Surgido de una pequeña secta del judaísmo en el siglo I d.C., el cristianismo primitivo absorbió muchas de las tradiciones religiosas, culturales e intelectuales compartidas por el mundo grecorromano. En las historias tradicionales de la cultura occidental, a la aparición del cristianismo en el Imperio Romano se la llama «el triunfo del cristianismo», en referencia a la victoria de las creencias cristianas sobre las creencias y prácticas supuestamente falsas del paganismo. Sin embargo, es importante reconocer que el cristianismo no surgió de la nada.
Raíces en el judaísmo del Segundo Templo
Los judíos afirmaban tener una tradición antigua de códigos legales para la vida cotidiana (las leyes de Moisés) y revelaciones de su dios a través de los profetas. Aunque reconocían varios poderes en el universo, los judíos se diferenciaban de sus vecinos en que solo rendían culto y daban sacrificios a su único dios, Yahvé. Tras sufrir varias derrotas a manos de los asirios en el 722 a.C. y de los babilonios en el 587 a.C., sus profetas afirmaron que Dios acabaría devolviendo a Israel su antigua independencia. En esos «últimos días» (eschaton en griego), Dios designaría a un descendiente de David, un «ungido» (Mesías en hebreo, o Christos en griego), que dirigiría a los justos contra los enemigos de Israel. Dios establecería entonces un nuevo Edén, que se conocería como «el reino de Dios».
Tras una breve rebelión contra el dominio griego (la llamada «revuelta de los macabeos», 167 a.C.), Galilea y Judea fueron conquistadas por Roma (63 a.C.). En el siglo I a.C., varias figuras mesiánicas movilizaron a los judíos para que invocaran a Dios y les ayudara a derrocar a los romanos. La mayoría de estas figuras fueron asesinadas por Roma por incitar a las turbas contra la ley y el orden. Una secta de judíos conocida como zelotes convenció al pueblo israelita para que se rebelara contra Roma en el año 66 d.C., lo que acabó con la destrucción de Jerusalén y su templo (70 d.C.).
Según todas las pruebas, Jesús de Nazaret fue un predicador del final de los tiempos, o un profeta apocalíptico, que proclamó que el reino de Dios era inminente y que fue crucificado por Roma (entre el 26 y el 36 d.C.) posiblemente por agitar a las masas durante la fiesta de Pascua. La crucifixión era la pena romana para los rebeldes y traidores: predicar un reino distinto al de Roma era subversivo. Poco después de su muerte, sus discípulos afirmaron que había resucitado de entre los muertos. Fuera cual fuera esta experiencia, les motivó a misionar o a difundir la «buena nueva» (el «evangelio») de que el reino de Dios llegaría pronto.
Los seguidores de Jesús llevaron primero este mensaje a las comunidades sinagogales de judíos de la parte oriental del Imperio Romano. Muchos judíos no creían que Jesús fuera el Mesías esperado, pero para sorpresa de estos mensajeros (los apóstoles), los gentiles (o paganos) querían unirse al movimiento. Este hecho inesperado planteó cuestiones de inclusión: ¿debían estos paganos convertirse primero al judaísmo, lo que implicaba la circuncisión, las leyes dietéticas y la observancia del sabbat? En una reunión celebrada en Jerusalén hacia el año 49, llamada El Concilio Apostólico, se decidió que los paganos podían unirse sin la necesidad de convertirse en judíos. Sin embargo, tenían que observar algunos principios judíos, como drenar la sangre de la carne, la moralidad sexual y el cese de toda idolatría (Hechos 15). A finales del siglo I, estos gentiles-cristianos dominaban a los Christianoi («los seguidores de Cristo»).
Pablo, un fariseo, fue el fundador de muchas de estas comunidades. Afirmó que Jesús le pidió en una visión que fuera su «apóstol de los gentiles». Jesús estaba ahora en el cielo pero pronto regresaría. Este concepto se conocía como la parusía (o «segunda aparición»), y racionalizaba el problema de que el reino no apareciera durante la vida de Jesús: según los profetas, esto se cumpliría a su regreso. En ese momento, la sociedad actual (y sus convenciones sociales y distinciones de clase) se transformaría.
