Muchos académicos consideran que El libro de la ciudad de las damas (1405) de Cristina de Pizán (1364 - c. 1430) es la primera obra de literatura feminista; precede a la obra de Mary Wollstonecraft Vindicación de los derechos de la mujer (1792) por casi 400 años en la defensa de la igualdad de la mujer en la sociedad.
En la Edad Media, se consideraba a la mujer como ciudadana de segunda clase. Los escritores solían denigrarlas al compararlas ya sea con la Virgen María y considerarlas insuficientes, ya sea con Eva, que era vista como la corruptora de la humanidad al tentar a Adán a comer la fruta prohibida en el Jardín del Edén. Las enseñanzas de la Iglesia medieval promovían dichas comparaciones ya que sostenían que Eva engañó a Adán y fue Eva quien cedió ante las tentaciones de la serpiente y la primera en comer del fruto prohibido. Por lo tanto, se consideró que la mujer era el "sexo débil", que no solo era propensa a ser víctima de las artimañas del demonio sino también capaz de corromper a los hombres más virtuosos.
Pizán rechazó esa visión en muchos de sus trabajos, especialmente en El libro de la ciudad de las damas, un relato alegórico en el que tres mujeres que encarnan la Razón, la Derechura y la Justicia visitan a la narradora (que se identifica como la autora) para ayudarla a construir una "ciudad de mujeres" intelectual y filosófica que servirá de defensa contra las calumnias de escritores y pensadores misóginos. El libro se basa en ejemplos de grandes mujeres de la historia, las Sagradas Escrituras, la mitología y la literatura para demostrar que las mujeres eran iguales, y muchas veces superiores, a los hombres y merecían mayor respeto y más oportunidades.
Sin duda Pizán tenía la esperanza de que su obra influenciara al patriarcado a reconsiderar la visión que tenían sobre las mujeres y a aceptar la perspectiva de la igualdad de sexos, pero fue decepcionada; otro tanto le pasó a Mary Wollstonecraft (1759-1797) cuando la Vindicación de los derechos de la mujer (que se suele citar como la primera obra feminista) fracasó en cambiar la visión del patriarcado. Aun cuando la Reforma protestante (1517-1648) desafió la doctrina de la Iglesia católica, la mujer siguió siendo considerada inferior al hombre hasta en la época de Wollstonecraft y posteriormente.
Al igual que la clase baja en Alemania esperaba que su condición mejorara con el comienzo de la Reforma, las mujeres en general también tenían la misma esperanza, como queda demostrado en los escritos de reformadores tales como Argula von Grumbach (1490 - c. 1564) y Marie Dentière (c. 1495-1561). En efecto, la vida de la mujer cambió luego de la Reforma, pero la visión medieval sobre la mujer persitió. Incluso los grandes reformadores como Martín Lutero (1483-1546), Huldrych Zwingli (1484-1531) y Juan Calvino (1509-1564), quienes reconocían a sus esposas como iguales tanto en sus obras como en sus vidas, seguían convencidos de que las mujeres eran "más débiles" y que no tenían lugar en la vida pública y los "asuntos de hombres." La visión de Pizán de la metafórica ciudad de damas donde la mujer era tan valiosa como un hombre no se cumpliría hasta el siglo XX y aun hasta el día de hoy es desafiada y rechazada, en general por motivos religiosos, como lo fue en los tiempos de Pizán.
Resumen del texto
La obra comienza con la narradora que se siente alicaída luego de leer a Mateolo, un poeta del siglo XIII, quien sostenía que las mujeres eran pecaminosas, que corrompían y arruinaban la vida de los hombres, particularmente por medio del matrimonio. Mientras reflexiona sobre lo común que es la visión de Mateolo en muchas otras obras de eruditos y clérigos, se pregunta cómo Dios, un maestro artesano, pudo haber creado algo tan terrible como la mujer. En ese instante, una luz entra en la habitación revelando a las Damas de la Razón, la Derechura y la Justicia; le aseguran que no tienen ninguna intención de lastimarla y que solo han venido a mostrarle lo equivocada que está en creer las mentiras de los hombres cuando, en realidad, sabe que no es así y como “había llegado a fiar[se] más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía” (Libro I, I, pps. 64-65). Entonces las tres Damas comienzan a ayudarla a descartar las falsas impresiones que tenía y reconocer el verdadero valor de ella y de todas las mujeres.
