La Declaración de Independencia constituye el documento fundacional de los Estados Unidos de América. Escrita en su mayor parte por Thomas Jefferson, explica la razón por la cual las Trece Colonias decidieron separarse de Gran Bretaña durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos ocurrida entre 1765 y 1789. El texto fue adoptado por el Segundo Congreso Continental el 4 de julio de 1776, aniversario que se celebra en ese país como Día de la Independencia.
La importancia de la declaración no se reconoció hasta después de transcurrido medio siglo de su firma, debido a que al principio se consideró como una formalidad de rutina necesaria para que el congreso votara a favor de la independencia. Sin embargo, desde entonces a llegado a considerarse uno de los escritos más importantes acerca de los derechos humanos que haya producido la historia de Occidente. Influida en buena medida por los ideales de la Ilustración, en particular los de John Locke, la declaración afirma que «todos los hombres son creados iguales» y que se les ha dotado de «ciertos derechos inalienables», entre los cuales se encuentran «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Estos enunciados se encuentran entre los más conocidos de la historia estadounidense, y desde entonces se han convertido en el estándar moral que tanto los Estados Unidos como muchas otras democracias occidentales se esfuerzan por alcanzar. Los preceptos que la declaración establece han sido enarbolados por las movilizaciones para lograr la abolición de la esclavitud, y constituyen un llamado a la unidad empleado por muchos movimientos defensores de los derechos humanos. De conjunto con los Artículos de la Confederación y la Constitución de los Estados Unidos, la Declaración de Independencia fue uno de los manifiestos más importantes emanados de la era de la revolución de las Trece Colonias. El presente artículo incluye una breve historia de los factores que condujeron a que las colonias declararan su independencia de los británicos, así como el texto completo de la declaración.
Durante gran parte de la etapa inicial de la lucha contra Gran Bretaña, la mayoría de los colonizadores estadounidenses consideraban la independencia, si acaso, como un último recurso. En realidad, la polémica entre los colonos y el parlamento británico se reducía en lo fundamental a la identidad de la colonia dentro del Imperio británico; los colonos creían que como súbditos del rey de Inglaterra y descendientes de ingleses gozaban de los mismos derechos constitucionales de quienes permanecían en Inglaterra. Se entendía por ellos que estos derechos, según se expresaban en la Carta Magna de 1215, la Ley de Habeas Corpus (Habeas Corpus Act) de 1679 y la Carta de Derechos (Bill of Rights) de 1689, entre otros documentos, incluían la capacidad de decidir sobre sus propios impuestos, contar con un gobierno representativo, y poder ser juzgados por un jurado. Los ingleses ejercían estos derechos por medio del parlamento, que al menos en teoría, representaba sus intereses. Debido a que los colonos no estaban representados en el parlamento, intentaron ejercer sus «derechos de ingleses» por medio de asambleas legislativas coloniales como la Cámara de los Burguesesde Virginia.
EN LA PRIMAVERA DE 1776 LA INDEPENDENCIA DEJÓ DE SER UNA IDEA RADICAL.
Sin embargo, el parlamento no veía las cosas del mismo modo. Aceptaba que los colonos eran británicos y que estaban sujetos a las mismas leyes, pero entendía que no se diferenciaban del 90% de los ingleses que no poseían tierras, que por lo tanto no votaban; además, opinaba que al menos de manera virtual se encontraban representados en ese cuerpo. Con este pretexto el parlamento decidió gravar de manera directa a las colonias y aprobó la Ley del Timbre (Stamp Act) en 1765; los estadounidenses protestaron y alegaron que ese cuerpo carecía de autoridad para imponerles tributos, debido a que no estaban representados en él. El parlamento respondió con la aprobación de la Ley Declaratoria (Declaratory Act) en 1766, donde proclamaba tener la potestad de aprobar legislaciones vinculantes para todas las colonias británicas «en todos los casos que fueran» (Middlekauff, 118). Tras reafirmar su postura, continuó entre 1767 y 1768 con la aprobación de varias leyes conocidas como Leyes de Townshend (Townshend Acts), mediante las cuales imponía nuevos impuestos a los norteamericanos. Como consecuencia, se produjeron disturbios en Boston, por lo que el gobierno envió regimientos militares para restaurar la paz del reino. Esta decisión condujo a hechos de violencia, como la masacre de Boston ocurrida el 5 de marzo de 1770, y a manifestaciones de desobediencia como la del Motín del té en Boston (Boston Tea Party), el 16 de diciembre de 1773.
