La Navidad era uno de los momentos más destacados del calendario medieval, no solo para los ricos, sino también para el campesinado. Durante las vacaciones más largas del año, que normalmente abarcaban los 12 días de Navidad, la gente dejaba de trabajar, decoraban las casas y ponían un tronco de Navidad en el hogar. Intercambiaban regalos, disfrutaban de misas alegres en la iglesia y celebraban festines en todas las casas, en los que se comía más comida y de mejor calidad que el resto del año. También había muchas canciones, bailes, pantomimas y juegos. Para muchos, al igual que hoy en día, era la mejor época del año.
El calendario medieval europeo no estaba falto de fiestas: cada estación tenía su propia celebración cristiana especial, a menudo basada en tradiciones paganas más antiguas. Las fiestas medievales eran una oportunidad para el descanso necesario del trabajo cotidiano y para socializarse durante las comidas familiares, en las que el típico menú gris de los pobres se cambiaba por tales rarezas como la carne y el pescado y las mesas de los ricos se adornaban con cosas exóticas como pavo real asado. La Navidad era la fiesta más larga del año con diferencia, e iba desde la Nochebuena el 24 de diciembre hasta el duodécimo día, el 5 de enero. La mitad del invierno era una época del año en la que se producía un parón en la actividad agrícola, por lo que a muchos campesinos su señor les permitía tener libres las dos semanas enteras. En esta época también se intercambiaban regalos y se decoraba la casa con guirnaldas y coronas de follaje invernal. Tal como recoge una descripción de William Fitzstephen del Londres del siglo XII EC:
Toda casa, al igual que toda parroquia, estaba decorada con acebo, hiedra, laurel y cualquier otra cosa que se mantuviese verde en aquella estación del año. (Citado en Gies, 100)
El acebo, con sus brillantes hojas verdes y sus frutos de un rojo vivo se considera como la decoración ideal de invierno desde la antigüedad. Los antiguos druidas celtas consideraban que era sagrado y capaz de proteger de los malos espíritus, mientras que los romanos lo usaban como regalo para mostrar cariño y buena voluntad. El muérdago es otra decoración que se usa desde hace mucho, y la gente de la antigüedad creía que proporcionaba fertilidad, que protegía los cultivos y que mantenía alejadas a las brujas. Mucho antes de que el árbol de Navidad se convirtiera en el centro de atención en el siglo XIX EC, una doble corona de muérdago era la pieza central de las decoraciones de muchos hogares, bajo la cual las parejas podían besarse, quitando las decorativas bayas con cada beso.
La Iglesia en Navidad
Naturalmente, en las comunidades extremadamente religiosas de la época medieval, la iglesia local era el centro de las celebraciones navideñas y mucha gente de todas las clases atendía a las misas. Con el tiempo, las misas tradicionales de las principales festividades cristianas se fueron haciendo más elaboradas, y la Navidad no es una excepción. Algo que se desarrolló hacia el siglo IX EC es el tropo, que consistía en añadir diálogos y canciones extras a la misa. Un ejemplo de tropo en la celebración de Navidad consistía en la elaboración de una pregunta que cantaba el coro: Quem quaertitis in praesepe? (¿A quién buscas en el pesebre?). Una mitad del coro cantaba esa estrofa, y después la cantaba la otra mitad. Con el tiempo esto derivó en la dramatización usando oradores individuales y actores y acabó convirtiéndose en la representación de los belenes vivientes en los que los Reyes Magos y el rey Herodes tenían papeles importantes. Otra obra que se hizo popular en las misas del periodo festivo fue la de Los profetas, en la que un cura dirigía el diálogo de varios profetas tales como Jeremías, Daniel y Moisés y los niños del coro se vestían para representar papeles menores, tales como un burro o el demonio.
