Ningún otro emperador romano viajó tanto como Adriano (cuyo gobierno fue del 117 al 138 d. C.). El emperador "viajero" pasó más tiempo yendo de un lado a otro que en Roma, dedicó la mitad de sus 21 años de reinado a la inspección de las provincias. Sus viajes le proporcionaron los medios políticos para unificar el Imperio romano, pero es posible que también lo motivaran su insaciable curiosidad, su filantropía y su amor por los viajes.
Los recuerdos de Adriano han estado inextricablemente ligados a sus largos viajes administrativos por todo el imperio. El autor de la Historia Augusta cuenta que el emperador era "tan aficionado a los viajes que deseaba informarse personalmente de todo lo que había leído sobre todas las partes del mundo" (HA Hadr. 17.8). El escritor cristiano Tertuliano (155-210 d. C.) habla de Adriano como "omnium curiositatum explorator" (Apología 5.7), "un explorador de todas las curiosidades". Casio Dio (c. 164-229/235 d. C.) escribe: "Vio e investigó personalmente absolutamente todo" (69.9.2).
Sin embargo, los viajes de Adriano no fueron un mero resultado de una pasión hedonista por los viajes. Era un administrador capaz y un comandante militar competente. Sus viajes formaban parte de una política global destinada a inspeccionar las provincias occidentales y, en particular, las orientales, y a apoyar a las comunidades locales mediante donaciones. Si Adriano es descrito a menudo como un intelectual apasionado con una insaciable curiosidad y sed de descubrimientos, también era un hombre decidido a recordar a sus provincias quién mandaba.
Un emperador en movimiento
El imperio de Adriano estuvo marcado por una serie de largos viajes, durante los cuales visitó prácticamente todas las provincias de su imperio. Los estudiosos contemporáneos han prestado mucha atención a determinar con exactitud los lugares a los que fue Adriano, intentando reconstruir los itinerarios de sus tres principales viajes que ahora son posibles gracias a las pruebas proporcionadas por los escritores antiguos, las inscripciones, las monedas y los papiros.
El primer viaje extenso de Adriano se olvida a menudo, ya que se produjo al principio de su reinado, entre su ascenso al trono en agosto de 117 d. C. y su llegada a Roma en julio de 118 d. C. Adriano pasó algún tiempo en la capital siria estableciendo un nuevo orden militar y diplomático, que implicaba la retirada de las tropas de las provincias recién conquistadas por Trajano (r. 98-117 d. C.) más allá del Éufrates y la devolución de Mesopotamia y Armenia a sus reyes clientes. A la muerte de Trajano, la extensión del Imperio romano era máxima. El nuevo emperador se preocupó por asegurar las fronteras en Oriente, donde las conquistas estaban resultando difíciles de mantener y defender.
Adriano recorrió una provincia tras otra, visitando las distintas regiones y ciudades e inspeccionando todas las guarniciones y fortalezas. Algunos de ellos los trasladó a lugares más deseables, otros los suprimió y también estableció algunos nuevos. (Casio Dio 69.9.1)
En otoño abandonó Antioquía, pero no viajó directamente a Roma. En cambio, se dirigió a la frontera danubiana para negociar la paz con el rey de los roxolanos, una tribu sármata que estaba montando una ofensiva y atacando el limes (línea fronteriza). Según la Historia Augusta, regresó a Roma a través de Ilírico, y en un caso particular, es posible seguir sus pasos durante unos días gracias a las fuentes epigráficas. Del 12 al 18 de octubre, Adriano estuvo en la vía Tauri, entre Cilicia y Capadocia; de finales de octubre al 11 de noviembre, siguió el camino de Ancyra (la actual Ankara) a Juliopolis, en Bitinia.
Entre los años 121 y 125 d. C., Adriano viajó a la Galia romana y a través de las provincias del noroeste de Alemania y de la Bretaña romana, donde pasó unos meses erigiendo nuevas fronteras para el imperio. En 123 d. C. estuvo en el norte de España, en Tarraco (la actual Tarragona), y luego viajó al este, a la capital siria, para responder a las noticias de peligro y llegar a un acuerdo pacífico con el rey parto. En 123-124 d. C., Adriano se desplazó por varias partes de Asia Menor. Luego regresó a Atenas, donde financió un ambicioso programa de construcción, visitó Delfos y se inició en los Misterios de Eleusis. Unos años más tarde, en el 128 d. C., el emperador se embarcó hacia las provincias africanas y luego se dirigió de nuevo al este. Regresó a Grecia y se dirigió a la frontera oriental con un viaje a Palmira. En 130 d. C., viajó por Judea y Arabia de camino a Egipto. Después, en el 132 d. C., viajó a Judea para hacer frente a la revuelta de Bar-Kochba.