Aunque la discusión se centraba en los impuestos, los estadounidenses pensaban que sus derechos también se estaban violando de otras maneras. De conformidad con lo dispuesto en las llamadas Leyes Intolerables (Intolerable Acts) de 1774, Gran Bretaña anunció que a partir de ese momento los disidentes americanos serían juzgados por los tribunales del vicealmirantazgo o enviados a Inglaterra para celebrarles juicio, medida que les privaba de contar con un jurado compuesto por pares. Asimismo, establecía el alojamiento de soldados británicos en edificios de propiedad americana; además, como sanción por los hechos ocurridos durante el motín de Boston, suspendía el gobierno representativo de Massachusetts y nombraba en su lugar un gobernador militar. En adición a lo anterior estaba el asunto de las tierras; tanto la Proclamación Real (Royal Proclamation) de 1763 como el Acta de Quebec (Quebec Act) de 1774 restringían la expansión de los norteamericanos hacia el oeste, quienes entendían que les asistían derechos para colonizar esas tierras. Aunque las colonias se identificaban a sí mismas como unidades políticas separadas dentro del Imperio británico y durante muchos años no se consideraron una entidad única, con el paso del tiempo establecieron vínculos entre ellas a causa de que compartían raíces anglosajonas comunes, y a que por motivo de las guerras coloniales con Francia habían cooperado en la arena militar durante el último siglo. La resistencia que presentaron al parlamento no hizo otra cosa que unirlos más, y tras la aprobación de las Leyes Intolerables las colonias anunciaron su apoyo a Massachusetts, e iniciaron la movilización de sus milicias.
Al estallar la Guerra de Independencia de los Estados Unidos en 1775 todas las trece colonias se unieron con prontitud y enviaron representantes al Segundo Congreso Continental, un gobierno provisional en armas. A esas alturas solo los revolucionarios más radicales como Samuel Adams habían esposado la idea de la independencia. La mayoría de los colonizadores continuaba creyendo que la disputa se restringía al parlamento, que contaban con el apoyo secreto del monarca Jorge III de Gran Bretaña (reinó 1760-1820), y que el rey se reconciliaría con ellos en cuanto se ofreciera la oportunidad. El arraigo de esas convicciones era tal que justo antes de la batalla de Bunker Hill, ocurrida el 17 de junio de 1775, los regimientos rebeldes norteamericanos empleaban la frase «al servicio de su majestad» cuando se reportaban a filas (Boatner, 539). En agosto de 1775 Jorge III disipó esas nociones con la emisión de la Proclamación de Rebelión (Proclamation of Rebellion), en la que afirmaba que las colonias se encontraban en estado de rebelión y ordenaba a los oficiales británicos que se propusieran «resistir y suprimir dicha rebelión». De hecho, Jorge III se mantendría como uno de los más grandes defensores del uso de la fuerza militar para someter a las colonias. Fue a partir de este momento que los estadounidenses comenzaron a referirse a él como un tirano y disminuiría la esperanza de una reconciliación con Gran Bretaña.