Razón ayuda a la narradora a construir las murallas exteriores de la ciudad de las damas alegórica al refutar a los autores que escribían sobre la naturaleza vil de la mujer y subrayaba las virtudes femeninas de la valentía, la lealtad y la habilidad intelectual usando como ejemplos numerosas citas de obras conocidas, entras las que se incluye la Biblia. Una vez construidas las murallas defensivas, Derechura la ayuda a construir las viviendas y obras públicas en la ciudad al animarla a examinar ejemplos de mujeres famosas. Justicia completa la ciudad al concentrarse exclusivamente en santas, que sin duda son aprobadas por Dios, alabadas tanto por hombres como mujeres por su devoción y sacrificio con lo que rechaza tajantemente la afirmación de que las mujeres, por naturaleza, son más pecaminosas que los hombres.
Finalmente, la narradora comprende que su percepción de las mujeres había estado equivocada al basarse en lo que los hombres habían escrito y dicho sobre ellas. Justicia le recomienda que la mejor opción para todas las mujeres es “Alegraos apurando gustosamente el saber y cultivad vuestros méritos. Así crecerá gozosamente nuestra Ciudad” (Libro III, XIX, p. 274). El pedido de que crezca la Ciudad indica que la mujer tiene que rechazar la interpretación de lo femenino acorde al patriarcado y reconocer lo que es verdadero en ellas.
La conclusión del libro hace eco con lo que Razón dice al principio cuando regaña a la narradora:
Vuelve a ti, recobra el ánimo tuyo y no te preocupes por tales necedades. Tienes que saber que las mujeres no pueden dejarse alcanzar por una difamación tan tajante, que al final siempre se vuelve en contra de su autor. (Libro I, II, p. 67)
La condición de la mujer
La sección de la obra que se la conoce con el nombre de La condición de la mujer en antologías es la introducción del libro donde la narradora se desespera y conoce a las tres Damas. El discurso de Razón con respecto a lo que dicen y escriben los hombres sobre las mujeres en contraste de la verdadera naturaleza de las mujeres compone la mayor parte del texto. Solo una parte del texto se incluye aquí. El texto fue tomado de A Reformation Reader: Primary Texts with Introductions editado por Denis R. Janz, de las páginas 14 a 17, con referencias y suplementado por El libro de la ciudad de las damas traducido al español por Marié-Jose Lamerchand. Se omiten algunas oraciones para conservar espacio y se indican por medio de puntos suspensivos.
Sentada un día en mi cuarto de estudio rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, me encontraba con la mente algo cansada, después de haber reflexionado sobre las ideas de varios autores. Levanté la mirada del texto y decidí abandonar los libros difíciles para entretenerme con la lectura de algún poeta. Estando en esa disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo… Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que ese libro tenía fama de discutir sobre el respeto hacia las mujeres… Me adentré algo en el texto pero, como me pareció que el tema resultaba poco grato para quien no se complace en la falsedad y no contribuía para nada al cultivo de las cualidades morales… y lo dejé para volver a un tipo de estudio más serio y provechoso.
Pese a que este libro no haga autoridad en absoluto, su lectura me dejó, sin embargo, perturbada y sumida en una profunda perplejidad. Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados… Parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio. Volviendo sobre todas esas cosas en mi mente, yo, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de otras muchas mujeres que he tenido ocasión de frecuentar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio reunido por tantos varones ilustres podría estar equivocado.