La Fiesta de los Santos Inocentes el 28 de diciembre conmemoraba el intento fallido del rey Herodes de asesinar al niño Jesús ordenando la ejecución de todos los niños de Belén menores de dos años. En este día, la Iglesia, algo extraño considerando la gravedad del motivo, se permitía una inversión festiva de los roles, según la cual los niños del coro adoptaban la posición del obispo y de otros clérigos superiores y llevaban a cabo la misa e incluso dirigían una procesión a la luz de las antorchas. La Fiesta de Circuncisión, celebrada el 1 de enero, era aún más extravagante, lo que quizá explica su otro nombre: "Fiesta de los locos". Los clérigos de cargos menores llevaban la ropa del revés y metían un burro en la iglesia en la que, al llegar al altar, quemaban incienso hecho de zapatos viejos, comían salchichas, bebían vino y rebuznaban como un burro.
Si no estaba invitado al castillo del señor más cercano, el clero local celebraba la Navidad con un buen festín de comidas exóticas. Alondras, patos y salmón podían aparecer en el menú, o a lo mejor un cabrito, y se sabe de un abad de la Abadía de Ramsey en Inglaterra que se reservaba para sí mismo un jabalí para cada cena de Navidad. Incluso los monjes tenían algo especial en Navidad. La dieta en los monasterios medievales ya era de por sí bastante buena, pero los festines de Navidad incluían más carne y pescado de lo habitual. También sabemos que en monasterios como la Abadía de Cluny, en Francia, los monjes recibían un hábito nuevo y tomaban uno de sus dos baños anuales en Navidad (no estaba permitido tomar más).
Navidad en una casa señorial
Entre la aristocracia terrateniente, en sus casas y castillos acogedores, los regalos de Navidad, tales como ropa fina y joyas para llevar durante esa temporada, se intercambiaban el 25 de diciembre. También había otra ronda de regalos el día 1 de enero. Conocidos como los "primeros regalos", se consideraban como un presagio de la suerte de la persona en el año venidero. Pero al igual que hoy en día, la verdadera alegría de la Navidad para muchos era la comida que había disponible.
Celebrada normalmente en el Gran Salón del castillo o la mansión, la disposición de la comida de Navidad para la aristocracia era como cabe esperar espléndida, con altos techos de vigas y por lo menos un fuego encendido. El salón aparecía aún más impresionante con las guirnaldas festivas de acebo, hiedra y otras plantas de temporada. Las mesas se ponían con los cuchillos habituales, las cucharas, y una gruesa rodaja de pan del día anterior (conocida como trinchero), que se usaba a modo de plato para la carne. Los invitados también disfrutaban del lujo de un cambio de mantel tras cada plato. Cada dos comensales compartían un cuenco para lavarse las manos, ya que todo menos los líquidos se comía con los dedos, otro para las sopas y los guisos y un cuenco pequeño de sal.
La comida se servía como un almuerzo temprano, y el primer plato normalmente era una sopa, un caldo o un cocido ligero con algo de carne. El segundo plato puede que fuera un estofado de verduras, normalmente de puerro y cebolla. En cuanto al segundo plato, los ricos tenían la suerte de poder comer carne en días comunes, como por ejemplo conejo, liebre y pollo. Sin embargo, en Navidad se servían carnes más exquisitas, pescado (como el salmón, el arenque o la trucha) y marisco (como las anguilas, las ostras o el cangrejo). La carne se asaba en un asador sobre un fuego abierto. Aparte de las piernas de carne de vacuno y de carnero, había ternera, venado, gansos, capones, cochinillos, patos, chorlitos, alondras y grullas, entre otros. Un plato especial de Navidad que puede que prepararan los cocineros para sorprender a los invitados podía ser una cabeza de jabalí en una fuente o un cisne o pavo real asado cubierto otra vez con las plumas. Las salsas añadían más sabor a muchos platos, se espesaban con pan rallado y contenían vino o vinagre, hierbas y especias.