Con la creencia de que Jesús estaba ahora en el cielo, Cristo se convirtió en objeto de culto. Pablo afirmaba que Cristo había estado presente en la creación, y que «toda rodilla debe doblarse ante él» (Fil. 2). En el cuarto Evangelio de san Juan, Cristo es identificado como el principio filosófico del logos, o el principio racional del universo que se hizo carne (la doctrina de la encarnación). Tenemos muy poca información sobre cómo adoraban a Cristo los primeros cristianos. El culto en el mundo antiguo consistía en sacrificios. Para los judíos (y luego para los cristianos), este elemento desapareció con la destrucción del Templo en el año 70. Al mismo tiempo, los cristianos expaganos cesaron los sacrificios tradicionales de los cultos nativos.
En los Hechos de los Apóstoles, tenemos historias de Pedro y Juan curando a la gente «en el nombre de Jesús». Había un rito de iniciación del bautismo, himnos y oraciones a Cristo, y una comida conocida como la Última Cena, un homenaje de la última enseñanza de Jesús. Los cristianos se dirigían a Jesús como «Señor», título que los judíos también usaban para su dios. Los judíos podían reconocer la exaltación de Jesús al cielo como recompensa por la muerte de un mártir, pero situarlo al mismo nivel que Dios creaba una barrera entre judíos y cristianos.
La expansión del cristianismo
En la cultura grecorromana, las personas reivindicaban su propia identidad étnica a través de sus antepasados; uno ya nacía con sus costumbres y creencias. La conversión (pasar de una cosmovisión religiosa a otra) no era común, ya que la religión era algo que se llevaba en la sangre. Esta idea cambió con la llegada del cristianismo, que afirmaba que la ascendencia y el linaje ya no eran relevantes: según Pablo, la fe en Cristo era todo lo que se necesitaba para la salvación. Esta nueva idea dio lugar a un movimiento religioso que ya no se limitaba a una zona geográfica o a un grupo étnico, lo que convirtió al cristianismo en una religión portátil al alcance de todos.
La idea de la salvación fue otra innovación. Los judíos habían articulado la salvación como la restauración de la nación de Israel. Los paganos no tenían un concepto similar, pero algunos se preocupaban por su existencia en el más allá. Pablo escribió que la muerte de Cristo era un sacrificio que eliminaba el castigo por el pecado de Adán, que era la muerte (la doctrina de la expiación). Para esta primera generación de cristianos, la muerte física ya no era una realidad; serían transformados en «cuerpos espirituales» cuando Cristo regresara (1 Cor. 15). A medida que pasaba el tiempo y Cristo no regresaba, los cristianos aceptaban la muerte del cuerpo, pero se les prometía una recompensa en el cielo.
El cristianismo compartía algunos elementos con los cultos mistéricos (como Deméter y Dionisio) que eran populares en el periodo helenístico. Estos cultos requerían una iniciación y ofrecían información secreta tanto sobre una vida mejor en este mundo como sobre una transición suave a una buena vida después de la muerte. Los cultos mistéricos también utilizaban el concepto de un dios que moría y resucitaba.
El cristianismo no se extendió de la noche a la mañana «como un reguero de pólvora», como se ha sugerido en el pasado: los iniciados pasaban tres años aprendiendo las enseñanzas cristianas, seguidos de su bautismo, que solía celebrarse en lo que se convirtió en la fiesta de Pascua. El iniciado se desnudaba como señal de rechazo a su vida anterior, se sumergía en el agua y luego se ponía una nueva túnica como signo de haber «renacido». El bautismo de adultos fue la norma hasta aproximadamente los siglos IV y V, cuando el bautismo de niños se convirtió en la norma debido a las altas tasas de mortalidad infantil.
