Enrique de Navarra se convirtió en el gobernante nominal de Francia tras el asesinato de Enrique III de Francia (que reinó de 1574 a 1589), cuyo matrimonio con Luisa de Lorena no produjo ningún heredero. Tras años de intentos de negar el trono a Navarra, sus enemigos se dieron cuenta de que no podían derrotarlo militarmente. Las Guerras de Religión francesas habían agotado el país, y quedó claro que Enrique tendría que adoptar la religión de la mayoría de sus súbditos para asegurar la libertad de conciencia de los protestantes con los que tenía afinidad religiosa y que habían luchado a su lado.
La conversión de Enrique de Navarra al catolicismo
La llegada de un rey protestante y el cansancio de los contrincantes impusieron el compromiso de la conversión de Enrique al catolicismo. El arzobispo de Bourges anunció la intención de Enrique el 17 de mayo de 1593 y dos meses después, el 25 de julio de 1593, Enrique de Navarra se retractó solemnemente en la basílica de Saint-Denis a los pies del arzobispo. Su abjuración fue atacada como fingida por algunos, aunque muchos ciudadanos simplemente querían la paz y una nación libre de la influencia extranjera. Los protestantes no ocultaron su disgusto y pidieron garantías al rey, que prometió restablecer un edicto anterior de 1577 y su garantía de tolerancia religiosa. A los protestantes se les permitía rendir culto en todo el reino, incluso discretamente en la corte, y los oficiales del ejército podían celebrar la Cena del Señor en los campamentos. Con estas condiciones, los protestantes mantuvieron su confianza en su antiguo correligionario de manera provisoria.
Los líderes religiosos y políticos terminaron uniéndose a Enrique, lo que llevó a su coronación como rey Enrique IV de Francia en la catedral de Chartres el 27 de febrero de 1594. Allí pronunció el tradicional juramento de expulsar de sus tierras a todos los herejes denunciados por la Iglesia. El 22 de marzo, el rey entró en París y el Te Deum sonó en Notre Dame. El Papa Clemente VIII (en funciones desde 1592 hasta 1605), irritado por la absolución de Enrique IV por parte de la Iglesia francesa sin autorización pontificia, desconfía de la sinceridad del rey. Hasta septiembre de 1595, el Papa no concedió su perdón condicional. Los protestantes, sin embargo, ulcerados por la abjuración del rey, temían que la reconciliación con el papa condujera a una nueva persecución y trataron de obtener más garantías de seguridad.
El Edicto de Nantes y la tolerancia religiosa
En respuesta a la continua violencia religiosa, el 13 de abril de 1598, el rey promulgó un edicto de pacificación y lo declaró perpetuo e irrevocable, conocido como el Edicto de Nantes. El edicto, que imponía la coexistencia religiosa, fue recibido con resistencia. Enrique IV desplegó su energía para conseguir el registro del edicto en los parlamentos regionales. Roma siguió oponiéndose a cualquier cambio en la posición privilegiada de la Iglesia católica en Francia, y el Papa Clemente VIII declaró que la libertad de conciencia era lo peor que había ocurrido. Tras años de guerras de religión, el edicto no extinguió todos los rencores y resentimientos de inmediato, pero abrió un nuevo período en las relaciones entre católicos y protestantes y proporcionó una relativa seguridad y tolerancia a los protestantes. El nacimiento de Luis XIII de Francia (que reinó de 1610 a 1643) en 1601 aseguró la perennidad de la dinastía.
El Edicto de Nantes, en 1598, marcó un hito en la historia de Francia y fue el mayor logro de Enrique IV. Francia estableció la noción de tolerancia y proclamó oficialmente, por primera vez, que los ciudadanos eran libres de profesar la religión de su elección, aunque el catolicismo seguiría siendo la religión del reino. Se trata de un edicto de compromiso hasta entonces desconocido en Francia, que concede el reconocimiento legal de la religión protestante y establece los límites del culto protestante. Los protestantes seguían estando obligados a pagar los diezmos a los párrocos católicos, a observar las fiestas católicas y se ordenaba la devolución de todos los bienes religiosos que habían pertenecido originalmente a la Iglesia católica. En algunos lugares, y en los alrededores de París, el culto protestante estaba prohibido dentro de un radio establecido. Los protestantes y los católicos tenían los mismos derechos en cuanto a la educación de sus hijos. Desde el punto de vista político, se concedió una amnistía total para todos los actos de guerra. Se garantizó la igualdad civil con los católicos y se previó el derecho de acceso al empleo público. Los que habían huido de Francia fueron autorizados a regresar.
