El monoteísmo se define, en palabras sencillas, como la creencia en un dios único, lo que en general lo coloca en el polo opuesto del politeísmo: la creencia en muchos dioses. La palabra «monoteísmo» es más bien reciente, ya que fue puesta en circulación por el filósofo británico Henry More (1614-1687) a mediados del siglo XVII; sus raíces provienen de las palabras griegas monos (solo) y teos (dios). En la tradición occidental la «creencia en un dios único» se vincula en específico con el Dios de la Biblia; el Dios del judaísmo, del cristianismo, del islam (escrito siempre con «D» mayúscula). Por otra parte, en el mundo de la antigüedad no existía el concepto de monoteísmo tal como se entiende hoy. Todos los pueblos del pasado eran politeístas; podían elevar a un dios por encima de otros (henoteísmo), pero aún así reconocían la existencia de múltiples divinidades.
Para el hombre de la antigüedad el concepto de universo incorporaba tres reinos: el firmamento (el cielo); la tierra (los humanos); y el inframundo (en ocasiones denominado infierno, o tan solo «la tierra de los muertos»). El cielo era el dominio de los dioses y lo poblaban huestes de divinidades organizadas conforme a un orden de poderes. Muchas civilizaciones de antaño poseían un dios dominante o rey de dioses, acompañado de otras divinidades que se hacían cargo de distintos aspectos de la vida y actuaban como corte de consejeros, o apenas como sencillos portadores de mensajes dirigidos a los humanos que vivían debajo. Muchas de las potestades podían trascender o cruzar hacia el plano inferior donde se encontraba la tierra, mediante la adopción de distintas manifestaciones; también podían viajar al inframundo y al revelarse de esa manera recibían el nombre de poderes ctónicos (del inframundo). Algunas deidades menores conocidas por entes (daemons), pasaron con el tiempo a percibirse como maléficas y se identificaron con el nombre de demonios (demons). Se creía que estas potestades eran capaces de poseer a las personas y su existencia servía para explicar las enfermedades y los desórdenes mentales.
Creencia, fe y credo
El concepto moderno de monoteísmo abarca otras dos definiciones adicionales, las de «creencia» y «fe». El problema de comprender las religiones de la antigüedad no estriba en que no creyeran en algo, o en que profesaran escasa fe en los dioses y diosas. El asunto radica en que con frecuencia las cuestiones no se articulaban o manifestaban de la misma manera en que ahora se asimilan los sistemas religiosos. A diferencia de los ulteriores credos del cristianismo, no existían dogmas similares entre los diferentes cultos étnicos de la cuenca del Mediterráneo.
Las bases de las historias de la creación y de los dioses y héroes se encontraban en las obras de Homero (La Ilíada; La Odisea), de Hesiodo (Teogonía; Obras y días), y en los mitos de los bardos; entre ellas constituían el equivalente más cercano a un conocimiento compartido. No existía una autoridad central (como el Vaticano) que decretara correspondencias entre creencias y prácticas. Cada grupo étnico desarrollaba las prácticas y rituales requeridos para un culto consistente en sacrificios, cuyas características habían pasado a sus ancestros directamente de los dioses, en los que revestía una importancia crucial ejecutarlos sin errores.
Las raíces originales del monoteísmo
Aunque el término monoteísmo es moderno, diversos investigadores han tratado de descubrir las raíces primigenias de las antiguas creencias en un dios único. En lo alto de la lista se encuentra el faraón egipcio Akenatón (1353-1336 a.C.), a quien a menudo se hace referencia como el primer monoteísta. Durante el período de Amarna, Akenatón promovió el culto a Atón, símbolo del sol, como la más elevada expresión de adoración, y eliminó el culto de Amón-Ra en Luxor, quien era el dios dominante de la época. Sin embargo, de haber intentado destruir los templos, las imágenes y el sacerdocio de Amón-Ra, habría demostrado la existencia e influencia de ese dios. Además, no existen evidencias que Akenatón persiguiera o se propusiera eliminar a los demás dioses o diosas de la religión egipcia, ni tampoco que se esforzara en anular los numerosos festivales religiosos, ni las creencias en la vida de ultratumba extendidas por todo Egipto.