Adriano viajaba debido a su curiosidad natural y a su gran afición por Oriente, pero sus largas ausencias de Roma formaban parte de una política global destinada a unificar y estabilizar el vasto imperio, así como a consolidar su autoridad imperial. Al inspeccionar las provincias, apoyar a las comunidades locales y crear un vínculo directo entre el emperador y sus súbditos, Adriano demostró que era un hombre de paz y que podía garantizar la prosperidad.
Los retos de los viajes
Los viajes no eran inusuales en la época romana y estaban relacionados principalmente con actividades militares o comerciales. Antes de Adriano, emperadores militares como Augusto (que gobernó del 27 a. C. al 14 d. C.) y Trajano visitaban su imperio para realizar nuevas conquistas. Cuando Adriano llegó al poder, ya había recorrido gran parte del mundo romano. Las primeras carreras de muchos senadores incluían el servicio militar fuera de Italia y normalmente el gobierno de una provincia. Adriano entró en la legión como tribuno militar a los 19 años y fue enviado a la guarnición de las legiones de Panonia. Posteriormente asumió dos tribunados más, en Oescus, en la actual Bulgaria, y luego en Mogontiacum (Maguncia, Alemania).
Más tarde, Adriano sirvió con las legiones de las Guerras Dacianas en la mayoría de las campañas militares dirigidas por Trajano. En los años 106-108 d. C., regresó a Panonia como gobernador provincial. En el año 112 d. C., se dirigió a Atenas y pasó algún tiempo allí como arconte epónimo, el más alto magistrado de Atenas. A finales del año 113, Adriano siguió a Trajano hacia el este en una fatídica expedición contra Partia. Se convirtió en gobernador de Siria, estableció su sede en Antioquía, donde tomaría el poder tras la muerte de Trajano en Cilicia (sur de Turquía) en agosto de 117 d. C.
Estos viajes fueron posibles gracias al eficiente sistema de comunicación y a la sofisticada red de transporte que consistía en rutas viales, marítimas y fluviales. La vehiculatio (a veces también llamada cursus publicus), el sistema de transporte imperial fundado por Augusto, también desempeñaba un papel vital para asegurar la comunicación estatal y los viajes a lo largo de las principales vías del imperio. La información, los bienes y los servicios podían transportarse a lo largo de las vías principales, y durante el período imperial romano se desarrolló un sistema de lugares de parada a intervalos regulares (mansiones). Otro sistema de estaciones de paso daba servicio a vehículos y animales: las mutationes. Salpicaban las vías romanas cada 12 millas aproximadamente y proporcionaban alojamiento, establos y refrigerios. Sin embargo, el mantenimiento de este servicio de desplazamiento imperial era especialmente oneroso y una carga que recaía en las comunidades locales. Preocupado por el funcionamiento eficiente de la vehiculatio, Adriano reorganizó el sistema y asumió el control imperial total, por lo que eliminó las responsabilidades provinciales.
Adriano hizo múltiples paradas a lo largo de su ruta, y el único itinerario existente de sus viajes entre Cilicia y Capadocia revela que viajaba a un ritmo razonable de aproximadamente 37 kilómetros (23 mi) por día, en comparación con la velocidad habitual de la vehiculatio de 45 kilómetros (28 mi) en promedio. Casio Dio (69.9.3) menciona que Adriano "caminaba o montaba a caballo en todas las ocasiones, sin pisar ni una sola vez en este período ni un carro ni un vehículo de cuatro ruedas" y que siempre andaba con la cabeza descubierta, incluso en condiciones meteorológicas extremas. Aurelio Víctor (c. 320 a. C. - 390 d. C.) añade que "hizo un circuito por todas las provincias a pie, superando a la comitiva que le acompañaba" (Epitome de Caesaribus 14.4-5).
[Adriano] viajó no solo a las tierras heladas, sino también a otras del sur, para salvaguardar las provincias que, situadas al otro lado de los ríos Éufrates y Danubio, Trajano había anexionado al Imperio romano". (Fronto, Principia Historiae 11)
Una considerable preparación y el dominio de la logística serían vitales para garantizar el éxito de las visitas de Adriano a las provincias. Los desplazamientos de la corte imperial implicaban un considerable apoyo logístico. El séquito de Adriano podía llegar a contar con 5000 personas, entre ellas su esposa y su personal, secretarios imperiales, amigos y asesores personales, funcionarios, sirvientes, guardias, arquitectos y artesanos, pero también hombres y mujeres de letras. Era el gobierno romano en movimiento, una colosal corte itinerante que ponía a prueba los recursos de la zona por la que pasaba.
