Los dos sitios de Cuzco en 1536-7 fueron las últimas grandes acciones militares de los incas mientras intentaban recuperar su imperio de los conquistadores españoles dirigidos por Francisco Pizarro (c. 1478-1541). La caballería europea se mostró casi invencible y la ciudad resistió hasta que llegaron refuerzos del otro lado de América.
Los incas, liderados por Manco Inca Yupanqui (c. 1516-1544), siguieron resistiendo la invasión de su mundo durante unas décadas más, principalmente mediante la guerra de guerrillas, pero la pérdida de su gran centro religioso y político en Cuzco resultó ser un golpe del que nunca se recuperarían.
El corazón de un imperio
Cuzco (Cusco o Qosqo) fue la capital religiosa y administrativa del Imperio inca que floreció en el antiguo Perú entre c. 1400 y 1534. Los incas construyeron el mayor imperio jamás visto en América y gobernaron a unos 10 millones de personas. Cuzco, establecida en el siglo XIV en un lugar con una historia mucho más antigua, tenía una población de unos 240.000 habitantes en el siglo XVI. Estratégicamente importante en la confluencia de tres ríos, los conquistadores españoles sabían que si capturaban el corazón del Imperio inca, el resto se derrumbaría pronto. Aquí se encontraba el centro administrativo, religioso y geográfico del mundo inca, con el complejo sagrado del Coricancha (Qorikancha) y grandes plazas ceremoniales. Con una superficie de unas 40 hectáreas, la capital estaba protegida en el lado norte por la fortaleza de Sacsayhuamán (Saqsawaman). Esta enorme estructura contaba con tres terrazas dispuestas en zigzag, de modo que cada muro tenía hasta 40 segmentos, lo que permitía a los defensores atrapar a los atacantes en un fuego cruzado. Solo una pequeña puerta en cada terraza daba acceso al interior. Se dice que la fortaleza tenía capacidad para 1000 guerreros.
Los incas ya habían sido golpeados por la primera y terrible arma española: una epidemia de enfermedades, como la viruela, que se había extendido desde Centroamérica incluso más rápido que los propios invasores europeos. Esta ola mató a un asombroso 65-90% de la población. Dicha enfermedad mató al gobernante inca Wayna Qhapaq en 1528, y dos de sus hijos, Waskar y Atahualpa, se enfrentaron ahora en una dañina guerra civil por el control de un imperio que ya luchaba por imponerse a una miríada de pueblos diferentes justo cuando llegaron los cazatesoros europeos.
Pizarro y los conquistadores
El conquistador Francisco Pizarro, que ya tenía unos 50 años, llegó a Perú con una fuerza asombrosamente pequeña de hombres cuyo único interés era duplicar la conquista de México por Hernán Cortés (1485-1547) y saquear la región de su tesoro. Tras adquirir el derecho legal del rey de España, Carlos V, emperador (de 1519 a 1556) del Sacro Imperio Romano Germánico, de convertirse en gobernador de las nuevas tierras colonizadas y de quedarse con una quinta parte de las riquezas adquiridas, Pizarro organizó su tercera expedición en 1531, al frente de solo 260 hombres hacia los Andes. Los invasores, que bajaron por la costa de Ecuador saqueando tierras por el camino, observaron los caminos y almacenes estaban bien construidos, lo que indicaba que estaban invadiendo las tierras de un rico imperio. El 15 de noviembre de 1532 se produjo el primer contacto con el pueblo inca, y Pizarro envió un mensaje para hablar con su rey.
Atahualpa, que había derrotado a su hermano Waskar, se reunió con los españoles: se intercambiaron discursos y se hizo gala de la equitación española mientras se pasaban las copas. Este inicio de convivencia duró menos de 24 horas. Pizarro atacó a los incas al día siguiente, sus cañones y armas de fuego aseguraron una victoria total en la que murieron 7000 incas frente a las cero pérdidas españolas. Atahualpa recibió un golpe en la cabeza y fue capturado vivo. Pizarro (o Atahualpa) estipuló que el rey recibiría su libertad si se llenaba una habitación de 6,2 x 4,8 metros con todos los tesoros que los incas pudieran aportar hasta una altura de 2,5 m. Los incas cumplieron y durante los meses siguientes, con Atahualpa aún gobernando su imperio desde el cautiverio, se reunió el botín. Pizarro, mientras tanto, envió misiones de reconocimiento para ver qué más podía interesar en el Imperio inca, especialmente a la capital, Cuzco. De forma poco justa, Atahualpa fue ejecutado el 26 de julio de 1533. Pizarro fue reprendido posteriormente por su propio monarca por este acto de traición, pero puede que la intención del conquistador fuera someter a los incas con este único golpe contra el gobernante al que consideraban nada menos que un dios.
