Las tumbas de los grandes reyes y nobles de Egipto se construyeron para proteger el cuerpo y las posesiones del difunto para toda la eternidad. Sin embargo, aunque muchas han durado miles de años, su contenido en muchos casos desapareció relativamente rápido. El saqueo de tumbas en el antiguo Egipto ya se reconoció como un problema serio en el periodo arcaico (en torno a 3150 a en torno a 2613 a.C.) con la construcción del recinto piramidal de Djoser (alrededor de 2670 a.C.). La cámara funeraria se emplazó explícitamente, además de llenar las cámaras y los pasillos de la tumba de escombros, para evitar el robo. Pero aun así lograron abrir la tumba y desvalijarla. Se llevaron hasta la momia del rey.
Este mismo paradigma se puede ver también en la construcción de las pirámides de Guiza durante el Imperio antiguo (en torno a 2613-2181 a.C.), con los mismos resultados. Aunque la Gran Pirámide y las demás todavía existen, dentro de estas estructuras no se han encontrado ni los tesoros que se enterraron con los reyes de la Dinastía IV (Kufu, Kafre y Menkaure) ni los cuerpos de los propios reyes. En las puertas y los dinteles había execraciones, maldiciones, que se suponía que evitarían estos robos, y la creencia egipcia de la vida tras la muerte, desde la cual los muertos podían interactuar con los vivos, debería haber alentado un mayor respeto y miedo en los ladrones, pero, obviamente, ninguna de estas dos cosas fue suficiente como para evitar la tentación de conseguir grandes riquezas con poco riesgo. El egiptólogo David P. Silverman escribe:
No era ningún secreto que, a medida que el proceso de enterramiento se fue haciendo más elaborado, también aumentó el valor de los bienes que se enterraban con las momias, ya fueran o no de la realeza. Ataúdes bañados en oro, amuletos de piedras preciosas, artefactos exóticos importados... Todo esto resultó ser demasiado tentador para los ladrones. Cuando los embalsamadores empezaron a introducir amuletos de protección, piedras preciosas, oro o plata en los vendajes de las momias, entonces ni siquiera el cuerpo del difunto estaba seguro. Los ladrones probablemente atacaban las tumbas reales poco después del funeral del rey, y hay indicios de corrupción entre los empleados de la necrópolis encargados de proteger las tumbas. (196)
Para la época del Imperio Nuevo (en torno a 1570 a en torno a 1069 a.C.), el problema se había vuelto tan serio que Amenhotep I (en torno a 1541-1520 a.C.) ordenó crear una ciudad especial cerca de Tebas con fácil acceso a la nueva necrópolis real, que sería más segura. Este nuevo lugar de enterramiento se conoce hoy en día como el Valle de los reyes y el cercano Valle de las reinas, y la ciudad es Deir el-Medina. Se ubicaron fuera de Tebas, en el desierto, lejos de tener un acceso fácil, y la ciudad se aisló intencionadamente de la comunidad tebana, pero incluso estas medidas no pudieron proteger las tumbas.
La riqueza de los reyes
La tumba más famosa del antiguo Egipto es la del faraón Tutankamón (1336-1327 a.C.) del Imperio Nuevo, descubierta en 1922 d.C. por Howard Carter. La riqueza de la tumba de Tutankamón se estima alrededor de 750 millones de dólares. Ya solo el ataúd de oro se valora en 13 millones de dólares. Tutankamón murió antes de llegar a los 20 años y no había amasado la clase de riqueza de la que disfrutaron los grandes reyes como Kufu, Tutmosis III, Seti I o Ramsés II. Las riquezas enterradas con un rey como Kufu habrían sido muy superiores y mucho más opulentas que cualquier cosa encontrada en la tumba de Tutankamón.
La única razón por la que la tumba de Tutankamón permaneció relativamente intacta (de hecho, en la antigüedad entraron dos veces y la robaron) es que los obreros que estaban construyendo la tumba de Ramsés VI (1145-1137 a.C.) la enterraron accidentalmente. No se sabe exactamente cómo podría haber sucedido, pero de alguna manera los obreros enterraron la anterior sin dejar rastro, preservándola así hasta que Carter la descubrió en el siglo XX. Sin embargo, la mayoría de las tumbas no tuvieron tanta suerte y casi todas fueron saqueadas en mayor o menor medida.
Egipto era una sociedad de trueque hasta la llegada de los persas en 525 a.C., por lo que la riqueza robada de las tumbas no se habría cambiado por dinero ni se podría haber usado en el comercio. No se podía ir sin más al mercado con un cetro de oro, por ejemplo, e intercambiarlo por unos sacos de grano porque se suponía que había que denunciar los bienes robados inmediatamente a las autoridades. Si alguien aceptaba un objeto robado, entonces el problema de deshacerse de él y sacar beneficio de alguna manera pasaba a esa persona. Lo más probable es que los objetos robados se pasaran a algún alto cargo (corrupto), que habría pagado con otros productos y después lo habría fundido para cambiarlo por otros bienes o servicios.
