Las carreras de carros (o carros de guerra) eran un gran negocio en la antigua Roma. Había toda una industria construida en torno a las facciones, las cuatro cuadras profesionales conocidas por el color de su equipo (Azul, Verde, Rojo y Blanco), que proporcionaban todo lo necesario para una carrera: caballos, jefes de cuadra, herreros, médicos, ayudantes de los cocheros, operadores de los mecanismos de accionamiento de puertas, etc.
En Roma, era posible celebrar hasta 24 carreras en un día. Las estimaciones modernas sugieren que se requerían entre 700 y 800 caballos para las carreras de un día. Los conductores de cuadrigas romanos, por lo general, comenzaban sus carrerasde jóvenes; estos muchachos eran en su mayoría esclavos comprados y entrenados por las facciones. El auriga era un conductor de carros menos experimentado y manejaba el carro de dos caballos; con el tiempo y el desarrollo de habilidades tenía la posibilidad de avanzar a agitator, un conductor experimentado y de alto rango que conducía un carro de cuatro a diez caballos. En la pista se podían alcanzar fama y larga carrera; sin embargo, también era donde muchos conductores perdían sus jóvenes vidas.
La carrera requería gran RESISTENCIA y fuerza por parte de los conductores y sus caballos.
Los establos estaban ubicados a unos 2 kilómetros de distancia, en el Campo de Marte; desde allí viajaban los caballos, conductores y trabajadores de las facciones hacia el Circo Máximo, la estructura hecha por el hombre más grande del Imperio romano. Las pistas en el Circo eran peligrosas, con siete vueltas (unos 5 kilómetros) y 13 giros agudos y difíciles. La pista tenía una barrera central, un “euripus” o “spina”, que algunas veces se llenaba de agua, se extendía en sentido longitudinal para separar las rutas de “subida” y “bajada” y para prevenir choques frontales. En cada extremo de estas barreras había un poste de giro. Los marcadores de vueltas, en forma de huevos y delfines, se giraban para indicar la finalización de cada circuito y ayudaban a hacerlo visible para la audiencia en medio del polvo, el brillo enceguecedor del sol y el calor sofocante.
Plinio el Joven (61-112 d.C.) escribió sobre la enorme popularidad de las carreras y le sorprendía que tantos miles de hombres quisieran asistir una y otra vez a las carreras de carros o carros de guerra (Cartas. 9.6). La popularidad del deporte no se limitaba solamente a lo que un antiguo escritor describía como la “la innumerable multitud de plebeyos” que se paseaban por las calles discutiendo acaloradamente sobre los equipos (Marcelino, Historia Romana. 14. 6. 26-7). No era sólo la emocionada plebe la que esperaba el día de la carrera, también se podían escuchar conversaciones durante las cenas de la élite de Roma, donde los invitados discutían sobre los equipos.Plinio el Viejo (23-79 d.C.) cuenta sobre Cecina, un hombre de rango caballeresco de Volterra, quien, cuando estaba en las carreras en Roma, liberaba sus propias golondrinas para enviar la noticia del equipo ganador a sus amigos; él pintaba las patas de las aves con el color del vencedor. El Circo, por lo tanto, cautivaba a todos en Roma.
El circuito de carrera habría durado ocho minutos impresionantes y emocionantes, con los carros alcanzando velocidades posibles de 35 kilómetros por hora y hasta 72 kilómetros por hora en la recta, lo cual requería gran resistencia y fuerza de parte de los conductores y sus caballos. La mayoría de los caballos que se usaban eran sementales. Estos caballos de carrera se criaban en criaderos privados o imperiales en África del Norte, Capadocia, Sicilia, España y Tesalia. Los caballos de carrera eran de complexión robusta y comparables a un poni grande de la actualidad. Plinio el Viejo indica que “… aunque los caballos pueden ser domados a los dos años de edad para otros usos, las carreras en el Circo no los reclaman antes de los cinco” (Historia Natural, 161-162). Estos caballos podían competir en la pista hasta la edad de 20 años, antes de enviarlos al criadero.
