El valor cultural más importante del Antiguo Egipto era la armonía, a la que ellos llamaban ma'at. Ma'at era el concepto de equilibrio personal, comunal y universal que permitía que el mundo funcionara como debía según la voluntad de los dioses. A lo largo de la mayor parte de la historia de Egipto, esta creencia le vino bien a la civilización. La labor principal del rey era mantener el ma'at y el equilibrio entre el pueblo y los dioses. Para hacerlo tenía que asegurarse de que todos los que estaban por debajo de él estaban bien cuidados, que las fronteras estaban seguras y que los ritos y rituales se realizaban siguiendo las tradiciones aceptadas. Todas estas consideraciones aseguraban el bienestar de la gente y del país porque el mandato del rey significaba que todo el mundo tenía un trabajo y sabía cuál era su lugar en la jerarquía de la sociedad.
Sin embargo, en algunos momentos al rey le resultaría difícil mantener la armonía a causa de las circunstancias y la falta de recursos. Esta situación se hace aparente hacia el final de cada uno de los periodos conocidos como "imperios" o "reinos", y a veces durante ellos, pero hay un incidente especialmente interesante que ocurrió durante el Imperio Nuevo (en torno a 1570 a alrededor de 1069 a.C.) porque ocurrió antes del verdadero declive del Imperio Nuevo y según algunos estudiosos marca el principio del fin: la primera huelga laboral de la historia.
Antecedentes
Ramsés III (1186-1155 a.C.) está considerado como el último buen faraón del Imperio Nuevo. Defendió las fronteras de Egipto, sorteó la incertidumbre de las cambiantes relaciones con otras potencias e hizo restaurar y reconstruir los templos y monumentos del país. Quería ser recordado de la misma manera que Ramsés II (1279-1213 a.C.), como un gran rey y padre para su pueblo; y al principio de su reinado, lo logró. No obstante, Egipto no era la potencia suprema que había sido con Ramsés II, y el país que gobernaba Ramsés III había sufrido una pérdida de estatus, con la consecuente reducción de recursos provenientes de los tributos y el comercio.
En 1178 a.C. la confederación conocida como los pueblos del mar organizó una invasión masiva de Egipto, que debilitaría aún más los recursos del país. Los pueblos del mar ya habían intentado conquistar Egipto dos veces antes, durante los reinados de Ramsés II y de su sucesor inmediato, Merenptah (1213-1203 a.C.). Ambos reyes lograron derrotarlos, pero el ejército que se enfrentó a Ramsés III era mucho mayor, y este rey disponía de menos recursos.
Aun así, organizó una defensa robusta para el país, fortificó los baluartes a lo largo de las fronteras y por todo el interior y lanzó su armada contra los barcos invasores. Inició un reclutamiento nacional de todos los distritos del país para aumentar el ejército y decidió con sus generales cuál sería la mejor manera de derrotar al enemigo en el mar: atraerlo a las costas en la desembocadura del Nilo para que estuviera al alcance de los arqueros en tierra a la vez que lo mantenían suficientemente alejado para evitar un desembarco.
Su plan funcionó y los pueblos del mar fueron derrotados en una batalla naval. Muchos murieron bajo la lluvia de flechas procedentes de la costa o se ahogaron cuando sus barcos volcaron, pero parece que las bajas egipcias en la confrontación en tierra fueron bastante elevadas. Las inscripciones de Ramsés III en cuanto a este evento solo se centran en la brillante victoria naval en la desembocadura del Nilo, y guardan silencio en cuanto a la batalla en tierra. Puede que se produjeran más bajas que las que estaban dispuestos a admitir los registros oficiales, cuyo resultado fue que se redujo la mano de obra en las granjas del país y por tanto se redujeron las cosechas; también se redujo el número de comerciantes y otras ocupaciones que habían mantenido fuerte a la economía.
A pesar de ello, Ramsés III había ganado una aplastante victoria, a la altura de los informes del triunfo de Ramsés II en Qadesh en 1274 a.C. Después, siguiendo el principio de ma'at, hizo restaurar los templos y monumentos del país mediante un gran tour del sur al norte. Durante esta época administró ajustes en los impuestos, se aseguró de que los funcionarios desempeñaban bien su trabajo y corrigió aquellos rituales que no se estaban realizando según las tradiciones. Lo que el faraón quería con todo esto era elevar a Egipto al estatus que había conocido en el apogeo del Imperio Nuevo, pero incluso él mismo debió darse cuenta de que no era suficiente. El coste del séquito del rey mientras viajaba por Egipto debió de ser un gasto enorme para unas arcas estatales ya de por sí bajo una gran presión, y las mejoras y renovaciones que ordenó realizar supusieron una demanda aún mayor.
