Todas las culturas expresan una idea de la otra vida, ya sea en la antigüedad u hoy en día, en un intento de dar respuesta al misterio de lo que ocurre tras la muerte. La antigua Persia tenía el mismo interés que cualquier otra cultura presente o pasada y propuso una de las respuestas más interesantes y compasivas.
La preocupación humana por la mortalidad no solo da forma a las escrituras de las religiones de todo el mundo, sino que también ha creado las mejores obras de la literatura mundial. La Epopeya de Gilgamesh de Mesopotamia, considerada la épica más antigua del mundo, se centra en encontrar el sentido de la vida frente a la inevitabilidad de la muerte, y desde entonces se han escrito innumerables obras sobre el mismo problema.
El Hamlet de Shakespeare resume esta preocupación en un verso: "aquel país desconocido de cuyas fronteras ningún caminante retorna" (Acto III.i 79-80). Pero Hamlet no es más que uno de los más elocuentes a la hora de hablar de una preocupación que se podría definir como la más básica y central del ser humano. La inevitabilidad de la muerte define la existencia humana y lo que ocurre después ha inspirado muchas versiones sorprendentes de la otra vida, desde el Campo de Juncos egipcio hasta el Hades griego, y muchos otros conceptos distintos de la vida tras la muerte, incluidos los familiares destinos del cielo y el infierno.
Aunque este último concepto de los dos posibles destinos hoy en día está estrechamente relacionado con el cristianismo y el islam, en realidad es una creación de la antigua Persia, que, junto con influencias de otras culturas, contribuyó a la visión de ambas religiones. El concepto católico del Purgatorio también fue imaginado antes por los persas en el Hamistakan, un lugar para las almas cuyos actos de bondad y maldad estaban igualados. Estos se conservarían equilibrados hasta el final de los tiempos, cuando volverían a reunirse con Ahura Mazda.
El concepto persa primitivo de la otra vida era parecido al de Mesopotamia, un país de sombras, deprimente y oscuro. Con el tiempo evolucionaría y se adornaría, y el momento de la muerte se convertiría en el triunfo y la dicha definitivas, o en el fracaso y la desesperación, con lo que se le daba sentido a la vida dependiendo de lo que cabía esperar tras la muerte.
Los dioses, los espíritus y la muerte
La religión de la antigua Persia llegó a la región de Irán con la migración del área del Gran Irán (el Cáucaso, y Asia central, meridional y occidental) en torno al tercer milenio a.C. No se sabe en qué consistían las creencias originales, pero se cree que se vieron influidas por los elamitas y los pueblos de Susiana, que ya estaban asentados en la zona.
Era un sistema de creencias oral, que siguió siéndolo a medida que fue desarrollándose, y todo lo que se sabe al respecto proviene de obras escritas mucho después de que el profeta Zoroastro (en torno a 1500-1000 a.C.) las transformara drásticamente. Por este motivo es difícil saber qué aspectos son anteriores a Zoroastro, pero en general nos podemos hacer una idea razonable gracias a obras como Avesta, Vendidad y Bundahisn, que hacen referencia a creencias previas. Aun así, parece que algunos conceptos posteriores al zoroastrismo se han aplicado al modelo previo, y no tenemos manera de saber qué fue lo que sustituyeron.
La religión persa en un principio era politeísta, con un panteón de dioses liderados por un único dios poderoso, Ahura Mazda. Este panteón se encargaba de las mismas preocupaciones que cualquier otra fe politeísta, ya que cada deidad presidía sobre su propia área de especialización. Mitra era el dios del sol naciente, las alianzas y los contratos; Anahita era la diosa de la fertilidad, el agua, la salud y la curación, la sabiduría y a veces la guerra. El mundo estaba lleno de espíritus, buenos y malos, y había seres sobrenaturales, como los peri (hadas) o los jinn (genios), que podían influir en el pensamiento y la conducta de los seres humanos.
Los dioses del panteón persa existían para cuidar de los seres humanos y protegerlos de las amenazas de las fuerzas del mal, más tarde conocidas como daevas, que estaban bajo el mando del espíritu malévolo Angra Mainyu. Angra Mainyu era el enemigo de Ahura Mazda y los demás dioses que, incapaz de terminar de malograr el gran diseño de los dioses, no podía sino causar problemas siempre que se presentaba la oportunidad. A modo de respuesta, Ahura Mazda se dedicó a transformar la destrucción en fines positivos.
