¡Dadme la libertad o dadme la muerte!

Artículo

Harrison W. Mark
por , traducido por Kathleen A. Mijares
publicado 12 enero 2024
Disponible en otros idiomas: inglés, francés, ruso
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«¡Dadme la libertad o dadme la muerte!» («Give me liberty or give me death!» en el inglés original) es la frase final del discurso pronunciado por Patrick Henry en la Segunda Convención de Virginia el 23 de marzo de 1775, en la que argumentó que la guerra con Gran Bretaña era inevitable y la milicia se debía levantar para defender las libertades estadounidenses. Se encuentra entre los discursos más famosos de la Revolución de las Trece Colonias (en torno a 1765-1789).

Give Me Liberty or Give Me Death!
¡Dadme la libertad o dadme la muerte!
Library of Congress (Public Domain)

En su discurso, Henry declaró que el tiempo para razonar con los británicos ya había pasado; en diversas ocasiones durante la década anterior, argumentó, las colonias habían expresado sus quejas tanto del Parlamento británico como del rey Jorge III de Gran Bretaña (que reinó de 1760-1820), pero sus protestas fueron ignoradas. Henry manifestó que los británicos ya estaban provocando una guerra al enviar soldados y buques de guerra a Boston y otras ciudades coloniales. Dado que los británicos no tenían enemigos importantes en Norteamérica después de derrotar a Francia en la guerra franco-india (1754-1763), Henry concluyó con que el único propósito con el que los británicos enviaron ese gran número de soldados a las colonias era para suprimir las libertades de los estadounidenses. Así que, el único recurso que tenían era el levantamiento de la milicia de Virginia en defensa propia. El discurso de Henry convenció a los moderados de la Convención de que la guerra era inevitable y en consecuencia se levantó la milicia. Menos de un mes después, las advertencias de Henry resultaron ser ciertas cuando los soldados británicos se enfrentaron con la milicia de Massachusetts en las batallas de Lexington y Concord (19 de abril de 1775), iniciando así la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775-1783). El discurso de Henry engrandeció su reputación y lo ayudó a convertirse en el primer gobernador de la Comunidad de Virginia después de la independencia de los Estados Unidos en julio de 1776.

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No obstante, la autenticidad del texto del discurso ha sido cuestionada en las últimas décadas; las palabras exactas de Henry no fueron grabadas hasta 1817, más de 40 años después de que fueran pronunciadas. William Wirt, el primer biógrafo de Patrick Henry, reconstruyó el discurso entrevistando a testigos oculares y consultando fuentes secundarias, lo que impulsó a varios historiadores modernos a preguntarse si todas las palabras atribuidas a Henry fueron dichas por él. En cualquier caso, el discurso se ha convertido en un aspecto resaltante de la historia estadounidense y expresa los sentimientos de Henry y muchos otros patriotas americanos en los meses previos a la guerra de Independencia. La reconstrucción de Wirt ciertamente captura la esencia del discurso original de Patrick Henry, e incluso si no fueron exactamente sus palabras, de todos modos merece tener un espacio junto a los discursos y documentos de la era de la Independencia de Estados Unidos.


Contexto

PATRICK HENRY SE CONVIRTIÓ EN UNO DE LOS DEFENSORES MÁS ENERGICOS DEL ARGUMENTO EN CONTRA DE LOS IMPUESTOS PARLAMENTARIOS.

Para cuando Patrick Henry (1736-1799) pronunció su famoso discurso frente a la Segunda Convención de Virginia, el enfrentamiento entre Gran Bretaña y sus trece colonias norteamericanas tenía una década de antigüedad. A partir de 1764, el Parlamento Británico impuso una serie de impuestos directos a las Trece Colonias para ayudar a saldar la deuda que el Imperio Británico había contraído durante la reciente guerra de los Siete Años (1756-1763). Muchos colonos americanos se resistieron vehementemente a estas políticas impositivas que incluían la Ley del Azúcar (1764), La Ley del Timbre (1765) y las Leyes Townshend (1767-1768), porque las consideraban inconstitucionales. De acuerdo con el argumento colonial, los americanos estaban ligados al Imperio británico y le debían fidelidad al rey, mas no al Parlamento, un órgano legislativo en el que no estaban representados. Asimismo, los estadounidenses sostenían que, a pesar de haberse trasladado al Nuevo Mundo, seguían disfrutando de los derechos de los ingleses, los cuales estaban garantizados en la Constitución Británica y consagrados en sus propias cartas coloniales. Estos incluían su derecho a la auto imposición de impuestos, lo que llevó a los estadounidenses a discutir si podían dar sus impuestos a su propio gobierno colonial y no al Parlamento británico.