Hacia el verano de 1776 la independencia había dejado de ser una idea radical; el muy difundido panfleto Sentido Común escrito por Thomas Paine había logrado que el proyecto resultara más atractivo para el público general. Mientras tanto, el Congreso Continental había comprendido que la independencia era necesaria para procurar apoyo militar de las naciones europeas. En marzo de 1776 la convención revolucionaria de Carolina del Norte se convirtió en la primera en votar a favor de la independencia, y durante los siguientes 2 meses otras siete colonias siguieron su ejemplo. El 7 de junio Richard Henry Lee, de Virginia, presentó una resolución al congreso en la que sometía a deliberación la idea de la independencia; su moción se debatió de manera tan encarnizada que el congreso decidió posponer tres semanas su discusión . En paralelo se designaba un comité para redactar el anteproyecto de declaración de independencia, en caso que la propuesta de Lee fuera aprobada. El comité de cinco personas estaba integrado por Benjamin Franklin por Pensilvania, Robert R. Livingston por Nueva York, John Adams por Massachusetts, Roger Sherman por Connecticut y Thomas Jefferson por Virginia.
La autoría de la Declaración de Independencia se debió en lo fundamental a Jefferson, de 33 años, quien la escribió entre el 11 y el 28 de junio de 1776 en la segunda planta de la residencia que alquilaba en Filadelfia, hoy conocida como Casa de la Declaración. En la preparación de su contenido Jefferson hizo extenso uso de las ideas de la Ilustración expuestas por John Locke, y colocó en la persona del rey la responsabilidad fundamental por la independencia estadounidense, acusándolo de haber violado en reiteradas ocasiones el contrato social entre las trece colonias y Gran Bretaña. Los estadounidenses declaraban su independencia, afirma Jefferson, como último recurso para preservar sus derechos, dadas las continuas negativas de reparaciones recibidas del rey y del parlamento. Los demás integrantes del comité revisaron y corrigieron el borrador original de Jefferson y por fin la declaración se presentó ante el congreso el 1ro. de julio. Para entonces, todas las colonias excepto Nueva York habían autorizado a sus delegados a votar por la independencia, y el 4 de julio de 1776 el congreso adoptó la declaración. Fue firmada por cada uno de sus 56 miembros, y los que no estaban presentes ese día estamparon más tarde sus rúbricas.
Texto
La Declaración unánime de los trece Estados Unidos de América
Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y asumir entre las naciones de la tierra la posición separada e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.
Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.
La prudencia, ciertamente, dictará que no se cambien por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está costumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones dirigida invariablemente al mismo objetivo evidencia el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos guardianes para su futura seguridad. Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; y tal es ahora la necesidad que las obliga a cambiar su anterior sistema de gobierno. La historia del actual rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidas injurias y usurpaciones, todas con el objetivo directo de establecer una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.
Ha negado su aprobación a leyes que son íntegras y necesarias para el bienestar público.
Ha prohibido a sus gobernadores aprobar leyes de inmediata y urgente importancia, a menos que se suspenda su puesta en vigor hasta no haber obtenido su aprobación; y una vez hecho así, ha desdeñado totalmente ocuparse de ellas.
Se ha negado a aprobar otras leyes para el reconocimiento de grandes distritos populares, a menos que esas personas renuncien al derecho de representación en la legislatura, derecho inestimable para ellas y temible solo para los tiranos.
Ha convocado a los cuerpos legislativos en lugares desacostumbrados, incómodos y distantes del depósito de sus archivos públicos, con el solo propósito de fatigarlos para que cumplan con sus disposiciones.
Ha disuelto las cámaras de representantes una y otra vez por oponerse con decidida firmeza a sus invasiones a los derechos del pueblo.
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Después de disolverlas, durante mucho tiempo se ha negado a hacer que se elijan otras, por lo que los poderes legislativos, incapaces de ser aniquilados, han regresado sin restricciones al pueblo para su ejercicio, quedando entretanto el estado expuesto a todos los peligros de invasión externa y de convulsiones internas.
Se ha esforzado por impedir la colonización de estos estados, obstaculizando con ese propósito las leyes de naturalización de extranjeros, negándose a aprobar otras que estimulen la migración, y aumentando las exigencias para las nuevas apropiaciones de tierras.