Los caballos se sometían a un entrenamiento para la pista exhaustivo, parte del cual tenía lugar en los picaderos y luego continuaba en los predios de entrenamiento ecuestre, tales como el Trigarium en el Campo de Marte de Roma. En un equipo, el más importante de los caballos era el introiugus, el caballo líder en el lado izquierdo del carro. Era este caballo el que guiaba al equipo en los giros. Plinio el Viejo comenta que el entrenamiento de los caballos debió haber sido muy intenso. Él relata que un equipo de caballos había arrojado a su conductor al inicio de la carrera:
... su equipo, entonces, tomó la delantera y la mantuvo, interponiéndose en el camino de sus rivales y empujándolos a un lado y haciendo contra ellos todo lo que hubieran tenido que hacer, con un conductor muy hábil al mando…Cuando ellos completaban el recorrido de la pista se detenían en seco en la linea de tiza (H.N. 8.159-161).
También sugiere Plinio que el desempeño de un caballo podía ser favorecido por el uso de un diente grande de lobo alrededor de su cuello, lo cual evitaría el cansancio.
Los cocheros o conductores vestían ropa protectora con cascos de cuero grueso y túnicas gruesas con bandas acolchadas de cuero horizontales alrededor del pecho y el tronco y también alrededor de los muslos. El carro que conducían estaba diseñado con ruedas pequeñas y ligeras que ayudaban a estabilizarlo al realizar giros agudos. El cuerpo del carro era pequeño y bajo, con un armazón de madera rellenado con bandas entrelazadas para el piso. Este tipo de piso suministraba una base que amortiguaba. El diseño liviano de estos carros implicaba que podían derrapar, por lo que el auriga inexperto tenía que aprender a controlarlos hábilmente. Los conductores envolvían las riendas del carro alrededor de sus cinturas para liberar la mano del látigo. Apoyaban su cuerpo entero contra las riendas y guiaban el carro desplazando el peso de sus cuerpos, usando sólo la mano izquierda para corregir su trayectoria en la pista. Los conductores de carros, con sus riendas atadas fuertemente a sus cinturas, aumentaban el riesgo de que, si caían de su posición de pie, podían ser arrastrados por el carro y los atronadores caballos; el cochero llevaba un cuchillo para cortar las riendas, liberarse y, así, salvarse si se caía.
El conductor joven e inexperto podía fácilmente perder el control “doblándose hacia delante con pie inseguro… es llevado de cabeza a merced de los caballos; los ejes humean con la excesiva velocidad…” (Sil.Pun. 283-289). Los choques ocurrían sobre todo al inicio de la carrera y en los giros, cuando los conductores de carros se atropellaban por la posición. Las colisiones espectaculares eran conocidas como “naufragia”; “los caballos eran derribados, una multitud de patas intrusas entrando en las ruedas” (Sid. Apoll.Poemas, 408-409). La velocidad de la carrera alrededor de la pista habría significado que los asistentes tenían que trabajar con gran prisa para despejar a los heridos y los restos.
Antes de que la carrera comenzara, una procesión sagrada, pompa circensis, con imágenes de los dioses, desfilaba por las calles de la ciudad finalizando en el Circo Máximo, donde recorría la pista. Tras los dioses, e incluidos en la procesión, iban los magistrados, atletas, bailarines, asistentes y los cocheros, “algunos de los cuales manejaban cuatro caballos a la vez, algunos dos y otros cabalgaban caballos sin yugo” (Dion. Hal.Ant. Rom. 7.70–3). Para determinadas carreras la pista del Circo se rociaba con un pigmento rojo brillante, minium, y carbonato de cobre verde para crear los colores de las facciones Roja y Verde.