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Patrick Henry se convirtió en uno de los defensores más vocales en contra de los impuestos parlamentarios. De hecho, incluso antes de que el tema de los impuestos sin representación se convirtiera en una preocupación colonial generalizada, Henry ya defendía el derecho de las colonias a determinar sus propias leyes fiscales sin la influencia británica. El 1 de diciembre de 1763 en un famoso caso legal conocido como la Causa del Párroco, Henry declaró que el rey no tenía autoridad para anular la Ley de los Dos Peniques, una política fiscal que había sido aprobada por la Cámara de los Burgueses de Virginia antes de ser vetada por el Consejo Privado del rey. Henry sostenía que, al interferir con la libertad de sus súbditos, el rey había renegado de sus deberes y ya no era apto para gobernar; esta retorica incendiaria le valió gritos de «traición» por parte de los leales en la sala del tribunal, pero le ganó el apoyo de los patriotas coloniales, quienes lo eligieron para la Cámara de los Burgueses en 1765. En esta posición, Patrick Henry lideró la aprobación de las Resoluciones de Virginia, en las que la colonia afirmó los derechos constitucionales de sus ciudadanos y rechazó la autoridad del Parlamento al imponerle la Ley del Timbre.

Patrick Henry Before the Virginia House of Burgesses
Parick Henry frente a la Cámara de los Burgueses de Virginia
Peter F. Rothermel (Public Domain)

Mientras que su reputación como patriota crecía, las relaciones entre Gran Bretaña y las colonias continuaban deteriorándose. En 1774, en respuesta a la destrucción del té de la Compañía de las Indias Orientales durante el Motín del té en Boston, el Parlamento aprobó las leyes intolerables, las cuales tenían como finalidad castigar a la ciudad de Boston cerrando su puerto al comercio, instalando un gobernador militar y atestando a Boston con soldados británicos, entre otras cosas. Mientras los militares en Massachusetts se preparaban para un posible conflicto con las tropas británicas, la Cámara de los Burgueses anunció el apoyo de Virginia a su colonia hermana, lo que llevó a la desintegración de la Cámara por parte del gobernador lord Dunmore. Las Convenciones de Virginia se reunieron en lugar de la Cámara de los Burgueses, de la cuales la Segunda Convención se celebró en Richmond en la Iglesia Episcopal de San Juan el 20 de marzo de 1775. En la reunión, Henry propuso el levantamiento de la milicia virginiana independientemente de la autoridad real argumentando que, llegados a ese punto, la guerra con Gran Bretaña era inevitable y Virginia debía estar preparada. El 23 de marzo durante el debate sobre las propuestas de Patrick Henry, dio su discurso «Libertad o Muerte», declarando que una guerra era necesaria para defender las libertades estadounidenses.

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El discurso

Señor Presidente: Nadie tiene en mayor estima que yo el patriotismo, así como de las capacidades de los dignos caballeros que acaban de dirigirse a la Cámara. Pero los hombres a menudo ven el mismo tema bajo diferentes perspectivas; y, por lo tanto, espero que no me tome como irrespetuoso con esos caballeros si, manteniendo opiniones de un carácter opuesto al de ellos, expreso mis sentimientos libremente y sin reservas. No hay tiempo para ceremonias. El asunto que se debate en la Cámara es de suma importancia considerando el terrible momento que está viviendo el país. Por mi parte, no lo considero más que una cuestión de libertad o esclavitud; y la libertad del debate debe ser proporcional a la magnitud del tema. Solo de esta manera podemos aspirar a la verdad y a cumplir la gran responsabilidad que tenemos ante Dios y nuestro país. Si en este momento yo retuviera mis opiniones por temor a ofender, me consideraría culpable de traición a mi país y de un acto de deslealtad hacia la majestad del cielo, a quien venero por encima de todos los reyes terrenales.

