La guerra de los camisardos (1702-1705) fue iniciada por los hugonotes protestantes de la región de las Cevenas, en el sur de Francia. Tras la revocación del Edicto de Nantes en 1685 por parte de Luis XIV de Francia (que reinó de 1643 a 1715), los hugonotes practicaron el culto de manera ilegal en lugares secretos hasta que se sublevaron para reclamar sus derechos religiosos.
El regreso del exilio
Después de que la religión de la Reforma quedara proscrita por la revocación del Edicto de Nantes en 1685 bajo el mandato de Luis XIV de Francia, se destruyeron los templos protestantes y se exilió a los pastores. Los hugonotes se veían a sí mismos como hebreos metafóricos y sus líderes adoptaron nombres asociados al pueblo judío del Antiguo Testamento: Josué Janavel, Abraham Mazel, Salomon Couderic y Élie Marion, entre otros. Los hugonotes de las Cevenas practicaban el culto y el vagabundeo en los bosques de esta región. Los predicadores de las Cevenas solían ser considerados rebeldes sediciosos que trabajaban mano a mano con los enemigos de Francia para entregar la provincia a las potencias extranjeras.
Los pastores exiliados volvieron a las Cevenas en 1689. A estos hombres los unía su deseo de restablecer el culto protestante y compartían la convicción de que la religión autorizada por el Estado no se ajustaba a las enseñanzas bíblicas. Entre ellos se encontraba Claude Brousson (1647-1698), quizá el predicador clandestino más famoso, que se había autoexiliado en Ginebra y Lausana y regresó a Francia para predicar y organizar reuniones nocturnas secretas. Tituló su colección de sermones "El maná místico del desierto" (Janzé, 623). Otro retornado fue François Vivent (1664-1692), que se negó a renunciar a su fe en 1685 y fue perseguido antes de que lo autorizaran a abandonar Francia en 1687.
Aunque Vivent, Brousson y sus compañeros regresaron a Francia para despertar el celo de los nuevos conversos, también pretendían unirse a la coalición de Guillermo de Orange (1650-1702) con la esperanza de enfrentarse a Luis XIV con una formidable insurrección. Recibieron promesas de apoyo de Inglaterra, Suiza y Holanda. Como atestiguan las cartas escritas por Pierre Jurieu (1637-1713), Brousson y otros, la iglesia perseguida buscaba sobre todo la libertad de practicar su religión, una libertad que se les ofreció bajo Enrique IV de Francia (que reinó de 1589 a 1610) y que Luis XIV les quitó. Tanto Brousson como Vivent se convirtieron en mártires; Vivent fue asesinado en una cueva mientras intentaba defenderse el 19 de febrero de 1692, y Brousson fue ejecutado en Montpellier el 4 de noviembre de 1698.
Epidemia profética
A su regreso, Brousson y Vivent se ocuparon también de lo que se ha llamado una "epidemia profética" (Krumenacker, 79) que proliferaba en las regiones desiertas de pastores. En ausencia de pastores, los profetas y profetisas proliferaron en el Delfinado, en Vivarés y, sobre todo, en las Cevenas. Al principio, estos líderes autoproclamados predicaban el evangelio, exhortaban al arrepentimiento y prometían la libertad. Con el tiempo, alegando la inspiración del Espíritu y alimentados por el Antiguo Testamento, muchos cayeron en trances místicos y predicaron la rebelión. La mayoría de los pastores protestantes desaprobaban sus actividades y atribuían los excesos a la falta de guías espirituales. Las primeras manifestaciones proféticas fueron pacíficas hasta 1702. A medida que aumentaban los arrestos y las ejecuciones, el mensaje profético se transformó en una llamada a la guerra santa y a la resistencia armada.
La guerra de los camisardos
El origen de la palabra "camisard" como descripción de los insurgentes de la región de las Cevenas es discutido. Según algunos historiadores, deben su nombre a la camisa blanca que llevaban sobre su ropa para ser reconocidos entre ellos. Otros ven una referencia a la antigua palabra "camisade" (ataque nocturno) o a "camin", que hace referencia a los caminos a lo largo de las crestas de las montañas. Rara vez superaron los 1000 hombres, con un total de aproximadamente 7000-10.000 hombres que entraron en combate durante la guerra. Más del 50% eran menores de 25 años, en su mayoría procedentes de regiones rurales o semirurales. Más de dos tercios eran artesanos textiles; un tercio eran pastores o agricultores. Las esposas y hermanas de los camisardos seguían a las tropas y a veces también empuñaban la espada. La nobleza protestante estaba en gran parte ausente, mientras que algunos participaron activamente en la represión de sus correligionarios.
La guerra tuvo su inicio en julio de 1702, cuando el profeta Pierre Séguier, llamado Esprit Séguier, declaró durante una asamblea que el Espíritu lo había llamado para liberar a los prisioneros detenidos y torturados por el abad de Chaila en Pont-de-Montvert. Acompañado por Abraham Mazel, Séguier y 40 hombres marcharon toda la noche y rodearon el presbiterio. Abrieron las puertas, liberaron a los prisioneros, mataron al abad e incendiaron el edificio. Envalentonados por su éxito, incendiaron dos iglesias y mataron a once católicos. Tres de los atacantes fueron capturados y torturados, entre ellos Séguier, que fue quemado en la hoguera de Pont-de-Montvert. Los camisardos hicieron estragos en toda la región de las Cevenas bajo el liderazgo de Abraham Mazel, Gédéon Laporte, Jean Cavalier y Salomon Couderc. Practicaron la ley del talión del Antiguo Testamento, destruyeron iglesias en respuesta a la quema de sus templos y atemorizaron a los sacerdotes de las aldeas que buscaban refugio en las ciudades.