Otra fuente relacionada con las raíces del monoteísmo primitivo es el zoroastrianismo, que llegó a ser la religión estatal de la antigua Persia. Zoroastro fue un profeta que vivió en dentro del período 1000-600 a.C., quien promovió la adoración a una única deidad suprema, Ahura Mazda, creadora de todo lo que existe en el universo. Aun así, de Ahura Mazda emanaron seis fuerzas espirituales primordiales denominadas Amesha Spentas, así como varios poderes abstractos nombrados Yazatas, que eran de polaridad opuesta a otras fuerzas (p. ej. la verdad frente al pensamiento malévolo). El extremo contrario de Ahura Mazda era druj o «caos», personificado en Angra Mainyu. La existencia de un poder así, opuesto a toda la creación, pudo dar origen a los posteriores conceptos sobre el «diablo» del judaísmo, el cristianismo y el islam. A pesar de haber concebido los extremos del bien y del mal absolutos (concepto conocido como dualismo), los adeptos actuales del zoroastrianismo afirman que en verdad fue su religión quien gestó el monoteísmo, puesto que todo se originaba a partir del «Uno».
Al judaísmo primario se le ha prestado la máxima atención por considerarse el creador de las bases del monoteísmo de la tradición occidental. En tiempos recientes algunos eruditos aplican el término «monolatría» al sistema que reconoce la existencia de varios dioses pero elige venerar solo a uno. Al igual que sus vecinos, los judíos del pasado forjaron el concepto de una jerarquía de poderes celestiales: «hijos de dios» (Génesis 6), ángeles, arcángeles (mensajeros de Dios que comunican a la humanidad Su voluntad), querubines y serafines. Los judíos también reconocían la existencia de demonios, que se citan en numerosos ejemplos de los Evangelios que describen los exorcismos de Jesús durante su ministerio.
Los académicos han mantenido un perenne interés en sus intentos de analizar Génesis 1:26: «Entonces dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…”». ¿A quién le habla Dios? ¿Es el «nuestra» equivalente al «nosotros» de la realeza? Se han sugerido respuestas que toman en cuenta las arcaicas ideas de las culturas primitivas de establecer por analogía que los cielos reflejaban la estructura de la sociedad en la tierra; razonaban que si por lo general a los reyes los asistía una corte de consejeros, se desprendía como consecuencia que también tenía que existir una corte celestial.
La historia fundacional que da origen a la idea del monoteísmo judío surge cuando Moisés recibe los mandamientos de Dios en el Monte Sinaí: «Yo soy Jehová tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí». En realidad el hebreo podía haberse traducido como «…ningún otro dios junto a mí», lo cual no niega que otros dioses existan; el mandamiento establece que los judíos no deben adorar a otros dioses. En el mundo antiguo adorar siempre denotaba sacrificar. Los judíos podían elevar plegarias a los ángeles y a otros poderes celestiales, pero solo podían ofrendar sacrificios al dios de Israel.
Las escrituras judías se refieren de manera reiterada a la existencia de los dioses de las naciones (grupos étnicos): Deuteronomio 6:14 «No andaréis en pos de dioses ajenos»; 29:18 «…para ir a servir a los dioses de esas naciones…»; 32:43 «Alabad, naciones, a su pueblo, porque él vengará la sangre de sus siervos…»; Isaías 36:20 «¿Qué dios hay entre los dioses de estas tierras que haya librado su tierra…?»; Salmos 82:1 «Dios está en la reunión de los dioses; en medio de los dioses juzga». En el relato del éxodo judío de Egipto, Dios lucha contra los dioses de esa nación para demostrar quién controla la naturaleza, lo cual habría carecido de sentido si su existencia no se hubiera reconocido: «… y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto». (Éxodo 12:12)
Aunque los judíos solo ofrendaban sacrificios al dios de Israel, compartían la convicción general que todos los dioses debían ser respetados; era arriesgado enojar a los dioses. Éxodo 22:28 ordena a los judíos no denigrar a los dioses de las naciones. Tras la destrucción del templo israelita de Jerusalén por los romanos, no fue posible continuar la realización de los sacrificios requeridos por la liturgia. Los rabinos, posteriores líderes del judaísmo, dieron inicio a un largo proceso de reinterpretación del culto para que su centro fuera el «Uno», lo cual al final conduciría al concepto de la existencia de un solo dios en el universo.
Durante las persecuciones realizadas por los griegos seléucidas que condujeron a la revuelta de los macabeos en 167 d.C., se creía que los que morían por negarse a adorar a los dioses griegos serían recompensados con su transportación instantánea al cielo para que se presentaran como mártires («testigos») ante Dios.
Monoteísmo filosófico
Con el surgimiento de las escuelas de filosofía griega alrededor del 600 a.C. en Mileto, por la cuenca mediterránea comenzaron a extenderse especulaciones filosóficas relacionadas con el universo y con el lugar que los humanos ocupaban en él. Muchos filósofos se rodeaban de estudiantes (discípulos), y eran los propios alumnos quienes tomaban nota de las enseñanzas y las pasaban a la siguiente generación. La filosofía se asociaba a las clases superiores, puesto que los ricos eran los únicos que disponían de tiempo y ocio para dedicarse a esta forma de educación superior. Debido a que no se trataba de meras especulaciones de torre de marfil, la filosofía, como las antiguas religiones, proponía una manera de vivir a través de sus interpretaciones morales y espirituales.