Ha obstruido la administración de justicia negando su aprobación a las leyes destinadas a establecer poderes judiciales.
Ha hecho a los jueces dependientes de su sola voluntad para la permanencia en sus cargos y el monto y pago de sus salarios.
Ha creado una multitud de nuevos cargos y enviado a nuestras tierras enjambres de funcionarios para hostigar a nuestro pueblo y apropiarse de su hacienda.
Ha mantenido entre nosotros, en tiempos de paz, ejércitos permanentes sin el consentimiento de nuestra legislatura.
Ha incidido para convertir al poder militar en una fuerza independiente del poder civil y superior a él.
Se ha aliado con otros para someternos a una jurisdicción extraña a nuestra constitución y no reconocida por nuestras leyes, dándoles su aprobación a sus actos de pretendida legislación:
Para acantonar numerosos contingentes de tropas armadas entre nosotros.
Para protegerlas, mediante remedos de juicios, del castigo por los asesinatos que hayan de cometer entre los habitantes de estos estados.
Para impedir nuestro comercio con todas las partes del mundo.
Para imponernos impuestos sin nuestro consentimiento.
Para privarnos, en muchos casos, de los beneficios del juicio por jurado.
Para llevarnos a ultramar con el objeto de ser juzgados por supuestas ofensas.
Para abolir el libre sistema de leyes inglesas en una provincia vecina, estableciendo en ella un gobierno arbitrario y ampliando sus fronteras para convertirlo a la vez en un ejemplo y un instrumento adecuado para introducir las mismas reglas absolutas en estas colonias.
Para quitarnos nuestros estatutos, abolir nuestras leyes más valiosas y alterar de manera fundamental las formas de nuestros gobiernos.
Para suspender a nuestras legislaturas y declararse a sí mismos investidos de poder para legislar por nosotros en cualquier caso que sea.
Ha abdicado de su gobierno en estas tierras al declararnos fuera de su protección y emprender una guerra contra nosotros.
Ha saqueado nuestros mares, devastado nuestras costas, incendiado nuestras ciudades, y destruido las vidas de nuestra gente.
En este momento transporta grandes ejércitos de mercenarios extranjeros para culminar su obra de muerte, desolación y tiranía, iniciada con incidentes de crueldad y perfidia difícilmente igualadas en las épocas de mayor barbarie, y totalmente indignas del jefe de una nación civilizada.
Ha obligado a nuestros conciudadanos capturados en alta mar a empuñar las armas contra su propio país, a convertirse en verdugos de sus amigos y hermanos, o a caer ellos mismos a sus manos.
Ha incitado insurrecciones domésticas y se ha esforzado por inducir contra nosotros a los habitantes de nuestras fronteras, los despiadados indios salvajes, cuya conocida norma de hacer la guerra es la destrucción indiscriminada de todas las edades, sexos y condiciones.
En cada etapa de estas opresiones hemos pedido justicia en los términos más humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha respondido solamente con repetidas injurias. Un príncipe cuyo carácter está marcado por todos los actos que definirían a un tirano, no es apto para ser el gobernante de un pueblo libre.
Tampoco hemos estado faltos de consideraciones hacia nuestros hermanos británicos. Los hemos prevenido de tanto en tanto de los intentos de su legislatura de incluirnos en una ilegítima jurisdicción. Les hemos recordado de las circunstancias de nuestra emigración y asentamiento en estas tierras. Hemos apelado a su innata justicia y magnanimidad y los hemos conjurado, por los vínculos de nuestro parentesco, a repudiar estas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente nuestras relaciones y correspondencia. También ellos han estado sordos a la voz de la justicia y de la consanguinidad. Debemos, por tanto, aceptar la necesidad que establece nuestra separación y considerarlos, como consideramos al resto de la humanidad, enemigos en la guerra, amigos en la paz.