Jerarquía, celibato y monacato
El cristianismo se extendió por todas partes, con comunidades pequeñas tan lejanas entre sí como en Gran Bretaña y en el África subsahariana. Sin embargo, no existía una autoridad central, como el Vaticano, que validara las diversas creencias y prácticas. Existían numerosos y diversos grupos por todo el Imperio. Los obispos se comunicaban entre sí y sus cartas demuestran debates a menudo rencorosos.
Los cristianos adoptaron el sistema griego de asambleas políticas (ecclesia en griego, «iglesia» en español) y el sistema romano de un supervisor (obispo) de la sección de una provincia (diócesis). En el siglo I, los obispos eran elegidos como líderes administrativos, pero entre los siglos I y II se produjo una innovación en el cargo: ahora tenían el poder de absolver pecados a través de su posesión por el Espíritu Santo. Los diáconos eran elegidos inicialmente como ayudantes en la distribución de la caridad y, con el tiempo, se convirtieron en sacerdotes.
La visión pagana del mundo incluía la importancia de la fertilidad (en las cosechas, los rebaños y las personas) para la supervivencia. Las relaciones sexuales se consideraban necesarias, naturales y placenteras tanto para los dioses como para los humanos. Los Padres de la Iglesia expresaron su desdén por estas actitudes hacia el cuerpo, influidos por puntos de vista filosóficos similares conocidos como ascetismo. Los líderes de la Iglesia abogaban por el celibato (no casarse) y la castidad (no mantener relaciones sexuales) como requisitos para los obispos y otros cargos directivos.
Más allá del liderazgo, se animaba a los cristianos a casarse, reconociendo el mandato bíblico de «fructificar y multiplicarse». Sin embargo, las relaciones sexuales se limitaban al único propósito de la procreación. El coito, cuando una esposa era estéril, era una concesión a la lujuria, ahora considerada un pecado y algo que solamente los paganos sexualmente inmorales se permitían.
El culmen del ascetismo cristiano lo alcanzó Antonio en Egipto (251-356 d.C.), cuando dio la espalda a la sociedad y se fue a vivir a una cueva en el desierto. Otros le siguieron y fueron conocidos como los Padres del Desierto. Con el tiempo, se alojaron juntos en monasterios y constituyeron un nivel adicional de clero, y los más cultos de entre ellos copiaron e ilustraron manuscritos cristianos.
Persecución y martirio
Según la tradición, el emperador Nerón (37-68 d.C.) fue el primer funcionario romano que persiguió a los cristianos. El historiador romano Tácito (56-120 d.C.) afirmó que Nerón culpó a los cristianos del Gran Incendio de Roma del año 64, aunque no fue testigo de los hechos. Sin embargo, el relato ha quedado grabado en la historia primitiva del cristianismo. Si Nerón efectivamente ejecutó cristianos, no lo hizo siguiendo ninguna política oficial de la Roma de la época.
La decisión de perseguir a los cristianos comenzó probablemente durante el reinado de Domiciano (que duró del año 81 al 96). Unas arcas agotadas motivaron a Domiciano a tomar medidas en dos áreas: impuso la recaudación del impuesto del Templo (que debían pagar los judíos) y ordenó el culto en los Templos Imperiales. Tras la destrucción de su Templo, el padre de Domiciano, Vespasiano (emperador entre los años 69 y 79), había ordenado a los judíos que siguieran pagando el impuesto del Templo, enviándolo a Roma como reparaciones de guerra, pero al parecer nadie lo había hecho cumplir hasta el reinado de Domiciano. Al buscar evasores de impuestos entre los judíos, sus funcionarios se dieron cuenta de la existencia de otro grupo que adoraba al mismo dios pero no eran judíos y, por tanto, no eran responsables del impuesto.