Para compensar, organizó varias expediciones comerciales y militares a otros países, que tuvieron bastante éxito. Su mayor logro en este sentido fue la expedición de dos meses al país de Punt, un país rico en recursos que los egipcios no habían visitado desde la época de Hatshepsut (1479-1458 a.C.). Estas expediciones deberían haber vuelto a llenar las arcas, pero de alguna manera no ocurrió. Los expertos ofrecen varias teorías diferentes para explicar por qué ocurrió así, pero la mayoría está de acuerdo en que el problema básico constaba de tres elementos: una pérdida de mano de obra a causa de las bajas de la guerra y el increíble coste de repeler a los pueblos del mar; los funcionarios corruptos que malversaban fondos a sus propias cuentas, y las malas cosechas debidas a las malas condiciones climáticas.
La huelga
Durante más de 20 años Ramsés III había estado haciendo todo lo que podía por su pueblo, y, cuando se acercaba su trigésimo año de reinado, empezaron los preparativos para un gran jubileo en su honor. El egiptólogo Toby Wilkinson destaca:
La corte estaba emocionada por las celebraciones del trigésimo año del rey, decidida a organizar un festival digno de tan glorioso monarca. No escatimaría en gastos: sería la ceremonia más opulenta, y una decisión fatídica. Tras la pompa y la circunstancia, el Estado egipcio había quedado muy debilitado por los esfuerzos anteriores. Las pérdidas militares de 1178 todavía se sentían profundamente. El comercio con Oriente Próximo nunca se había recuperado de la orgía de destrucción de los pueblos del mar. Puede que las arcas de los templos estuvieran llenas de cobre y mirra, pero los suministros de grano, la base de la economía egipcia, estaban diezmados. En este contexto, los preparativos para el jubileo iban a suponer una reducción importante de los recursos. (334)
Los problemas empezaron en 1159 a.C., tres años antes del festival, cuando los salarios mensuales de los constructores de tumbas y de los artesanos de Set-Ma'at ("el Lugar de la Verdad", más conocido como Deir el-Medina) llegaron con casi un mes de retraso. El escriba Amennakht, que parece que también servía como una clase de tendero, negoció con los funcionarios locales la distribución de grano para los trabajadores, pero esto no era más que una solución temporal para el problema inmediato; nadie abordó la causa fundamental de la falta de los pagos.
En vez de investigar qué había salido mal para evitar que volviera a ocurrir, los funcionarios se dedicaron a los preparativos del magnífico festival. El pago de los trabajadores de Deir el-Medina se volvió a retrasar una y otra vez hasta que, tal y como escribe Wilkinson, "el sistema de pagos de los trabajadores de la necrópolis colapsó por completo, lo que dio lugar a las primeras huelgas conocidas de la historia" (335). Esperaron durante 18 días por su sueldo, y después se negaron a seguir esperando. Dejaron las herramientas y se dirigieron a la ciudad gritando "¡Tenemos hambre!" Primero se manifestaron en el templo mortuorio de Ramsés III y después hicieron una sentada cerca del templo de Tutmosis III.
Los funcionarios no tenían ni idea de cómo lidiar con la situación: nunca antes había ocurrido nada parecido en la historia del país. El ma'at se aplicaba a todo el mundo, desde el rey hasta los aldeanos, y se esperaba que todo el mundo reconociera su lugar en el gran esquema del universo y actuara en consecuencia. Que los trabajadores se sublevaran y exigieran su paga era sencillamente imposible porque violaba el principio de ma'at. Los funcionarios, que no entendían cómo solucionar el problema, encargaron que les dieran pastelillos a los trabajadores en huelga con la esperanza de que se quedaran contentos y se fueran a casa.
Sin embargo, los pastelillos no fueron suficiente y al día siguiente los hombres tomaron la puerta sur del Ramesseum, el almacén central del grano de Tebas. Algunos se colaron en los habitáculos interiores y exigieron su paga y los funcionarios del templo llamaron al jefe de la policía, un hombre llamado Montumes. Montumes les dijo a los huelguistas que se marcharan del templo y volvieran a trabajar, pero se negaron. Montumes, incapaz de hacer nada, se marchó y les dejó el problema a los funcionarios del templo. Al final los trabajadores recibieron los pagos retrasados tras varias negociaciones entre los huelguistas y los funcionarios, pero en cuanto regresaron al poblado descubrieron que el próximo pago tampoco llegaría.