Hernando Pizarro (1501-1578) informó a su hermano que Cuzco era una ciudad donde resplandecía el oro. A medida que los españoles avanzaban hacia el sur, recibían alimentos y ayuda militar de pueblos que estaban encantados de liberarse del yugo incaico. Si bien hubo una breve resistencia en el camino a Cuzco, se pudo aplastar, y luego la propia capital cayó sin mucho alboroto el 15 de noviembre de 1533. El Coricancha fue despojado de sus láminas de oro, y todo lo de valor fue arrebatado, desde plumas exóticas hasta esmeraldas. Todo lo relacionado con la campaña hasta el momento parecía extraordinariamente fácil, pero el castillo de naipes incaico aún no se había derrumbado del todo.
Manco Inca Yupanqui
La estrategia de Pizarro consistía en instalar un gobernante inca títere en Cuzco, primero Thupa Wallpa (hermano de Waskar) y luego Wayna Qhapaq. Mientras tanto, los conquistadores salieron a explorar otros lugares rentables en esta tierra de oro, y el propio Pizarro se dirigió a la costa. Los territorios del norte opusieron una resistencia más dura a los invasores, donde la guerra tradicional de los incas se adaptó al nuevo desafío del acero, las balas y la caballería. Entonces, en abril de 1535, la situación empezó a cambiar. Manco Inca Yupanqui (también escrito Manqo Inka), el nuevo líder inca desde el 16 de noviembre de 1533 y otro pretendido títere de Pizarro, formó un ejército de resistencia y sitió tanto Cuzco como la Ciudad de Los Reyes (Lima), ahora el principal bastión español.
Manco Inca nunca habría llegado a ser gobernante en el antiguo Imperio inca, ya que tenía demasiados hermanos mayores. De hecho, Manco fue un paria tras la toma de posesión de Atahualpa y la posterior purga de la realeza inca rival. Manco no tenía aún 20 años, pero sí tenía experiencia militar, sobre todo en la conquista inca del pueblo Antisuyu, que vivía en la actual Bolivia. Parecía un candidato ideal para que Pizarro lo eligiera como otro gobernante títere. Al principio, Manco Inca permitió que su ejército fuera utilizado por los conquistadores en sus batallas con los incas de Atahualpa.
Pero, por desgracia para los españoles, Manco Inca tenía sus propias ambiciones y vio en la división de los invasores una oportunidad que no debía desaprovechar. Manco Inca se alió con el descontento conquistador Diego de Almagro (c. 1475-1538), un gran rival de Pizarro que había sido nombrado teniente gobernador de Cuzco en enero de 1535. Después, tras la decisión de Carlos V de repartir la nueva colonia entre Pizarro y Almagro, este último abandonó el Cuzco en julio para explorar Chile. La capital inca estaba ahora en manos de Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro (c. 1512-1548), que presionaron demasiado a Manco Inca. El gobernante inca se vio sometido a una presión adicional por parte de su propio pueblo para que tomara las armas y librara a la región de estos molestos invasores con su insaciable apetito de oro y plata. Manco Inca intentó abandonar la ciudad en secreto, pero fue capturado y encarcelado por los españoles. Otros líderes incas habían logrado escapar, especialmente el general y tío de Manco, Tiso. Estos líderes comenzaron a organizar una revuelta en todo el imperio y a atacar a los conquistadores aislados que se habían instalado en las haciendas. Entonces Hernando Pizarro regresó de España con instrucciones de Carlos V de que el gobernante inca fuera tratado como el monarca que era. Manco Inca fue liberado de su prisión.
Mientras Hernando se encontraba en una expedición contra los rebeldes incas, Manco Inca convenció a los españoles de que se le permitiera realizar una peregrinación religiosa. El gobernante prometió que traería de vuelta una estatua de oro sagrada para los conquistadores, de hecho, se llevó muchas reliquias y momias sagradas de los incas al salir de Cuzco. El 18 de abril, y con solo una escolta de dos hombres, Manco Inca logró escapar. Ahora, con su tradicional líder sapa inca, el ejército inca pudo movilizarse por completo. Decenas de miles de guerreros comenzaron a reunirse en las afueras de Cuzco.
El asedio de 1536
El 6 de mayo de 1536 comenzó el asedio de Cuzco. El alto mando inca recibió críticas por no haber atacado la ciudad lo suficientemente pronto; el motivo fue que primero habían querido reunir toda su fuerza militar. Manco Inca estuvo presente en persona en el asedio, pero dejó el mando de la primera línea a guerreros más experimentados. La primera táctica del ejército inca fue abrir los canales de la ciudad, inundando la zona para que los temidos caballos españoles encontraran el terreno más difícil.