El edicto abrió el acceso de los protestantes a las universidades y a los cargos públicos, y se concedió autorización a cuatro academias, así como el derecho a convocar sínodos religiosos. Se garantizó a los protestantes la seguridad de sus guarniciones durante ocho años en varias ciudades, sobre todo en la ciudad portuaria de La Rochelle. Una gran novedad fue que el poder civil puso límites al dominio religioso de la sociedad. La Iglesia católica recuperó 200 ciudades y 2000 parroquias rurales y se resignó a la tolerancia como una necesidad de las circunstancias de la época. Mientras a los protestantes no se les permitía la actividad misionera para abrir nuevos lugares de culto, los católicos alteraron el mapa religioso, abriendo iglesias en lugares donde el catolicismo prácticamente había desaparecido.
En realidad, el Edicto de Nantes fue un tratado con concesiones destinado a evitar nuevas guerras. Al conceder tolerancia a los protestantes, el edicto también reforzaba los derechos de la Iglesia católica. El artículo 3 estipulaba que la religión católica, apostólica y romana sería restablecida en todo el reino para ser ejercida libre y pacíficamente sin ningún problema u obstáculo. Esto autorizó la completa restauración institucional de la Iglesia católica en todos los rincones del reino, incluso en los lugares donde la mayoría de los habitantes se habían convertido a la fe reformada, en ciudades como La Rochelle, Montauban y Montpellier, y en vastas regiones como las Cevenas, Dauphiné y Vivarais. En todos estos lugares, los protestantes ahora debían preparar el regreso de los sacerdotes que habían estado ausentes durante dos generaciones. Se retomaron las procesiones católicas en lugares donde no las había habido durante décadas. En las ciudades con dos lugares de culto, dos cementerios, dos categorías de súbditos del rey e incluso dos campanas de iglesia, las tensiones eran frecuentes.
La importancia del edicto radica en el cambio de perspectiva del individuo. Como súbdito político, el individuo debía obedecer al rey, independientemente de su confesión. Como creyente, el sujeto era libre de elegir su religión, que ahora se consideraba un asunto privado. Los protestantes conservaron la posesión territorial de lugares seguros en más de 100 ciudades de Francia, como La Rochelle, Saumur, Montpellier y Montauban. Durante este período de tolerancia, estas ciudades se convirtieron en estados dentro del estado. Celebraron asambleas políticas, desarrollaron una organización territorial, mantuvieron fortalezas militares y practicaron la diplomacia y las relaciones con las potencias extranjeras, especialmente con Inglaterra. La Rochelle se convirtió en el principal bastión de la religión reformada y contó con el apoyo de Inglaterra, que trató de frenar el desarrollo y la expansión de la armada francesa.
Desentrañando el Edicto de Nantes
El edicto se aplicó durante el reinado de Enrique IV, a veces con grandes dificultades, hasta su asesinato en 1610. Sobrevivió a múltiples complots e intentos de asesinato antes de caer en manos de un fanático católico, François Ravaillac, el 14 de mayo de 1610. Su muerte alarmó a los protestantes, que temían la pérdida de sus derechos adquiridos. María de Médicis (1575-1642) se convirtió en reina tras la muerte de su marido. Confirmó el Edicto de Nantes en una declaración del 22 de mayo de 1610, pero los protestantes tenían poca confianza en ella. En 1614 y 1615 se reunieron los Estados Generales, cuando los protestantes percibieron que la nobleza y el clero estaban dispuestos a considerar los edictos de pacificación como provisorios. También les alarmó la propuesta de matrimonio de Luis XIII (1601-1643) con Ana de Austria. Tres provincias, Languedoc, Guyenne y Poitou, participaron en un levantamiento dirigido por señores descontentos. Las negociaciones de María con ellos dieron como resultado el Tratado de Loudun, que concedía seis años más de protección a las ciudades protestantes.
