La ceremonia de la coronación de la monarquía británica, tal como la conocemos hoy, abarca muchos aspectos que formaban parte de su escenografía desde el siglo XI. Los sucesivos monarcas han mantenido estos detalles, presentes en la ceremonia celebrada en la abadía de Westminster, desde el año 1066 hasta la reina Isabel II, en su coronación el 2 de junio de 1953.
Los reyes se preciaban de formar parte de una larga tradición, cuyo propósito esencial era contemplar al monarca jurando sus votos de defender la Iglesia y gobernar con honor, sabiduría y misericordia. El monarca es ungido con óleo sagrado y recibe una espada, un globo terráqueo, un centro y, finalmente, una corona. Después, todos los nobles y clérigos presentes juran lealtad a su soberano. El nuevo monarca inicia una procesión para presentarse ante el pueblo y, antiguamente, se celebraba gran banquete, hoy reemplazado por una retransmisión televisada en directo.
Orígenes
La coronación inglesa más antigua documentada en detalle, aunque no la primera, fue la coronación del rey anglosajón Eduardo (959-975 d.C.), celebrada en Bath en el año 953. Los primeros reyes ingleses posiblemente lucían un casco ornamental en vez de una corona, pero con la llegada de Guillermo el Conquistador (1066-1087) se inauguró la tradición de celebrar una fastuosa ceremonia en la abadía de Westminster. Guillermo fue coronado el día de Navidad del año 1066. Los posteriores reyes y reinas han querido mantener su vínculo con la historia y enfatizar su legitimidad, repitiendo muchos de los gestos rituales que forman parte de la ceremonia actual. Cada monarca añadía su pequeño matiz a la ceremonia, pero los aspectos esenciales combinan el ritual religioso y secular, y se han mantenido sin cambios durante mil años.
La ceremonia
En la Edad Media, los reyes se preparaban para el gran día bañándose, un acto ritual de purificación que se llevaba a cabo la víspera de la coronación en la Torre de Londres. El baño iba seguido de una noche de vigilia en la capilla de la Torre. Ambos actos eran propios de la investidura de los caballeros medievales. En 1399 empezó una tradición mediante la que el monarca investía una serie de nuevos caballeros en la víspera de su coronación. Fueron conocidos como los Caballeros de Bath y, desde el año 1725 en adelante, integran la orden que lleva este nombre.
El primer acto público en el espectáculo de la coronación es una procesión del rey hasta la abadía de Westminster, donde la mayor cantidad de personas posible puede ver los protocolos. La estrella del show luce una túnica roja parlamentaria, mientras los músicos y los portaestandartes acompañan la carroza principal desde la Torre de Londres (o el Palacio de Buckingham en tiempos modernos) hasta su destino final. Desde el año 1685, la procesión empieza más cerca de la abadía de Westminster. A su llegada, un grupo de dignatarios sigue al monarca, portando diversos objetos preciosos, pertenecientes a las joyas de la Corona británica, que luego se utilizan durante la ceremonia. Una guardia de sargentos armados, cada uno esgrimiendo una maza ceremonial (recordando que su principal función es la defensa), escolta al rey por el pasillo central de la abadía.
Las trompetas refilan y los tambores retruenan mientras una hilera de dignatarios sigue a su monarca hasta el podio; tres de ellos llevan una espada. Son la Espada de la Justicia Temporal, la Espada de la Justicia Espiritual y la Espada de la Clemencia (llamada Curtana). Todas ellas son supervivientes del expolio sufrido por las joyas de la Corona en 1649 (ver a continuación). La música siempre ha jugado un papel importante en la coronación; algunas de sus piezas recurrentes son Sadoc el Sacerdote, de George Frederick Haendel, que se interpreta en todas las coronaciones desde 1727. La congregación proclama su aceptación y lealtad al monarca, que ahora luce magníficos ropajes de seda y oro. La túnica lucida por Isabel II es el Manto Imperial dorado, y también llevó una estola bordada con símbolos de las naciones británicas y las plantas de la Commonwealth. El monarca ocupa entonces el trono, conocido como la Silla del Rey Eduardo, fabricado en 1300, y el público toma asiento para empezar la ceremonia propiamente dicha.
La unción del monarca
Otro elemento que sobrevive de los fastos previos a 1649 es la cuchara de la coronación. Se utiliza para ungir al monarca con óleo sagrado al inicio de la ceremonia. Como el monarca se considera elegido por Dios para gobernar, su ceremonia de coronación es similar en ciertos aspectos a la consagración de un obispo. En este caso, es el arzobispo de Canterbury quien lleva a cabo la unción, derramando una pequeña cantidad de aceite sobre la cabeza, el pecho y las palmas de la mano del monarca.
