La vida de los romanos ricos estaba llena de lujos exóticos tales como canela, mirra, pimienta o seda, productos que se adquirían por medio del comercio internacional a larga distancia. Las mercancías del Lejano Oriente llegaban a Roma a través de dos corredores (el del Mar Rojo y el del Golfo pérsico). El uso de diferentes rutas comerciales aseguraba que el Imperio romano tuviera un flujo constante de mercancías.
El corredor del Mar Rojo requería un viaje por barco de 4500 km (2800 mi) desde la India hasta las ciudades portuarias del Mar Rojo, seguido de una caravana que cabalgaba por una ruta de 380 km (236 mi) a través del desierto egipcio y después, otros 760 km (472 mi) por barco en el Nilo hacia el Mar Mediterráneo, lo que hace un total de 5640 km (3500 mi). El corredor del Golfo pérsico necesitaba de un viaje por barco de 2350 km (1460 mi) desde la India hasta la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates y luego, una caravana que cabalgaba a través del desierto sirio por unos 1400 km (870 mi), lo que hace un total de 3750 km (2330 mi). Para llegar a la India, la seda china había viajado por otros 5000 km (3100 mi) a través de un terreno montañoso accidentado desde China central hasta los puertos indios.
Mercancías de lujo
Los romanos ricos se adornaban con cosméticos y perfumes hechos con canela de Sri Lanka, mirra de Somalia, olíbano de Yemen; y vestían ropa hecha de seda traslúcida de China. Las calles estaban llenas del fragante humo del olíbano y de la mirra que se desprendía de los incensarios puestos en la base de las estatuas del emperador romano; y la cocina romana estaba sazonada con pimienta y jengibre de la India.
En la novela romana del siglo II, La metamorfosis de Apuleius, un amante exultante cuenta: «Y ahora, ella, respondiendo al creciente deseo que ambos sentíamos hasta alcanzar un equilibrio de amor, exhalando por la boca el olor a canela, me embelesó con el toque nectáreo de su lengua…»[1] En otra escena de seducción, una fascinante tentadora admite: «El recuerdo de ese bello rostro de tu hermano, mi esposo, todavía permanece en mis ojos; todavía siento en mi nariz el olor fragante [a canela] de su dulce cuerpo…»[2] (Apuleius, La metamorfosis, págs. 58 y 201, respectivamente).
Se quemaban enormes braceros de incienso en el Coliseo en Roma para cubrir el hedor de la sangre que crepitaba bajo el sol ardiente. Los romanos honraban a sus muertos quemando cantidades descomunales de incienso en sus funerales. Entre más ricos eran los muertos, más elaborada era la ceremonia. Plinio informó que en el funeral de Popea, la consorte de Nerón (que reinó del año 54 al 68 d.C.), se consumió la reserva que debió ser utilizada durante un año entero en Roma; fue tanto que la economía del Imperio romano estuvo en peligro.
En el libro de cocina del famoso gourmet romano Apicius, la pimienta aparece en 349 recetas de las 469 que se incluyen. En el siglo I, el romano Plinio el Viejo describió la fascinación y el valor de la pimienta como sigue:
«Que su empleo haya sido tan bien acogido es asombroso. Cierto es que en el caso de algunos condimentos su grato sabor resultaba irresistible; en otros, atraía su aspecto; pero la pimienta no tiene ni el atractivo del árbol ni el de la baya. ¡Que guste solo por su acritud y que haya que ir a buscarla a la India…! ¿Quién tuvo el capricho de probarla por primera vez como aderezo de sus alimentos? ¿A quién no le bastaba el hambre para excitar su apetito? Ambas especies [la pimienta y el jengibre o la mostaza de Alejandría] son silvestres en sus respectivos países de origen y, sin embargo, se compran al peso, a precio de oro o plata.» (Plinio el Viejo, Historia Natural, Libro XII, pág. 31/480)[3]
La seda se hizo tan popular que el Senado romano periódicamente emitía proclamas (generalmente en vano) para prohibir que se llevara ropa de seda basándose en motivos económicos y morales. El poeta Juvenal, que escribió alrededor del año 110 de nuestra era, estaba horrorizado cuando escribió: «He aquí, aquellas que sudan bajo el más ligero de los vestidos; que se consumen, delicadas, bajo una gasa de seda…» (Juvenal, Obras completas, Sátira VI, pág. 229/819).[4] El filósofo romano, Séneca el Joven (3 a.C. – 65 d.C.) se quejó:
«Veo los vestidos de las damas, si es que a esto se le puede llamar vestido que ni cubre su cuerpo ni su vergüenza; cuando los llevan, ellas a penas pueden con buena consciencia, jurar que no están desnudas. Estos son importados a un alto costo desde naciones que son desconocidas incluso al comercio, para que nuestras matronas puedan mostrar tanto de su persona en público como lo harían con sus amantes en privado.» (Séneca, Diálogos, Sobre el enojo, Libro VII:IX, pág. 672/719)[5]
El comercio romano por el corredor del Mar Rojo
El comercio romano por el corredor del Mar Rojo comenzaba en Ostia o Puteoli, desde donde los barcos navegaban a Alejandría y luego, por el Nilo hasta Coptos. Desde Italia, los barcos tomaban unos 20 días para llegar a Alejandría y otros 11 a 12 días para trasportar la mercancía hacia el sur por el Nilo hasta llegar a Coptos. Una cornucopia de mercancía romana llegaba a Coptos incluyendo sacos de monedas de oro y plata; estaño, cobre y hierro refinados; cebada, trigo y aceite de sésamo producidos localmente; recipientes de vidrio, jugo de uvas y vino de Italia y de Siria; y tela teñida de púrpura de Fenicia. Coptos no solamente fue una colmena para las actividades mercantiles y de transporte, sino también un zoológico donde diversas especies de comerciantes y financieros se congregaban provenientes de Roma, Egipto, Arabia y la India.