Señor Presidente, es natural que el hombre se entregue a las ilusiones de la esperanza. Tendemos a cerrar los ojos ante una verdad dolorosa y a escuchar el canto de la sirena hasta que nos transforma en bestias. ¿Es este el papel de los hombres sabios, comprometidos en una gran y ardua lucha por la libertad? ¿Estamos dispuestos a ser de los que, teniendo ojos, no ven, y teniendo oídos, no oyen, las cosas que tan de cerca conciernen a su salvación temporal? En lo que a mi respecta, sea cual sea la angustia de espíritu que me cueste, estoy dispuesto a conocer toda la verdad; a conocer lo peor y a preverlo.

Solo tengo una lámpara que guía mis pasos, y es la lámpara de la experiencia. No conozco otra forma de juzgar el futuro que el pasado. Y a juzgar por el pasado, me gustaría saber qué ha habido en la conducta del ministerio británico durante los últimos diez años que justifique esas esperanzas con las que los caballeros se han complacido en consolarse a sí mismos y a la Cámara. ¿Es esa sonrisa acechante con la que nuestra petición ha sido recibida recientemente? No confíen en ella, señor; será una trampa para sus pies. No se dejen traicionar con un beso. Pregúntense cómo esta amable recepción de nuestra petición concuerda con esos preparativos bélicos que cubren nuestras aguas y oscurecen nuestra tierra. ¿Son necesarias flotas y ejércitos para una obra de amor y reconciliación? ¿Nos hemos mostrado tan reacios a la reconciliación que deben recurrir a la fuerza para recuperar nuestro amor? No nos engañemos, señor. Estas son las herramientas de la guerra y la subyugación; los últimos argumentos a los que recurren los reyes.

Pregunto, señores, ¿qué significa este despliegue militar si no es para obligarnos a la sumisión? ¿Pueden, señores, atribuirle algún otro motivo? ¿Tiene Gran Bretaña algún enemigo, en esta parte del mundo, que requiera toda esta acumulación de armadas y ejércitos? No, señor, no tiene ninguno. Están destinados a nosotros; no pueden estar destinados a ningún otro. Los envían para atarnos y remacharnos esas cadenas que el ministerio británico lleva tanto tiempo forjando. ¿Y cómo podemos oponernos a ellos? ¿Intentaremos argumentar? Señor, lo hemos intentado durante los últimos diez años. ¿Tenemos algo nuevo que traer a la mesa? Nada. Hemos observado el tema bajo todas las ópticas posibles; pero todo ha sido en vano. ¿Recurriremos al ruego y a la humilde súplica? ¿Qué términos encontraremos que no se hayan agotado ya? No nos engañemos, señor, se lo pido.

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Señor, hemos hecho todo lo posible para evitar la tormenta que se avecina. Hemos pedido; hemos protestado; hemos suplicado; nos hemos postrado ante el trono, implorando su intervención para detener las manos tiránicas del ministerio y el Parlamento. Nuestras peticiones han sido desestimadas; nuestras protestas han generado más violencia e insultos; nuestras súplicas han sido desatendidas; ¡y hemos sido rechazados, con desprecio, desde el trono! En vano, después de esto, podemos albergar la dulce esperanza de paz y reconciliación. Ya no hay lugar para la esperanza. Si deseamos ser libres, si queremos preservar intactos esos inestimables privilegios por los que hemos luchado durante tanto tiempo, si no queremos abandonar vilmente la noble lucha en la que hemos estado comprometidos durante tanto tiempo, y que hemos jurado no abandonar jamás hasta que se alcance el glorioso objetivo de nuestra contienda, ¡debemos luchar! Lo repito, señor, ¡debemos luchar! ¡Una apelación a las armas y al Dios de los ejércitos es todo lo que nos queda!

