Demóstenes (en torno a 384 - 322 a.C.) fue un estadista ateniense célebre por enfrentarse al rey macedonio Filipo II y porque los discursos que se conservan de él lo han situado como uno de los mayores patriotas y más grandes oradores de la antigua Grecia. No se debe confundir con el general ateniense del siglo V a.C. del mismo nombre.
Primeros años y obras
Nacido en torno a 384 en Atenas, Demóstenes perdió a sus padres cuando no tenía más que siete años, así que creció bajo una tutela. A los 18 años denunció célebremente a sus guardianes por malgastar su herencia, dio sus propios discursos en el juzgado y ganó el caso. Estudió con Iseo y trabajó como escritor de discurso (logographos) al igual que su maestro; su primera experiencia en el juzgado fue como asistente del fiscal. También sabemos que en 358 a.C. era adquisidor de grano (sitones). Después, desde alrededor de 355 a.C. en adelante, se hizo más conocido cuando empezó a recitar sus propios discursos en la asamblea de Atenas.
Se han conservado 61 de sus discursos, tanto públicos como privados, así como las introducciones retóricas (prooimia) de unos 50 discursos y 6 cartas. Probablemente, parte de estos fueron discursos dados por otro orador de nombre Apolodoro, pero a pesar de ello es una cantidad sustancial de material. Es decir, incluso si Demóstenes dio muchos más discursos en su larga e ilustre carrera política. Los que se conservan perfilan a un orador que usa un lenguaje simple y un argumento lúcido con un efecto devastador. Era un maestro de la metáfora, pero nunca la utilizaba en exceso y, lo que puede que sea su mayor cualidad, sus obras muestran una sinceridad absoluta y convincente.
Demóstenes contra Filipo II de Macedonia
Demóstenes dirigió su oratoria en la asamblea ateniense contra un objetivo en particular: Filipo II de Macedonia, que parecía decidido a conquistar toda Grecia. Los cuatro discursos de Demóstenes que se conservan sobre este tema se conocen como Filípicas y datan de 351, 344 y 341 a.C. En ellos, propone que Atenas se prepare para la invasión formando dos ejércitos, uno de ciudadanos y otro de mercenarios. El primero serviría de reserva mientras que el segundo se enfrentaría directamente con los macedonios en el norte de Grecia. La asamblea no siguió su consejo y, en vez de ello, prefirió el enfoque más pasivo de Esquines, el gran rival político de Demóstenes. Este último una vez describió a Demóstenes como "el pirata de la política, que navega en su nave de palabras por el mar del estado" (Kinzl, 425).
Demóstenes acudió a la corte de Filipo en dos embajadas en torno a 347 a.C., pero no se llevó bien con el rey macedonio ni tan siquiera con los demás delegados griegos. Al regresar a Atenas, sus apasionados y persistentes ruegos y sus severas advertencias de las consecuencias del gobierno de Filipo cayeron en oídos sordos. En un discurso declara la amenaza a la democracia ateniense de la siguiente manera:
¿No veis que Filipo ostenta títulos irreconciliables con esta? Rey y tirano son todos enemigos de la libertad y opuestos a la ley. ¿Acaso no os pondréis en guardia ni siquiera cuando, para evitar la guerra, os encontréis un déspota? (3.20)
No fue hasta el discurso de 346 a.C. Sobre la paz que la ciudad adoptó una posición más agresiva contra Macedonia, tras darse cuenta de la inefectividad de la Paz de Filócrates. En 344 a.C. Demóstenes fue enviado a Argos y Mesina en el Peloponeso para disuadirlos de formar una alianza con el ambicioso y peligroso Filipo. En torno a 342 a.C. la guerra parecía inevitable y Demóstenes quedó encargado de formar una liga helénica para repeler al ejército macedonio. También empujó a los atenienses a pedirle ayuda a Persia y a formar una alianza con Bizancio.