El culto imperial comenzó con la deificación de Julio César tras su muerte en el año 44 a.C. El pueblo llano afirmaba que César estaba ahora «entre los dioses». Octaviano creó templos imperiales que honraban tanto a César como a la familia imperial. El culto imperial servía de propaganda y aportaba fondos con la venta de sacerdocios. Domiciano insistió en que se dirigieran a él como «Señor y Dios» y ordenó que todos participaran en su culto. Julio César había concedido a los judíos la exención de los cultos tradicionales como recompensa por sus mercenarios judíos. Los cristianos, sin embargo, no tenían esta «tarjeta para salir de la cárcel gratis».
Los cristianos fueron entonces acusados del delito de ateísmo. Su negativa a apaciguar a los dioses ofreciéndoles sacrificios se consideraba una amenaza para la prosperidad del Imperio, lo que equivalía a traición. Esto llevó a que fueran ejecutados en las arenas, a menudo mutilados y devorados por leones. Los leones y otros animales salvajes eran utilizados por cazadores de animales especialmente entrenados. Era conveniente utilizar estos animales como verdugos del Estado.
Los cristianos tomaron prestado el concepto de martirio del judaísmo, donde todo aquel que moría por su fe era llevado inmediatamente a la presencia de Dios. El martirio, por tanto, se hizo muy atractivo para los cristianos y se contaron muchas historias de su valentía y convicción ante la muerte. Tal devoción servía como propaganda de la fe.
A pesar de la tradición cristiana (y de Hollywood), la persecución nunca fue objeto de edictos de alcance imperial hasta la segunda mitad del siglo III y principios del IV. Tampoco hubo miles de víctimas. En 300 años, tenemos registros que indican el carácter esporádico de la persecución, que dependía de las circunstancias. Cada vez que se producía una crisis (invasión extranjera, hambruna, peste), los cristianos se convertían en chivos expiatorios por enfadar a los dioses. En general, los romanos dejaban en paz a los cristianos en su mayor parte.
Ortodoxia y herejía
El mundo pagano aceptaba la pluralidad de las diversas formas de acercarse a los dioses con un énfasis en los rituales correctos más que en cualquier consenso sobre la doctrina. Los Padres de la Iglesia del siglo II desarrollaron una innovación con el concepto de ortodoxia, o la idea de que solo había una «creencia correcta». Esto fue emparejado con su polo opuesto, la herejía (del griego airesis o «elección», como en la elección de una filosofía particular).
Bajo el término general de «gnósticos» (del griego gnosis, «conocimiento»), algunos cristianos ofrecían una visión diferente tanto del universo como de la salvación en Cristo. Para muchos gnósticos, toda la materia del universo físico era mala, incluido el cuerpo humano. Cristo no se manifestó en un cuerpo y, por tanto, la crucifixión y la resurrección no eran importantes para la salvación. Según esta doctrina, llamada docetismo, Cristo simplemente parecía un ser humano, mas no lo era, y vino al mundo para revelar que los humanos contenían una chispa divina de Dios que estaba atrapada en el cuerpo. Las enseñanzas de Jesús proporcionaron la clave para liberar esta chispa y ayudarla a regresar a su fuente.
Literatura Adversus: Una identidad separada del judaísmo
En el siglo II surgió un tipo específico de literatura dirigida contra los judíos y el judaísmo, que coincidió con el aumento de la persecución de los cristianos. Los cristianos afirmaban que debían tener la misma exención de los cultos estatales que los judíos porque los cristianos eran verus Israel, el «verdadero Israel». La interpretación cristiana de las Escrituras judías a través de la alegoría demostró que allí donde Dios aparecía en las Escrituras, era en realidad Cristo en una forma preexistente. Los cristianos reclamaban las Escrituras como propias y un «nuevo pacto» sustituía ahora al antiguo. La literatura adversus contribuyó a una identidad cristiana ahora separada y distinta del judaísmo en la práctica, pero con una antigua tradición que les otorgaba respeto. Estos tratados eran muy polémicos, malintencionados y llenos de la retórica estándar de la época contra un oponente. Por desgracia, muchos de estos argumentos se convirtieron en la base de las posteriores acusaciones contra los judíos en la Edad Media y más allá.