El postre consistía en natillas espesas de frutas, hojaldres, frutos secos, queso y frutas de lujo como las naranjas, los higos y los dátiles. También había entremeses, bocaditos varios glaseados con azúcar y miel, que se servían antes del postre en Navidad y otras festividades. Para beber había vino tinto o blanco, que se bebía joven ya que no duraba mucho, y se servía en una copa que se compartía con el acompañante. A menudo el vino se mezclaba con agua o se endulzaba con miel o azúcar. Las alternativas eran sidra y cerveza, aunque esta última, que se hacía con grano fermentado y levadura, se consideraba una bebida de clase inferior. La cerveza hecha con lúpulo no aparecería hasta finales de la Edad Media. El postre podía ir acompañado de una jarra de vino especiado. Mientras este banquete tenía lugar en el Gran Salón, no se olvidaban de los sirvientes del castillo, ya que tradicionalmente recibían una comida mejor en Navidad, como podían ser gansos o gallinas. Por último, los restos del festín se llevaban afuera para los pobres que esperaban.
Puede que hubiera algunos invitados sorprendentes sentados a la mesa en las mansiones, ya que los siervos dentro de los terrenos del castillo podían vivir un poco en Navidad, cuando era tradición invitarlos a comer. En algunas fincas estas invitaciones se limitaban tan solo a dos afortunados invitados, tradicionalmente uno de los campesinos más pobres y uno de los más ricos, que podían llevar a dos amigos con ellos. Por desgracia la mayoría de campesinos invitados a la casa de su señor tenía que llevar sus propios platos y leña, y por supuesto, toda la comida la habrían producido ellos. Sin embargo, sí que recibían cerveza gratis y por lo menos era una oportunidad para ver cómo vivían los ricos y tomarse un breve respiro del deprimente invierno rural.
Una Navidad de campesinos
Obviamente, la Navidad de los campesinos era bastante menos grandiosa que la que se podía disfrutar en la mansión local o el castillo, y para el campesinado la temporada no empezaba bien. Se esperaba que los siervos, que ya tenían que pagar innumerables tasas varias durante el resto del año, le hicieran un "regalo" al señor en Navidad, con raciones extra de pan, huevos y puede que hasta un valioso gallo o un par de gallinas. Por el contrario, los trabajadores libres de la finca, especialmente los más importantes como el pastor, el porquero y el boyero, recibían regalos del señor como un extra de comida, bebida ropa y leña. Esta es una tradición que continuó hasta siglos posteriores cuando los criados domésticos recibían una caja de regalos el 26 de diciembre, de donde proviene el nombre de este día en Gran Bretaña: Boxing day, por el "día de las cajas". Los regalos de los niños de padres humildes eran juguetes simples tales como peonzas, silbatos, zancos, canicas, muñecas y figuras hechas de madera o arcilla.
Los campesinos decoraban sus casas al igual que los aristócratas, con ramas de acebo que se podían encontrar fácilmente. También persistía una antigua tradición, posiblemente pagana, que consistía en quemar el tronco de Navidad. Este era un trozo del tronco de un árbol de buen tamaño que se encendía en Nochebuena en todas las casas y continuaba ardiendo durante los doce días de Navidad. En las comidas especiales de las fiestas los campesinos disfrutaban de esa rara exquisitez que era la carne, normalmente cocida, se daban un capricho de queso y huevos, comían pasteles y bebían cerveza. De esta última había mucha, normalmente elaborada por las campesinas.
El 1 de enero era importante ya que la gente esperaba tener mejor fortuna en el año venidero. Se desarrolló una superstición, paralela al intercambio de regalos entre los ricos en este día, que decía que era muy importante quién era la primera persona en visitar el hogar el día de Año Nuevo. Esta superstición que se llamaba "first-footing" (primer paso) enumeraba ciertas características que era deseable que tuviera el primer visitante: que fuera un hombre de tez oscura, puede que rubio, y lo mejor de todo, que tuviera los pies planos.
Entretenimientos de Navidad
Durante las navidades había todo tipo de pasatiempos. Beber alcohol era el más popular de todos y el hecho de que la fiesta podía írseles de las manos queda demostrado por la costumbre popular de que los señores pagaran a guardias especiales para que vigilaran sus fincas en caso de disturbios. Un registro de una finca cercana a la catedral de San Pablo en Londres explica que se apostaron vigilantes desde el día de Navidad hasta la noche de Reyes, y que estos hombres fueron recompensados con "una buena hoguera en el salón, una hogaza de pan blanco, un plato de cocido y un galón de cerveza [por día]" (cita de Gies, 208). A pesar de que beber tales cantidades era relativamente común y que la cerveza era floja, con cuatro litros y medio por guardia lo sorprendente es que ellos mismos no se descontrolaran un poco.
