gato y el ratón con el ejército romano al mando de Quinto Fabio Máximo. Fabio se negó a enfrentarse directamente a Aníbal y prefirió cortarle los suministros y matar de hambre a su ejército.
La estrategia de Fabio podría haber funcionado si los romanos no se hubieran impacientado por la inactividad de sus legiones. Además, Aníbal utilizó la contrainteligencia para reforzar y difundir el rumor de que Fabio se negaba a luchar porque estaba a sueldo de los cartagineses. Fabio fue sustituido por Cayo Terencio Varrón y Lucio Aemilio Paulo, que dejaron de lado la precaución y dirigieron sus tropas contra Aníbal en la región de Apulia.
En la batalla de Cannae, en el 216 a. C., Aníbal situó a sus galos en el centro de sus líneas, esperando que cedieran ante las fuerzas romanas. Cuando hicieron exactamente eso, y los romanos presionaron lo que veían como una ventaja y los siguieron, Aníbal cerró por detrás y por los lados, envolviendo a las fuerzas romanas y aplastándolas. En Cannae murieron 44.000 soldados romanos frente a los 6000 de las fuerzas de Aníbal. Aníbal obtuvo su mayor victoria, pero no pudo aprovecharla porque Cartago se negó a enviarle los refuerzos y suministros que necesitaba.
Poco después, el general romano Publio Cornelio Escipión (236-183 a. C., más tarde conocido como Escipión el Africano) derrotaba a las fuerzas cartaginesas en España bajo el mando del hermano de Aníbal, Asdrúbal Barca (c. 244-207 a.C.). Asdrúbal había defendido hábilmente España de los romanos hasta la llegada de Escipión, que lo derrotó por completo en el año 208 a. C. Asdrúbal huyó de España y siguió a su hermano por los Alpes hasta Italia para unir fuerzas. Fue detenido y derrotado en la batalla del Metauro en el 207 a. C.. Aníbal no supo nada del paradero de su hermano hasta que arrojaron la cabeza cortada de Asdrúbal a su campamento.
Al reconocer que el ejército de Aníbal se retiraría si Cartago era atacada, y con España ahora bajo control romano, Escipión tripuló una flota y navegó hacia el norte de África, donde tomó la ciudad cartaginesa de Útica. Cartago llamó a Aníbal desde Italia para salvar su ciudad, pero Escipión era un gran admirador de Aníbal y había estudiado sus tácticas cuidadosamente.
En la batalla de Zama en el 202, Aníbal envió una carga de elefantes contra los romanos que Escipión, conocedor de las estrategias de Aníbal, desvió con facilidad. Los romanos mataron a los cartagineses en los elefantes y enviaron a los animales de vuelta a las filas cartaginesas, luego siguieron con una carga combinada de caballería e infantería que atrapó al enemigo entre ellos y lo aplastó. Aníbal regresó a la ciudad y dijo al Senado que Cartago debía rendirse inmediatamente.
Escipión permitió a Cartago conservar sus colonias en África, pero tuvo que entregar su armada y no se le permitió hacer la guerra bajo ninguna circunstancia sin la aprobación de Roma. Cartago también debía pagar a Roma una deuda de guerra de 200 talentos cada año durante cincuenta años. Cartago era, de nuevo, una ciudad derrotada pero, conservando sus barcos comerciales y diez buques de guerra para protegerlos, pudo seguir luchando y empezar a prosperar.
Sin embargo, el gobierno cartaginés, que seguía siendo tan corrupto y egoísta como siempre, cobraba fuertes impuestos al pueblo para ayudar a pagar la deuda de la guerra, mientras que ellos mismos no aportaban nada. Aníbal salió de su retiro para intentar rectificar la situación, fue traicionado por los ricos cartagineses a los romanos y huyó. Murió por su propia mano, bebiendo veneno, en el año 184 a. C., a la edad de sesenta y siete años.
Tercera guerra púnica: Cartago destruida
Cartago continuó pagando la deuda de guerra a Roma durante los cincuenta años acordados y, cuando terminó, consideró que su tratado con Roma también había concluido. Entraron en guerra contra Numidia, fueron derrotados, y tuvieron que pagar entonces a esa nación otra deuda de guerra. Como habían ido a la guerra sin la aprobación de Roma, el senado romano volvió a considerar a Cartago como una amenaza para la paz.
El senador romano Catón el Viejo se tomó la amenaza tan en serio que terminaba todos sus discursos, sin importar el tema, con la frase: "Y, además, creo que Cartago debe ser destruida". En el año 149 a. C., Roma envió una embajada a Cartago sugiriendo exactamente ese camino: que la ciudad fuera desmantelada y trasladada al interior, lejos de la costa. Los cartagineses se negaron a acatar la propuesta y así comenzó la tercera guerra púnica.
El general romano Escipión Emiliano (185-129 a. C.) sitió la ciudad durante tres años y, cuando cayó, la saqueó e incendió. Roma se convirtió en la potencia preeminente del Mediterráneo y Cartago quedó en ruinas durante más de cien años hasta que fue finalmente reconstruida tras la muerte de Julio César. Las guerras púnicas proporcionaron a Roma la formación, la armada y la riqueza para pasar de ser una pequeña ciudad a un imperio que gobernaría el mundo conocido.