Por lo tanto, nosotros, los representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en congreso general, apelando al Supremo Juez del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas colonias, solemnemente hacemos público y declaramos que estas colonias unidas son, y por derecho deben ser, estados libres e independientes, que están absueltos de toda lealtad a la corona británica, y que toda conexión política entre ellos y el estado de la Gran Bretaña está y debe ser totalmente disuelta; y que, como estados libres e independientes, tienen pleno poder para emprender la guerra, concluir la paz, concertar alianzas, establecer comercio, y hacer todos los demás actos y providencias que los estados independientes por derecho pueden hacer. Y en apoyo a esta Declaración, con absoluta confianza en la protección de la Divina Providencia, nos comprometemos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor.
Firmantes
A continuación se presenta una lista de los 56 hombres que firmaron la Declaración de Independencia, muchos de los cuales se consideran Padres Fundadores de los Estados Unidos. John Hancock, como presidente del Congreso Continental, fue el primero en fijar su rúbrica. Robert R. Livingston fue el único miembro del comité original de elaboración del anteproyecto que no firmó la declaración, debido a que fue llamado a Nueva York antes de que la firma tuviera lugar.
Massachusetts: John Hancock, Samuel Adams, John Adams, Robert Treat Paine, Elbridge Gerry.
Nuevo Hampshire: Josiah Bartlett, William Whipple, Matthew Thornton.
Rhode Island: Stephen Hopkins, William Ellery.
Connecticut: Roger Sherman, Samuel Huntington, William Williams, Oliver Wolcott.
Nueva York: William Floyd, Philip Livingston, Francis Lewis, Lewis Morris.
Nueva Jersey: Richard Stockton, John Witherspoon, Francis Hopkinson, John Hart, Abraham Clark.
Pensilvania: Robert Morris, Benjamin Rush, Benjamin Franklin, John Morton, George Clymer, James Smith, George Taylor, James Wilson, George Ross.
Delaware: George Read, Caesar Rodney, Thomas McKean.
Maryland: Samuel Chase, William Paca, Thomas Stone, Charles Carroll of Carrollton.
Virginia: George Wythe, Richard Henry Lee, Thomas Jefferson, Benjamin Harrison, Thomas Nelson Jr., Francis Lightfoot Lee, Carter Braxton.
Carolina del Norte: William Hooper, Joseph Hewes, John Penn.
Carolina del Sur: Edward Rutledge, Thomas Heyward Jr., Thomas Lynch Jr., Arthur Middleton.
Georgia: Button Gwinnett, Lyman Hall, George Walton.
La Declaración de Independencia es el documento fundacional de los Estados Unidos de América. Adoptado por el congreso el 4 de julio de 1776, explica la razón por la que los Estados Unidos decidieron proclamar su independencia de Gran Bretaña durante la revolución estadounidense. Desde entonces se ha reconocido como un documento importante sobre los derechos humanos.
¿Quién escribió la Declaración de Independencia?
La mayor parte de la Declaración de Independencia fue escrita por Thomas Jefferson, aunque contó con la ayuda y consejo de Benjamin Franklin, John Adams, Robert R. Livingston y Roger Sherman.
¿Quiénes firmaron la Declaración de Independencia?
La Declaración de Independencia fue firmada por 56 delegados del Congreso Continental, muchos de los cuales se reconocen como Padres Fundadores de los Estados Unidos de América.
Interesado en el estudio de las migraciones, costumbres, las artes y religiones de distintas culturas; descubrimientos geográficos y científicos. Vive en La Habana. En la actualidad traduce y edita libros y artículos para la web.
Mark, Harrison W.. "Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América."
Traducido por Waldo Reboredo Arroyo. World History Encyclopedia. Última modificación abril 03, 2024.
https://www.worldhistory.org/trans/es/2-2411/declaracion-de-independencia-de-los-estados-unidos/.
Escrito por Harrison W. Mark, publicado el 03 abril 2024. El titular de los derechos de autor publicó este contenido bajo la siguiente licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike. Por favor, ten en cuenta que el contenido vinculado con esta página puede tener términos de licencia diferentes.