La conversión de Constantino
Hacia el año 300, el emperador Diocleciano (que gobernó del 284 al 305) había organizado el Imperio Romano en Oriente y Occidente. A su muerte, en el 306, varios cogobernantes compitieron por volver al gobierno unipersonal. En Occidente, la batalla se libró entre Majencio y Constantino I. Constantino contaría más tarde que la noche anterior a la batalla (en el Puente Milvio de Roma), vio una señal en el cielo (chi y rho, las dos primeras letras de Cristo, o una cruz) y oyó una voz que le dijo: in hoc signo vinces («en este signo vencerás»). Constantino afirmó que ganó la batalla con el apoyo del dios cristiano.
Junto con el gobernante superviviente de Oriente, Licinio, se promulgó el Edicto de Milán en el año 313, que concedía a los cristianos el derecho a reunirse legalmente sin temor a arrestados o perseguidos. El cristianismo se unía así a otros cientos de cultos paganos, aunque Constantino favoreció a los cristianos mediante exenciones fiscales y fondos para la construcción de iglesias.
Un imperio cristiano
Constantino estaba interesado tanto en unificar el Imperio como a la Iglesia. Adoptó las enseñanzas de los Padres de la Iglesia como núcleo de las creencias cristianas. Sin embargo, unas enseñanzas controversiales por parte de Arrio, un presbítero de Alejandría, Egipto, provocó disturbios en todo el Imperio. Según Arrio, si Dios había creado todo en el universo, entonces Cristo era una criatura y, por tanto, estaba subordinado a Dios. En el año 325, Constantino invitó a los obispos a una reunión en Nicea para definir la relación entre Dios y Cristo. El resultado fue el llamado Credo de Nicea, una lista de principios que todos los cristianos debían aceptar: Dios y Cristo eran de la «misma esencia», ambos participaban en la creación y, por tanto, se mantenía el monoteísmo; Dios era uno, con tres manifestaciones. Con el Espíritu Santo de Dios como manifestación de la divinidad en la tierra, esta doctrina pasó a conocerse como la Trinidad. Los cristianos que desafiaban estas creencias eran considerados herejes, lo que equivalía a traición. Su inconformismo amenazaba la prosperidad del Emperador y del Imperio, ahora cristianos.
En el año 381, Teodosio I promulgó un edicto que prohibía todos los cultos excepto el cristianismo. En el 390, ordenó el cese de los Juegos Olímpicos, dedicados a los antiguos dioses, y el cierre de los santuarios y templos paganos. Algunos de estos edificios fueron destruidos, pero otros se transformaron en iglesias cristianas.
En el siglo IV, los cristianos combinaron el concepto judío de martirio con los conceptos grecorromanos de dioses y diosas protectores de pueblos y ciudades. Los mártires cristianos pasaron a ocupar una posición similar a la de los mediadores en el cielo. La práctica de peregrinar a sus tumbas se convirtió en «el culto a los santos».
Cuando Constantino trasladó la capital a Constantinopla en el año 330, se produjo un vacío temporal en el liderazgo de Occidente. En el siglo V, el obispo de Roma absorbió también el liderazgo secular, ahora con el título de «Papa». En el Imperio de Oriente (Bizancio), el emperador siguió siendo el jefe del Estado y de la Iglesia hasta la conquista de Constantinopla (Estambul) por los turcos en 1453.
¿Por qué triunfó el cristianismo? La conversión de Constantino proporcionó sin duda razones prácticas para que los paganos adoptaran la nueva religión. Sin embargo, aunque introdujo innovaciones, el cristianismo absorbió muchos elementos compartidos de la cultura grecorromana, lo que sin duda contribuyó a transformar a los individuos de una cosmovisión a otra.