Durante su primer encuentro militar en septiembre de 1702, Laporte y Cavalier se enfrentaron a los soldados dirigidos por el capitán Poul. Un mes más tarde, Laporte y varios de sus hombres fueron sorprendidos en un barranco y asesinados, sus cabezas se expusieron en el puente de Anduze como advertencia a los insurgentes. El sobrino de Laporte, Pierre Laporte, más tarde conocido como Rolland, y Cavalier, castrador de ovejas y pastor respectivamente, dirigieron durante dos años pequeños grupos de campesinos mal armados en una guerra de guerrillas contra las tropas del rey. El éxito de los camisardos se debió en parte a su conocimiento de la escarpada campiña con sus bosques, barrancos y cuevas. Contaban con la complicidad de los católicos recién convertidos y eran temidos por los demás católicos. Celebraban frecuentes reuniones de culto y cantaban el Salmo 68"Que se levante Dios" antes de atacar al enemigo con furia. Las tropas reales solían huir al entonar las primeras notas del himno de Camisard.
En diciembre de 1702, los camisardos dirigieron una carta con sus demandas a Victor-Maurice, conde de Broglie (1647-1727), comandante de las fuerzas reales. Expresaban que simplemente querían las libertades adquiridas con la sangre de sus antepasados y que estaban dispuestos a morir antes que renunciar a sus creencias. Como los edictos del rey los habían privado de su derecho de reunión pública para rendir culto, se habían retirado a las montañas y a las cuevas. Expresaron su confianza en que el Dios de la misericordia había derramado su Espíritu sobre ellos según la promesa del profeta Joel y se vieron obligados a ofrecer ahora sus cuerpos y posesiones en sacrificio por el santo evangelio y a derramar su sangre por esta justa causa. Al mes siguiente, el Conde persiguió a dos lugartenientes de Cavalier, Abdias Maurel, apodado Catinat, y Ravenel, con tres compañías de tropas montadas cerca de Nîmes. El conde fue derrotado y el capitán Poul murió en la batalla.
Tregua y traición
Las escaramuzas y las expediciones de castigo se prolongaron durante los primeros meses de 1703. En junio de 1703 se hizo una promesa de amnistía para los que depusieran las armas, lo que los camisardos interpretaron como un signo de debilidad. Los cevenoles cuyos hogares habían sido destruidos poblaron las filas de los camisardos. Los combates prosiguieron con victorias contundentes y derrotas estrepitosas para los insurgentes. En marzo, las tropas unidas de Rolland y Cavalier fueron derrotadas de manera contundente en Pompignan. Los nuevos conversos al catolicismo de Mialet y Saumane, sospechosos de ayudar a los camisardos, fueron deportados a Perpiñán.
Hubo más intentos de despoblar las Cevenas mediante la destrucción metódica de pueblos, seguida de represalias de Rolland contra los pueblos católicos y de victorias camisardas dirigidas por Cavalier. Finalmente, Luis XIV envió al mariscal de campo de Villars a Languedoc como sustituto del mariscal de campo de Montrevel con garantías de libertades limitadas. Esta nueva propuesta provocó deserciones entre los camisardos, y el propio Cavalier propuso negociaciones. Se dejó seducir por la oferta de Villars de formar un regimiento de camisardos del que sería coronel, y también aceptó una promesa verbal de libertad de conciencia. El rey no tenía intención de contar con un regimiento de camisardos entre sus tropas, y Cavalier y cien de sus hombres fueron escoltados por los soldados del rey fuera de la provincia con promesas incumplidas, para no volver jamás.
Los camisardos restantes consideraron a Cavalier un traidor y se unieron a Rolland, que se negó a rendirse y esperó la ayuda de sus aliados. Fue traicionado por un joven primo y entregado a Nicolas de Lamoignon de Bâville (1648-1724), que gobernó Languedoc de 1695 a 1718. Atrapado en el castillo de Castelnau-Valence, Rolland murió de un disparo el 14 de agosto de 1704 cuando intentaba huir; su cadáver fue arrastrado por las calles de Nîmes, y sus cinco compañeros fueron ejecutados. Tras la muerte de Rolland, los camisardos quedaron desmoralizados. Uno a uno sus líderes se rindieron y se les permitió abandonar el reino hacia Suiza.
Hubo un último intento de revuelta en la primavera de 1705, pero la conspiración fue descubierta y se castigó severamente a sus autores. Varios hombres de Cavalier y Rolland fueron capturados y ejecutados en Nîmes. Entre ellos, Henri Castanet (1674-1705), líder de la región de Mont Aigoual, fue capturado y murió en el potro ante 10.000 espectadores en Montpellier. Catinat y Ravenal fueron capturados y ejecutados en Nîmes, vestidos con camisas cubiertas de azufre y quemados en la hoguera. Solo quedó Abraham Mazel, que tras su fuga de la cárcel intentó una insurrección en Vivarés. Él y 60 campesinos resistieron durante un año contra las tropas reales antes de su traición y muerte el 7 de octubre de 1710. Sus compañeros fueron ahorcados o ejecutados en el potro.