Delante de ellos se llevaban pancartas con los nombres de cada cochero y caballo, aumentando la expectativa a medida que los espectadores reconocían a los conductores. Con anticipación a la carrera, antes de que los equipos hubiesen entrado a las casetas, tenía lugar un sorteo para determinar cuál caseta sería ocupada por cada equipo. Las suertes se echaban en una urna atada a una barra transversal la cual giraba bolas que caían desde el dispositivo a medida que se operaba. La tensión en el Circo habría sido increíblemente alta, con “los ojos de los espectadores rodando como con las suertes” (Tert.De Spect.16). La suerte, la cual se extraía de la urna, le daba al cochero la elección del carril en el cual quería entrar para la carrera.
Una vez en sus casetas, los caballos, nerviosos y cargados, golpean intensamente en las puertas con sus cascos y sus cabezas. “Empujan… arrastran… se enfurecen…” (Sid. Apoll.Poemas 23. 334). Los asistentes de los cocheros trataban de calmar y sosegar a los animales en las casetas mientras aguardaban la señal de salida. El Circo podía acomodar siete caballos, uno al lado del otro, en una caseta. No era extraño que las puertas hubieran sido derribadas por caballos agitados y que los jóvenes e inexpertos cocheros se hubieran descontrolado. Cuando cada cochero estaba en su carril, el magistrado que presidía se levantaba para dar la señal de inicio de la carrera dejando caer un pañuelo blanco y, con ello, las 12 puertas del Circo Máximo, situadas en una curva poco pronunciada y operadas por una palanca central, se abrían simultáneamente.
sobrepasar o adelantar por el interior a medida que se aproximaba a la curva era una táctica muy admirada porque era extremadamente peligrosa.
Los cocheros permanecerían en los carriles seleccionados hasta que alcanzaban el extremo más cercano de la isla central; después, los carros se peleaban por las mejores posiciones. Se aplicaban estrategias tácticas, tales como occupavit et vicit, tomar la delantera desde el comienzo hasta ganar, o praemisit et vicit, donde el conductor intencionalmente permitía que su oponente se pusiera a la cabeza al comienzo y entonces, remontaba para ganar. Una vez libres de sus carriles, los conductores corrían alrededor de la pista en dirección contraria a las manecillas del reloj, trabajando en parejas, cada conductor se mantenía de pie cerca a los cuartos traseros de sus caballos, en el carro de guerra delgado y endeble, el cual podría volcarse fácilmente y romperse. Uno del par de conductores trabajaba para forzar a los oponentes a dejar el campo libre a su compañero. El líder, el horator, cabalgaba detrás o enfrente de los carros, gritándoles palabras de ánimo y consejo a medida que ellos trazaban estrategias para evitar las curvas cerradas o a los competidores que les pisaban los talones. Los cocheros se mantendrían tan cerca como fuese posible a la barrera central para acortar sus caminos o trayectorias. El sparsor lanzaba agua a los caballos para mantenerlos frescos mientras corrían. Adelantar por el interior al aproximarse a la curva era una táctica muy admirada porque era extremadamente peligrosa.
La línea blanca final estaba situada justo después del punto medio del euripus. Sidonio en su poema describe una llegada en la que el conductor, imprudente en su intento de adelantamiento, sale despedido de su carro; mientras él yace en un retorcido montón de escombros, el cochero líder, con los vítores de los espectadores, corre hacia la línea blanca (Poemas, 23. 323-424).
El cochero victorioso era saludado y llamado por el trompetista para recoger su premio: la palma de la victoria y la bolsa. En el plano de mármol Severano (Forma Urbis), de principios del siglo III d.C., una representación del Circo Máximo indica una estructura construida en la zona de asientos la cual está conectada con la arena por una amplia escalinata que permite el acceso a la pista. Es posible que el vencedor haya subido estas escaleras para ser recibido, felicitado y coronado por el emperador romano o el patrono de los juegos. Luego el cochero, en todo su esplendor, daba la vuelta de honor alrededor de la pista mientras los espectadores, emocionados, le lanzaban monedas pequeñas o flores.
¿Te gusta la historia?