Los incas estaban equipados con lanzas, hondas, arcos, jabalinas, espadas de madera dura, alabardas, garrotes, hachas de guerra, boleadoras y armas únicas como el rompecabezas, un bastón de madera con una bola de púas en la parte superior, y el haybinto, una pieza de piedra o bronce con púas unida a una cuerda que se podía balancear a la distancia del brazo. Aunque no disponían de equipo de asedio especializado, rodear y atacar una fortaleza había sido una característica común de la guerra inca antes de la llegada de los europeos. Una innovación especialmente útil en estos asedios fue el uso de enormes escudos para proteger a los atacantes de los proyectiles lanzados por los defensores. Los escudos estaban hechos de gruesas almohadillas de algodón estiradas sobre marcos de madera. Los incas también llevaban una armadura hecha de cuero engrosado o con pequeñas placas de metal añadidas a una túnica de lana o algodón (uncu). Llevaban cascos de algodón acolchado, madera o caña retorcida, materiales lo suficientemente fuertes como para resistir los golpes directos de los proyectiles de piedra. Por último, los incas no tenían reparos en utilizar armas, armaduras e incluso caballos que capturaban de los españoles.
Los españoles estaban armados con espadas y armaduras de metal, armas de pólvora y, lo más importante, lanzas de 3 a 3,5 m (10-12 pies) blandidas por la caballería. Aunque estuviera bien protegido contra los proyectiles incaicos, un soldado europeo podía seguir siendo vulnerable, por ejemplo, a un golpe directo en la cara o cuando se lo sorprendía a pie y se lo superaba en número. En la primera parte del asedio, las unidades de caballería demostraron ser tan efectivas como lo habían sido en México y en anteriores batallas en Sudamérica, como aquí describe Cieza de León:
...desplegando dos compañías con ballestas, rodelas y picas, y otras dos con caballos, [el comandante Rojas] abordó al mayor escuadrón de los indios por dos lados para que las ballestas les hiciesen mucho daño... Atacó [entonces] por dos lados con los caballos en formación cerrada e impenetrable. Pisoteando y matando con las lanzas, abrieron el escuadrón... Los indios fueron derrotados y dispersados.
El primer ataque
El ejército inca, que quizá contaba con 100.000 guerreros, estaba finalmente preparado para expulsar a los españoles, liderados por Hernando Pizarro, que solo contaba con 196 hombres de combate (110 de infantería y 86 de caballería). Los defensores se vieron reforzados por unos 2000 indios aliados (en su mayoría cañaris y chachapoyas), algunos esclavos africanos y una sola pieza de artillería. Lenta y deliberadamente, el ejército incaico estrechó su perímetro alrededor de la ciudad y cerró el paso a los españoles. La fortaleza de Sacsayhuamán fue tomada con facilidad, ya que Hernando no la había guarnecido. Desde estas alturas, los incas lanzaron piedras calientes con sus hondas, que incendiaron los tejados de paja de la ciudad. Al asaltar las calles llenas de humo, los incas se enfrentaron al enemigo en una feroz batalla cuerpo a cuerpo. Cuando la batalla llegó a los espacios abiertos de las plazas ceremoniales sagradas, la caballería española pudo finalmente actuar, pero los europeos se vieron obligados a retirarse a las mejores defensas del corazón de la ciudad sagrada. Los asediados recibieron una gran ayuda de los nativos, que introdujeron suministros de alimentos en la ciudad por la noche. Mientras tanto, los incas construyeron obstrucciones con pinchos y fosos en todas las calles para evitar una fuga de la caballería española. Hernando ordenó entonces que la infantería y la caballería nativas se utilizaran en tándem para intentar desbloquear determinados pasajes, una táctica que finalmente permitió a los españoles abrirse paso hacia el terreno más abierto de las afueras de la ciudad.
Victoria española
Juan Pizarro fue el encargado de dirigir una fuerza de 50 jinetes y 120 infantes para recuperar la fortaleza de Sacsayhuamán. Juan atacó las fortificaciones por sorpresa desde el lado exterior tras hacer ver que su fuerza partía hacia Lima. Sin embargo, los dos primeros ataques españoles fracasaron ante la embestida de las hondas incas. Un tercer ataque a la puerta principal tuvo éxito, aunque Juan fue herido de muerte en la acción, y su hermano Gonzalo asumió el mando. Ambos bandos se concentraron ahora en Sacsayhuamán, y cada comandante reforzó sus tropas allí. Hernando Pizarro se hizo cargo del ataque y, utilizando escaleras durante la noche, consiguió escalar los muros de la fortificación, obligando a los incas a retirarse a una sección con tres torres. Al final, los incas se quedaron sin munición de piedra para sus hondas y fueron derrotados, ya que muchos prefirieron saltar a la muerte desde los altos muros antes que ser masacrados por una espada española.