El aceite utilizado en la coronación de Enrique IV de Inglaterra (1399-1413) se creía que era un regalo que la Virgen María, milagrosamente, había entregado al arzobispo de Canterbury Thomas Becket (que ejerció entre 1162-1170). Este óleo prodigioso había sido descubierto en un escondrijo, en una de las esquinas más oscuras de los sótanos de la Torre de Londres. El aceite, sea cual sea su origen, fue utilizado por Enrique para legitimar su usurpación del trono de Ricardo II de Inglaterra (1377-1399). Pese a los cuidadosos planes de Enrique IV, su coronación sufrió un contratiempo cuando dejó caer la moneda de oro que, supuestamente, debía ofrecer a Dios en un gesto ritual. La moneda rodó por el suelo y nadie pudo encontrarla, lo que se interpretó como un mal presagio de las rebeliones que arruinarían su reinado. Sin embargo, el óleo sagrado de Becket se utilizó en varias coronaciones posteriormente.
Símbolos de poder
Como el rey tradicionalmente también era un caballero, la ceremonia de coronación incluía algunos símbolos asociados a este rango, como las espuelas de oro, las armillas (brazaletes) y una espada. Las dos espadas presentadas al monarca en las coronaciones eran la Espada del Estado, que data de 1678, y la Espada Enjoyada de la Ofrenda, que fue utilizada por primera vez por el rey Jorge IV de Inglaterra (1820-1830) en su coronación en 1821. El arzobispo presenta estas espadas y proclama lo siguiente:
Haz justicia con la espada, detén el avance de la iniquidad, protege la Santa Iglesia de Dios, ayuda y defiende a las viudas y a los huérfanos, restaura las cosas que se derrumban, mantén las cosas que son restauradas, castiga y reforma lo extraviado, y confirma lo que está en buen orden.
(Holmes, 5)
Después, el monarca recibe el Orbe Soberano, coronado por una cruz, símbolo del dominio del monarca cristiano sobre el mundo secular. Lo toma en su mano izquierda. El orbe dorado, hueco, decorado con perlas, piedras preciosas y una enorme amatista bajo la cruz, fue elaborado en 1661 y se ha empleado en todas las coronaciones desde entonces.
A continuación el monarca recibe el Anillo de la Dignidad Real, que se coloca en el dedo anular de la mano izquierda (donde se suele llevar el anillo matrimonial). El anillo usado hoy, el Anillo del Soberano, fue fabricado en 1831 para la coronación del rey Guillermo IV de Inglaterra (1830-1837) y tiene una cruz de San Jorge (patrón de Inglaterra) en rubíes (representan la dignidad) sobre un fondo azul de un único zafiro. Por una confusión durante la coronación de la reina Victoria (1837-1901) resulta que el anillo le iba muy estrecho, y más tarde la reina escribió que al obispo le había costado mucho ponérselo y a ella quitárselo después.
El monarca recibe entonces un cetro y una vara o bastón, símbolos tradicionales del poder real y la justicia. El Cetro Soberano (o Cetro del Rey), fue confeccionado en 1685, y se le añadieron algunos retoques más tarde. Hoy, en su extremo resplandece el diamante de 530 quilates Cullinan I, conocido también como la Primera Estrella de África.
La coronación
La ceremonia alcanza su clímax en el momento de la coronación del monarca, sentado en su trono. La corona que se suele utilizar es la corona de San Eduardo (aunque se use otra, siempre conserva el nombre). Lo debe a Eduardo el Confesor (1042-1066), y fue fabricada cuando Enrique III de Inglaterra (1216-1272), devoto del santo, introdujo algunas innovaciones en su coronación. Es posible que en esta corona haya fragmentos de una antigua corona anglosajona que se integró con la nueva. Por desgracia, la mayoría de las joyas de la Corona, incluida la corona, se destruyeron, rompieron o vendieron en 1649 tras la ejecución de Carlos I de Inglaterra (1600-1649) y la abolición temporal de la monarquía.