¡Suscríbete a nuestro boletín electrónico semanal gratuito!
Vida y muerte en la pista
Las inscripciones honoríficas y funerarias de los cocheros señalan sus éxitos y suministran detalles y conocimientos valiosos sobre sus vidas. Florus era un auriga, un conductor de bajo rango y menos experimentado. Su inscripción funeraria reza así:
Yo, Florus, yazco aquí, un niño conductor de un carro de dos caballos que, mientras quería correr mi carro rápidamente, rápidamente caí en las penumbras… (CIL. 6.10078)
Sexto Vistilio Heleno era un auriga, y su inscripción funeraria informa que él había sido transferido a la facción Azul, donde estaba siendo entrenado por Datileo cuando murió a la corta edad de 13 años. Crescencio, otro joven conductor, era un cochero de la facción Azul; era de África del Norte y probablemente fue llevado a Roma como esclavo. Tenía 13 años cuando ganó su primera carrera en 115 d.C. Habría estado conduciendo carros desde al menos un año antes, por lo que tenía 12 cuando comenzó su entrenamiento. Crescencio ganó su primera carrera con un carro de cuatro caballos conduciendo a los caballos Circus, Acceptor, Delicatus y Cotynus a la victoria. Su carrera duró nueve años, en los cuales ganó 1.558.346 sestercios (durante este periodo a un soldado se le pagaban 1.200 sestercios al año). Crescencio falleció a la edad de 22 años.
El famoso cochero Polinices tuvo dos hijos que también fueron cocheros; Marco Aurelio Polinices ganó 739 palmas de victoria durante su carrera, tres bolsas por el valor de 40.000 sestercios, 26 bolsas por valor de 30.000 sestercios y once bolsas de oro. Marco había conducido equipos de seis, ocho y diez caballos. Tenía 29 años cuando murió. El otro hijo de Polinices, Marco Aurelio Molicio Tatino, ganó 125 palmas de la victoria y ganó el premio de los 40.000 sextercios dos veces; él tan solo tenía 20 años cuando falleció.
Estos jóvenes muchachos vivían con los peligros de las carreras de carros y la amenaza de muerte súbita y prematura, pero junto a los peligros estaba también la posibilidad de ganar fama y gloria en la pista. Estos cocheros se movían entre las cuatro facciones y es probable que fuesen descubiertos por los gerentes de equipos rivales. El cochero Publio Aelio Gutta Calpurniano fue uno de esos conductores que compitieron por los cuatro equipos. Un conductor de carros exitoso podía ser adorado, admirado y famoso y ganarse la vida cómodamente. El éxito de un conductor podía asegurarle en una carrera el ingreso de, al menos, la cantidad que un maestro podría hacer en los derechos de matrícula de un año. Aunque las sustanciales bolsas ganadas iban a los dueños de las facciones con una fracción pagada a los conductores, la oportunidad de estar en muchas carreras a lo largo de su desempeño significaba que algunos cocheros podían ahorrar lo suficiente para asegurarse un buen retiro o jubilación.
Marcial, en sus Epigramas, se refiere al famoso cochero Escorpo quien tenía una gran cantidad de seguidores y era “la gloria de su ruidoso circo, el objeto de su aplauso, su favorito de corta vida" (10.53, 50. 5-8). Ganó 2048 carreras y amasó enormes ganancias como cochero, en una sola carrera se ganó 15 bolsas o sacos de oro (10.74). Escorpo alcanzó las cumbres del éxito y conoció fama y gloria hasta que murió prematuramente en una colisión en la pista. Sólo tenía 26 años de edad.