Los ejércitos incaicos asediados estaban compuestos en su mayoría por campesinos obligados a prestar servicio militar, y no podían abandonar sus cosechas sin que sus comunidades murieran de hambre. En agosto, el asedio tuvo que ser abandonado y los restos del ejército incaico retrocedieron a Ollantaytambo (Ullantaytampu), a unas 45 millas al noroeste. Manco Inca ordenó que se dejara un enorme saco en Cuzco, donde los españoles lo encontrarían. Los conquistadores encontraron su regalo, pero dentro estaban las cabezas decapitadas de sus compatriotas asesinados por los incas en otros lugares. En el saco también había cartas y un rayo de esperanza: los refuerzos españoles estaban en camino.
Francisco Pizarro tenía ahora hombres de armas repartidos por toda Sudamérica, y sus opciones eran limitadas, pero cuando se enteró del asedio a Cuzco a principios de mayo de 1536, envió dos fuerzas de auxilio, una con 60 caballos y otra con 80. Ambas fuerzas fueron aniquiladas por los ejércitos incas al mando del general inca Quizo Yupanqui, que emboscó y atrapó a ambas columnas en barrancos. Cuando Pizarro se enteró de las terribles noticias, escribió a todos los gobernadores del Nuevo Mundo en un intento desesperado por conseguir nuevos reclutas en Sudamérica. Aunque sus llamadas tuvieran una respuesta favorable, los refuerzos tardarían varios meses en llegar. Pizarro y el Cuzco debían enfrentarse solos a la lucha de los incas.
El segundo asedio
En septiembre de 1536, en Lima, Pizarro fue atacado por un enorme ejército dirigido por Quizo, pero la caballería española demostró una vez más ser casi invencible, y el general inca fue asesinado. Mientras tanto, en Cuzco, Hernando Pizarro dirigía incursiones cada vez más ambiciosas fuera de la ciudad para capturar los suministros que tanto necesitaban. Sin embargo, los incas estaban empezando a reunir fuerzas suficientes para asediar la ciudad por segunda vez. Sabiendo por experiencia que un ejército inca era prácticamente inútil sin sus líderes, Hernando decidió ir a por Manco Inca en Ollantaytambo con una fuerza de 70 jinetes y 4000 infantes aliados en enero de 1537. Advertidos de su llegada, los incas ya se habían atrincherado tras una serie de formidables fortificaciones en terrazas, y los españoles no pudieron penetrar en la fortaleza. Peor aún, Manco Inca había desviado el río Vilcanota e inundado lo que antes había sido un terreno excelente para la caballería. Hernando se vio obligado a regresar a Cuzco.
En noviembre de 1536, Pizarro, que seguía en Lima, había recuperado a todos sus hombres de varias expediciones y recibió refuerzos del norte e incluso de España. Envió un ejército de 350 europeos, que incluía más de 100 soldados de caballería, para relevar al Cuzco. A esta fuerza se sumaron otros 200 refuerzos de camino a la capital inca. Al mismo tiempo, Almagro regresaba de su expedición a Chile con 400 hombres. Frente a esta formidable cantidad de caballería, en marzo de 1537, Manco Inca se vio obligado a retirarse de nuevo del Cuzco. Esperaba que los españoles se enfrentaran en su competencia por el poder y el oro. El segundo asedio se rompió, y el 18 de abril de 1537, Almagro tomó el control de Cuzco de manos de Hernando y Gonzalo Pizarro. Almagro encarceló a Hernando Pizarro en Cuzco el 25 de julio de 1537, pero no hubo ninguna batalla importante, como esperaban los incas, aunque Almagro fue posteriormente superado y ejecutado por su audacia. En total, los defensores de Cuzco no perdieron más de 20 españoles frente a los miles del lado inca. Sin embargo, más de 700 españoles murieron durante el levantamiento en los territorios alrededor de Cuzco y en las fuerzas de socorro derrotadas enviadas desde Lima.
Consecuencias
A finales de julio de 1537, Manco Inca se vio obligado a huir más al sur, primero a Vitcos y luego al valle de Vilcabamba, donde estableció un enclave inca. Desde aquí, los incas mantuvieron una guerra de guerrillas contra los españoles que duró una década. De vuelta a Cuzco, los españoles convirtieron al hermano de Manco Inca, Paullu, en su nuevo gobernante títere, y los conquistadores europeos siguieron sacando provecho del antiguo resentimiento hacia el señorío inca y de la total pérdida de confianza en muchos de los propios incas tras la caída de su capital. No obstante, los propios sucesores de Manco Inca, empezando por su hijo Titu Cusi Yupanqui, seguirían resistiendo. No fue hasta la década de 1550 cuando los españoles obtuvieron el control total de su Virreinato del Perú (establecido en 1542). Cuzco había sufrido terriblemente los asedios, y ahora se reconstruía, pero con una arquitectura completamente ajena, ya que el Imperio español comenzó a extenderse y a profundizar sus raíces en preparación para los siglos de dominio colonial.