Las protecciones vigentes bajo el reinado de Enrique IV empezaron a desaparecer y poco a poco se fueron eliminando luego de su muerte. Mucho antes de su revocación en 1685 bajo el reinado de Luis XIV de Francia (que reinó de 1643 a 1715), el edicto se vio socavado por una aplicación incoherente y por interminables denuncias de mala fe presentadas contra los protestantes. El Edicto de Nantes no había establecido la igualdad entre las religiones. Los protestantes recibían ventajas políticas y simplemente se los toleraba mientras practicaran su religión dentro de las restricciones que se les imponían. Los primeros diez años del siglo XVII que siguieron al Edicto de Nantes marcaron una renovación católica. El rey se ilusionó con la posibilidad de que Francia volviera a la unidad religiosa. Para ello, se crearon fondos (Caisse de conversion) para pagar a los pastores que se convirtieran al catolicismo. Los tiempos pasaron de las guerras religiosas a las controversias religiosas y estuvieron marcados por las conversiones entre las dos religiones; los monjes abrazaron la religión reformada y los pastores se volvieron hacia el catolicismo. Enrique IV contó con varios colaboradores protestantes y, para su fortuna, durante los 15 años de su reinado, sacó a su nación destrozada de décadas de guerra civil. Sin embargo, se negó a reunir los Estados Generales y a crear una monarquía parlamentaria que podría haber protegido a la nación de los próximos abusos de poder. Orientó a la nación hacia el absolutismo, que le ofreció un asombroso aunque breve esplendor, que daría lugar a sangrientas reacciones.
La presencia de bastiones protestantes se hizo intolerable para el sucesor de Enrique IV, su hijo Luis XIII. Bajo él, el dominio del clero católico creció rápidamente. El rey tomó como confesor a un jesuita y su nuevo ministro, Charles-Albert de Luynes, se comprometió a exterminar a los herejes. En la asamblea general del clero católico de 1617, Luis XIII, en lugar de respetar la voluntad de su padre, ordenó la restitución de las posesiones a la Iglesia católica. Marchó hacia la provincia de Béarn, tomó la fortaleza de los navarros y restableció el catolicismo. Los abusos cometidos contra una población mayoritariamente calvinista prefiguran las futuras dragonnades, una forma de persecución bajo Luis XIV en la que los protestantes eran obligados a alojar a los soldados de caballería del rey (dragones) para inducir a los protestantes a convertirse al catolicismo.
En respuesta a las acciones del rey, la asamblea general de los hugonotes en La Rochelle, en diciembre de 1620, dividió Francia en ocho regiones casi militares con líderes, lo que desencadenó la oposición católica. La mayor parte de Midi se levantó en armas, pero el resto del país no se movilizó contra el rey. El rey sitió Montauban, que resistió heroicamente durante dos meses y medio y obligó al rey a levantar el asedio el 2 de noviembre de 1621. El rey sitió Montpellier en agosto de 1622, pero la ciudad se defendió con tanta valentía que el rey aceptó negociar. El asedio se levantó y la Paz de Montpellier, firmada el 18 de octubre de 1622, confirmó el Edicto de Nantes y concedió la amnistía, pero prohibió las asambleas políticas sin autorización real. Solo quedaban dos ciudades fuertes: La Rochelle y Montauban.
Los años 1622 a 1625 estuvieron marcados por incesantes disputas y actos de violencia entre los partidos. En 1625, Rohan, en el Languedoc, y su hermano Soubise, en las regiones occidentales, emprendieron campañas militares sin resultados decisivos. La Paz de París se firmó el 5 de febrero de 1626 y mantuvo el statu quo hasta que el cardenal Richelieu pasó a la acción.