El cochero Cayo Apuleyo Diocles, nacido en la provincia de Lusitania, tuvo una espectacular carrera de 24 años. Fue un principiante tardío en la pista a la edad de 18 años, ganando la primera carrera a los 20 años de edad. Pasó seis años en la facción Blanca, tres con la Verde, y el resto de su carrera con la Roja. Ganó 1.462 carreras en una trayectoria de 24 años. 815 de sus victorias se produjeron por tomar la delantera al principio de la carrera y mantenerla, 502 victorias por ganar un esprint al final de la carrera y 67 por venir desde atrás hasta sobrepasar al líder. Los conductores exitosos, como Diocles, eran adorados, conquistaban los corazones de las muchedumbres, y eran agasajados con fiestas de bebida y comida por los ricos. Diocles obtuvo una fortuna de más de 35.000.000 de sestercios durante su carrera, un ingreso que estaba muy por encima al de cualquiera, excepto al de los senadores más ricos. Se retiró a vivir a Preneste, a las afueras de Roma, donde falleció a la edad de 42 años.
Conclusión
Muchos de estos jóvenes, a pesar de los peligros de la pista y la amenaza real de muerte, hacían gala de una temeraria valentía con la esperanza de ganar gran fama y gloria como cocheros. Para aquellos esclavos jóvenes traídos desde las provincias, las carreras de carros ofrecían la perspectiva del éxito y la estabilidad financiera, y, para algunos, la aclamación generalizada. Ya que la mayoría de estos jóvenes cocheros eran esclavos, finalmente el ser exitosos y ganar las carreras implicaba que ellos también podían ganar su libertad.Dion Casio (c. 150-235 d. C.) documenta una de esas carreras en las que la muchedumbre gritaba su demanda de que se le diera la libertad a un cochero favorito (Historia Romana. 69.12-15).
Muchos cocheros habrían competido como relativos desconocidos, muchos fallecían prematuramente. Sin embargo, para los conductores que habían burlado a la muerte en el Circo, podía haber vida después de las pistas. Los cocheros que habían finalizado sus días de carreras podían tomar uno de los muchos cargos en las facciones. Hombres jóvenes, como Aurelio Heraclides, que había sido un conductor para los Azules, se convirtió en un entrenador de los Azules y los Verdes. Los conductores retirados, para finales del siglo III d. C., tenían mayores perspectivas con la oportunidad de convertirse en administradores de facción, un cargo que fue alguna vez detentado por aquellos que eran del orden ecuestre.
¿Dónde tenían lugar las carreras de carros en la antigua Roma?
Las carreras de carros se realizaban en el Circo Máximo.
¿Cuánto duraba una carrera?
Las pistas en el Circo Máximo eran de alrededor de 5 kilómetros de longitud, con siete vueltas y 13 giros bruscos y cerrados.
Bibliografía
Bell, Sinclair W. "Horse Racing in Imperial Rome: Athletic Competition, Equine Performance, and Urban Spectacle." The International Journal of the History of Sport, 37/ 3-4 /2020, pp. 183-232.
Lehmann, Ursula. Corpus inscriptionum latinarum / consilio et auctoritate Academiae Scientiarum Rei publicae Democraticae Germanicae editum. Auctarium : quibus locis inveniantur additamenta titulorum voluminis VI Corporis . De Gruyter. Berlin, 1986
Carlos es ingeniero metalúrgico de Barquisimeto, Venezuela. Desde la infancia se sintió muy atraído por la geografía y la historia antigua. Leer sobre estos temas se convirtió en una afición y fortaleció sus conocimientos sobre historia.
A Laura Kate C. McCormack le gusta investigar y mucho de su tiempo lo dedica a trabajar en proyectos y a viajar a través de Italia. Se interesa principalmente en las lápidas funerarias romanas.
McCormack, Laura Kate C.. "Carreras de carros en la antigua Roma."
Traducido por Carlos A Sequera B. World History Encyclopedia. Última modificación febrero 02, 2023.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2150/carreras-de-carros-en-la-antigua-roma/.
Estilo MLA
McCormack, Laura Kate C.. "Carreras de carros en la antigua Roma."
Traducido por Carlos A Sequera B. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 02 feb 2023. Web. 21 nov 2024.
Licencia y derechos de autor
Escrito por Laura Kate C. McCormack, publicado el 02 febrero 2023. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.