Nos dicen, señor, que somos débiles, incapaces de enfrentarnos a un adversario tan formidable. Pero ¿cuándo seremos más fuertes? ¿Será la próxima semana o el próximo año? ¿Será cuando estemos totalmente desarmados y haya una guardia británica estacionada en cada casa? ¿Acumularemos fuerzas mediante la irresolución y la inacción? ¿Adquiriremos los medios de resistencia efectiva agachándonos boca arriba y abrazando el engañoso fantasma de la esperanza, hasta que nuestros enemigos nos tengan atados de pies y manos? Señor, no somos débiles si hacemos un uso adecuado de los medios que el Dios de la naturaleza ha puesto a nuestra disposición. Los millones de personas, armadas por la santa causa de la libertad, y en un país como el que poseemos, son invencibles ante cualquier fuerza que nuestro enemigo pueda enviar contra nosotros. Además, señor, no libraremos nuestras batallas solos. Hay un Dios justo que dirige los destinos de las naciones y que levantará amigos para que luchen nuestras batallas por nosotros. La batalla, señor, no es solo para los fuertes; es para los vigilantes, los activos, los valientes. Además, señor, no tenemos elección. Si fuéramos lo suficientemente cobardes como para desearlo, ya es demasiado tarde para retirarnos de la contienda. ¡No hay retirada sino en la sumisión y la esclavitud! ¡Nuestras cadenas están forjadas! ¡Su tintineo puede oírse en las llanuras de Boston! ¡La guerra es inevitable, y que venga! Lo repito, señor, que venga.

Es en vano, señor, alargar el asunto. Los caballeros podrán clamar «Paz, paz», pero no hay paz. ¡La guerra ha comenzado! ¡El próximo vendaval que sople del norte traerá a nuestros oídos el estruendo de las armas! ¡Nuestros hermanos ya están en el campo de batalla! ¿Por qué nos quedamos aquí de brazos cruzados? ¿Qué desean los caballeros? ¿Qué querrían? ¿Acaso la vida es tan valiosa o la paz tan dulce como para comprarla a costa de cadenas y esclavitud? ¡No lo permitas, Dios Todopoderoso! No sé qué camino tomarán los demás; pero en cuanto a mí, ¡dadme la libertad o dadme la muerte! (Campbell, 128-130, Proyecto Avolon).

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Efectos y legado

El discurso de Henry tuvo un profundo efecto en los presentes, quienes se sumieron en un silencio contemplativo por varios minutos después de que Henry terminara de hablar. George Washington, que estaba presente, escuchó el discurso de Henry con una mirada que «evocaba una mente en meditación sobre el destino de su país» mientras que otro oyente, el coronel Edward Carrington se conmovió tanto por la elocuencia de Henry que pidió ser enterrado en esa iglesia; la petición de Carrington fue honrada cuando murió 35 años después (Campbell, 131). El discurso de Patrick Henry finalmente persuadió a la Convención de que era necesario pasar a la acción, y se designó un comité para supervisar la defensa de la colonia; Henry fue nombrado presidente del comité, en el que también se incluía a George Washington, Thomas Jefferson, Richard Henry Lee y otros.

Patrick Henry
Patrick Henry
George Bagby Matthews (Public Domain)

El discurso de Patrick Henry resultó bastante oportuno. Lord Dunmore, gobernador de Virginia, se sintió alarmado por la actitud belicosa de los patriotas virginianos y decidió apoderarse del almacén de pólvora en Williamsburg antes de que cayera en manos de la nueva milicia levantada por Henry. El 20 de abril de 1775, Dunmore envió soldados británicos para tomar posesión del almacén, lo que provocó indignación en toda la colonia. En respuesta, Henry lideró personalmente a un pequeño grupo militar hacia Williamsburg, lo que resultó en un enfrentamiento entre las tropas de Dunmore y la milicia virginiana. Se evadió la violencia cuando Lord Dunmore le pagó a Henry 330 libras en compensación por la pólvora «robada», terminando con el llamado Incidente de la Pólvora; Sin embargo, ya se había derramado sangre en Massachusetts, donde las batallas de Lexington y Concord se habían librado el día anterior, iniciando la guerra de Independencia de Estados Unidos (1775-1783). Temiendo por su seguridad, Dunmore evacuó a la colonia a bordo de un barco de la Royal Navy. Después de que Estados Unidos declarara su independencia en julio de 1776, Patrick Henry se convirtió en el primer gobernador de la Comunidad de Virginia.