Sin embargo, ninguna de estas maniobras políticas sirvió para nada. En 340 a.C., Filipo declaró la guerra. Tal y como había advertido Demóstenes, a Filipo se le había permitido construir un estado con tal poder que los griegos fueron derrotados por completo en la batalla de Queronea en 338 a.C. Los atenienses perdieron su independencia y Demóstenes huyó de la ciudad por miedo a las represalias de Filipo. Sin embargo, como el tiempo pasaba sin que el rey macedonio hiciera nada, Atenas invitó a Demóstenes a dar un discurso funerario (epitaphios) en honor a los caídos en Queronea. Este discurso todavía se conserva y es el último de Demóstenes que ha llegado hasta nuestros días, a pesar de que dio varios discursos más importantes durante el reinado de Alejandro Magno.
Sin embargo, Demóstenes no había terminado todavía, ni mucho menos. Cuando Filipo fue asesinado en 336 a.C., se dice que Demóstenes estaba tan contento por la muerte de su antiguo enemigo que salió bailando por las calles de Atenas, vestido con sus mejores galas y con una guirnalda. Sin embargo, tal y como apunta Plutarco, el que dijo esto fue su mayor crítico, Esquines. De hecho, toda la ciudad de Atenas preparó celebraciones oficiales, pero no pudo descansar de la amenaza macedonia.
El asunto de Hárpalo y el exilio
En 324 a.C. la reputación política de Demóstenes se vio perjudicada seriamente cuando fue acusado de aceptar sobornos del tesorero de Alejandro Magno, un hombre llamado Hárpalo. El gran orador ya había sido acusado hacía tiempo de aceptar sobornos de Persia. Demóstenes fue juzgado, encontrado culpable y exiliado. No obstante, un año más tarde Demóstenes fue perdonado y se le permitió regresar a Atenas después de dejar claro de lado de quién estaba cuando les aconsejó a varias ciudades-estado griegas de aprovechar la muerte de Alejandro para restablecer su autonomía por la fuerza. A pesar de ello, los griegos no estaban a la altura de los macedonios y en 322 a.C. Demóstenes tuvo que huir otra vez de la ciudad tras la derrota. Pero esta vez los macedonios no lo dejaron ir sin más y lo siguieron a Calauria (la actual Poros) donde, antes de ser capturado, Demóstenes prefirió suicidarse. Según Plutarco, al oír la noticia de la muerte de Demóstenes, su ciudad natal erigió una estatua de bronce en su honor que llevaba la siguiente inscripción:
Si tan solo tu fuerza hubiera sido igual, Demóstenes, a tu sabiduría.
Nunca Grecia habría sido gobernada por un Ares macedonio.
Legado
Puede que los expertos modernos hayan juzgado a Demóstenes como alguien algo más oportunista que lo que transmite la imagen tradicional de él como patriota confirmado, y se ha debatido mucho sobre si las políticas de sus oponentes le habrían servido mejor a la ciudad a la larga, pero sin duda su reputación como orador perdura. Los discursos de Demóstenes muestran toda la gama de técnicas de retórica y en la Antigüedad eran tan admirados como lo son hoy en día entre los historiadores. Cicerón, el gran político y orador romano, tituló célebremente sus discursos en el Senado romano contra Marco Antonio las Filípicas en honor a su ilustre predecesor griego. Otro de sus admiradores fue Winston Churchill quien, en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, se presentó como Demóstenes y a Hitler como Filipo II.
A continuación, tenemos una selección de las obras de Demóstenes:
[Esquines] os advierte de que estéis prevenidos contra mí, por miedo a que os engañe y os lleve por el mal camino, y me llama un orador astuto, un charlatán y un sofista y demás. (Kinzl, 425)
Todo acto de violencia [es] una ofensa pública. (21.44-5)
El ciudadano particular no debe confundirse y compararse, en desventaja, con el que sabe de leyes, sino que todos deberían tener frente a ellos las mismas ordenanzas, simples y claras de leer y entender. (20.93)
¿Dónde reside la fuerza de las leyes? Si a alguien le hacen algún mal y grita, ¿correrán las leyes a su lado a ayudarlo? No. No son más que escritos y no pueden hacer eso. Así que, ¿dónde reside su poder? En vosotros mismos, si las cumplís y les dais todo el poder necesario para ayudar a quienquiera que lo necesite. Así las leyes son fuertes a través de vosotros y vosotros a través de las leyes. (21.224)