Cuando Ahura Mazda creó el hermoso Toro Primordial, Gavaevodata, Angra Mainyu lo mató. Así que Ahura Mazda llevó el cuerpo del toro a la luna, donde fue purificado y a partir de su semilla purificada nacieron todos los animales del mundo. Cuando Ahura Mazda creó al primer ser humano, Gayomartan, Angra Mainyu también lo mató. Sin embargo, de su semilla purificada nació la primera pareja mortal, Mashya y Mashyanag, que vivía en el paraíso con su dios y toda la naturaleza.
Angra Mainyu también perturbó esto, susurrándole a la pareja que él era el verdadero creador y que Ahura Mazda era un embaucador malvado. Mashya y Mashyanag atendieron a sus mentiras, y fueron expulsados del paraíso. Con esto, la muerte entró en el mundo y con sus hijos, la vida humana tendría una duración limitada. Sin embargo, Ahura Mazda consiguió volver esto también en algo bueno y permitió que cada ser humano eligiera por sí mismo seguirle a él o a Angra Mainyu. Con esto, le otorgaba a la humanidad el sentido definitivo de la vida: cada uno podía vivir bien luchando por el Bien o miserablemente sufriendo por el Mal.
Primer concepto persa de la otra vida
Cuando una persona moría, su alma se quedaba junto al cuerpo durante tres días antes de partir al inframundo de los muertos. Este era un reino oscuro, parecido a la visión mesopotámica del Reino de Ereshkigal, la reina de los muertos, donde las almas vagaban en un crepúsculo sombrío y eterno. Según el concepto persa, esta tierra estaba gobernada por King Yima (o Yama), el primer gran rey mortal que, aunque en un principio seguía a los dioses, pecó por las malas artes de Angra Mainyu y cayó en desgracia. Al igual que Ereshkigal, parece que el propósito principal de Yima era mantener a los muertos en su reino y a los vivos fuera.
Igual que ocurre en otros sistemas de creencias, la existencia de estos difuntos dependía totalmente de las plegarias y el recuerdo de los vivos, Los familiares se pasaban los tres primeros días tras la muerte de la persona orando y ayunando porque consideraban que era el momento más peligroso para el alma. Esta estaría desorientada y sería susceptible a ataques de demonios. Se desarrolló un ritual conocido como sagdid ("la mirada del perro"), por el cual se traía un perro en presencia del difunto para ahuyentar a los malos espíritus. Los perros estaban considerados como la mejor defensa contra los malos espíritus porque podían ver lo que los seres humanos no veían y se creía que sus ladridos ahuyentaban a tales espíritus. Se llevaba al perro tres veces en presencia del difunto, y si dudaba o no quería ir, eso indicaba que no había ahuyentado a la entidad maligna. En estos casos, se llevaba al perro hasta nueve veces hasta que creían que el espíritu se había ido y se podía preparar el cuerpo para enterrarlo.
Después se enterraba al difunto, o más comúnmente se ponía en una construcción exterior que ahora se llama Torre del Silencio, donde los carroñeros limpiaban los huesos. Una vez limpios, se enterraban. Mientras los vivos cuidaban del cuerpo, el alma del difunto vagaba por el Reino de Yima. No está muy claro cuándo tenía lugar la siguiente fase, pero en algún momento el alma tendría que cruzar un río oscuro en barca, lo que se conocía como el Cruce del Separador, donde se separaban las almas buenas de las malas y se mandaban al lugar apropiado. Es posible que esto ocurriera cuando el difunto recién llegaba del mundo y que este cruce lo separara de la tierra de los vivos y lo llevara al Reino de Yima.
Puede que Mitra participara en el Cruce del Separador, en su papel de dios de las alianzas, ya que se entendía que el alma tenía un contrato con su creador, Ahura Mazda, y si esta había cumplido el contrato llevando una buena vida, recibiría una recompensa. De no ser así, sería castigada por seguir las mentiras de Angra Mainyu. Hay una referencia a Mitra con la balanza que pesaba los actos buenos y malos de la persona. Esta sería castigada o recompensada dependiendo de lo que mostrara la balanza. Puede que los ángeles Rashnu (más tarde el juez de los muertos) y Suroosh (un ángel guardián) también participaran, pero también puede que se añadieran más tarde. Sin embargo, había algún tipo de juicio tras la muerte, y el alma iba a su nuevo hogar en el más allá.