La mercancía que llegaba a Coptos se transportaba por tierra en caravanas de camellos hasta los puertos de Berenice y Mios Hormos, ambos en el Mar Rojo. Las caravanas tomaban siete días para hacer la ruta hasta Mios Hormos (177 km o 110 mi) y 12 días más en dirección sur para llegar a Berenice, pero desde allí, los fuertes vientos septentrionales de la parte alta del Mar Rojo ralentizaba y hacía difícil los viajes a los puertos africanos meridionales; el puerto de Berenice estaba protegido de los fuertes vientos del norte gracias a la península de Ras Banas y finalmente se convirtió en el principal emporio del Mar Rojo. Mantuvo su posición como el centro más importante del comercio por casi 800 años, conectaba la cuenca del Mediterráneo, el Próximo Oriente y Egipto con la costa de África, India, China y el sudeste de Asia.
Parece increíble que un testigo haya dejado una descripción detallada de los viajes de la Antigüedad entre África y China en el Periplus Mari Erythraei (el Periplo del Mar eritreo), escrito en el siglo I por un autor desconocido egipcio, de habla griega. El Mar de Eritrea era el nombre antiguo que se le daba a la masa de agua que se encuentra entre el Cuerno de África y la Península arábiga. En este extraordinario relato se describen las condiciones de las rutas, así como los emporios y fondeaderos a lo largo del recorrido, las características de los locales y las exportaciones e importaciones más importantes.
Los romanos viajaban en dos direcciones a partir del Mar Rojo. Había una ruta hacia el sur de África que iba desde la costa del Mar Rojo, a través del estrecho de Bab el‑Mandeb y después, a la costa este de África hasta Raphta, cerca de la actual ciudad portuaria de Dar es‑Salam. La otra ruta también pasaba por el Mar Rojo y el estrecho de Bab el‑Mandeb, pero desde ahí viraba hacia el este a través del Océano Índico hasta los puertos a lo largo de la costa al suroeste de la India. Allá visitaban los puertos a lo largo de la costa india, desde Barbarikon en el río Indo, Muziris (cuyo nombre histórico es Cranganur) al suroeste de las costas de Malabar y luego hasta Sri Lanka.
Muziris se convirtió en el primer centro de intercambio comercial de especias en el mundo; localizada en el estado indio de Kerala en la costa del suroeste de India. Se desconoce su posición exacta. Probablemente fue establecido en el año 3000 a.C., se mantuvo como uno de los puertos de comercio más importantes de la India durante el período romano. La pimienta negra era el principal producto de exportación de este gran emporio, pero también había otros artículos de intercambio comercial que incluían marfil y perlas recolectados localmente, piedras semipreciosas y sedas no solo del valle del río Ganges, sino también de las regiones al este del Himalaya.
Una vez que habían cargado sus barcos, los negociantes se dirigían de vuelta a los puertos egipcios de Mios Hormos y Berenice. Allí, las consignaciones de estos tesoros se enviaban por tierra en caravanas de camellos y luego, por barco al «hub» comercial del Egipto romano, Alejandría. La diversidad de las mercancías que se enviaban a través del desierto del norte de África era impresionante (olíbano de Arabia, canela de Sri Lanka y China; pimienta, perlas y piedras preciosas de la India; seda y porcelana de China; mirra, marfil, cuerno de rinoceronte y caparazón de tortuga de África).