La restauración de la monarquía en 1660 requirió de nuevos protocolos que inmediatamente se introdujeron en la coronación del rey Carlos II de Inglaterra en 1661 (1660-1685). Aunque no sabemos exactamente cómo fueron adquiridas o encontradas, muchas de las piedras preciosas que sobrevivieron al expolio fueron reintegradas a las nuevas joyas de la Corona en el siglo XVII. La nueva corona de San Eduardo, utilizada en cada coronación desde entonces, es de oro puro y pesa 2,3 kilos. Como es tan pesada, después de la coronación se suele reemplazar por otra más ligera, como la Corona Imperial. Como dato curioso, la corona de San Eduardo solo se recamaba con gemas alquiladas para la coronación, y recién en 1911 se engastaron sus piezas definitivas.
La Corona Imperial fue confeccionada para la coronación de la reina Victoria en 1838, como alternativa a la pesada corona de San Eduardo. Es una pieza espectacular, con más de 2800 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas, 4 rubíes y 269 perlas. Entre estas, se cuentan el rubí Príncipe Negro, en el centro (una espinela); debajo, el diamante de 317 quilates Cullinam II (Segunda Estrella de África), así como el zafiro oval Stuart, de 104 quilates, y una piedra rosa octogonal, según la leyenda tomada del anillo del rey Eduardo el Confesor; de ser así se convertiría en la gema más antigua de las joyas de la Corona.
La consorte del monarca también recibe una corona durante la ceremonia. La más famosa es la Corona de la reina Isabel, la Reina Madre. Fabricada en platino en 1937, tiene engarzado el famoso diamante Koh-i-Noor de la India, un regalo a la reina Victoria como parte del tratado de paz que concluyó las guerras anglo-sikh (1845-49). Se dice que el gran diamante trae fortuna a una consorte femenina y mala suerte a un consorte varón, de manera que solo ha aparecido en las coronas de varias reinas consorte.
El acto final de este drama regio incluye el homenaje que los nobles rinden a su monarca, jurando lealtad a la corona. Cada cual lleva sus propias coronillas y diademas, si procede según su dignidad, y toda la congregación aclama al nuevo monarca gritando: ¡Dios salve al rey! o ¡Dios salve a la reina! Las campanas de Westminster repican y al mismo tiempo se dispara una salva desde la Torre de Londres. El monarca ocupa su trono en un estrado y recibe la pleitesía de los clérigos de alto rango y los nobles, que besan su mano. Finalmente, el rey puede decretar una amnistía general a todos aquellos culpables de delito bajo su predecesor, y en algunas ocasiones arroja monedas o medallas a la multitud.
Procesión
El monarca abandona la abadía de Westminster, vistiendo su túnica imperial de color púrpura, y es conducido en una carroza dorada a través de las calles, para presentarse ante su pueblo. Finalmente, llega al salón de Westminster, donde se solía celebrar un gran banquete. Como parte de las coronaciones medievales, era la oportunidad para que los monarcas mostraran su gracia y favor acerca de los temas de gobierno más importantes. Los festejos de coronación medievales eran acontecimientos multitudinarios que llegaban a servir hasta 5000 platos. En el año 1308, sabemos que los invitados a la coronación de Eduardo II de Inglaterra (1307-1327) bebieron 1000 toneles de vino. Se preparaban viandas exóticas, a menudo esculpidas en formas fantásticas, servidas en platos, cálices y copas de vino macizo. A todo esto se sumaban fuentes de vino, poncheras y saleros para mayor entretenimiento de los invitados. Cuando todo terminaba, al pueblo llano se le permitía comer las sobras. El último banquete de coronación se celebró en 1821.
Hoy, en lugar de banquetes tenemos la televisión en directo. A mediados del siglo XX, la coronación de Isabel II disparó la fantasía de toda una nación. Veinte millones de espectadores vieron la ceremonia en directo, y para la mayoría de ellos era el primer evento que veían por televisión. Podemos imaginar que la próxima coronación será emitida en directo a todo el mundo ofreciendo una mejor panorámica que la que puedan disfrutar los asistentes en la abadía de Westminster, donde la perspectiva visual es notablemente mala. Como observó el famoso comentarista Samuel Pepys (1633-1703) en la coronación del rey Carlos II en 1661: «Estuve sentado esperando desde las 4 hasta las 11 antes de que el rey llegara [...] El rey pasó por todas las ceremonias de la coronación, que para mi gran disgusto ni yo ni la mayoría de los que estábamos en la abadía de Westminster pudimos ver» (Dixon-Smith, 46). Afortunadamente, con una tecnología superior y cámaras situadas en lo alto, hoy podemos esperar una magnífica panorámica de la próxima coronación.