Entre las celebraciones más refinadas, había monjes que iban de casa en casa representando obras de teatro que contaban pasajes clave de la Biblia, especialmente, claro está, temas relacionados con las navidades como la Matanza de los inocentes de Herodes. De manera parecida, los gremios medievales organizaban desfiles públicos en las ciudades en los que las carrozas iban por las calles con gente vestida como personajes de la historia de Navidad de la Biblia. Las tropas de artistas de la pantomima, de actores y titiriteros también recorrían las calles, acompañados de bandas de música. A veces había más de 100 participantes, vestidos con trajes extravagantes de señores, cardenales y caballeros, e incluso se metían en las casas de la gente para bailar y jugar a los dados. A cambio del entretenimiento los actores enmascarados recibían comida y bebida, y normalmente representaban obras cortas con escenas de leyendas conocidas, como la de San Jorge y el dragón.
Había juegos como las cartas y los dados, que también incluían apuestas, y juegos de mesa como el ajedrez, las damas, el backgammon y el juego del molino. Entre los juegos tradicionales de Navidad encontramos el "rey de la alubia", que permitía a aquel que se encontraba la alubia escondida en el pan o en un pastel especial ser el "rey" o la "reina" del banquete. La persona que recibía los honores podía mandonear a todos los demás, que a menudo tenían que imitar cualquier acción que realizaran el rey o la reina en la mesa. Este juego tradicionalmente se hacía en la noche de Reyes y era un ejemplo de la inversión de roles que se remonta al festival pagano de diciembre de Saturnalia de la Roma clásica.
La comida de Navidad iba seguida de más vino o cerveza, de canciones, incluidos los villancicos, y los bailes en grupo al son de gaitas, flautas, laúdes y tambores. Los acróbatas profesionales y los juglares y trovadores entretenían con sus acrobacias y sus ingeniosos versos. Se contaban cuentos populares, retocados y recompuestos cada año, había espectáculos de títeres y la gente jugaba a juegos de salón, muchos de los cuales todavía siguen en vigor, como la gallinita ciega. En otro de estos juegos, un miembro del grupo se vestía de santo mientras que los demás le hacían ofrendas, sin duda graciosas, que tenían que hacer sin sonreír y resistiéndose a las artimañas del santo, o sino pasaban ellos a ser el santo. Otro juego era "El rey no miente", en el que el "rey" de la fiesta podía hacerle preguntas a cualquiera de la fiesta, y si estos respondían la verdad, podían devolverle la pregunta al rey. Obviamente el objetivo de tales juegos era demostrar la habilidad con las palabras, dejar en ridículo a los amigos y descubrir las intenciones de un pretendiente.
También había deportes para los más enérgicos, tales como hazañas de fuerza, tiro con arco, lucha, bolos, hockey y fútbol medieval, en el que el objetivo era llevar la pelota a un destino, y tenía muy pocas reglas, o ninguna. Deslizarse por un lago helado también era una actividad popular en invierno. La alternativa, para los atrevidos, era atarse los huesos de la espinilla de un caballo a los pies y, agarrándose a un palo para impulsarse, intentar patinar sobre hielo.
El fin de las fiestas
La vuelta a la vida ordinaria debía de suponer un choque tras las largas vacaciones, pero incluso entonces los campesinos convertían el proceso en un juego de celebración, por ejemplo, con carreras de arados al amanecer el primer lunes después de la Epifanía, conocido como el Plough Monday (lunes del arado). También había otra tradición, puede que de nuevo para aliviar la vuelta a la rutina, en 7 de enero, conocido como el día de Saint Distaff (Rueca). Este era "un día de carnaval, una oportunidad para portarse mal", para las "batallas cómicas de sexos" en las que los hombres quemaban el lino de las mujeres y las mujeres se aseguraban de empapar a los hombres (Leyers, 225).