Las escuelas de Platón, de Aristóteles y de los estoicos enseñaban métodos para enfrentarse a los caprichos de la vida, y hacían mayor énfasis en el estado del alma antes que en mundanales cuestiones externas. La cuestión medular era que el alma pudiera regresar tras la muerte a su origen, y en un plano superior reunirse con el «más altísimo dios». Para Platón, este elevado dios no era creado, era inmutable (no estaba sujeto a cambio), y esencia pura (no era materia y por tanto no estaba sometido a descomposición). Mediante el empleo de artilugios alegóricos se decía que de la mente de dios emanaban abstracciones sobre la realidad, del mismo modo que de la vela, luz. Este dios también emanaba al logos, o principio de racionalidad, para poner orden en el mundo físico.
Aristóteles (384-322 a.C.) estudiaba la metafísica, es decir, la existencia de principios primordiales. Dios en su sublimidad es la primera de todas las sustancias, el «motor inmutable», causante del movimiento de las esferas, de los planetas. Para los estoicos el universo era un organismo singular energizado por una fuerza racional divina e inmanente que en cumplimiento de las leyes naturales proporcionaba orden al universo. Enseñaban que todos debían vivir vidas en que se aceptara tanto el bien como el mal, y que las personas debían disciplinarse para al final lograr estar en armonía con la fuerza divina.
Muchas escuelas criticaban la mitología tradicional griega y su antropomorfismo (la asignación de características humanas a los dioses), aunque muy pocas condenaban de manera abierta los sacrificios ancestrales, como tampoco pedían la eliminación de los rituales tradicionales. A través de sus escritos, la filosofía contribuyó a las ideas que tanto los teólogos cristianos como los futuros rabinos desarrollaron sobre el monoteísmo.
El cristianismo
Las primeras constancias de la existencia de comunidades cristianas son las cartas de Pablo (c. 50 - 60 d.C.), que mostraban idéntico reconocimiento que el de los judíos a los poderes del universo. Se aceptaron muchas manifestaciones de lo divino que se ajustaban a las mismas gradaciones de poder, pero solo se podía adorar al dios de Israel. «Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre» (1 Corintios 8:5). A menudo Pablo denostaba contra las divinidades de los demás porque impedían su misión (2 Corintios 4:4). La existencia de los dioses era real.
No obstante, el cristianismo primitivo se complicó respecto al concepto de la unicidad de Dios al introducirse una nueva consideración. Desde el principio, a causa de a las experiencias de los Apóstoles tras la pascua, los cristianos comenzaron a afirmar que además de Jesús haber resucitado de entre los muertos, también se le había «elevado» a los cielos y dado un asiento «…a la diestra de Dios» (Los Hechos 7:56). 1 Pedro 3:21-22 expresa que «El bautismo… nos salva… por la resurrección de Jesucristo, quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades».
Hasta la destrucción del templo de Jerusalén, los primeros seguidores de Jesús estuvieron de acuerdo con la estipulación judía de que los sacrificios solo podían ofrendarse al dios de Israel. También se sabe que los adeptos iniciales comenzaron a incluir otros elementos de adoración relacionados con Jesús: bautizar a las personas en nombre de Jesús, sanar y sacar demonios en su nombre, ampliar el concepto de perdonar pecados en su nombre, dirigir oraciones e himnos a Jesús.
Uno de los primeros himnos que Pablo recitaba se encuentra en Filipenses 2:9-11:
Quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre.
Que «se doble toda rodilla» significaba adorar, puesto que alude a la costumbre de siglos de inclinarse ante las imágenes de los dioses. El Evangelio de Juan reforzó la idea que Jesús preexistía en los cielos antes de manifestarse en la tierra como humano, al comenzar por afirmar que Jesús era el logos que encarnó para enseñar al hombre acerca de Dios y de la salvación. Esta idea fue con posterioridad canonizada como la encarnación de Jesús.
El camino a la Trinidad
Cuando los paganos se convirtieron al cristianismo se adhirieron al concepto judío de no venerar a otros dioses. Por esta causa resultaron perseguidos, al entenderse que tal rechazo equivalía a cometer traición contra el Imperio Romano. No apaciguar a los dioses significaba que no se deseaba la prosperidad del Imperio, lo cual podía acarrear un desastre. La traición siempre se consideró una ofensa capital, y por lo tanto se ejecutaban cristianos en las plazas.