Las fuentes documentales revelan que fue necesario realizar amplios preparativos con muchos meses de antelación. Un papiro atestigua que, antes de la llegada de Adriano a Egipto en el 130 d. C., la ciudad de Oxirrinco estaba almacenando un generoso suministro de alimentos, incluyendo 372 lechones y 2000 ovejas, así como dátiles, cebada, aceitunas y aceite de oliva. Adriano fue seguido por una gran cantidad de peticionarios que esperaban presentarle su situación. Una famosa anécdota la cuenta Casio Dio: una mujer se acercó a Adriano con una petición. Al principio, él le dijo que estaba demasiado ocupado. Ella le contestó: "¡Entonces deja de ser emperador!". Él se dio la vuelta y le concedió una audiencia. Dio también nos cuenta cómo le gustaba viajar como un ciudadano corriente y vivir como un soldado, e involucrarse personalmente en el entrenamiento de sus hombres.
Rumbo a las provincias occidentales (121-123 d. C.)
Adriano pasó menos de tres años en Roma antes de embarcarse en un ambicioso viaje por las provincias occidentales. Se dirigió al norte de las regiones germánicas, pasando por la Galia. Probablemente, Adriano desembarcó en Massilia (Marsella) y remontó el río Ródano hasta Lugdunum (Lyon), antes de continuar hasta Mogontiacum, la capital de Germania Superior, donde posiblemente pasó el invierno. El motivo de Adriano para ir a Alemania era inspeccionar las instalaciones militares entre el Rin y el Danubio y erigir una nueva frontera para el imperio (el llamado limes germano superior). El límite del imperio debía estar marcado por una empalizada de madera continua que iba desde el Meno hasta el río Neckar. Adriano visitaba los cuarteles fijos de las legiones donde convivía con las tropas, compartiendo su dieta militar básica y comiendo, como un legionario romano, al aire libre. También se preocupó por mantener a los soldados en forma y activos e insistió en que se introdujeran rigurosos programas de entrenamiento para revitalizar la disciplina entre los soldados. Durante su residencia en Germania, Adriano también visitó las provincias de Raetia y Noricum.
Adriano y su séquito se dirigieron entonces a Britania para asegurar el sistema fronterizo del norte de Inglaterra. El emperador respondió a un levantamiento de los brigantes celtas que había estallado al principio de su reinado, infligiendo considerables bajas al ejército. Los detalles de los movimientos de Adriano dentro de la provincia son escasos, ya que no tenemos constancia de sus desplazamientos. La única referencia en la literatura antigua al Muro de Adriano y a sus acciones durante su estancia en Gran Bretaña procede de la Historia Augusta. El autor nos dice que Adriano "puso muchas cosas en orden y fue el primero en construir un muro de 80 millas de largo de mar a mar para separar a los bárbaros de los romanos" (HA Hadr. 11.2). El muro cruzaba el Norte de Gran Bretaña desde Wallsend, en el río Tyne, en el Este, hasta Bowness-on-Solway, en el Oeste, con otras instalaciones defensivas a lo largo de la costa de Cumberland.
El Muro de Adriano se construyó al norte de la línea de fuertes y otras instalaciones militares existentes, con puertas vigiladas cada 1,5 km (1 mi) y torres de observación cada 500 metros (1.640 ft). Finalmente, se añadieron 14 fuertes al muro, cada uno de los cuales albergaba entre 500 y 1000 soldados auxiliares, seguidos de un terraplén conocido como el Vallum al Sur. Sin embargo, esta gran fortificación no solo pretendía servir de cerco contra el enemigo del Norte. También permitía controlar eficazmente el tráfico de personas y mercancías. Al igual que en Germania, Adriano probablemente inspeccionaba las legiones de Britania e insistía en la realización de maniobras regulares para mantener la disciplina.
De vuelta al continente a finales del año 122, Adriano viajó a través de la Galia para llegar a España. Pasó el invierno de 122/3 d. C. en Tarraco (Tarragona) y realizó un viaje a la única base legionaria española en la Legio (León). Allí le llegó la noticia de que el rey parto amenazaba con la guerra, y se embarcó hacia el este.
Primer viaje a Oriente (123-125 d. C.)
En junio de 123 d. C., Adriano estaba de vuelta con su séquito en Antioquía, donde había comenzado su gobierno. La Historia Augusta nos dice que mantuvo una reunión cumbre con el rey parto en el Éufrates. Una vez más, Adriano parece haber resuelto la disputa mediante la diplomacia. Desde Antioquía, pasó a inspeccionar la frontera de Capadocia, y luego se dirigió hacia el oeste a lo largo de la costa póntica a través de Galacia hasta llegar a Bitinia. Fue en esta época cuando Adriano conoció a Antinoo (c. 110-130 d. C.), que se convirtió en su compañero inseparable durante los siete años siguientes. Pasó el 123 y 124 d. C. en Nicomedia y en primavera visitó Nicea y luego una serie de ciudades de la provincia de Asia, como Císico, Ilión, Pérgamo, Esmirna y Éfeso. También fue a cazar a Misia y fundó una nueva ciudad, Hadrianutherae ("la caza de Adriano"), en el lugar donde tuvo una exitosa caza de osos.