El comercio romano por el corredor del Golfo pérsico
Las mercancías exóticas procedentes del sureste de Asia también llegaban a Roma a través del Golfo pérsico. Primero, la seda y la pimienta eran transportadas por marineros indios y luego, por marineros persas hasta los puertos centrales en la península del Golfo, donde después por vía terrestre eran trasladadas al norte en caravanas hacia el Mediterráneo hasta llegar a Antioquía. Parte de la seda y de otros productos exóticos también llegaban a Siria central a través de las vías terrestres antiguas en la ruta de la seda, pero hacia el siglo I d.C., la seda china se trasportaba a los puertos del subcontinente indio para el último tramo del transporte por vía marítima hacia el Mediterráneo.
La ciudad de Palmira controlaba la mayor parte del comercio de las caravanas que iban de Siria a Roma. Conocida popularmente como «la novia del desierto», Palmira fue fundada en un oasis a medio camino entre el Mar Mediterráneo y el río Éufrates. Las inscripciones y evidencias arqueológicas existentes que datan de las primeras décadas del siglo II dan cuenta sobre la enorme variedad de las mercancías que pasaban por la ciudad (esclavos, sal, alimentos secos, telas teñidas de púrpura, perfumes, prostitutas, seda, jade, muselina, especias, ébano, incienso, marfil, piedras preciosas y vidrio).
En gran parte, Palmira alcanzó prominencia por medio de un compromiso difícil entre dos imperios en guerra, el romano y el persa. Los negociantes palmireños se mantuvieron neutrales en cuestiones políticas y fueron capaces de aprovechar las rutas comerciales de las caravanas que vinculaban las ciudades al este del Mediterráneo con los puertos del Golfo pérsico y de la costa occidental de la India. Debieron haber sido unos maestros del ingenio para alcanzar acuerdos, ya que debieron tratar con una gran diversidad de autoridades políticas que representaban a Roma, Partia, el reino de Kush y las tribus nómadas del desierto.
Los palmireños eran muy prácticos en sus relaciones con sus contrapartes comerciales. Evitaban tener intermediarios y en vez de eso, establecieron colonias en puntos importantes a lo largo de las extensas rutas comerciales. Había enclaves de comerciantes de Palmira dispersos a través de los rincones más remotos del mundo de la Antigüedad, desde Babilonia en Mesopotamia hasta Coptos en Egipto, así como en Merv en la frontera con Partia. Ellos incluso navegaron en el Mar Rojo con sus mercancías.
Alrededor del año 14 d.C., Palmira fue declarada parte oficial de la provincia romana de Siria por el emperador Tiberio (que reinó entre el 14 y el 37); y en el año 129, el emperador Adriano (que reinó entre 117 y 138) la declaró como una ciudad libre. Durante el reinado de Septimio Severo (que reinó entre 193 y 211), la ciudad fue elevada al estatus de colonia romana, el más alto estatus cívico que el imperio podía acordar; de hecho, los habitantes de Palmira en aquel entonces disfrutaban del estatus de plena ciudadanía romana.
¿Por dónde llegar a Roma?
Aunque la ruta del Mar Rojo a partir del sureste de Asia era mucho más larga que la del corredor del Golfo pérsico, esta se convirtió en la ruta preferida de los romanos por dos razones. Primero, aunque la distancia total por el Mar Rojo y la ruta del Nilo era aproximadamente un tercio más larga que la alternativa por el Golfo pérsico y el desierto sirio, esta requería una jornada por tierra más corta y por ende, era más barata. La distancia más corta en caravana a través de Egipto, en vez de Siria, seguramente reducía los costos. Segundo, en los siglos II y III, los romanos tenían casi el control total sobre el corredor del Mar Rojo hacia la India, mientras que controlaban el extremo norte del Golfo pérsico solo por períodos cortos. Esto significaba que las mercancías que los romanos se procuraban a través del corredor del Golfo pérsico estaban sujetas a las tarifas aplicadas por los intermediarios palmireños y partos.
A pesar de estas ventajas, los romanos nunca dejaron de comerciar por los dos corredores. Al mantener dos vínculos comerciales a larga distancia, esto amortiguaba cualquier desabastecimiento causado por las condiciones atmosféricas o políticas. Debido a los vientos monzónicos, el viaje por el océano solo era posible una vez en cada una de las rutas. Esencialmente, los romanos tenían dos estaciones de entrega, una en la primavera en Antioquía y la otra, a finales del verano en Alejandría. Las mercancías que se enviaban a través del corredor del Mar Rojo debieron haber salido de la India entre diciembre y enero, llegado al Mar Rojo en febrero y finalmente, a Alejandría en agosto. Las mercancías que eran transportadas por el corredor del Golfo pérsico debieron haber salido de la India hacia el Golfo en noviembre, llegado allí en enero y febrero, y abrirse paso hasta Antioquía para llegar ahí entre abril y mayo. El uso de una red comercial que consistía en múltiples rutas aseguraba que los mercados romanos recibirían importaciones del Océano Índico no solamente en diferentes épocas del año, sino también procedentes de múltiples orígenes.