Una vez llegaba, dependía de que los vivos la recordaran. El primer año era especialmente importante porque el alma se estaba adaptando a su nuevo hogar y se sentiría perdida y sola. Por eso, necesitaba más atención de los vivos. Los familiares se encargaban de esto, y los ritos de conmemoración podían durar hasta 30 años o hasta la muerte de los familiares. Se preparaba comida para el difunto en la otra vida, se dedicaban oraciones y sacrificios a su bienestar y se recordaban especialmente en Nochevieja, cuando se creía que regresaban.
Zoroastro
En algún momento alrededor de 1500-1000 a.C., un monje llamado Zoroastro tuvo una visión que trasformaría drásticamente el concepto religioso persa. A orillas del río, apareció un ser que se identificó como Vohu Manah ("buen propósito") e informó a Zoroastro de que las creencias religiosas persas estaban equivocadas. Le dijo que solo había un dios, que era Ahura Mazda. Todos los demás "dioses" no eran más que emanaciones del Ser Supremo.
Zoroastro se convirtió en el profeta de esta nueva visión, predicando a todo el que escuchara, pero fue rechazado, amenazado y tuvo que marcharse de su hogar. Tradicionalmente se dice que su primer converso fue su primo, pero eso no supuso ninguna diferencia a la hora de aceptar su visión. No fue hasta que convirtió al rey Vishtaspa, que procedió a convertir a todo su reino, que el zoroastrismo no se convirtió en un sistema de creencias influyente.
Ahura Mazda se convirtió entonces en el Dios Supremo y Angra Mainyu en su eterno enemigo. Antes se entendía que los seres humanos tenían que elegir a cuál de estas deidades dedicaban su tiempo en la tierra, pero entonces se convirtió en el sentido de la vida. Los seres humanos tenían libre albedrío y el camino que elegían era lo que definía sus valores y la dirección de su existencia. La vida, por tanto, era una batalla entre las fuerzas del bien y del Mal y todo el mundo, al nacer, tenía que elegir un camino. La persona que aceptaba la visión de Zoroastro dedicaba su vida a los principios de los Pensamientos Buenos, Palabras Buenas, Hechos Buenos, hacer amigos de los enemigos y practicar la caridad hacia todos, entre otras virtudes.
Concepto persa posterior de la otra vida
Como ya se ha dicho, hay aspectos del zoroastrismo que ya existían antes de la visión de Zoroastro, y no cabe duda de que tenían su razón de ser en la fe original pero, como se definen claramente después de Zoroastro, normalmente se considera que fueron introducidos, o al menos reformados, por él.
Al nacer, el yo superior (el fravashi) imbuía al cuerpo con el alma de la persona (urvan) para poder experimentar el mundo material y luchar del lado del bien. El fravashi haría todo lo que pudiera para ayudar al alma con los problemas que tuviera a lo largo de la vida y la estaría esperando tras la muerte. Cuando una persona moría, el urvan se quedaba junto al cuerpo durante tres días mientras los dioses examinaban sus buenas y malas acciones. Al cuarto día, el urvan viajaba al puente Cinvat, la separación entre la vida y la muerte, donde se reunía con el fravashi. Había dos perros vigilando el puente, que daban la bienvenida a las almas buenas y ahuyentaban a las malas. El urvan y el fravashi se unían y eran recibidos por Daena, la Doncella sagrada, que reflejaba la consciencia del urvan: para los justos era una joven hermosa, mientras que para los condenados era una vieja fea.
También aparecía el ángel Suroosh, que protegía al alma de los ataques de demonios del abismo y la guiaba hasta el otro lado del puente. Para las almas justas, el puente era amplio y fácil; para los condenados, era estrecho y difícil. Al final del todo estaba el ángel Rashnu, que ya habría recibido la lista de las acciones buenas y malas de la persona y la juzgaría en consecuencia. El experto A. T. Olmstead comenta:
La conciencia propia, ya sea Justa o Mentirosa, determinará su recompensa. Con Zoroastro como juez asociado, el propio Ahura Mazda separará a los sabios de los necios mediante su consejero, la Rectitud. Después, Zoroastro guiará a aquellos a los que ha enseñado a invocar a Mazda al otro lado del Chinvato Peretav, el puente del que criba. Los que eligen sabiamente irán a la Casa de los Cantares, el hogar de los buenos pensamientos, el reino de los buenos pensamientos, la herencia gloriosa de los buenos pensamientos, hasta la que se llega por las ciencias de los Salvadores para pasar a su recompensa. Ahí estarán en presencia del todopoderoso Ahura y la Obediencia de Mazda, la dicha que está con las luces celestiales. Pero los necios irán a la Casa de las Mentiras, la casa de los peores pensamientos, la casa de los daevas, la peor existencia. Su conciencia malvada les atormentará en el Juicio del puente y los conducirá a largas eras futuras de miseria, oscuridad, comida terrible y rechinar de dientes. (101)
Había cuatro niveles en el paraíso que ascendían desde el puente y cuatro infiernos oscuros que descendían desde el mismo. Rashnu decidía qué nivel se merecía cada alma y se entiende que la propia alma reconocía la justicia de esta decisión. El nivel más alto del paraíso era el Cielo de la Luz Eterna, donde el alma vivía en la radiante compañía del propio Ahura Mazda. Entre el cielo más bajo y el infierno más alto estaba el purgatorio de Hamistakan, desde donde descendían el resto de los niveles del infierno hasta las profundidades de la Casa de las Mentiras, el Infierno de la oscuridad eterna, donde el alma estaba atormentada y experimentaba la soledad total. Daba igual cuántas almas más hubiera en el mismo lugar, siempre se sentiría sola.