El cardenal Richelieu y el sitio de La Rochelle
María de Médicis había conseguido introducir a Armand du Plessis de Richelieu (1585-1642), ahora con sombrero de cardenal, en la corte de Luis XIII en 1624. Richelieu fue primer ministro durante el reinado de Luis XIII (que reinó de 1610 a 1643). Era un hombre de gran ambición y capacidad, un estricto defensor de la causa católica en Francia, con la intención de romper toda oposición al absolutismo real. Luis XIII y Richelieu intentaron forzar la sumisión de los protestantes a la autoridad real y reforzar la unidad del reino. La ciudad de La Rochelle se erigía como una formidable barrera a sus designios y se había convertido en el principal bastión del partido hugonote.
La Rochelle se había adherido en gran medida a la Reforma Protestante, era responsable de la difusión del protestantismo en las regiones occidentales de Francia y se había convertido en un refugio para los protestantes que huían de otros lugares. Los intentos de Richelieu por negociar con La Rochelle fracasaron en 1625, y se vio obligado a firmar la Paz de La Rochelle en febrero de 1626. En 1627 se reaviva el conflicto y La Rochelle es asediada durante un año, rodeada y aislada de toda provisión exterior. Richelieu ordenó la construcción de un enorme dique para impedir toda ayuda del mar. Los últimos meses del asedio se caracterizaron por una hambruna devastadora, que obligó a las mujeres, los niños y los ancianos a abandonar la ciudad y vagar desamparados por los pantanos, donde pocos sobrevivieron. Los sitiados sobrevivían comiendo caballos, perros y gatos, y cientos de personas morían diariamente de hambre. La Rochelle tenía una población de 25.000 habitantes antes del asedio, de los cuales 18.000 eran protestantes, y poco más de 5000 cuando terminó el bloqueo.
La expedición montada por el duque de Buckingham fracasó debido a su asesinato y La Rochelle capituló el 28 de octubre de 1628. Al día siguiente, Richelieu entró en la ciudad y celebró una misa solemne en la iglesia de Sainte-Marguerite. Luis XIII entró en La Rochelle el 1 de noviembre para recibir su rendición, seguida de una gran procesión el 3 de noviembre. El rey suprimió todos los antiguos beneficios de los que gozaba la ciudad, ordenó arrasar la mayor parte de las murallas, entregó las iglesias a la Iglesia Católica y creó un obispado. Luis XIII hizo construir en París la iglesia de Notre-Dame des Victoires en honor a su triunfo. Diez años más tarde consagraría Francia a la Santa Virgen e instituiría la fiesta de la Asunción. Después de años de sacrificios, el destino de La Rochelle estaba ahora ligado a la monarquía francesa y a la Iglesia católica.
Conclusión
En junio de 1629, con el Edicto de Gracia (Paz de Alès) de Luis XIII, negociado por Richelieu con los líderes protestantes, los protestantes experimentaron la pérdida de muchos logros anteriores. El edicto mantuvo las concesiones del Edicto de Nantes, pero desmanteló el partido protestante. Los pastores reformados tenían derecho a predicar, celebrar la Cena del Señor, bautizar y oficiar matrimonios solo en los pueblos y ciudades autorizados por el Edicto de Nantes. Los protestantes, que habían contribuido al restablecimiento de la unidad del reino, eran ahora considerados facciosos frente a la unidad centralizada que buscaban los grandes ministros, Richelieu y más tarde Mazarino. Las dragonnades sustituyeron a las Guerras de Religión, ya que los protestantes perdieron a sus príncipes y protectores. Luis XIII ordenó la demolición de los lugares de seguridad protestantes y el restablecimiento del culto católico. Aunque los protestantes conservaron teóricamente sus derechos religiosos durante otros 50 años, perdieron influencia política y fueron progresivamente excluidos de las funciones públicas. Estos derechos se fueron socavando poco a poco bajo el sucesor de Luis XIII, su hijo Luis XIV, y finalmente fueron abrogados en 1685.