Pero, por más que intentaba volver sobre ello, apurando las ideas como quien va mondando una fruta, no podía entender ni admitir como bien fundado el juicio de los hombres sobre la naturaleza y conducta de las mujeres. Al mismo tiempo, sin embargo, yo me empeñaba en acusarlas porque pensaba que sería muy improbable que tantos hombres preclaros, tantos doctores de tan hondo entendimiento y universal clarividencia —me parece que todos habrán tenido que disfrutar de tales facultades— hayan podido discurrir de modo tan tajante y en tantas obras que me era casi imposible encontrar un texto moralizante, cualquiera que fuera el autor, sin toparme antes de llegar al final con algún párrafo o capítulo que acusara o despreciara a las mujeres… Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer…
Finalmente, llegué a la conclusión de que al crear Dios a la mujer había creado un ser abyecto. No dejaba de sorprenderme que tan gran Obrero haya podido consentir en hacer una obra abominable, ya que, si creemos a esos autores, la mujer sería una vasija que contiene el poso de todos los vicios y males… Hundida por tan tristes pensamientos, bajé la cabeza avergonzada, los ojos llenos de lágrimas, me apoyé sobre el recodo de mi asiento, la mejilla apresada en la mano, cuando de repente vi bajar sobre mi pecho un rayo de luz como si el sol hubiera alcanzado el lugar… Levanté la cabeza para mirar de dónde venía esa luz y vi cómo se alzaban ante mí tres Damas coronadas, de muy alto rango. El resplandor que emanaba de sus rostros se reflejaba en mí e iluminaba toda la habitación… Tanto me asusté que me santigüé en la frente temiendo que aquello fuera obra de algún demonio.
Entonces la primera de las tres Damas me sonrió y se dirigió a mí con estas palabra:
—No temas, querida hija, no hemos venido aquí para hacerte daño sino para consolarte. N os ha dado pena tu desconcierto y queremos sacarte de esa ignorancia que te ciega hasta tal punto que rechazas lo que sabes con toda certeza para adoptar una opinión en la que no crees, ni te reconoces, porque sólo está fundada sobre los prejuicios de los demás… Ahí ves, querida amiga, la gran locura, la ciega cerrazón que le lleva a sostener tales despropósitos. ¡Cómo Naturaleza, discípula del Divino Maestro, iba a tener más poder que quien le confiere su autoridad! Dios tuvo en su pensamiento eterno la idea del hombre y de la mujer. Cuando quiso sacar a Adán del limo de la tierra en el campo de Damasco, así lo hizo y llevóle hasta el Paraíso Terrenal, que era y sigue siendo el sitio más hermoso de este mundo. Allí lo dejó dormido y formó el cuerpo de la mujer con una de sus costillas para significar que ella debía permanecer a su lado como su compañera, no estar a sus pies como una esclava, y que él habría de quererla como a su propia carne. Si el Soberano Obrero no se avergonzó creando el cuerpo femenino, ¿por qué Naturaleza habría de avergonzarse? Decir esto es el colmo de la necedad, y además ¿cómo fue formada la mujer? No sé si te das cuenta de que fue formada a la imagen de Dios. ¿Cómo puede haber lenguas que renieguen de una impronta tan noble? Sin embargo, hay locos que creen, cuando oyen decir que Dios hizo al hombre a su imagen, que se trata del cuerpo físico. Nada más falso, ya que Dios aún no había tomado cuerpo humano. Al contrario, se trata del alma, reflejo de la imagen divina, y esta alma, en verdad, Dios la creó tan buena y noble, idéntica en el cuerpo de la mujer y del varón… [Razón pasa a dar ejemplos de muchas mujeres importantes y nobles].
Después de oír esas historias, yo pregunté a la Dama que hablaba con tan firme discurso:
—Verdaderamente, Señora mía, Dios concedió una fuerza prodigiosa a las mujeres que habéis descrito. Pero os ruego que me aclaréis si Dios, que ha dispensado muchos favores al sexo femenino, ha querido jamás honrarlo concediendo a ciertas mujeres el privilegio de una elevada inteligencia y profundo saber para que su mente acceda a las más altas ciencias. Me importa mucho la respuesta, porque los hombres siempre pretenden que las mujeres tienen muy escasa capacidad intelectual.