En la actualidad, la frase «dadme la libertad o dadme la muerte» sigue siendo una de las más famosas surgidas de la Independencia de Estados Unidos. En los dos siglos transcurridos desde su pronunciación, muchos políticos y activistas la han citado, además de usarse como lema en varios movimientos revolucionarios y políticos.

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Publicación y cuestión de autenticidad

El texto completo del discurso de Patrick Henry no se publicó hasta 1817, 42 años después de ser pronunciado. Fue impreso en Esbozos de la Vida y el Carácter de Patrick Henry, la primera biografía de Henry, escrita por William Wirt. El reconstruyó el discurso hablando con cualquier testigo ocular sobreviviente y consultando varias fuentes de segunda mano que contenían fragmentos del discurso de Henry. Wirt tomó gran parte del texto del juez St. George Tucker, quien había estado presente en el discurso y afirmaba haberlo escrito poco después.

William Wirt
William Wirt
James Barton Longacre (Public Domain)

Desde la publicación de la biografía de Wirt hasta la década de 1970, la transcripción del discurso se aceptó generalmente como precisa. Sin embargo, algunos académicos modernos han comenzado a cuestionar cuantas libertades artísticas se tomó Wirt al reconstruir las palabras de Henry y algunos incluso dudan de si Henry realmente dijo la famosa línea de «dadme la libertad o dadme la muerte». Pero ya sea que las palabras fueran de Patrick Henry, de William Wirt o de alguien más, la frase ciertamente sintetiza tanto los puntos principales de Henry como la actitud de muchos colonos en el periodo anterior a la guerra de Independencia.

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Preguntas y respuestas

¿Quién dijo «¡Dadme la libertad o dadme la muerte!»?

La frase «¡Dadme la libertad o dadme la muerte!» se le atribuye a menudo a Patrick Henry, un abogado virginiano y un padre fundador de Estados Unidos, como parte de un discurso que abogaba por el levantamiento de la milicia virginiana en las semanas previas a la guerra de Independencia de los Estados Unidos. Algunos historiadores creen que el discurso se lo inventó William Wirt, el primer biógrafo de Henry.

¿Qué dijo Patrick Henry en su discurso de «Libertad o Muerte»?

En su discurso «Libertad o Muerte», Patrick Henry argumentó que Gran Bretaña había demostrado que no estaba dispuesta a razonar con las colonias y que había hecho inevitable la guerra al enviar soldados a Boston y otras ciudades coloniales. Por ende, la única manera de defender las libertades americanas era con armas, lo que llevó a Henry a pedir la formación de una milicia virginiana.

¿Cuándo dijo Patrick Henry «¡Dadme la libertad o dadme la muerte!»?

Patrick Henry pronunció su discurso «Libertad o Muerte» el 23 de marzo de 1775 ante la Segunda Convención de Virginia en Richmond, Virginia.

Sobre el traductor

Kathleen A. Mijares
Kathleen A. Mijares es una traductora voluntaria. Cree firmemente que comprender nuestro pasado colectivo nos ayuda a entender el presente y nos guia hacia el futuro, una convicción que la motiva a continuar con su trabajo.

Sobre el autor

Harrison W. Mark
Harrison Mark se graduó de la Universidad Estatal de Nueva York en Oswego, donde estudió Historia y Ciencias Políticas.

Cita este trabajo

Estilo APA

Mark, H. W. (2024, enero 12). ¡Dadme la libertad o dadme la muerte! [Give Me Liberty or Give Me Death]. (K. A. Mijares, Traductor). World History Encyclopedia. Recuperado de https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2350/dadme-la-libertad-o-dadme-la-muerte/

Estilo Chicago

Mark, Harrison W.. "¡Dadme la libertad o dadme la muerte!." Traducido por Kathleen A. Mijares. World History Encyclopedia. Última modificación enero 12, 2024. https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2350/dadme-la-libertad-o-dadme-la-muerte/.

Estilo MLA

Mark, Harrison W.. "¡Dadme la libertad o dadme la muerte!." Traducido por Kathleen A. Mijares. World History Encyclopedia. World History Encyclopedia, 12 ene 2024, https://www.worldhistory.org/article/2350/give-me-liberty-or-give-me-death/. Web. 01 jul 2025.

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