Los trabajadores convocaron otra huelga, esta vez tomando el Valle de los Reyes y bloqueando los accesos. Esta acción supuso que ningún sacerdote ni familiar pudiera entrar con las ofrendas de comida y bebida para los muertos, algo que se consideraba como una ofensa grave al recuerdo de los difuntos en la otra vida. Cuando los funcionarios aparecieron con guardias armados y amenazaron con llevarse a los trabajadores por la fuerza, uno de los huelguistas respondió diciendo que dañaría las tumbas reales antes de que pudieran llevárselo, por lo que se quedaron en punto muerto.
Para entonces, los hombres ya no se estaban manifestando por unos simples pagos atrasados, sino por lo que consideraban como una infracción grave del ma'at. Se suponía que el rey tenía que cuidar de su pueblo y eso significaba garantizar que los funcionarios encargados de los pagos los realizaran de manera adecuada y a tiempo. Habían pasado tres años desde que empezaran las huelgas y la situación no había cambiado: los trabajadores no recibían los pagos, declaraban la huelga, los funcionarios encontraban la manera de pagarles y al mes siguiente se volvía a repetir la misma situación. Los constructores de tumbas y los artesanos dijeron que era la peor de las injusticias y querían que se solucionara la situación.
Sin embargo, el gobierno seguía sin saber cómo enfrentarse al problema. Era su responsabilidad mantener el orden y, especialmente ahora que se acercaba el jubileo, mantener la paz y la dignidad del faraón. No podían mandar noticias oficiales a la capital sobre la negativa de los obreros de Tebas a hacer su trabajo porque cabía la posibilidad de enfrentarse a la ejecución por no llevar a cabo sus responsabilidades, así que no hicieron nada. Según las tradiciones de la cultura, lo que tendrían que haber hecho era informar al visir, que investigaría y solucionaría el problema. De hecho, el visir acudió a Tebas en torno a aquella época para recoger las estatuas para el jubileo, pero no hay ninguna indicación de que nadie le contara lo que estaba pasando.
El jubileo de 1156 a.C. fue un gran éxito y, al igual que en los demás festivales, los participantes se olvidaron de sus problemas cotidianos mientras bailaban y bebían. No obstante, el problema no desapareció y los trabajadores siguieron manifestándose y luchando por conseguir su justa paga durante los siguientes meses. Parece que al final llegaron a algún acuerdo por el que los funcionarios pudieron realizar los pagos a tiempo, pero la dinámica de la relación entre funcionarios y obreros había cambiado, al igual que la aplicación en la práctica del ma'at, y nunca volvería a ser como lo había sido antes. El ma'at era responsabilidad del faraón, no de los trabajadores; él era el que tenía que mantenerlo y vigilarlo. Y a pesar de ello, los hombres de Deir el-Medina se tuvieron que encargar de corregir lo que ellos entendían que era una infracción de la política que ayudaba a mantener el equilibrio y la armonía esenciales. La gente común se había visto obligada a asumir las responsabilidades del rey.
Relevancia
Las huelgas de los constructores y los artesanos tuvieron una influencia importante porque se contaban entre los mejor pagados y más respetados del país. En consecuencia, el pueblo razonó que, si a ellos los podían tratar así de mal, los demás no podían esperarse nada mejor. La influencia de las huelgas también fue significativa porque estos trabajadores eran los que más tenían que perder, todos ellos entendían el principio del ma'at y su responsabilidad para con él y aun así decidieron enfrentarse a las prácticas gubernamentales que consideraron injustas. Lo que había empezado como una queja por pagos atrasados se convirtió en una acción de protesta contra la corrupción y la injusticia. Hacia el final de las huelgas los trabajadores ya no coreaban por el hambre que estaban pasando, sino por el problema mayor:
No nos manifestamos por el hambre sino porque tenemos una seria acusación que hacer: se han hecho malas acciones en este lugar del Faraón. (Wilkinson, 337)
El éxito de estas huelgas inspiró a otros a hacer lo mismo. Al igual que los registros oficiales no documentan las pérdidas egipcias de la batalla por tierra contra los pueblos del mar, tampoco hacen mención alguna de las huelgas. La documentación de la huelga proviene de un papiro descubierto en Deir el-Medina, que muy probablemente fue escrito por el escriba Amennakht. Estos eventos sentaron el precedente para los trabajadores que dejaban su puesto de trabajo y, aunque no existe ningún otro informe oficial de que volviera a ocurrir algo parecido, a partir de entonces los trabajadores entendieron que tenían más poder del que creían. A finales del Imperio Nuevo y durante el Periodo tardío se mencionan huelgas, y no cabe duda de que esta práctica comenzó con los trabajadores de Deir el-Medina en la época de Ramsés III.