—Hija mía —me contestó—, todo lo que te he dicho antes va precisamente en contra de lo que ellos afirman, y para demostrártelo de forma más clara te daré unos ejemplos. Te vuelvo a decir, y nadie podrá sostener lo contrario, que si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos. Ya se han dado esas mujeres, como te he indicado antes… ¿Por qué crees tú que las mujeres saben menos? Es sin duda porque no tienen, como los hombres, la experiencia de tantas cosas distintas, sino que se limitan a los cuidados del hogar, se quedan en casa, mientras que no hay nada tan instructivo para un ser dotado de razón como ejercitarse y experimentar con cosas variadas…
Es falso decir que las mujeres no son virtuosas. Aparte de todo lo que vimos, lo confirma la experiencia de cada día. ¿Acaso son las mujeres las que cometen las atrocidades e injusticias que aquejan al mundo? ¿Por qué sorprenderse de que todas no lo sean? No quedaba un solo justo en la poblada ciudad de Nínive cuando Dios mandó a Jonás para destruirla si no se convertía, tampoco en Sodoma se halló uno solo cuando el fuego cayó del cielo para aniquilarla. Es más, entre los discípulos de Cristo, que sólo eran doce y todos hombres, había uno malo. Ahora los hombres pretenden que todas las mujeres tienen que ser virtuosas y que hay que lapidar a las que falten a la virtud. Yo les digo a los hombres que se miren a sí mismos y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y ellos, ¿cómo deberían portarse? Porque ten por cierto que cuando los hombres sean perfectos las mujeres también lo serán.
Conclusión
Aunque Razón, Derechura y Justicia defendieron elocuentemente la igualdad de género en la obra de Pizán, los discursos pronunciados tuvieron poco efecto en la actitud del hombre hacia la mujer. Incluso cuando se rechazaron muchas de las enseñanzas de la Iglesia durante la Reforma protestante, persistió la idea de que las mujeres eran inherentemente pecaminosas. Mujeres influyentes de la reforma como Argula von Grumbach y, en especial, la reformadora Marie Dentière se opusieron a esa visión, al igual que lo había hecho Pizán, pero no cambió la creencia establecida de que las mujeres eran inferiores.
Jeanne d'Albret (1528-1572) demostró ser una monarca tan apta como cualquier hombre y Olimpia Fulvia Morata (1526-1555), una académica tan competente como cualquier escritor de la época. Estas mujeres, como tantas otras, vivieron la “ciudad de mujeres” que imaginó Pizán: comprendieron su valor y fueron artífices de sus propios destinos. Pero el patriarcado que veía a las mujeres como pecaminosas y corruptas continuó avanzando.
Una obra que encarnó la perspectiva negativa sobre las mujeres es The First Blast of the Trumpet Against the Monstrous Regiment of women (En contra del régimen monstruoso de la mujer), publicado en 1558, escrito por el reformador escocés John Knox (c. 1514-1572). En su obra, John Knox sostenía por sobre todo que las mujeres no podían ser gobernantes lo que, por extensión, desafiaba la igualdad de las mujeres. Un fuerte detractor de la Iglesia católica, Knox, todavía repetía la vieja enseñanza de que Eva se había rebelado ,por lo que la mujer tenía que ser sujeta por el hombre para controlar sus instintos más bajos y tratar de reforzar sus debilidades inherentes. Otros reformistas fueron mucho más amables con las mujeres que Knox, pero incluso Calvino, que valoraba la opinión de las mujeres, se oponía a que las mujeres algún cargo de poder, referenciado textos bíblicos, y se distanció de Marie Dentière porque sentía que era demasiado franca.
La obra de Pizán, el polo opuesto de la obra de Knox, continuó siendo una lectura popular entre las mujeres de la clase alta a principios del siglo XVI hasta que, por razones desconocidas, dejó de ser impresa y no resurgió hasta el siglo XIX. Sin embargo, aún si El libro de la ciudad de las damas hubiera estado disponible durante la Reforma, es poco probable que hubiera tenido mayor impacto del que tuvo cuando fue publicado por primera vez ya que contradecía la narrativa cristiana establecida sobre la naturaleza de las mujeres, que no sería desafiada con éxito hasta finales del siglo XIX y principios del XX, y sigue siéndolo hoy en día.