La dificultad a la hora de controlar los robos de las tumbas residía sencillamente en que la riqueza enterrada con el difunto era tal que los funcionarios encargados de mantenerla a salvo eran fáciles de sobornar. Incluso si una tumba estaba diseñada para desorientar a un ladrón y la cámara funeraria estaba ubicada en lo profundo de la tierra y bloqueada por escombros, siempre había alguna manera de evitar estos obstáculos para el ladrón ingenioso. La ubicación de las tumbas también estaba muy clara, ya que o bien tenían enormes pirámides construidas encima o bien tenían mastabas, que eran más modestas, pero aun así eran muy elaboradas. Si alguien necesitaba hacer dinero rápido, entonces no tenía más que planear el robo de una tumba em mitad de la noche.
El Lugar de la verdad
Fue principalmente por esta razón por la que Amenhotep I ordenó construir el pueblo que hoy se conoce como Deir el-Medina. Deir el-Medina y otras necrópolis cercanas, que al principio en los documentos oficiales se conocía como Set-Ma'at (el Lugar de la verdad), se suponía que resolverían el problema de los ladrones de tumbas de una vez por todas. Los trabajadores de la aldea crearían las tumbas y protegerían lo que habían construido y, como dependían del Estado para el salario y el hogar, serían leales y discretos en cuanto a la ubicación de las tumbas y la cantidad de riquezas enterradas dentro.
Aunque puede que este paradigma funcionara al poco de fundarse la comunidad, esta idea no perduraría. Deir el-Medina no era un pueblo autosuficiente; no contaba ni con desarrollo agrícola ni con un suministro de agua. Así que dependía de los repartos mensuales de suministros y de los pagos de Tebas, además de la importación diaria de agua del Nilo. Estos suministros estaban estandarizados en gran medida, no eran lujosos, y no siempre llegaban a tiempo. Los habitantes del pueblo creaban su propia artesanía y la intercambiaban entre sí, pero la tentación de sacar los tesoros de la tumba, caminar más o menos una hora hasta Tebas e intercambiarlos por algún producto de lujo resultó irresistible para algunos trabajadores. Las mismas personas que se suponía que tenían que proteger las tumbas usaron las herramientas con las que las habían construido para abrirse paso y saquearlas.
El equilibrio entre la vida y el trabajo en Deir el-Medina empeoró hacia 1156 a.C. durante el reinado de Ramsés III cuando los envíos mensuales primero se retrasaron y luego dejaron de llegar por completo. Estos envíos no eran lujos o bonificaciones, sino los salarios de los trabajadores, que se pagaban en comida, suministros y cerveza, y que necesitaban para vivir. El fallo del sistema de suministros llevó a la primera huelga laboral de la historia, cuando los obreros dejaron de trabajar y se dirigieron a Tebas para reclamar su paga.
Aunque la huelga fue efectiva y los habitantes recibieron sus salarios, nunca se solventó el problema subyacente de asegurar que los suministros llegaran al pueblo. Los pagos de Deir el-Medina volverían a llegar tarde una y otra vez durante el resto del Imperio Nuevo de Egipto a medida que el gobierno central fue perdiendo poder y la burocracia que lo mantenía se vino abajo.
La confesión de un ladrón de tumbas
Con las cosas como estaban, hubo mucha más gente que recurrió al saqueo de tumbas para poder vivir. A pesar de la creencia aceptada en la otra vida y en el poder de los textos de execración que garantizaban un mal final para cualquiera que robara una tumba, estos robos continuaron con mayor frecuencia que antes. Silverman explica:
Los criminales condenados a finales del periodo Ramésida (en torno a 1120 a.C.) testificaban sobre el robo de bienes funerarios, de metales preciosos de los ataúdes y las momias, y la destrucción de cadáveres reales. Otros textos documentan las juergas que se corrían en el mobiliario funerario real y las actividades blasfemas. Este tipo de comportamiento sugiere que al menos una parte de la población no tenía demasiado miedo a las repercusiones en este mundo de los dioses en el siguiente. (111)
Las confesiones de los criminales condenados por robo de tumbas se multiplican hacia finales del Imperio Nuevo. Parece ser que los tribunales trataban con estos casos casi a diario. Los papiros Mayer (en torno a 1108 a.C.) documentan varios casos que detallan cómo se "torturaba durante el interrogatorio los pies y las manos de aquellos que sorprendían robando tumbas para que explicaran cómo lo habían hecho exactamente" (Lewis, 257). La policía documentaba los testimonios sobre los sospechosos y cómo habían sido capturados. En general los castigos más comunes que aparecen son palizas (falangas) en las que se golpean las plantas de los pies con una vara y los azotes con un látigo, pero los castigos más severos podían incluso llegar a la amputación de las manos o la nariz o incluso la muerte por empalamiento o en la hoguera.