Muchos escritores cristianos suplicaron a los emperadores que se les otorgara la misma excepción que se les había dado a los judíos durante el gobierno de Julio César en relación a los sacrificios tradicionales. Los cristianos afirmaban que eran los «verdaderos judíos», y no una nueva religión, y pretendían demostrar mediante alegorías que estaban vinculados de antaño con las escrituras judías. Asimismo argumentaban que Dios, dondequiera que se mencionara, era una forma del Cristo preexistente. La respuesta de Roma siempre fue que los cristianos no estaban circuncidados, y que por lo tanto no eran judíos.
En el 312 d. C. el emperador Constantino abrazó el cristianismo y lo legalizó, por lo que las persecuciones cesaron. Sin embargo, los pensadores cristianos aún debatían cuál era la relación entre Dios y Jesús. Un anciano de la iglesia de Alejandría, Arrio, comenzó a predicar que si Dios había creado todo el universo, en algún momento tenía que haber creado a Cristo, lo cual significaba que Cristo se subordinaba a Dios. En Alejandría y en otras ciudades del imperio se produjeron disturbios a causa de la idea.
El primer Concilio de Nicea se convocó para zanjar la cuestión; decidieron que Dios y Cristo eran idénticos en sustancia y que Cristo era una manifestación del propio Dios en la tierra:
Creemos en un Dios, el Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creemos en un solo Señor Jesucristo, único Hijo de Dios, el unigénito del Padre; Dios de Dios y Luz de Luz; verdadero Dios de un Dios verdadero; engendrado, no creado, un mismo Ser con el Padre. Por quien todas las cosas fueron hechas. Quien por nosotros los hombres, y por cuenta de nuestra salvación, descendió de los cielos. Por el poder del Espíritu Santo nació de la Virgen María y fue hecho hombre... Creemos en el Espíritu Santo, el Señor, dador de vida, que proviene del Padre y del Hijo. Junto al Padre y el Hijo lo veneramos y glorificamos.
El credo se revisó varias veces durante las siguientes décadas y se hizo popular una versión abreviada que por lo general se conoce como El Credo de los Apóstoles. El concepto de Trinidad afirma que Dios es uno, pero con tres manifestaciones o personas: Dios, Cristo y el Espíritu Santo.
Los cristianos absorbieron ideas tanto del judaísmo como de los cultos griegos a los héroes y comenzaron la práctica de reunirse ante las tumbas de los mártires para dirigirles ruegos en sus plegarias. La adoración a los santos combinaba en sus inicios el martirio judío y los antiguos cultos griegos a los héroes, en los cuales las gentes se reunían ante las tumbas del ídolo. El concepto grecorromano de dioses y diosas protectores de un grupo étnico o de un poblado específico quedó embebido en el ideario que los santos patronos cristianos habitaban en los cielos, y devenían mediadores entre los humanos y Dios.
Islam
En el siglo VI d.C. surge un profeta en Arabia Saudita, Mahoma, quien fundó el islam. En esencia era un reformista que afirmaba que las falsas enseñanzas habían corrompido tanto al judaísmo como al cristianismo. Empleó las escrituras judías para enfatizar la unicidad de Dios (Alá). Se considera que combinar a Alá con cualquier otro poder es «shirk», idolatría, aunque en realidad el islam reconoce una gradación de poderes.
Dios creó tres tipos de seres inteligentes: los ángeles, los jinn (demonios) y los humanos. Los ángeles no poseen voluntad propia, pues son razón pura y por lo tanto no pueden pecar, pero los jinn y los humanos pueden elegir entre el bien y el mal. Cuando Dios creó a Adán les ordenó a todos los ángeles que se arrodillaran ante Él, pero uno de ellos, Iblis (Shaytán, el Diablo), rehusó hacerlo y lo echaron al infierno. Dios le otorgó permiso para tentar a los humanos, pero al final su potestad quedará deshecha el Día del Juicio Final.
Tras la muerte de Mahoma el problema de su sucesión llevó a que sus adeptos se dividieran en dos grandes grupos: los chiitas, que apoyaban a su yerno Alí, y los sunitas, que constituían la mayoría. Los chiitas honran a sus grandes maestros, los imames, a quienes les ofrendan ritos y peregrinaje a sus tumbas, mientras en discrepancia, los Sunitas aseveran que tal proceder equivale a la veneración cristiana a los santos, y compromete la unicidad de Dios.
El concepto moderno de monoteísmo que prevalece en el mundo occidental se formó a lo largo de siglos mediante el aporte de numerosos elementos. Hay una paradoja al proclamar que Dios es único, y a pesar de ello percibir que Él no está solo.