Aun así, toda alma tenía esperanzas de salvación, incluso las peores, ya que Ahura Mazda era totalmente bondadoso y no podía soportar la idea de que ningún alma se perdiera para siempre. Llegaría un momento en que vendría un mesías, el Saosyant ("el que trae beneficios"), que traería consigo el Frashokereti (el fin de los tiempos). El mundo, tal y como lo conocían los seres humanos, terminaría y todo acudiría a Ahura Mazda. Las almas de la Casa de las Mentiras serían liberadas y Angra Mainyu sería destruido. Después, todo el mundo se reuniría con sus seres queridos y viviría en paz y armonía con Ahura Mazda por toda la eternidad,
Conclusión
Esta visión fue suprimida en Persia tras la invasión árabe musulmana y la caída del Imperio sasánida en 651 d.C. Los zoroástricos fueron perseguidos, sus altares destruidos y las bibliotecas quemadas, y en los lugares sagrados se erigieron mezquitas. Aun así, las creencias zoroástricas y las anteriores persas sobre la muerte y la otra vida influyeron en el desarrollo de la visión musulmana, al igual que habían hecho antes con la religión cristiana e incluso antes con la judía. Los conceptos persas de un único dios, de una buena vida definida por la conducta moral, de la responsabilidad personal del alma y la salvación, de un más allá que consiste en un paraíso o un infierno, del juicio tras la muerte, y de un mesías, por nombrar tan solo algunos conceptos, son anteriores al desarrollo de estas tres religiones.
Una de las contribuciones más interesantes de Persia al islam es la reinterpretación del puente Cinvat en los hadices. En el islam, un hadiz es un recuento ajeno al Corán sobre la vida del profeta Mahoma, así como creencias, costumbres y acciones que Mahoma habría encontrado aceptables.
El hadiz Bujari, entre otros, describe el As-Sirat, el Puente al Paraíso, que es el último obstáculo al que tienen que enfrentarse los creyentes antes ser acogidos en el cielo. El puente solo puede ser cruzado por los creyentes (musulmanes) ya que todas las demás almas irán a parar al infierno por haber rechazado la fe. El puente se describe como resbaladizo, "fino como un cabello y afilado como una espada", con espinas, cepos, ganchos y pinchos para dificultar el paso. Además, el puente es ancho cuando el alma empieza a cruzarlo, pero después se estrecha drásticamente. Bajo él están los fuegos del infierno, cuyas llamas lamen las almas a medida que avanzan (Bujari, Libro 97:65). Las almas de los más devotos cruzarán volando sin problemas, pero a la mayoría le costará.
Las respuestas de todas las religiones a la observación de Hamlet sobre ese país desconocido que nos espera tras la muerte son un reflejo de la cultura que las ha creado y, objetivamente, nunca pueden ser otra cosa. Nadie sabe qué hay después de la muerte excepto los muertos, y estos nunca han sido demasiado habladores al respecto. Sin embargo, la visión persa, con su énfasis en vivir la mejor vida posible según los principios más elevados, así como su concepto de salvación final para todos, es una de las más admirables jamás propuestas. Aunque no hay forma de saber si podría ser cierta o no, la belleza de esta visión inspira la esperanza de que podría, o debería, serlo; y la esperanza de una vida de reencuentro después de la muerte con todos los que se echaron en falta en vida al final es la única respuesta positiva a la muerte.