Pero incluso estos castigos no eran disuasorios. La confesión de un hombre llamado Amenpanufer, un albañil de Deir el-Medina, describe cómo robaban las tumbas y lo fácil que era eludir el castigo una vez arrestado y regresar con los compinches y seguir robando. Su confesión data de alrededor de 1110 a.C.:
Fuimos a robar las tumbas como es nuestra costumbre y encontramos la pirámide funeraria de Sobekmensaf, que era diferente a las pirámides y tumbas de los nobles que solemos robar. Sacamos las herramientas de cobre y nos abrimos camino al interior de la pirámide de este rey a través de su parte más interna. Encontramos las cámaras subterráneas y bajamos con velas encendidas.
Encontramos al dios tumbado en la parte posterior de la cámara funeraria. Y encontramos el lugar de sepultura de la reina Nubkhaas, su consorte, junto a él, protegido con yeso y cubierto de escombros.
Abrimos los sarcófagos y los ataúdes y encontramos la noble momia del rey dotada de una espada. Tenía muchos amuletos y joyas de oro en el cuello y llevaba un tocado de oro. La noble momia del rey estaba completamente cubierta de oro y sus ataúdes estaban decorados con oro y plata por dentro y por fuera e incrustados de piedras preciosas. Recogimos todo el oro que encontramos en la momia del dios, incluidos los amuletos y las joyas de su cuello. Prendimos fuego a los ataúdes.
Varios días después, los funcionarios del distrito de Tebas se enteraron de que habíamos estado robando al oeste y me arrestaron y encarcelaron en la oficina del alcalde de Tebas. Tomé los veinte deben que conformaban mi parte del tesoro y se los di a Khaemope, el escriba del distrito del muelle de Tebas. Este me liberó y volví a reunirme con mis compinches, que me recompensaron con una parte más del botín. Y así fue como me acostumbré a robar tumbas. (Lewis, 256-257)
El tono de la confesión de Amenpanufer es bastante tranquilo, como si no tuviera nada que temer. Su afirmación de que pagó al escriba del distrito se podría interpretar como una multa, pero la mayoría de los expertos reconocen que es un soborno, ya que era una práctica bastante común. No se sabe qué ocurrió con Amenpanufer después de la confesión. Los deben que menciona son la unidad monetaria de valor del antiguo Egipto antes de la introducción de la economía de efectivo en torno a 525 a.C. de mano de los persas. El dios que menciona en la tumba de Sobekemsaf habría sido la deidad personal del rey que lo cuidaba de la misma manera que se dispusieron las estatuas doradas de Isis, Neftis, Neit y Serket en la tumba de Tutankamón.
La completa falta de consideración que muestra Amenpanufer al hablar del saqueo de la tumba, incluida la quema de los elaborados ataúdes, muestra lo poco que se preocupaban estos ladrones de tumbas por las repercusiones de la otra vida, mientras que la facilidad con la que recupera su libertad ejemplifica el motivo por el que el robo de tumbas se convirtió en una forma tan popular de ganarse la vida: si una persona sacaba suficiente dinero del robo, podría pagar por salir de la cárcel, sus camaradas lo recompensarían, y podría seguir con el negocio como si nada.
Conclusión
A pesar de todos sus esfuerzos, las autoridades del antiguo Egipto nunca lograron resolver el problema del robo de tumbas. Deir el-Medina, que fue su mejor intento, empezó a fracasar incluso antes de la decadencia del Imperio Nuevo, y las medidas anteriores obviamente no tuvieron éxito. Si no, no habría habido razón para construir el pueblo y las necrópolis nuevas.
Aunque algunos expertos han señalado la pérdida de la fe religiosa durante el Imperio Medio de Egipto (2040-1782 a.C.) como una de las razones del aumento de los robos de tumbas, esta afirmación es insostenible. Las pruebas de una falta de fe religiosa durante el Imperio Medio provienen de obras literarias, no de inscripciones ni de registros oficiales, y se pueden interpretar de varias maneras. Además, como ya se ha dicho, el problema de los ladrones de tumbas ya existía mucho antes del Imperio Medio.
Los antiguos egipcios robaban las tumbas de los ricos por muchas de las mismas razones por las que la gente roba en la actualidad: la emoción, el dinero y una especie de empoderamiento al tomar algo que no es propio. Argumentar que esta gente debería haberse comportado mejor teniendo en cuenta su sistema de creencias tampoco es sostenible, ya que está bastante claro que ha habido mucha gente, a lo largo de toda la historia, que dice profesar una creencia que no puede seguir. Todas las amenazas y todas las advertencias de los castigos en la otra vida y las terribles apariciones en esta no podrían detener a nadie que, de tener la oportunidad, podría entrar en una tumba y volver a salir con un tesoro digno de un rey.