En el otoño de 124 d. C., Adriano terminó sus viajes orientales pasando el invierno de 124 y 125 d. C. en Atenas. Desde Atenas, Adriano se embarcó en un breve viaje por el Peloponeso, visitando Argos y Esparta, entre otras ciudades. Después viajó a Delfos y consultó el oráculo. A su regreso a Roma, Adriano navegó hasta Sicilia, donde subió a la cima del Etna para presenciar la salida del sol.
Adriano en el norte de África (128 d. C.)
Preocupado todavía por los asuntos militares, Adriano se embarcó en un breve viaje al norte de África a finales de la primavera de 128 d. C. Su llegada a Cartago coincidió con las primeras lluvias tras cinco años de sequía. La ciudad fue rebautizada temporalmente como Hadrianópolis, y se construyó un nuevo acueducto por orden de Adriano. A continuación, se dirigió al interior para visitar la fortaleza legionaria de Lambaesis, en Numidia (actual Argelia). Durante su estancia de seis días, la legión realizó una exhibición de ejercicios militares. Después, el 1 de julio, Adriano pronunció un discurso ante los soldados reunidos para elogiar sus habilidades. Se han conservado algunos fragmentos de su discurso en una inscripción fragmentada. El 7 de julio, Adriano inspeccionó una cohorte auxiliar en Zaraï; desde allí se dirigió a un destino desconocido para visitar otra cohorte, y luego navegó de vuelta a Roma.
Segunda visita a Oriente (128-134 d. C.)
Los asuntos militares no eran la única preocupación de Adriano, y en su última excursión disfrutó de un recorrido por el imperio, muy parecido al de un turista, al tiempo que inspeccionaba y fomentaba sus relaciones con las poblaciones locales. Este último viaje a Oriente duró seis años. El emperador se embarcó hacia Atenas a finales del año 128 y pasó el invierno en Grecia. Una vez más lo acompañaron su esposa Sabina y todo un grupo de compañeros. En la primavera siguiente, navegó de Eleusis a Éfeso y viajó mucho por Asia Menor. Muchas ciudades griegas registraron beneficios de las visitas de Adriano en forma de edificios o incluso fundaciones. Tras pasar el invierno de 129 y 130 d.C. en Antioquía, Adriano visitó Palmira, en el desierto de Siria.
Desde Siria, Adriano se dirigió a Egipto, pasando por Fenicia y Judea. Primero visitó la tumba de Pompeyo el Grande (106-48 a. C.) y luego se dirigió a Alejandría. Aquí, Adriano restauró el templo de Serapis y visitó el Mouseion. A continuación, comenzó la travesía por el Nilo. Por el camino, probablemente visitó las pirámides de Guiza, pero el 24 de octubre ocurrió un horrible accidente: Antinoo se ahogó en el Nilo. En una semana, Adriano decidió construir una nueva ciudad en el lugar donde había muerto su amante, Antinoöpolis, y el joven fue declarado dios. A pesar de la tragedia, el grupo de turistas siguió bajando por el Nilo y visitó las colosales estatuas del faraón Amenhotep III (c. 1386-1353 a. C.), los "cantores" Colosos de Memnon.
Tras pasar el invierno de 130 y 131 a. C. en Alejandría, Adriano regresó a Atenas, donde contribuyó a otras obras benéficas e inauguró el templo de Zeus Olímpico. Luego, a finales de la primavera o principios del verano del 132 d. C., llegaron noticias de una revuelta en Judea, y Adriano regresó a la provincia para hacerse cargo. El regreso definitivo del emperador a Roma está certificado por la epigrafía el 5 de mayo de 134 d. C. Adriano cayó gravemente enfermo y se retiró a la estación balnearia de Baiae, en la bahía de Nápoles, donde murió el 10 de julio de 138 d. C.
Publius Annius Florus, un historiador y poeta romano que se hizo amigo de Adriano, escribió una vez un breve poema en el que se burlaba de los viajes de Adriano.
No quiero ser un César,
Pasear por los Britanos,
Merodear entre los [...]
Y sobre los inviernos escitas. (HA Hadr. 16.3)
La respuesta de Adriano muestra su sentido del humor:
No quiero ser un Florus,
Pasear entre las tabernas,
Acechar entre las frías tiendas
Y soportar los redondos y gordos insectos. (HA Hadr. 16.4)
En la mente de Adriano, viajar y gobernar eficazmente estaban estrechamente ligados. Se había dado cuenta de que la supervivencia del imperio dependía de Roma y de la lealtad de las provincias. Este enfoque visionario condujo a una época relativamente pacífica y próspera, que muchos consideran la edad de oro del Imperio romano.
Este artículo se publicó originalmente en el número 31 de la revista Ancient History.